RECONOCIENDO EL CAMPO DE BATALLA


Mientras  los lobos seguían en las mazmorras haciendo guardia,  Dracul se paseaba a su gusto por la fortaleza.  Debía conocerla  muy bien antes del ataque, no quería que se le escapara  ninguno de los que debían morir. Recorrió el patio principal, las celdas que había en la superficie, la arboleda, los establos, las bodegas, los graneros.  Y finalmente se fue a  la iglesia.   Salto con gran agilidad al techo y luego se encaramo en la enorme cruz de plata que había en lo alto del templo.  Desde allí observo en todas direcciones.  Por desgracia  no se veían más que unos cuantos faroles encendidos. Estaba por marcharse  cuando oyó voces y risas  provenientes desde el interior de la iglesia.

Brent no recordaba haberse sentido jamás  tan feliz como en esos momentos, Nadia lo había aceptado, y había admitido que estaba enamorada de él desde hace mucho tiempo.  Brent no se cansaba de besarla, estaban  parados frente al altar, abrazados y sintiéndose más felices que nunca antes.  Por fin los dos sabían lo que era ser realmente feliz.  Y muy pronto sabrían lo que era ser libres.

Ambos se marcharon de la iglesia mientras se ponían de acuerdo para verse  en los próximos días  sin que ningún cazador se diera cuenta.  El lobo la beso apasionadamente antes de dejarla irse  hacia la casa Leppala y el marcharse a la villa de los lobos.

Dracul había visto todo, había entrado silenciosamente a la iglesia y se había valido de su invisibilidad para observar a la nueva pareja que se había formado.   No había tenido necesidad de tocar a ninguno de los dos para saber que eran realmente felices.   Había visto el futuro de ellos mientras se despedían,   tendrían una gran vida juntos. 

Solo la muerte los separaría.

El demonio se quedó sentado en la primera fila  mirando a su alrededor, absorbiendo cada detalle del lujoso lugar.   Una vez que las velas se apagaron se puso de pie y volvió a ser visible,  la oscuridad de la noche lo  ocultaba de cualquier cazador que entrara a la iglesia.  Avanzo con paso lento hasta el altar y toco algo temeroso, no sabía si se quemaría o algo malo le pasaría por tocar algo que era santo, todo lo contrario a él.

Nada le sucedió. Siguió tocando las cosas que supuestamente le estaban prohibidas por ser un demonio.  Finalmente  puso toda su atención en el gran crucifijo  y en el hombre clavado a él.  Dudo en tocarlo, pero cuando finalmente lo hizo, descubrió que nada le sucedía.  Había temido a  esos lugares sagrados por nada.  Se encaramo hasta quedar frente a frente con aquel hombre santo que tenía una corona de espinas en la cabeza.  Lo observo  durante mucho rato, también lo tocó,  pero no pudo sentir nada proveniente de él.  No había ninguna emoción, ni buena ni mala, le parecía que solo era un pedazo de madera vacío, al que estúpidamente  se aferraban los seres humanos.  Acaricio su rostro  una vez más y descendió.  Salió de la iglesia  para ir a echar un vistazo a la casa de la gran familia Leppala.  Era el último lugar que debía conocer y donde había algo que debía encontrar para devolver a su lugar de origen.  A su dueña no la había encontrado por más que había buscado.  Incluso en el más allá se había aventurado para dar con ella, a pesar del riesgo que significaba para él  estar en aquellos desgraciados  e inhumanos lugares.  No había rastro de Aryela Leppala. No sabía dónde más buscarla, pero sentía que estaba  viva y cerca.

Una vez en el techo de la gran casa Leppala observo  la impresionante vista que había desde allí.   Pensó en la mejor manera de hacer lo que debía   para que todo resultara bien.  Entro a la casa Leppala a través de la ventana del Ático.  Era el lugar preferido del anciano Markkus. Se  recostó unos instantes en el viejo sofá que había allí y se cubrió con la manta que lo hacía generalmente el anciano.  Miro a su alrededor  y pensaba en que sería lo que le gustaba de aquel lugar al anciano, él no le veía nada interesante.  Le parecía bastante aburrido.

