30. Beso de amor verdadero
Siempre creí que los únicos besos que venían acompañados de lágrimas eran los de despedida, pero estaba equivocada.
¿Alguna vez tuviste un día tan largo, tan terrible, que lo único que deseabas era llegar a casa para echarte a llorar? Siento eso cuando me besa, como si el peso de un mundo fuera retirado de mis hombros y ya no tuviera que sostenerme sobre mis propias piernas porque hay alguien dispuesto a atraparme.
Nadie debe contenerse. Puede decirme que me quiere a través de la necesitada forma en que ahueca mis mejillas para destruir el espacio; puedo corresponderle al envolver sus muñecas con las manos ansiosas de quien no desea soltarte. Sus labios son la caricia del sol sobre los míos. El frío del tiempo que estuvimos separados desaloja mi cuerpo y nos convierte en un eclipse invertido: la oscuridad da lugar a la calidez de la luz a pesar de que seguimos sentados en el borde de la piscina, con la luna delineando nuestros reflejos en el agua.
Intentamos recobrar el aliento y lo miro con ojos llorosos porque me llevó mucho tiempo llegar aquí, pero al fin me siento en casa. Este hombre es el alivio después del llanto y el abrazo que dibujó tu imaginación durante ese día terrible para que no te rindieras.
Es la bienvenida que te da el amor, y ¿quién no lloraría al encontrarlo?
—¿Estás bien, Ariel? —Sus pulgares son un vaivén preocupado en mi piel.
Se me escapa una risa.
—¿Me creerías si te dijera que nunca he estado mejor?
Sus labios se crispan en una sonrisa ladeada y limpia la solitaria lágrima que rueda por mi mejilla.
—Entonces, demuéstramelo.
No tiene que repetirlo dos veces. Lanzo mis brazos alrededor de su cuello y debe sostenerme por la cintura cuando casi lo hago perder el equilibrio. Su lengua entreabre mis labios y encuentra la mía, lista para él. Cada centímetro de mi cuerpo empieza a hormiguear. Nunca nada se sintió tan bien como Meyer besándome.
Ahogo un gemido contra su boca cuando sin esfuerzo me levanta y me acomoda sobre su regazo. Me aferro a sus hombros cubiertos por esta delgada camisa blanca arremangada hasta los codos y con cuello en V que se aferra a su pecho de una forma que me hace desear estar en un lugar más privado.
—No puedo creer que te disfrazaste de Eric.
Le aparto el pequeño rizo que le cae sobre la frente y mis ojos bajan hasta el cinturón rojo. Me gustaría pedirle que se ponga de pie y desfile para mí solo porque creo que el pantalón se ajusta perfectamente a su retaguardia y a sus muslos, pero eso significaría dejar de sentir lo excitado que lo dejó el beso.
Debe estar pensando lo mismo que yo porque me mira con ojos traviesos.
—A decir verdad, no me disfracé.
—¿Tu ego es tan grande como para decir que realmente eres un príncipe?
—No, pero mi certificado de nacimiento puede asegurarte que me llamo Eric. —Mete una trencita detrás de mi oreja.
Mi confusión debe resultarle divertida porque trata de disimular su risa, pero el aire le sale por la nariz.
Es dolorosamente adorable. Dios, quiero darle un mordisco.
—¿En serio te llamas Eric?
Asiente. Las yemas de sus dedos trazan patrones invisibles sobre mi espalda desnuda y se me eriza la piel.
—Y si buscas el significado en internet te saldrá «príncipe eterno», así que podría decirse que realmente soy el príncipe Eric.
―Wow, no puedo creer que el concepto de la realeza haya caído tan bajo.
Chillo cuando toma mis manos y me empuja hacia atrás. Mi columna se arquea y las puntas de mi cabello rozan el agua.
―Pídeme perdón a menos que quieras que te regrese a tu hábitat natural.
―¡Lo siento, lo siento, estaba bromeando! ―Intento impulsarme hacia adelante―. Tengo tinte temporal en el cabello, si me lanzas a la piscina parecerá una película de terror.
Tira de mí hasta que su rostro queda a centímetros del mío. Mi pecho sube y baja agitado cuando me señala con el índice en una advertencia.
―Entonces pórtate bien ―susurra.
―Y si no, ¿qué?
―Lo sabrás cuando estemos solos.
Paso los dedos a través de su cabello, hasta que mis uñas arañan suavemente su nuca y su nariz roza la mía. La forma en que me mira me hace sentir la chica más deseada del mundo.
