29. Una princesa por $5,99

―¿Esa no es…? ―pregunta Kadri.

Desde el auto observamos la pared del callejón que hay en el estacionamiento del hospital. Con la cantidad de veces que vi a Gustave apoyarse en ella memoricé el patrón de los ladrillos, resquebrajados y descoloridos. Hay un hilo de cigarrillos en el piso, apagados a medio consumir con la pisada que anunciaba que se desconectaría de nuestras videollamadas grupales.

―Sí, es la pared.

Apago el motor del coche y se lleva consigo todo el ruido. Luego del juego estábamos de camino a Virburgers cuando le mandé un mensaje a Gus. Su respuesta fue enviar esta ubicación.

Me remuevo incómodo por los recuerdos que me despierta estar cerca de un hospital. Echo un vistazo por el espejo retrovisor a Paco, para ver si se encuentra bien. Apenas mira por la ventanilla antes de volver a leer la revista que tiene abierta sobre el regazo. Ranjit apoya la cabeza en su hombro, pero sus pupilas no se mueven para seguir la lectura y su rodilla rebota nerviosa contra la parte trasera del asiento del copiloto. Kadri tamborilea los dedos contra sus labios con los ojos fijos en el edificio.

El éxtasis de la victoria desciende con rapidez mientras sujeto el volante con fuerza a pesar de que el vehículo está apagado, como si inconscientemente estuviera listo para huir de aquí. Cuento en mi mente la cantidad de veces que intercambiamos miradas con Kadri en el momento que Gus anunciaba que desaparecía. Repaso las interrogantes que siempre le hacíamos y sé que la respuesta está dentro del hospital.

Cuando era niño y regresaba con mis padres de las galas benéficas oía a mi madre quejarse sobre alguna dama o caballero al que le sobraba dinero pero le faltaban muchas otras cosas:

«Necesita terapia», decía.

«No puedes ayudar a alguien que no quiere ser ayudado», le repetía papá en cada ocasión.

Creo que con nuestra gente más cercana ocurre lo mismo. Puedes preguntar y esperar el tiempo que sea, pero si la persona no está dispuesta a abrirse contigo debes hacer las paces con su decisión. Pienso en eso cuando la culpa por no haber hecho más me revuelve el estómago. ¿Cómo voy a estar para alguien si no dice que me necesita? Si lo único que hace es alejarme…

Insistir tiene un límite. Está en las personas aceptar la ayuda que ofrecemos.

Gustave sale por la puerta principal y Kadri se baja del auto antes de meterse otra vez atrás, con Ranjit y Paco ―respetamos los rangos, somos una familia donde cada miembro tiene designada una silla―. Gus se aproxima hacia nosotros con las manos en los bolsillos de la sudadera que se puso sobre el uniforme. Abre la puerta del copiloto y se deja caer en el asiento con un portazo suave.

El auto y su silencio sepulcral es combustible. El mínimo ruido podría encender una chispa que nos haga estallar en pedazos. Esperamos que diga algo y lo nota. Quizás es la primera vez que veo a este chico incómodo, pero le resta importancia al apoyar el codo sobre el marco de la ventana.

―¿Ganamos?

Me relamo los labios y asiento.

Volvemos a esperar. No estoy dispuesto a poner el coche en marcha hasta que nos de algo, por más pequeña que sea: información, una emoción, cualquiera cosa.

Asiente de regreso y fija la vista en la pared de ladrillos frente a nosotros.

―¿Arrancarás el au…?

Es interrumpido cuando una revista enrollada asoma desde el hueco entre los asientos. Mi hermano la agita hasta que Gus la toma.

―No tengo monedas encima para comprártela, amigo ―le responde.

―Es un regalo de cinco dólares con noventa y nueve centavos. ―Paco aprieta la punta de su dedo contra la ventanilla, contemplando el hospital―. ¿Sabes cuántas revistas hay en una sala de espera? Muchas. Un día mamá me trajo aquí y me pidió que la esperara, así que tomé una. ―Golpea el vidrio―. O dos o tres o cuatro. ―Sigue dando golpecitos―. En la página que abrí había una foto de una ola de cangrejos rojos que invadía las calles de Australia. A mi papá le gustaban los cangrejos, así que se la compré a la enfermera por cinco dólares con noventa y nueve centavos, aunque ella insistió en regalármela.