Aparto la manta y se puso de pie, movió su cabeza de un lado a otro, movió sus hombros de adelante hacia atrás,  y  dejo de ser visible en ese momento.  Salió del ático y se dirigió al lugar de la conmoción.  Antes de entrar al cuarto del Anciano Markkus Leppala se quedó oyendo como las monjas más  Nadia, Elena, Luna, Mika, Aryela e incluso los hombres   rezaban el rosario. El anciano Leppala estaba en sus últimas horas de vida, pero Dracul tenía otros planes,  el anciano estaba solo a minutos de su muerte y no sería linda, o en  paz.

Entró al cuarto y avanzo hasta quedar  al pie de la cama.   Elena estaba sentada a su lado sosteniendo  su mano  y Eleazar al otro lado haciendo lo mismo.  El anciano respiraba con dificultad, y murmuraba cosas ininteligibles.  El resto estaba  repartido por la enorme habitación orando en voz tan alta como su llano lo permitía.

Dracul no entendía porque todos ellos lo lloraban y  tenían tanta pena si el moribundo cazador les había causado  pena,  rabia  y amargura y los había arrastrado a una vida que ninguno de ellos quiso jamás.  Ningún miembro de la familia Leppala había sido feliz  nunca.  Habían sido durante toda su vida  tan esclavos  de Markkus como lo  eran los lobos. Pero a diferencia de los lobos, los Leppala  habían tenido la libertad para desahogar su frustración causando dolor a otros.

Dracul uso sus poderes y dio algo de vida al anciano,  quería divertirse un rato antes de  mandárselo de regalo a Lucifer.

El anciano tomo una  bocanada de aire como si  hubiera estado sin el durante mucho tiempo. Sus hijos lo hablaron al mismo tiempo, pensando que había llegado el momento, pero el anciano abrió los ojos y los miró confundido.  Miro a su alrededor y vio que toda su familia estaba allí.  Su mirada repentinamente se posó a los pies de su cama y el anciano palideció inmediatamente.   Markkus miró a sus hijos, sus nietas, las monjas al sacerdote y nadie parecía ver lo mismo que él.

_" ¡No lo ven! Exclamo el anciano

Los presentes miraron en la misma dirección que lo hacia él y no había nada como era de esperarse.

_" ¿Que ves?"  Pregunto Elena

_"Al demonio" contesto el  aterrado anciano

Todos  lo miraron y se miraron entre ellos, volvieron a mirar en la misma dirección pero sin ver nada. Dracul sonrió burlescamente y empezó a quitarse las ropas negras que lo cubrían.  El demonio se sentía cada vez más complacido al ver como la cara del anciano se ponía cada vez más pálida,  no había más que horror en su mirada.

Dracul desplegó sus alas y el anciano encontró su  voz pero solo para llorar y gritar de horror cuando vio aparecer esas enormes y ensangrentadas alas. Inútilmente el anciano intentaba levantarse, salir de allí, huir a donde fuera.  Pero su moribundo estado no se lo permitía.

Elena, Eleazar y los demás trataban de calmarlo  y hacerlo entender que no había nada, que era solo su imaginación, pero el anciano sabía que no era así.   Y se desesperaba cada vez más pues nadie le creía.

Dracul  dio un pequeño salto y cayó a los pies de la cama.  El anciano estaba a punto de sufrir un ataque al corazón.  Dracúl soltó un horrible grito que solo fue oído por Markkus,   el hombre lloraba y pedía que  lo ayudaran, que asesinaran a ese demonio que lo estaba asechando para llevárselo, pero nadie podía hacer nada por él.

Dracul cambio su aspecto y tomo la forma de Sonia, la querida esposa del cazador, y tal vez la única persona a la que el realmente había amado.  

Markkus se quedó sin aliento cuando vio a su hermosa Sonia parada allí frente a él.  Se veía tan hermosa como el recordaba que era.  Sin demora empezó a pedirle perdón por haberla, engañado, traicionado, y ocultado  quien era él realmente.  Le repitió una y otra vez cuanto la había amado y como jamás había dejado de pensar en ella. 