―Me gustaría estarlo, ¿quieres que nos larguemos de aquí?
Enarca una ceja, pero sin decir nada alcanza mis sandalias y empieza a ponérmelas.
Me muerdo el interior de la mejilla mientras lucha contra la hebilla. Odio que mi cerebro no sea capaz de sacar una screenshot de lo que ven mis ojos, así que rezo para guardar este recuerdo y que venga a mi mente todos los días.
Por mucho que me atraiga la idea de darle una cucharada de su propia medicina al empujarlo, me pongo de pie y le ofrezco mi mano. Hace equilibrio mientras se pone las botas. Ver al capitán salir de la piscina con el traje de príncipe pegado al cuerpo es tentador, pero las ganas de quitarle yo misma la ropa es más fuerte.
Entonces, al fin me percato de lo que esta noche podría pasar. La fantasía podría hacerse realidad... Existe una alta posibilidad de que tenga sexo con Meyer.
¿Qué haría Jesús?
―Vamos por tu carruaje. ―Entrelaza nuestros dedos, pero entierro mis talones en el césped para no avanzar.
―¿Puedes ir a buscarlo solo? ―Me acomodo el cabello a un lado―. Tengo que hacer algo antes.
Frunce el ceño.
―No huirás a medianoche, ¿verdad?
―Soy la Sirenita, no la Cenicienta.
No parece convencido, pero le toma un par de segundos inhalar hondo y asentir. No me pregunta qué haré o si volveré, y mi corazón se encoge por el voto de confianza. Me toma por las mejillas y deposita un dulce beso en mi frente.
―Te espero al frente de la casa.
Junto las manos detrás de la espalda mientras se marcha. Me hubiera gustado haberle dicho que le correspondía antes, pero no podía hacerlo sin arreglar ―dentro de lo que se podía― mi relación con Teo.
Incluso si mi corazón estaba con otra persona, que Teodoro haya sido el primer chico con el que pude dormir significó mucho para mí porque fue la prueba de que podía superar mis miedos siempre que estuviera con alguien que me quisiera. No fue hasta que desperté con él en la cama que me sentí lista para enfrentar la siguiente cosa que más me atemorizaba: darle una oportunidad de verdad a Meyer. Pero luego nos pidió a Brie y a mí que lo ayudáramos a sacar algunas cosas del departamento después del juego de voleibol, y mientras el tiempo pasaba más me cuestionaba si sería capaz de sobreponerme. Entonces el equipo de voleibol se fue a Owercity y entré en una crisis de indecisión.
Dicen que cuando la persona correcta aparece frente a ti lo sabes, pero nadie habla de que incluso si estás seguro sobre ella, quizás estás inseguro de ti mismo. A veces el único obstáculo que queda eres tú, pero es el más difícil de superar.
Por eso saco del bolsillo de la falda mi teléfono y vuelvo a sentarme al borde de la piscina con las piernas cruzadas como un indio. El timbre suena una y otra vez, y le doy un sorbo a la lata de refresco de cereza que dejó Meyer. ¿Desde cuándo diablos toma refresco de cere…?
―¿Hola? ―atiende una voz somnolienta.
―Hola, Jesús ―saludo―. Soy Virgi. Virginity. Lamento la hora.
En mi defensa, el primer día que entré a su consultorio me dijo que podía llamarlo a cualquier hora. Aunque fui su paciente durante años, nunca lo hice. No quería molestarlo, así que cuando la tristeza del pasado alcanzaba el presente o no sabía qué decisión tomar, me preguntaba «¿Qué haría Jesús? ¿Qué diría? ¿Me perdonaría?». Todavía lo hago.
―Si lo lamentas, quizás deberías decirme qué ocurre para que pueda regresar a dormir más rápido. ―Oigo la sonrisa en su voz y el sonido de los cristales de sus lentes cuando los recoge de la mesa de noche―. Me alegra oír de ti.
Jesús Enrique Ortega guarda silencio de la misma forma en que lo hacía en nuestras sesiones. La música de la fiesta llega rezagada a mis oídos mientras pienso qué decir.
―¿Qué harías si te dijera que al fin conocí a alguien?
―Me pondría muy feliz por ti.
―¿Y qué me preguntarías?
―Si tú también estás feliz.
La respuesta es sí, pero no puedo terminar de estar contenta.
―Creo que tengo miedo. ―Juego con una de mis trencitas y observo el suave movimiento del agua cuando sopla la brisa.
―Esa es la otra cara del amor. Está bien tenerlo.