Es como si me atravesaran el corazón con un cuchillo e intentaran coserlo inmediatamente después.

―Ahora lo llevo a él a todas partes conmigo ―añade―, aunque esté lejos.

Todavía recuerdo atravesar las puertas para hallar a mi hermanito concentrado en un artículo de National Geographic. Balanceaba los pies sin saber que le diríamos que nunca más vería de nuevo a papá.

Quito la mirada del espejo retrovisor, donde Paco ya regresó su atención a su propia revista. Al ver a Gustave lo primero que noto es el ligero temblor en sus manos. El témpano de hielo comienza a descongelarse con los últimos rayos de sol que sobrecalientan el parabrisas. Traga con dificultad y Ranjit descansa la mejilla contra su asiento, observándolo como un cachorro.

―No pasó nada malo. ―Se las arregla para decir―. No todavía, al me….

Su peor pesadilla se hace realidad: una lágrima rueda por su mejilla. De inmediato tomo su antebrazo y tiro de él hacia mi asiento. No tiene escapatoria de este abrazo y por un segundo estoy seguro de que tomará mi cabeza y la estrellará contra el volante, pero solo suspira exhausto y me permite contenerlo mientras Kadri le da unas palmaditas en la espalda.

―De acuerdo, suficiente contacto físico por lo que resta del año, capitán. ―Se aleja sorbiendo la nariz, con las mejillas sonrojadas―. Mi… mi padre está internado hace tiempo. Tuvo una operación complicada y lo han estado monitoreando desde entonces. Lo de hoy fue solo un susto. Está mejorando.

Despierta muchos sentimientos agridulces oírlo. Desearía que me lo hubiera dicho antes, y por la forma en que me sostiene la mirada sé que él también. Lo más probable es que haya guardado silencio para no reabrirme una herida que he estado meses intentando que cicatrice.

Podría decirle que conozco lo que es estar en sus zapatos, e incluso un poco más dado que tuve un funeral al que asistir. Quiero decirle que lo entiendo, que no está solo, que la vida a veces es una porquería y no nos queda más que aceptarlo. Sin embargo, siempre tuvimos esta extraña forma de decirnos todo sin decir mucho. La amistad en muchas ocasiones se comunica más a través de los silencios que de las palabras.

―Me alegra oír que mejora, G ―susurro.

Kadri le revuelve el cabello, cariñoso:

―Pero no seas idiota. Debes contarnos esta clase de cosas, ¿sabes la cantidad de noches que podría haber traído la play para hacerte compañía?

Gus alisa la revista en su regazo y asiente con un mueca que se parece mucho a una sonrisa. El rastro de la lágrima en su mejilla casi desapareció y, con la sencillez que a veces conlleva una charla de hombres, giro la llave para sacarnos aquí. Ya tuvo suficiente por un día. Dejar el partido, el susto por su padre, ser vulnerable, ser abrazado… Me sorprende que no se haya desmayado.

―¡Lo bueno es que ahora tenemos tres cosas para celebrar! ―Medio cuerpo de Ranjit aparece entre los asientos y espero que no se tire un gas porque su trasero está apuntando a mi hermano―. Haber ganado el juego y que el señor Lemaire esté rodeado de enfermeras hot de todas las edades.

―¿Y la tercer cosa? ―pregunto al reacomodar el espejo retrovisor.

Le guiño un ojo a Paco cuando cruzamos miradas. Nuestro padre estaría muy orgulloso por lo intuitivo y empático que es.

―Hay descuento en Virburgers hoy.

Lo siguiente que sé es que estamos de camino por esas hamburguesas, debatiendo por qué una simple con bacon es mejor que un triple con queso.

Dos días después...

