Parte uno

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ASUNTO: El cuadro de la playa

Estimada Ligia Elena,

Espero en verdad que siga utilizando este correo electrónico. Es muy importante para mí que usted lea este mensaje.

Mi nombre es Moisés y tengo quince años. Hace unas semanas fui a visitar a mi abuela para ayudarle a sacar algunos objetos del depósito, con la intención de ponerlos en venta en una tienda de garaje. A mí me pareció buena idea y, mientras limpiábamos, encontré un cuadro suyo.

Es una pintura muy hermosa. Cuando la encontré estaba tirada en un rincón, cubierta por una manta toda sucia. Pasé bastante rato desempolvándola. Cuando estuvo limpia y pude apreciarla en su totalidad tuve la sensación de que acababa de descubrir algo muy importante, algo que estuvo oculto todo el tiempo. Creo que usted es una mente brillante que por desgracia no ha tenido el reconocimiento que merece.

A lo largo de mi vida he visto obras de arte muy bonitas, de esas que te producen fuertes impresiones, pero muy pocas me han parecido tan impactantes como el cuadro de la playa. Es una genialidad. La estuve observando durante bastante tiempo, analizando los trazos, los contornos y la paleta de colores. Cuando lo veo casi puedo sentir la textura de la arena en los dedos de mis pies y la calidez del sol en mis brazos y mi espalda. Pero lo que más me gusta son los dos niños pequeños jugando en la orilla.

Yo no tengo lo que se diría sensibilidad artística, porque no suelo prestarle atención a esas cosas; no me interesan los museos, ni las exposiciones, ni sé casi nada de la historia de arte; apenas me gustan algunas pinturas de Van Gogh y Salvador Dalí, pero es que todo el mundo los conoce o ha oído hablar de ellos. El caso es que su pintura es diferente a cualquier otra experiencia con el arte que haya vivido hasta la fecha, porque siento que de alguna forma ella y yo compartimos algo especial.

Al final logré convencer a la abuela de que no la pusiéramos en venta y la colgamos en la sala de estar. Quedó muy bien, en verdad. Le hace varias preguntas sobre el cuadro pero mi abuela no está muy enterada tampoco. Me dijo que el abuelo se la compró a un hombre en el bulevar hace tiempo y esa es toda la historia. La única pista en mi poder era su firma en la parte de abajo: «Ligia Elena Valladares, 1989».

Y pues, ahí fue cuando decidí abrir la investigación. Busqué su nombre en Google y di con un blog el cual ya hace años que el autor o los autores lo abandonaron. Hay una entrada dedicada a usted. Aparece una breve biografía suya y varios de sus trabajos, pero no está el cuadro de la playa, aunque se puede intuir que es obra suya por el estilo de las demás.

También descubrí que tiene su propia academia de arte para niños en Caracas. O que tenía, no estoy seguro, no encontré mucha información al respecto. Quise ponerme en contacto con el número telefónico de su escuela, pero no funcionó, así que le escribo a este correo. No sé si vaya a recibirlo o siquiera a leerlo, pero de todo corazón espero que sí.

Lo que me impulsó a comunicarme con usted es algo bastante simple: soñé con el cuadro. Soñé que estaba en esa misma playa y que yo era pequeño como los otros dos niños y que los veía de lejos: ella estaba haciendo una voltereta y él construía castillitos de arena. Y junto a mí estaba mi madre, diciéndome algo en voz tan bajita que no podía entenderle, pero me daba igual porque yo pensaba que teníamos todo el tiempo del mundo para compartir secretos y que en ese momento solo importaban las olas, la arena y el sol.

Mi madre lleva alrededor de diez años muerta y el único recuerdo que poseo de ella es de un día que estábamos en la playa. Yo estaba sentado sobre una toalla y mi madre había dejado caer su enorme sombrero rojo sobre sus ojos y cantaba esa canción que dice:

Te esperaré
Sé que me quieres
Y yo seré tu adoración

En mi recuerdo grabado estará
Tu nombre toda la vida
Te esperaré y serás
Mi gran amor

Cielo mío, ¿por qué me dejas llorando?
No te olvides de mi amor
Si tú bien sabes
Que tenerte es mi ambición

Y en un momento ella se acercó tanto a mí que pude sentir su suave aliento en mi rostro. Me besó en las mejillas y en el cuello y me dijo algo que no puedo recordar, pero que debía ser muy gracioso, porque me reí y enterré los pies en la arena y miré al cielo y todo me pareció excesivamente brillante.

Sé que estos detalles pueden no tener mucho sentido, pero para mí sí que lo tienen. A menudo mi papá me habla de mi madre, de lo mucho que me quería, de todo lo que hacía por mí, de cómo me enseñaba a cantar y todo eso, pero de no ser por ese recuerdo creo que la vería más como la princesa de un cuento, como algo fabuloso que no forma parte de la realidad de tu vida. En cambio, gracias a ese día en la playa, tengo constancia de que mi madre fue alguien real y que tenía una voz preciosa y me decía cosas tan graciosas que me hacían soltar carcajadas.

Pero creo que me estoy extendiendo demasiado y que a usted no le importa todo esto. Lo que quería preguntarle era qué la incentivó a pintar ese cuadro. Si tiene algún significado o si no tiene ninguno en específico. Tampoco estaría mal ni voy a sentirme decepcionado por ello. No todo puede ser profundo; hay cosas que son más simples de lo que esperamos y eso está bien. Solo quiero saber por qué lo pintó, porque me siento íntimamente conectado con él. Sé que suena tonto, pero es así.

Lamento muchísimo importunarla solo para decirle esta tontería, que probablemente ni siquiera le interese, ya que somos dos perfectos desconocidos, pero es que siento que no puedo compartir esto con alguien más porque nadie va a entenderlo tan bien como siento que usted lo hará. No lo sé... A lo mejor solo me estoy equivocando.

De todos modos, muchísimas gracias por pintar el cuadro.

Su despide, su nuevo fan, Moisés Palma.

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