―¿Y cómo hago para enfocarme en el amor que encontré y no en el miedo de perderlo?
―¿Tienes miedo de perder algo que recién encontraste? Debe ser una persona muy especial.
―Lo es. Me… me hace sentir segura.
Guarda silencio otra vez, pero es del tipo que contiene emoción. Sé que está orgulloso de mí y le encantaría sacudirme a través del teléfono, pero tiene que actuar como un profesional, por lo que se aclara la garganta:
―¿Recuerdas lo que solíamos trabajar en nuestras sesiones?
Ya habían pasado semanas desde lo que ocurrió en el campamento de la iglesia cuando al fin pude soltárselo. «Yo no quería que me pasara esto. No lo busqué», lloraba.
«Y es horrible, pero te encontró», respondía con suavidad. «Debemos aceptar que sucedió para trabajar en ello, Virgi».
―Hablábamos sobre aceptar que a veces nos pasan cosas que no merecemos.
―Bueno, otras veces sucede al revés: nos pasan cosas que sí merecemos. Seguridad, amor, salir de la sombra del pasado y disfrutar bajo el sol del presente… Es probable que la vida vuelva a ensombrecerse en el futuro, pero si lo único que haces es vivir preocupada por evitar las sombras, jamás podrás disfrutar de un día soleado.
Los músculos de mi cuerpo se relajan y la ansiedad es reemplazada por el tipo de nervios que se sienten más como mariposas que como un nudo en la boca del estómago.
―¿Sabes? No buscaba nada.
―Pero lo encontraste.
«Yo no quería que me pase esto. No lo busqué».
«Pero te encontró. ¿Lo aceptarás y agradecerás o lo alejarás?».
Supongo que toda princesa merece su cuento de hadas.
—Gracias. Necesitaba ese empujoncito.
—Ve a disfrutarlo y recuerda que Jesús preferentemente espera que le hablen de sus problemas en horario laboral.
Cuelgo, pero me quedo observando el móvil el tiempo suficiente para recibir un mensaje de Meyer.
Estoy en la entrada, ¿te llevo de regreso al mar?
Empiezo a teclear una respuesta, aunque no llego a enviarla porque Li Shan, de Mulán, pasa corriendo a toda velocidad a mi lado con las manos ahuecadas.
—¡A un lado, Virginia!
Paco se lanza de cabeza a la piscina al tiempo que Brie se detiene agitada a mi lado:
—Alguien tiró por accidente la pecera donde Paco tenía a su mascota. Esta es su forma de hacerle RCP.
—¡Y funcionó! —grita el chico de las revistas al emerger a la superficie, moviendo los brazos para mantenerse a flote—. ¿Verdad que lo hizo, señor…? —Mira el agua—. ¡¿Dónde está?!
Brie y yo intercambiamos una mirada. Dudo que el pez haya ido muy lejos, pero de todas formas toma mi mano y corremos hasta zambullirnos para buscarlo y ahogar nuestra risa.
Ojalá no lo hayamos aplastado.
Cuando salimos por una bocanada de aire, el resto del equipo de voleibol está corriendo en nuestra dirección. Gustave se arrodilla junto a la piscina con una jarra de agua y recoge al pez mientras Kadri y Ranjit ayudan a Paco a salir. Karma lo envuelve con una… ¿alfombra? ¿La mágica de Aladdín?
—Ese… —Brie rodea mis hombros y se inclina para hablar en mi oído—. Fue un maldito gran primer beso. Te esperaré con un kebab para que me cuentes los detalles.
El rubor me sube por las mejillas antes de alzar la vista: aunque Paco está centrado en su pez, Karma me guiña un ojo, Gustave se rasca la nuca con incomodidad al apartar la vista y Ranjit toma a Kadri de la cintura, levanta su pierna y empieza a darle besos por el rostro en una clara burla.
Con razón estaban todos listos para rescatar al pez. Estuvieron viéndonos por las ventanas como unos chismosos.
Abro la puerta del coche y extiendo una toalla prestada en el asiento del copiloto. Meyer, con un codo apoyado en la ventanilla baja y una mano en el volante, frunce el ceño.
—¿Por qué estás mojada?
—Es lo que sucede cuando estoy cerca de ti.
Su ceja se arquea y me muerdo el interior de la mejilla para no reír. Subo y al instante en que nos ponemos en marcha su mano busca mi contacto: la palma grande y callosa se posa en la abertura de la falda y me pone la piel del muslo de gallina.