Cuando regreso de Owercity luego de una victoria con el equipo, la puerta de la habitación de Teodoro está entreabierta. La empujo para hallar el cuarto vacío. Además de la cama y la cómoda que ya estaban aquí antes de que se mudara, solo hay un par de cajas apiladas.

El colchón se hunde bajo mi peso y apoyo los codos sobre las rodillas, con el móvil entre las manos. Desde la pared, un póster de Nelson Mandela que ha sido vandalizado me vigila.

Abro el chat de Teo como lo he estado haciendo desde la última vez que lo vi. Escribo y borro al instante. Quiero respetar su espacio, pero a veces tengo el impulso de escribirle. Debo repetirme que nada de lo que diga servirá para hacerlo sentir mejor.

Cuando te enamoras ―intensa, plena y a veces obsesivamente―, no sabes cómo respirarás si la otra persona se marcha. Y si sucede, el tiempo no curará tu corazón roto, pero le recordará que puede latir sin la necesidad de esa persona.

Creo que todos los amores, grandes y pequeños, dejan cicatriz. Tener cualquiera implica que un día te lastimaste: quizás al caer de la bici esa tarde que tu papá, paciente y cariñoso, te enseñó a andar; quizás en un accidente que desearías no recordar. Sin importar su origen, todas se vuelven parte de nuestro cuerpo e historia.

Algunas cicatrices valen la pena porque son el perfecto ejemplo de que el dolor es la consecuencia humana de ser capaces de sentir felicidad.

Espero que Virgi sea el tipo de cicatriz que Teo pueda acariciar con una nostalgia dulce en el futuro, porque sé que de ese tipo sería para mí si esta noche no aparece en la fiesta.

Me deslizo hasta la última conversación con la chica pez. Las ganas que tengo de verla me obligan a levantarme de la cama y empezar a alistarme.

Una hora después le echo un vistazo a mi reloj mientras espero en la vereda de la fraternidad donde organizaron la fiesta. A través de las ventanas se vislumbran luces multicolores y los universitarios corretean por el césped para entrar. Cada vez que abren la puerta la música se escapa tan rápido como vuelve a ser encerrada con un portazo.

―¡Ahí está mi príncipe azul!

Volteo y al instante el aire escapa de mi cuerpo cuando Ranjit se me abalanza a los brazos.

―¿Qué diablos? ―espeto inspeccionando su vestido amarillo, su larga peluca castaña y el libro que tiene en la mano―. Te dije que nos disfrazaríamos de príncipes.

―Entendió princesas ―explica Gustave―. Creo seriamente que la marihuana le afectó el canal auditivo.

Aferrado a mi cuello, Ranjit aletea sus falsas y mal pegadas pestañas con un «oops».

―Si te confundirás de personaje al menos intenta ser leal. ―Camino hacia Kadri y se lo paso como si fuera un bebé―. A Disney no le gustan las infidelidades.

K siguió la pauta de vestirnos como príncipes, pero optó por literalmente ser la Bestia. Peludo y todo. Carga a Ranjit adentro y con Gustave los seguimos un poco más lento. Él tampoco le dio mucha importancia a las instrucciones: Hércules no es considerado un príncipe, aunque debería. Lo sé porque Paco me pidió ayuda con su disfraz y tuve que estudiarme la cinematografía completa ya que cada cinco minutos cambiaba de opinión.

Choco mi hombro con el de Gus.

―¿Cómo está tu padre?

―Diría que bien. ―Señala su cabello―. Él me ayudo a hacerme el jopo con fijador.

Increíble que palabras como jopo y fijador salgan de su boca en una oración. Meto las manos en los bolsillos mientras se me escapa una risa.

―Nunca creí que te vería disfrazado de Hércules por voluntad propia.

Se encoge de hombros.

―Lo hice porque temía que me obligaran a disfrazarme de hawaiana como la última vez. Ahora vamos, necesito una cerveza para olvidar que luzco como estúpido en este disfraz.

