Prólogo
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Era un día especial para el joven Alexander Hamilton y Aaron Burr. Por fin, después de tanto tiempo estando juntos como pareja (Un año específicamente) en ese día se unían en sagrado matrimonio. Desde ese día todo sería distinto en la vida de ambos hombres...
La mañana era soleada y se escuchaba el cantar de las aves fuera en las calles que apenas comenzaban a llenarse de gente, pero no nos enfocaremos en eso sino en el menor de los novios Alexander Hamilton. Quien estaba arreglándose frente a un espejo de cuerpo completo y con sus manos se encargaba de atar su corbata blanca correctamente, pero entonces llamaron a la puerta de su habitación y se vio obligado a dejar aquella prenda en paz para abrir la puerta, encontrándose con George Washington, el mismo le sonreía de una forma un tanto nostálgica.
— ¿Ya estás listo, Alexander? — Preguntó recargándose en el marco de la puerta, mirando tranquilamente como el caribeño terminaba de atar su corbata y se giraba nuevamente hacia él.
— Si. ¿Me veo bien? — Cuestionó mirándose a si mismo de pies a cabeza.
El traje del morocho consistía en una camisa blanca, un chaleco color hueso y un pantalón del mismo tono, sin olvidar su saco de ese mismo color. Su corbata y sus zapatos también eran de este color. Sus cabellos negros estaban atados en una coleta baja con un listón blanco. Washington asintió.
— Claro que sí, hijo — El mayor rodó los ojos al recibir un "No soy su hijo" como respuesta por parte del menor, lo ignoró y volvió a hablar — ¿Estás seguro de estar listo? Nos vamos en 10 minutos, Alexander — Recordó para persuadir al caribeño, quien asintió antes de que su padre/no padre se retirade no sin antes comentar que lo esperaba en el piso de abajo.
Alexander se había vuelto a mirar al espejo con nervios invadiendo su cuerpo, después de todo era el día de su boda y quería lucir más que perfecto para el momento de estar en el altar junto a su prometido. Retocó su peinado una vez más antes de disponerse a salir de la habitación, sin embargo sus ojos se toparon con una foto colgada en la esquina del espejo frente a él. En la foto se encontraban únicamente dos personas, él, Alexander, y un joven de cabellos rizados y el rostro lleno de pecas, se trataba de John Laurens. Ambos sonreían mientras miraban a la cámara que era sostenida por el caribeño. Al menor se le cristalizaron los ojos al recordar que esa fue la última vez que vio a su mejor amigo ya que tendría que irse a vivir a Carolina del Sur nuevamente, pero lamentablemente esto nunca ocurrió pues, pocos días después este se suicidó. Esto solo una semana después de que el caribeño y Burr se comprometieran.
Aquella noticia le cayó como un balde de agua fría a Alexander, el pecoso era el amigo más cercano que alguna vez había tenido y ahora, de la noche a la mañana, se había ido de este mundo para jamás volver. El morocho nunca había terminado de creerlo ya que habían varias inconsistencias de las razones por las que John hizo lo que hizo.
Su mente se hubiese centrado en muchísimas teorías sobre el fallecimiento de Laurens de no ser porque ya era hora de irse a la ceremonia. Alexander miró la foto por última vez y le sonrió antes de irse a toda prisa hacia el piso de abajo, donde Washington lo esperaba aún sonriente. Ambos salieron de la casa y se dirigieron al auto del más alto, al cual subieron para después emprender camino hacia el gran salón donde todo se llevaría a cabo.
«Deseame suerte, John...»
Pensó el pelinegro mirando por la ventana hacia el cielo, donde quería creer que su mejor amigo se encontraba.
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La típica canción de piano de boda comenzó a sonar al instante en que el caribeño entró acompañado de George Washington, sostenía el brazo de este mientras caminaba. Mulligan regaba pétalos frente a ellos conforme avanzaban, deteniéndose al momento en que ya estaban frente a Burr.
Este antes mencionado le extendió su mano al morocho y este la tomó con gusto, no sin antes darle una corta mirada al mayor que reflejaba su felicidad por estar allí en ese momento y lo agradecido que estaba por que él estuviera en un día tan especial como ese. Puede que a Alexander no le gustase ser llamado hijo por Washington, pero si lo veía como una figura paterna.
Burr y Alexander estaban tomados de las manos y se veían el uno al otro con cariño mientras el padre que habían contratado hablaba sobre la importancia del matrimonio, pero no pasó mucho para que comenzara a preguntarles lo realmente importante.
— Aaron Burr — Nombró el padre mirando a este — ¿Aceptas casarte con Alexander Hamilton, estar a su lado en la salud y enfermedad, hasta que la muerte los separe? — Aaron asintió.
— Acepto — Miró al morocho con una sonrisa, la cual fue correspondida.
— Alexander Hamilton, ¿Aceptas casarte con Aaron Burr, estar a su lado en la salud y enfermedad, hasta que la muerte los separe? — El caribeño asintió con emoción.
— ¡Acepto! — Exclamó sacándole unas risillas a los invitados, la emoción del menor era algo adorable.
— Los declaro marido y...marido (?) — Dijo el padre — Puede besar al novio — Finalizó con una sonrisa.
Y dicho y hecho, Aaron tomó de las manos a su ahora esposo y acercó su rostro al suyo, el pelinegro hizo lo mismo y ambos juntaron sus labios en un suave y romántico beso que provocó múltiples aplausos y gritos de emoción de los invitados, sintiéndose alegres por la unión de la feliz pareja.
Alexander abrazó a Burr mientras lágrimas de felicidad salían de sus ojos, no cabía dentro de su emoción al estar unido a la persona que tanto amaba. Era una nueva etapa en su vida, seguro que sus vidas solo mejorarían para bien ahora que ambos estaban felizmente casados.
¿Verdad?
[✨⚠✨]
Me va a doler escribir esto--
–UnaPinkyFanAzBv.
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