Las personas creen que amar es algo que debe consumirte, pero pasar del fuego a las cenizas suena como lo opuesto a una historia de amor y son pocos aquellos amores que resurgen de los despojos. Lograr que una fogata atraviese la noche y dure hasta el día siguiente requiere esfuerzo: talar los árboles, cortarlos, cargar los troncos cuesta arriba… Una y otra vez, turnándose. Todo para mantener a quien quieres abrigado; para que tú mismo sientas lo que es la calidez de dar y recibir. Ahora que conozco lo que se siente pienso que no hay nada que pueda hacerme más feliz que esforzarme con él. Quiero darlo todo, cada día, porque sé que él también lo hará.
Cuando se detiene en un semáforo cubro su mano con la mía.
—Me preguntaste si estaba enamorada y no respondí, pero sabía la respuesta mucho antes de que hicieras la pregunta.
Sus ojos son un par de faroles que guían las palabras fuera de mi boca.
—Eres tan listo que a veces me siento tonta, tan divertido que a tu lado cualquiera es aburrido, tan amable que el resto de las personas parecen crueles, tan compasivo que me haces pensar que nunca me trataron bien, aunque sé que no es verdad. Porque el mundo está lleno de personas listas, graciosas, amables y compasivas, pero nunca conocí a alguien como tú.
Jesús debería estar malditamente orgulloso de que haya podido verbalizar ese párrafo.
El semáforo pasa del rojo al verde y Meyer luce como si hubiera visto un fantasma o lo hubieran apuñalado por la espalda. Sorprendido, toma con ambas manos el volante y arranca el auto lentamente.
Me giro en mi asiento para enfrentarlo:
—Nuestro idioma tiene más de noventa mil palabras y las necesitaría todas para describir lo que me haces sentir o lo extraordinario que creo que eres. Y supe… supe que estaba enamorada de ti el día que lavaste y cepillaste mi cabello justo como te conté que hacía mi madre para calmar mis ataques de pánico cuando era pequeña. Me hiciste sentir en casa. Desde ese día mi corazón ya era tuyo, Meyer.
Mis músculos están tensos. Trago el nudo de nerviosismo que se formó en mi garganta cuando no responde. En su lugar, acelera. Ahogo un gemido al acomodarme otra vez en mi asiento y ver cómo el número del indicador de velocidad en el tablero asciende en segundos. No sobrepasa el límite, pero me aferro a mi cinturón mientras me pregunto qué sucede.
¿Se enojó?
Frene el coche de golpe frente a su edificio. A pesar de que está mal estacionado, sale del auto con un portazo y lo veo rodear el vehículo a través del parabrisas. Me desabrocho el cinturón totalmente desorientada, hasta que abre la puerta y se inclina sobre mí: una de sus manos sobre el tablero, la otra sobre el reposacabezas.
Clava sus ojos en mí.
—No puedes soltar algo así mientras estoy conduciendo, Virginity. No vuelvas a hacerlo. —Mira sobre su hombro y lanza una maldición entre dientes antes de volver a usar su tono autoritario—: Si mis brazos no están desocupadas para abrazarte, mis ojos no están cien por ciento enfocados en ti y mi boca no está sobre la tuya no quiero que digas ni un puta palabra. Mereces toda mi atención, ¿entendido?
Estoy asintiendo, todavía al borde de la taquicardia, cuando enreda sus manos en mi cabello y me besa con fuerza, como si quisiera dejar claro que no bromea. Su boca reclama la mía cada vez con más urgencia.
—Buena chica —susurra a centímetros de mis labios, antes de echarse hacia atrás.
Sostiene la puerta como un caballero y me tiende una mano. Pasa de ser salvaje al hombre controlado de siempre. Mis rodillas se sienten débiles sobre la acera y se da cuenta del efecto que tuvo sobre mí porque sus comisuras se crispan en una sonrisa ladeada.
Le doy un manotazo mientras cierra la puerta y me empuja suavemente contra ella. Mis brazos encuentran el camino alrededor de sus hombros y sus manos recorren mi cintura mientras nos balanceamos un poco.
—Eso fue dulce, caliente y me dieron ganas de darte un puñetazo a la vez.
—Prácticamente resumiste nuestra relación entera en una oración. —Se encoge de hombros.
Echo a reír.
—¿Qué te parece si me das las llaves del departamento y subo mientras estacionas bien el coche? Dudo esté bien visto que multen al hijo de la rectora.
Saca las llaves y las hace tintinear frente a mi nariz.
—Gánatelas.
