Todo estaba preparado. La cámara de la webcam estaba encendida y la luz era perfecta para lo que estaba a punto de hacer y no había vuelta atrás.

Creía que todo era perfecto, pero sólo hizo falta una acción para que todo su mundo se viniera abajo como un castillo de naipes.

Estaba desesperada y no había salida. Nadie podía salvarla así que, tras sentarse frente a la pantalla de su ordenador, abrió el primer cajón y sacó un cúter para cortarse el brazo con tal precisión y profundidad, que la carne se iba abriendo como si de papel se tratara a la vez que que un reguero de sangre manchaba el teclado de su portátil.

Ella era perfectamente consciente de lo que hacía y lo único que pudo hacer en esos momentos fue llorar de impotencia por no haber sido lo suficientemente fuerte para pedir ayuda y así acabar con aquella situación.

A medida que pasaban los segundos, perdía más sangre y su piel se volvía cada vez más y más pálida hasta que llegó un momento, en el que el único movimiento que pudo hacer antes de morir, fue el de inclinar la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos para no volver a abrirlos.