13. Bañada en crema
La despedida de soltero se transformó en la recreación de Buscando a Nemo.
A Kadri le pareció buena idea sacar a la mascota de Paco de su pecera para liberarla en la piscina, lo que no hubiera estado tan mal si hubiéramos sacado de la ecuación que había una decena de universitarios nadando y más de un centenar de golosinas con envoltorios brillantes (y muy confundibles con un pez) flotando.
Para restar las posibilidades de muerte del animal acuático, Gustave me ayudó a sacar a los ebrios del agua. Su mirada fulminante fue de mucha ayuda: la gente huyó más rápido que un introvertido en un evento social.
Mientras K cantaba «Oíd mortales, el grito sagrado. ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!» —su fanatismo por el himno argentino creció cuando se coronaron campeones del Mundial—, G sostenía de la camiseta a Paco para que este no se cayera de cabeza al agua. A pesar de que le enseñamos a nadar tiene una tendencia a tragarse las cosas sin masticarlas. No queríamos que se ahogara con un dulce, a los cuales miraba con bastante fascinación. Casi tanta como Ranjit, que en su estado drogado confundió el pez payaso con un caramelo.
Se lo hubiera comido si Kadri no hubiera chillado horrorizado. Le dio una bofetada y el pez salió volando, pero alcancé a tomar la pecera y atraparlo.
Habilidades que conlleva practicar voleibol, supongo.
Son casi las dos de la mañana cuando entro al departamento. Bajo el umbral de la puerta me pregunto si debería cerrarla de forma ruidosa, para alertar a los sexópatas principiantes que deben encender su consideración, ahogar cualquier sonido no apto para todo público y dejarme dormir.
O, mejor aún, detenerse. No hacer nada de nada. Estar uno en cada punta de la habitación, con la ropa puesta y una biblia en mano si es posible.
Aunque también serviría para avisarle a Virginity que ya estoy aquí, por si me necesita.
Noto que mientras sobrepienso estoy rodeando el pomo con una fuerza innecesaria. Relajo la mano y con un gruñido opto por entrar sin hacer ruido. Voy a mi cuarto y saco las monedas sueltas del pantalón que cargué en el maletero del auto, porque era una obviedad que mi taparrabo de algodón de azúcar no sobreviviría.
Estoy agradecido de que nadie haya intentado comérselo. A veces no estar de humor para fiestas puede salvarte de una situación incómoda. Gracias por eso, papá.
Dejo caer el cambio en el escritorio y le echo un vistazo a mi agenda. Esta semana comenzamos a entrenar todos los días, a excepción del sábado. Sin embargo, me encantaría pasarlo recibiendo pelotazos en lugar de asistir a la gala benéfica de la universidad.
El primero de abril está resaltado en rojo. Me percato de que, ahora que Virginity y yo sellamos el trato, ese día comenzará oficialmente el noviazgo falso. Deberé llevarla al tonto evento de élite, presentarla a mi familia y esperar que mi madre se trague la mentira.
Me echo una toalla limpia al hombro y entro al baño por una ducha porque huelo a cloro, cerveza —el aliento de Kadri quedó adherido a mi piel— y frutas a causa de esa piscina multicolor llena de azúcares.
Estoy a punto de quitarme la camiseta cuando escucho un débil golpe en la puerta que conecta con la habitación de mi compañero. Me tenso porque Ariel no suele tocar. Con cautela me acerco y la abro apenas. El cuarto está oscuro, pero la luz del baño ilumina a la chica pez. Frunzo el ceño al ver que solo tiene un ojo abierto; tan abierto como una dona, una pelota, un aro de hula-hula, un plato.
Parece un lémur asustado con un tic nervioso.
Y tiene algo pegajoso en el cabello.
¿Con qué la traumatizó Teodoro esta vez?
Esa mirada, o media mirada si tenemos en cuanto que tiene un párpado cerrado, pide clemencia. Abro un poco más la puerta para invitarla a pasar. Se desliza despacio, como si todavía estuviera procesando lo que acaba de suceder. No me mira, en su lugar clava la vista en su reflejo y hace una mueca de disgusto. Empiezo a preocuparme mientras echo el pestillo, ¿y si de verdad pasó algo malo entre ellos?
—Meyer —dice con voz contenida.
—¿Sí?
—Tengo semen en el ojo.
De acuerdo, no esperaba eso, pero explica lo del pelo.
Aprieto los labios en una línea inexpresiva para evitar mostrar mi diversión, pero ella lo nota de todas formas y enarca una ceja.
—Ayúdame o me tragaré uno de tus jabones con forma de caracola para acabar con mi vida justo aquí.
—Creo que ya hiciste «acabar» suficientes cosas por hoy, Ariel.
Intenta darme un manotazo en el pecho, pero atrapo su mano y la apoyo sobre el borde del lavatorio mientras reprimo una sonrisa. Abro la canilla y dejo que mi otra palma se deslice por su espalda hasta ahuecar despacio su nuca. Siento su pulso acelerarse bajo las yemas de mis dedos, que rozan su cuello.
