Capítulo cuatro

Vivencias cada 28 días

Byun Baekhyun & Oc

~Juliet~


Capítulo único

El crujido de su espala se une a un gemido casi oculto por los pliegues del cojín en el que ha enterrado las uñas para evitar morderlo como la última vez. Los curiosos ojos viscos de un mono me miran desde el lateral de su taza favorita. El refrescante olor a menta del té se cuela de golpe por cada rincón de la pequeña estancia. No encontré hojas de frambuesa, por otro lado espero la menta ayude en algo.

Las pesadas aspiraciones que toma le hacen tensar la espalda, así que solo me concentro en como la humeante taza empaña el vidrio de la mesita de centro. Dejo junto a ella dos pastillas esperando que eso sea suficiente para calmar su dolor.

—S-si era por la mússica, so-solo teníass que decirme que l-a quitara—apenas toma un poco de aire y lo utiliza para pobremente decir unas palabras sueltas, aun con eso encuentro ese hilillo de ironía con el que lo dice. Me encojo de hombros como un niño regañado y pienso que de verdad no lo hice apropósito.

Era reconfortante no tener que pasar solo por esa quebrante rutina de ir al gimnasio, abundante agua, comidas bajas en grasa y cero pizza. Que me acompañara por este tortuoso camino para conseguir mi propio six pack era reconfortante. Y no es que tuviera poca fuerza de voluntad, pero me gustaba tener sus ojos vigilantes sobre mí.

Tomo como asiento el angosto pasillo libre frente a sillón; acaricio su cabello y siento en la yema de los dedos lo húmedo que esta por el sudor, contiene un jadeo de sorpresa y su espalda se crispa cuando es recorrida por un largo escalofrió.

De soslayo miro su cuerpo molido por la rutina de hoy y creo que exagere con lo de las pesas. Se quedó sin energía después de diez repeticiones con treinta kilos. Paso toda su tortura –como ella lo llama– mirando con anhelo la sección de bicicletas estáticas; esperando que todo fuera una broma y que podía volver a sus ejercicios habituales.

Apenas escucho un Gracias, Baek oculto por los cojines en los que tiene escondida la cara, le regalo una sonrisa cuadrada de las que tanto le gustan: sin embargo ella no puede verla.

Hace solo unas semanas me hubiera arrastrado junto a ella de vuelta al departamento; resintiendo cada escalón con las piernas cargadas de agujetas. Pero creo que después de tres semanas al fin me estoy acostumbrando.

Se estira manoteando, sus uñas no se llenan más que con aire, sus manos pierden la pelea contra la taza de té y mejor trata mantenerlas ocupadas en masajear los maltrechos músculos que tiene al alcance.

Sus manos caen laxos a los lados de su cuerpo, el derecho tiene la mala suerte de estar en la orilla, cae y su hombro se tuerce en un ángulo extraño. Gruñe con molestia y a eso se une el espasmo que la hace tensarse cada vez que un fuerte cólico le aguijonea el vientre.

—Lo siento—sé que no puedo hacer la gran cosa con mis manos así que vuelvo a concentrarme en su cabello y en la piel erizada de su nuca. La miro con ceño fruncido y rostro impotente, porque no sé qué más hacer.

—No es tu culpa que hoy me llegara el periodo—con dificultad levanta su rostro de donde lo oculto y me consuela con unos tiernos ojos caídos por el cansancio, una un par de mejillas rojas, y una sonrisa siendo recorrida por una traviesa lengua que intenta suavizar las grietas de sus labios secos.

...

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