Las paredes de la casa vibran con la música pop y el olor a cerveza nos envuelve como una canción de cuna que pronto pondrá a unas cuantas personas a dormir… Sobre todo a Bella, que se bebe una lata de un tirón antes de aplastarla contra su cabeza con un grito de cavernícola. La tira a un lado y se lanza un eructo.

Todo una princesa.

Esquivando cuerpo sudorosos nos escabullimos a la cocina con Gustave en busca de algo para beber. Solo hay una chica hurgando de espaldas a nosotros en la nevera. Cuando nos acercamos y cierra la puerta se sobresalta al hallarse de frente con Gus y su cara de «métete en mi camino y te aparto de un empujón».

La jarra de agua que lleva casi se resbala de sus dedos, pero mi amigo tiene buenos reflejos: envuelve sus manos alrededor de las de la muchacha para que no tengamos que trapear el piso.

―Lo-lo siento ―dice Jasmín, de Aladdín.

―Tú y yo tenemos una costumbre de encontrarnos en las cocinas ―saludo a Karma.

Sin embargo, es como si de repente estuviera encerrado dentro de un televisor en mute. La prima de Ranjit y Gustave, cuyo ceño fruncido se suavizó, se sostienen la mirada todavía con las manos sobre la jarra.

―Me gusta tu disfraz ―le susurra a G.

―A mí… ―Traga―. A mí también. Me refiero a que me gusta tu disfraz. Es decir, también el mío, pero más el tuyo.

Pero si hace cinco minutos dijo que lucía como un estúpido…

Me aclaro la garganta y ella da un rápido paso hacia atrás.

―¿Me pasas una cerveza? ―pido.

Karma asiente y le pasa la jarra a Gus antes de abrir la nevera y lanzarme una lata.

―Oye, esto no es… ―empiezo.

―¿Tú no quieres nada? ―le pregunta a él.

―Agua suena bien. ―Hace un ademán con el mentón hacia la jarra y se encoge de hombros―. Alguien tiene que ser el conductor designado.

¿Agua? Pero si hace cinco minutos dijo que…

Karma se pone en puntillas de pie para alcanzar un par de vasos de la alacena, pero él los baja por ella. Mis cejas se arquean cuando apoyan sus caderas contra la encimera. Ella sostiene un vaso y él lo llena.

―¿Podrían cambiarme esta lata por una de…?

―¿Meyer? ―interrumpe Jasmín sin quitar los ojos de Hércules.

―¿Sí?

―Virginity está aquí, ¿por qué no vas a buscarla?

Ella está aquí.

Por mucho que quiera presenciar el primer coqueteo público de Gustave, reconozco una indirecta llamada «déjanos solos» cuando me la tiran.

Regreso a la sala para ver el momento exacto en el que Kadri pasa un brazo sobre los hombros de una chica familiar: es Brie, vestida como la Cenicienta. Así que las chicas han tenido la misma idea que nosotros a la hora de elegir sus disfraces.

Bueno, las chicas y Ranjit, quien no luce muy feliz:

―Ya oíste al capitán, a Disney no le gustan las infidelidades. ―Tira del brazo de Ka antes de darle un librazo en la mejilla―. Compórtate como mi príncipe, no como una bestia.

Irónico.

Brie se echa a reír y oculto mi sonrisa detrás de la lata. Hércules y Jasmín sumado a un triángulo amoroso entre la Bella, la Bestia y una Cenicienta lesbiana es algo para lo que necesito un poco de alcohol, pero no hay forma de que regrese a la cocina sin la certeza de que la gente que dejé dentro tendrá su ropa puesta.

Además, tengo algo más importante de lo que ocuparme.

Examino la sala en busca de una pelirroja, porque si decidió disfrazarse de otra princesa tendrá problemas.

Paso rostro por rostro y máscara por máscara, hasta que un destello rojo que baja la escalera llama mi atención. Una larga cabellera rojiza, con una trencita aquí y otra allá ―es ella, definitivamente―, cae en cascada por una espalda descubierta que desemboca en unas caderas envueltas por brillantes lentejuelas verdes que captan las luz y la reflectan en todas direcciones. El material se adhiere como una segunda piel a su trasero que, cualquier que oiga me perdone, luce espectacular.