La guio para que se incline hacia adelante y la ayudo a limpiarse con cuidado. El único sonido que se oye durante esos segundos es su pausada respiración y el correr del agua. Tal vez está demasiado fría porque se estremece. Sin pensarlo acaricio su nuca con el pulgar y levanta la mirada solo un segundo.
Al menos me observa con los dos globos oculares esta vez. Ya no hay rastro de difuntos espermatozoides.
Entonces apoya las manos sobre el lavatorio y vuelve a enderezarse rápido, como si le hubiera dado una descarga eléctrica. Doy un paso atrás mientras alcanza la toalla y se seca.
—Según mi compañera de piso, quien es una gran hipocondríaca, que te caiga eyaculación en el ojo es tan riesgoso como tener relaciones sexuales sin protección con una persona de riesgo —dice—. Es decir, podría haberme contagiado clamidia, sífilis o gonorrea.
—De lo único que podrías contagiarte estando con Teo son de sus pésimos chistes o de su costumbre de comer el cereal directamente de la caja. —La tranquilizo—. Ese chico nunca estuvo con alguien antes de ti y sería muy tonto de su parte no ser exclusivo contigo ahora.
Sus ojos cafés brillan con interés.
También lo hace su cabello, en la parte donde fue salpicada por fluidos poco higiénicos.
—¿Por qué sería tonto?
«Porque yo no necesitaría a otra persona si estuviera contigo».
Pero claro que pienso eso lo hago porque no soy un fuck boy, player o un donjuán. Independientemente de si fuera ella o cualquiera otra persona, no me vería con varias a la vez. Como le dije una vez, no me gusta compartir, así que aplico la regla a la inversa y no dejo que me compartan.
—Pues no queremos que más mujeres sufran las consecuencias de una mordida genital o una eyaculación en el ojo, ¿verdad? No puede contigo, no podrá con dos.
Luce como si esperara otra respuesta de mi parte, pero de inmediato lo cubre al rodar sus limpios globos oculares. Me lanza la toalla al rostro y me entretengo doblándola para devolverla a su lugar. A mi espalda oigo que baja la tapa del retrete.
Quién hubiera dicho que estaría esperando oír ese sonido.
—De acuerdo, ¿cuál es el problema que nos compete esta noche? Además de la puntería de Teodoro.
No me extraña. A veces orina en lugares que no debería. Siento que convivo con un adolescente.
—Creo que no me gustan los chicos. —Suspira—. Es decir, me gustan los hombres, pero no lo que los hace hombres, ¿entiendes?
Me recargo contra el toallero y cruzo los brazos.
—Voy a necesitar más especificidad de tu parte. ¿Por qué crees que no te gustan los órganos viriles masculinos?
Gime con frustración y levanta las piernas hasta cruzarlas. Sus rodillas sirven como soporte para sus codos y el lío de su pelo crea una delgada cortina cuando queda cabizbaja, con las mejillas encendidas.
—No lo sé. Se sintió raro ver una parte tan íntima de él. Me impactó. ¿Hay algo mal conmigo por no sentir deseo inmediato hacia su…? —Mueve las manos, buscando la palabra—: ¿Amigo? Fue una forma, un tacto, un olor y un sabor que no esperaba. Ni malo ni bueno, solo… —Lanza los brazos al aire—. Me rindo. Le pediré a Brie que me consiga una membresía al club de las lesbianas.
—Estoy seguro de que serías bien recibida, pero ¿recuerdas la metáfora de la bicicleta?
Me lanza una mirada que dice «¿cómo olvidarla? Nos metió en este acuerdo de profesor-alumna-relación-falsa en primer lugar».
—La primera vez que pruebas algo se siente extraño. Ajeno. Inseguro. Desconocido. No sabes cómo funciona. Te estresas y comienzas a sobrepensar, y ahí es cuando una experiencia de aprendizaje se convierte en algo que te lleva a tirar la toalla y querer olvidarlo. Ya lo hablamos. —Niego con la cabeza—. Apenas te montas a la bici no podrás andar como esperabas. Esto aplica a cualquier cosa sexual que intentes hacer o que te hagan.
La expectativa que tenemos de una persona o una situación casi nunca se cumple: siempre es superada o, en la mayoría de los casos, hecha trizas. Pero solo con esos golpes podemos aprender a construir una felicidad realista, que por deshacerse de la fantasía no deja de ser menos fantástica.
—Algunas personas ven los genitales como un tabú del que deben alejarse; otros como una prohibición a la que es tentadora acercarse —continúo—. Hay gente que los adora abiertamente como un regalo de la naturaleza. Te encuentras personas que solo se enfocan en su función y no en su estética, y los que van un paso más allá al decir que son poco apetecibles a la vista y no les provocan nada. A veces piensas de una forma y luego de conocer a alguien piensas de otra respecto a esa parte de su cuerpo, porque la persona te empieza a gustar. —Levanto un hombro—. Incluso uno mismo puedes sentir rechazo por lo que tienes debajo de la ropa y luego, gracias a un tiempo de reflexión y aceptación o alguna intervención, que nos parezcan sexis. En algunas ocasiones solo se trata de probar varias veces, hasta que la extrañeza se convierta en familiaridad y empieces a verlo atractivo. —Descruzo los brazos y apoyo las manos en cada extremo del toallero—. Sin embargo, lo único que sé con certeza es que no debes avergonzarte por no seguir el pensamiento de una sociedad hipersexualizada, Virgi.