Se las arrebato de un manotazo antes de que pueda reaccionar. Quizás él tiene buenos reflejos gracias al voleibol, pero yo también los tengo: estudio informática, estoy entrenada para cerrar pestañas con posibles virus apenas aparecen. Empecé cuando era adolescente y veía películas piratas en internet.
Le doy un pico antes de dirigirme al edificio, no sin antes echar una mirada sobre mi hombro para verlo comiéndome —o adorándome— con la mirada.
No puedo quitar la sonrisa de mi rostro mientras recojo mi falda y subo las escaleras. Tengo mariposas en cada parte del cuerpo, revoloteando y chocando las unas contra las otras como si estuvieran alcoholizadas. Temo que la emoción que me hace subir corriendo los últimos peldaños representen una expectativa que terminará por decepcionarme, pero como he aprendido que no está bien vivir en las nubes porque la caída puede ser dura, también aprendí que si uno no es capaz de dejar la tierra para saltar de alegría no tiene sentido estar vivo.
Así que salto en un pie para quitarme una sandalia mientras cruzo la sala de estar y lanzo la otra a un rincón de su habitación. Me despojo de mis aretes y los dejo en la mesa de luz para hallar el cajón entreabierto. Mi corazón se encoge al ver que asoman todas las notas que le escribí.
En el baño cierro la puerta que da a la antigua habitación de Teo antes de captar mi reflejo. La Virgi que hace meses se vio por primera vez en este espejo no podría haber imaginado todo lo que sucedería. No tendría idea de lo mucho que crecería y, sobre todo, no creería que acabó enamorada de Eric Meyer, capitán del equipo de voleibol y sujeto calificado sexualmente con cinco estrellas por todos los estudiantes de la universidad (que casualmente le pertenece).
—Este es mi baño, ¿acaso no sabes tocar la puerta?
Me recuesto contra la puerta para mirarlo. Saca con pereza la camisa dentro de sus pantalones mientras se acerca. Se detiene a un paso de distancia, levanta el mentón y me mira… No, no me mira, me retracto: clava en mí un par de ojos celestes que destacan en un rostro bronceado y lleno de pecas, enmarcado por las suaves ondulaciones de su cabello negro y el pequeño rizo que le cae sobre la frente. Su mandíbula cuadrada, su nariz recta e incluso el arco de sus cejas tienen bordes afilados, como si hubieran sido trazados con cuchillas. La dureza de esos rasgos contrasta con el cariño y el deseo con el que me observa.
Estoy por decirle que lo quiero —en realidad, que lo amo— cuando noto que tiene una mano abierta a la altura de mi ombligo.
—El jabón —ordena.
—¿Disculpa?
Mi brasier es muy parecido a los jabones con forma de caracolas con los que intenté cubrirme el pecho la primera vez. Meyer apoya una mano sobre la puerta y estremece cada pulgada de mi piel al inclinarse hacia mi oreja.
—El jabón —repite la orden en un susurro.
Le sostengo la mirada.
—Oh, vamos… —Llevo las manos a mi espalda y desprendo el sujetador—. Ningún varón se lava las manos.
La prenda cae y sus labios se tuercen en una sonrisa pequeña cuando echa un vistazo.
—Deja de asumir cosas sobre mis hábitos higiénicos y ven aquí. —Me atrae hacia su cuerpo—. Te daré tu beso de amor verdadero.
Apoyo las manos sobre su pecho.
—¿Solo eso?
—¿Quieres más?
—Quiero todo si es contigo.
¡Hola, pequeño virgencitos! 💞 Cada cuatro años es 29 de febrero, así que me pareció una buena fecha para publicar el último capítulo, porque es así de especial. ❤️🩹
Al fin un beso y la revelación del nombre de Meyer (que desde el primer cap estaba la pista 🤣). La verdad es que fueron los lectores más pacientes del mundo. Creí que me iban a 🔪
1. ¿Hay algo a lo que le tenías miedo y pudiste superar o estás en proceso de hacerlo? ¿Qué cosa? ¿Sabes que estoy muy orgullosa de vos? 🥺
2. Parte o frase favorita del cap 👀
3. ¿Creen en los cuentos de hadas? ¿Cuál era su princesa favorita de Disney de pequeños? Creo que queda claro que la mía era Ariel... Así que mi niña interna está feliz con la novela. 🐚🤍
¡NOS VEMOS EN EL EPÍLOGO!
Pista: 🌶️🌶️🌶️🌶️🌶️
(Porque toda espera tiene su recompensa 🫣)
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
Hoy no hay foto cochina, pero les dejo esta:
Les mentí:
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