Dracul se sentía cada vez más furioso aunque no sabía porque, le había parecido divertido hacerse pasar por Sonia, pero ahora ya no tanto.  Movió su cabeza de un lado a otro un par de veces y volvió a ser él. El demonio que  asesinaría  al gran Markkus Leppala, el anciano  empezó a llorar y a llamar a Sonia para que volviera y estuviera a su lado, Dracul volvió a sentirse bien al oír la angustia  del anciano.  Avanzó hacia él  causándole gran dolor mientras lo pisaba, el anciano gritaba y trataba de moverse pero no podía. Todos los que estaban a su alrededor estaban aterrados y lloraban  si cesar por  lo que le estaba pasando a Markkus.   Elena estaba de rodillas al  lado de la cama llorando y rezando para que Dios tuviera piedad de su padre y le diera una muerte tranquila.

El sacerdote y las monjas recitaban una oración tras otra y los demás las seguían, pero según veía Dracul, su Dios había decidido hacerse el sordo y dejarlo a su merced. 

El demonio tomo la forma de  La desaparecida Ary y se regocijo al ver el rostro de incredulidad y dolor del cada vez más moribundo hombre cuando vio a su hija.  Se veía tan bella como la última vez que él la vio antes de  marcharse de su hogar y abandonarla  a  su suerte junto con Sonia.   Incluso llevaba el mismo vestido  y en su rostro se veía la inocencia y el amor que sentía por él.  Y que él jamás mereció.

El anciano  levanto sus manos hacia ella, mientras la llamaba mi pequeño rayito de sol, mi pequeña Ary.  Lloraba desconsoladamente y le pedía perdón por todo el mal que le había hecho. 

Una extraña sensación se apoderó de Dracul,   lo que sentía era peor que lo que había sentido cuando había tomado la apariencia de Sonia.  Y con cada cosa que decía el cazador,  era peor el malestar que sentía.   Volvió a su forma demoníaca y desplegó sus alas   para aterrar aún más  al anciano, saltó sobre su pecho sin más demora.  Se arrodillo en su pecho y acerco su rostro hasta el del agonizante anciano que desesperadamente trataba de respirar pero le era imposible con el demonio presionando  con tanta fuerza su pecho.  Dracul tomo el rostro del cazador con ambas manos y rugió de rabia y odio frente al cazador.  En ese instante murió Markkus Leppala,   el reinado del gran cazador  había terminado por fin. 

La familia Leppala lloraba desconsolada. 

El sacerdote hizo la señal de la cruz en la frente  del difunto y  le dijo a los dolientes que él estaba descansando en paz, que ya estaba al lado de Dios, y desde allí los cuidaría.

Dracul  se reía a carcajadas por las ignorantes palabras del sacerdote.  Markkus Leppala no estaba descansando en paz y ciertamente no estaba al lado de su Dios, o en su presencia, o bajo su gracia.  Él cazador estaba en un lugar muy diferente, y para nada agradable y allí estaría el resto de la eternidad.

Después de disfrutar de disfrutar de las ignorantes palabras del religioso y las monjas, Dracul   bajo al primer piso donde estaba el cuadro de Aryela Leppala.  Lo observó durante un buen rato y se preguntó qué sería de ella.  Porque seguía teniendo la certeza  que estaba cerca,  si él sabía que no era así.  Ya la había buscado incansablemente para que le hablara de él y  quien había sido en su vida humana.   Estaba seguro que ella tenía la respuesta a  sus preguntas.  Su memoria iba volvía,  pero jamás  se guardaban en su mente,   Todo lo contrario,  cada vez olvidada más y más.   Tanto así que apenas unos días atrás ni siquiera había recordado  las letras, las vocales, las palabras.  Veía las letras y no las conocía, no tenían ningún sentido para él.  Para su suerte este olvido duró solo unas cuantas horas. A veces olvidaba cosas básicas, como saber usar una cuchara, saber el lugar en el que estaba, en una oportunidad incluso había olvidado cómo caminar.

Tomó el cuadro con mucho cuidado  y le pregunto a la muchacha que había retratada en él,  si no podía solo aparecer frente  a él y  ya.

Suspiro convencido que eso no sucedería jamás y se marchó de la casa Leppala.  Se oían claramente las lamentaciones y el llanto de  la familia de Markkus Leppala. Mientras el sacerdote seguía orando inútilmente.

El lobo que había estado haciendo guardia en la casa Leppala,  había abandonado su puesto para ir a dar aviso a los lobos que estaban en la villa.

Dracul salió de la fortaleza y se internó en el bosque con dirección al pueblo.

Allí empezaría todo.

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