2: ...que interrumpen tu sueño...
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Días después del primer incidente, los ruidos se repitieron. Revisé por toda la casa buscando qué podría provocarlos, pero nada. Llegué a pensar que quizás tendría ratas en la casa y llamé a un fumigador. En su presencia no se presentó ningún ruido, ni siquiera pruebas de alguna plaga. En mi rostro se evidenciaba cuánto me afectaba esta situación, y la falta de sueño influía en mi desempeño laboral. Parecía una muerta en vida.
Un día, trabajando en la casa de un viejo amigo de mi familia, rompí algunos adornos y el hombre no tardó en notar que algo andaba mal conmigo. ¡Fue un horror, nunca en la vida rompí nada ajeno, mis clientes estaban más que satisfechos con mi desempeño; siempre fui impecable! El hombre me preguntó qué me pasaba y yo no pude responder. Insistió tanto que tuve que decirle que me iba mal en la universidad, no quería que alertara a mis viejos. Pero lo que dijo a continuación fue peor, me hizo sentir inútil:
—Alessandra, ¿estás segura de lo que estás haciendo? Tus papás estarían felices de que volvieras. No tenés la necesidad de trabajar. Te lo digo porque te conozco desde piba y creo que tengo el derecho de opinar.
¿Derecho de opinar?, ¡claro que no! No le contesté nada por educación. Él no dejó de preguntar lo mismo durante días y no tardó mucho en ir con el chisme a mi familia; y ellos enviaron emisarios neutrales para tantear el terreno.
Mi hermano vino un día a visitarme con mis sobrinos. Me convenció que estaba realmente preocupado, así que le conté lo que me atormentaba. Él insistió en ver el espejo roto, así que lo llevé hasta mi habitación y ambos nos llevamos una gran sorpresa al ver que el espejo estaba sano y colgado, sin un rasguño. Yo no podía creer lo que veía, no me había atrevido a colgar el espejo otra vez por miedo a que se repitiera el episodio.
Mis sobrinos entraron en ese momento y nos interrumpieron, salvándome de mi vergüenza.
—Tía, ¿dónde están los muñecos que nos prometiste?
—¿Qué muñecos? —preguntó mi hermano, dejando de lado mi papelón.
—Eh... una señora me dio los juguetes viejos de sus hijos cuando fui a limpiar. Los tengo en el ropero. ¿Me ayudan a buscarlos? —les ofrecí a mis sobrinos lo más simpática que me salió para olvidarme del mal trago.
Pero, como la mala suerte no me abandona ni un solo segundo, otra gran sorpresa nos esperaba al abrir la caja de juguetes. ¡Estaban todos rotos! En la caja había peluches decapitados y muñecos de acción descuartizados. Era imposible, estaban en perfecto estado cuando los traje a casa.
—¡Están muertos! —gritó impresionada mi sobrina de cinco años.
Mis sobrinos quedaron horrorizados, y mi hermano se enojó tanto conmigo por comportarme como una desquiciada, que ya no quiere hablarme. Yo sigo sin poder explicarme cómo se rompieron solos en aquella caja.
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