En cuanto la llamo por su apodo alza la frente. Aunque ya no luce tan abochornada, la preocupación sigue frunciendo su ceño.
—En síntesis, nadie murió por no venerar un pene —añado.
El falocentrismo debería haberse ido al carajo hace rato.
Se le escapa una risa suave. El sonido funciona como un interruptor para desplegar mi sonrisa.
—Puedo rescatar algo. —Levanta el índice en mi dirección.
—Al fin un poco de positividad. Dime.
Toma una de sus trencitas y juega con ella. Usualmente me generan algo parecido a la ternura, pero ahora quiero cortárselas todas.
En serio necesito que se lave el cabello.
—Me gustó ser capaz de hacerlo sentir placer. Fue bastante excitante ver a Teo disfrutar.
Que mencione su nombre equivale a un baldazo de agua fría. Es tonto, pero estaba tan concentrado en aplacar sus inseguridades que olvidé qué situación las despertó en primer lugar. De forma inevitable comienzo a imaginarme la escena.
Y no me resulta precisamente agradable.
Sopeso la opción de pedirle que se guarde ciertas cosas, pero sería injusto. El trato a cambio de que finja ser mi novia es que pueda sentirse libre para contar y preguntarme cualquiera cosa. Incluso me halaga que confíe en mí, aunque tal vez lo hace porque no tiene otra opción.
Asiento solo una vez para hacerle saber que la oí. No sé si piensa que me molestó el comentario, lo cual no es verdad —solo me incomodó—, pero se aclara la garganta:
—Pero sigo necesitando que me enseñes cómo masturbar a un chico, porque creo que desempeñé una performance horrible. Lo mismo con el sexo oral. Es posible que solo haya acabado con un potencial ojo lleno de sífilis porque mi acompañante estaba sobrepasado de calentón. —Confiesa—. En circunstancias normales dudo mucho que hubiera logrado hacer que se corriera. Me sentí muy torpe, ¿no tienes una técnica o algo así?
¿En serio debo pensar en cosas placenteras para que el idiota que se roba mi comida sin reponerla disfrute de ellas? Injusto.
Debería decirle a la chica pez que le devuelva el mordisco.
—Solo debes preguntarle qué quiere. —Opto por ser buena persona—. Cada cuerpo es y siente distinto.
—Creí que eras mi profesor. —Levanta las rodillas y las rodea con los brazos—. Deberías poseer más conocimientos para compartir, sobre todo si eres tan experimentado como murmuran en los corredores de la universidad. Solo… —Se encoge de hombros—. Dime qué te gusta que te hagan. Y cómo.
Siento la boca seca. La abro para decir algo, pero casi de inmediato vuelvo a cerrarla y apretar la mandíbula. Una parte de mí quiere ayudarla, pero otra no puede evitar pensar que sería muy personal contarle mis preferencias sexuales.
—Tal vez funcione con Teo —añade con cautela.
Sus mejillas encendidas indican que no cree haber hecho la mejor selección de palabras.
—Tal vez funcione con Teo —repito muy despacio.
Estudio su rostro. En sus ojos hay emoción y curiosidad, pero me pregunto qué las causa exactamente. Sin embargo, mis ojos vuelven a desviarse al mechón que le acaricia la mejilla y sé que no lograré concentrarme en ayudarla si continúa con los desechos del bro ahí.
No le hace bien a mi salud mental.
Necesita ya mismo un baño de crema muy diferente al que Teodoro le obsequió.
—Con una condición. —Me aparto del toallero.
Sus cejas se arquean entre el interés y la sorpresa cuando levanto los brazos. Tomo mi camiseta por la espalda.
—Nos ducharemos antes. —Me desnudo de un tirón.
Meyer es un hombre limpio... 🧼🧽🫧🚿
¡Hola, almas puramente impuras! 🐠 Ya casi termina febrero, ¿qué tal los trató el 2023 en estos dos meses del 1 al 70? 🫂 ¿Tienen algo lindo para comentar sobre sus vidas?
1. ¿Alguna vez tuvieron una o varias preguntas acerca del mundo sexual que les dio demasiada vergüenza verbalizar en voz alta? ¿Se animan a compartirlas acá? A ver si nos sirve para los próximos capítulos. Profe Meyer les responderá. 😂
2. ¿Alguna vez tuvieron mascotas? Si es así, ¿qué eran y cómo se llamaban? 👀 Todavía no revelamos el nombre del pez de Paco.
3. Parte o frase favorita del cap 😅
4. ¿Tienen buena puntería o son Teodoro?
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top