Capítulo 6.
Berry tiene el fuego en sus manos.
Pasa el tiempo, día tras día, semana tras semana, mes tras mes y nuevos años se hacen presentes.
Es mi cumpleaños número diecisiete.
No quería celebrarlo pero ese no fue el plan de mis compañeras de trabajo. Todas querían una excusa para beber alcohol gratuito y comer de una tarta algo rancia que alguien había comprado en una pastelería que está a un par de cuadras del local. Si, era la excusa para perfecta para celebrar, aunque yo no tuviera nada que celebrar. Yo estaba agotada.
Víctor había estado ayer por la noche en el local nada más para satisfacer sus deseos conmigo, esta vez fue diferente, mi espalda mallugada puede decirlo. Le daba placer golpearme, más aún que meter su viejo pene por el agujero de mi vagina. Él sentía que controlaba todo y es verdad, yo no tenía ninguna fuerza para poder acabar con él.
Observo a las muchachas gritar ya algo borrachas, bailan sobre la pista felices aun sabiendo que esta noche volverá la pesadilla de ser tocadas por hombres con dinero. Algunas estaban acostumbradas, otras sufrían igual que yo y estaban esas que estaban ahí por cuenta propia, porque amaban el dinero o el sexo.
Apple ya se ha resignado, pero ella no disfruta como los demás. Ella se mudó a la habitación que compartía con Sandra luego de que encontraran a ésta con cinco balazos en el pecho dentro de una bolsa negra de basura. Mis pensamientos siempre me decían que había sido mi culpa, ella quiso ayudarme luego de que se lo pidiera, pero Sandra pagó por eso con su muerte.
Apple y yo hablamos de nuestras vidas pasadas por la noche, ninguna de las dos ha tenido una vida fácil y el perfil se repite: padre abusivo y madre alcohólica con un par de tuercas flojas. Ella era indiferente a sus problemas, pero sabía que ella hablaba para callar sus pensamientos.
Suspirando aún con mis ojos puestos en las chicas finalmente aparto la mirada para ver a Apple. Ella no se ha despegado de mí en toda la noche.
—Voy a recostarme, estoy cansada.
—Se supone que es tu cumpleaños, ¿estas segura de que quieres pasarla encerrada en tu habitación?
—Me duele todo el cuerpo, Apple—Ella ya había visto mi espalda—. Solo... quiero huir de esto por unas horas.
—De acuerdo—Me levanto de mi silla y antes de empezar a caminar ella me detiene—. Te dejé un regalo debajo de tu almohada, tal vez te ayude a despejarte por un rato.
—Gracias, Apple.
—No hay de qué, feliz cumpleaños, Berry.
—Ya quisiera que fuera un feliz cumpleaños.
Empiezo mi caminata hacia la habitación, estoy en un modo zombie, sin sentir y sin querer sentir. Cuando paso frente a la puerta de la oficina de Paulette esta se abre, ella sale percatándose que estoy ahí, me mira con desagrado.
—¿No deberías estar celebrando?
—Voy a descansar, me siento mal.
—Víctor fue demasiado duro contigo, deberías saber que no puedes controlar a ese hombre—su aire de soberbia y sabelotodo me dan ganas de darle un puñetazo. A pesar de que mis puños se cierran fuertemente me contengo, no quiero más problemas con la Madame.
—No soy estúpida, Paulette.
—¿En serio? Yo creo que si lo eres.
—No me interesa lo que tu creas, tu concepto sobre mí no es de mi importancia. Metete en tus asuntos y déjame en paz.
—¿Quién te crees para hablarme de esa manera?—molesta, levanta su brazo para golpearme pero la detengo con una carcajada que es soltada de mi parte.
—Anda, golpéame, me encantaría ver como Víctor se deshace de ti por haber lastimado a su Berry.
Odio meter a ese hombre asqueroso en esto pero es mi única salvación de las garras de Paulette.
—Es gracioso, con cualquiera eres un león feroz pero cuando te nombran a Víctor te conviertes en un gatito. ¿Cómo puedes estar enamorada de un hombre como ese?
Paulette aprieta fuertemente su mandíbula y sin decir nada se da la vuelta dirigiéndose a la zona del bar, antes de que se fuera pude ver lágrimas en sus ojos.
Suspiro y retomo mi camino. Me encuentro en la habitación y busco debajo de la almohada por el regalo de Apple cuando lo veo. Drogas. Saber que Apple está en drogas para olvidar me entristecía, sabía lo que era eso, a una corta edad lo había probado por obligación. Era horrible. Tomo las drogas y las boto a la basura, vuelvo a mi cama, un encendedor esta aún sobre mi almohada, es negro con tres cerezas de dibujo, me identifica totalmente. Presiono el botón haciendo que la llama aparezca. Quisiera ser como el fuego, peligroso, valiente. Miro la llama hipnotizada, me tranquiliza, me hace olvidar.
Siempre me dijeron que jugar con fuego era malo, pero para mí ya eso era nada en comparación a lo que vivía día a día. El fuego es mi nuevo mejor amigo, ese que me acompaña en cada recaída.
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