Con una mano en la barandilla llega al último escalón y me mira sobre su hombro desnudo.

Ella está aquí.

La sangre en mi cuerpo se siente como lava: la mitad es bombeada a mi corazón y la otra mitad hacia mi entrepierna.

¿Por qué los príncipes usaban pantalones tan malditamente ajustados?

Me deja sin aliento cuando reprime una sonrisa antes de caminar en dirección opuesta. Estiro el cuello en el intento de no perderla de vista. No estoy seguro cómo me funcionan las piernas después de verla, pero logro moverlas. Pido disculpas mientras camino a través de las rondas que formaron para bailar: Esquivo a Lisa Simpson, casi derramo una bebida sobre Batman e interrumpo el beso entre una Monster High y una tortuga ninja.

La música se convierte en un murmullo al salir por la puerta que da al patio. Apenas hay personas aquí, pero la única que me interesa está de pie frente a la solitaria piscina. El agua crea pequeñas ondas y capta su reflejo cuando me paro junto a ella.

―Ahora es pertinente que te llame Ariel.

Con los brazos cruzados sobre un brasier púrpura con forma de caracolas, levanta una ceja.

―¿Y tú eres?

―El príncipe Eric. Creía que era obvio.

Acepta mi mano cuando se la tiendo para ayudarla a sentarse. Se saca las sandalias antes de meter los pies en el agua y subirse la pollera de lentejuelas por las piernas para no mojarla. Me quito mis propios zapatos y arremango el dobladillo de mis pantalones, aunque solo meto un pie en la piscina. Rodeo mi otra rodilla con los brazos mientras la observo analizar mi atuendo.

Cuando estaba ebrio y le dije que era la sirena más bonita que vi en mi vida no mentí.

―Supongo que somos el uno para el otro.

―Solo si crees en los cuentos de hadas. ―Ladeo la cabeza―. ¿Lo haces, Ariel?

Me eriza la piel cuando me mira con esos ojos que reflejan la luna. Se muerde el labio inferior con la contradicción entre desear y negar. Podría pasarme horas con nuestro pequeño juego de preguntas que se evaporan en el aire y cuyas respuestas se materializan en la forma en que su rodilla roza levemente la mía.

―Por obvias razones ya no necesito un profesor de educación sexual ―dice en su lugar―, pero seguiré con la farsa si tú lo necesitas.

Niego con la cabeza y bajo la pierna.

―Ya no quiero eso de ti.

Mis manos se aferran al borde de la piscina y me inclino hacia adelante. Su cuerpo me imita y su imagen aparece junto a la mía en el agua. Levanto la mirada y recorro cada parte de su rostro: las trencitas que lo enmarcan, el flequillo que le roza las cejas con las que se burla de mí, las pupilas dilatadas, las pecas esparcidas como un puñado de estrellas… y los labios.

Los labios, Dios.

―Entonces, hasta aquí llega el trato... ¿Oficialmente ya no soy más tu falsa novia?

―No, pero puedes ser la real —susurro—. Quiero que seas la real.

No resisto más.

La beso.

🅰️🅰️🅰️ ALGUIEN QUE ESCRIBA EL SIGUIENTE CAPÍTULO YA 🅰️🅰️🅰️

🅰️🅰️🅰️ GRITEN CONMIGO 🅰️🅰️🅰️

1. Al fin tenemos primer beso entre Meyer y Virgi, ¿recordas cómo fue el tuyo? Si todavía no lo diste, ¿tenés alguna expectativa? 🤗

2. Parte o frase favorita del cap 🫶🏽

3. ¿Hay algún tema del que te cueste hablar, como le pasó a Gustave? ¿Cuál es?

4. ¿Qué onda Gus y Karma? 👀

Oficialmente falta una capítulo (muuuuy largo) y el epílogo. 🫣

Con amor cibernético y demás, S. ❤️

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