Capítulo 6

Ya era de madrugada cuando Keldarion y su tropa encontraron los caballos. Estaban en un valle a varias leguas de donde habían encontrado los cuerpos de Felegund y Daerion, pero para gran consternación del príncipe, la montura de su hermano no estaba allí. Las huellas de Estrella Roja se perdían al cruzar un arroyo cercano y no encontraron más pistas que seguir.

Habían llegado a un callejón sin salida. Al ver la desesperación en el rostro cansado de Keldarion, Linden se acercó y le apretó un hombro.

"¿Su alteza?"

Keldarion cerró los ojos durante un momento antes de volverse hacia el comandante.

"¿Qué hacemos ahora, Linden?"

El comandante se entristeció al oír el tono derrotado de Keldarion. Estaba claro que el príncipe se sentía tan angustiado que no era capaz de decidir qué hacer a continuación.

"Sugiero que volvamos a palacio, su alteza –dijo Linden-. Estás cansado y tu padre estará fuera de sí por la preocupación."

Casi una eternidad más tarde, Keldarion asintió débilmente.

"Está bien. Volvamos a palacio."

Cuando los murciélagos lo rodearon con frenesí, Legolas no pudo evitar gritar de terror y agonía, pero su voz quedó amortiguada por la mordaza y los chillidos emocionados de los animales. Intentó luchar cuando las criaturas empezaron a lamer su sangre y a mordisquear los cortes, y cerró los ojos con fuerza para protegerlos de las afiladas garras de los murciélagos. No podía ver, pero podía sentir sus pequeñas bocas chupando su sangre.

¡Valar, ayudadme! ¡No puedo soportarlo más! Legolas siguió gritando en un intento de asustar a los murciélagos, pero eso solo parecía animarles más. Casi volviéndose loco, el príncipe deseaba que su primo volviera de una vez y que le pusiera fin a su vida.

Finalmente, Dior apareció llevando una antorcha. Iba cojeando, pues al parecer Estrella Roja había hecho gala de su carácter indomable y Dior no había tenido más remedio que liberarlo antes de que lo pisoteara hasta la muerte.

Al entrar en la cueva, Dior sonrió al ver la situación de su primo, disfrutando al verlo indefenso frente a los murciélagos. Pasó un minuto entero mirando hasta que dijo con calma:

"¡Bien, suficiente! ¡Suficiente, mis pequeños amigos! ¡Gracias!"

Los murciélagos se escabulleron cuando Dior blandió la antorcha y volvieron al techo con el estómago lleno y su sed saciada. Dior le sonrió a su primo.

"Ha sido terrible, ¿verdad? –sus ojos brillaron al ver las marcas sanguinolentas por todo el cuerpo de Legolas-. ¡Espero que lo hayas disfrutado, yo desde luego que lo he hecho!"

Legolas solo pudo gemir en respuesta, a punto de desmayarse de agonía y terror. Dior se rio entre dientes.

"Me he decidido, primo –alzó la mano para acariciar la frente sudorosa de Legolas-. Sería más divertido si tu hermano pudiera verte así, ¿no crees? Así que lo llamaré."

Legolas abrió los ojos al máximo.

"No... no..." –intentó decir a través de la mordaza. Eso solo hizo que Dior se riera más fuerte.

"Relájate. No lo mataré, de momento. También tengo un plan especial para él. Tenemos que terminar la batalla de la otra vez, y esta vez pienso ser el ganador."

Legolas supo que estaba hablando del duelo de espadas que Keldarion y Dior habían tenido el día que su hermano encontró a su primo sumergiéndolo en el arroyo. Keldarion lo habría matado si no hubiera llegado Thranduil.

Tras dejar la antorcha en un soporte en la pared, Dior dejó en el suelo el paquete que llevaba y se arrodilló al lado de la roca en la que estaba Legolas, manteniéndose fuera de su campo de visión. Para curiosidad del príncipe, empezó a hacer algo en el suelo.

"Me prepararé bien esta vez para enfrentarme a tu hermano, Legolas –decía Dior mientras trabajaba-. Admito que es muy bueno con la espada, pero yo soy buen estratega. Ganaré esta vez –Dior levantó brevemente la mirada y le sonrió a Legolas-. Ya verás."

Completamente abatido, Legolas no pudo ni responder.

Tras mucha insistencia por parte de su padre, Keldarion subió a su habitación e intentó descansar un poco, pero solo podía revolverse en la cama. No podía dormirse con su hermano por ahí. Finalmente se rindió, se puso en pie y se asomó al balcón abierto.

La brisa matutina revolvió el cabello negro de Keldarion. Normalmente le resultaba relajante, pero esta vez no. Estaba demasiado preocupado e iracundo, así que se limitó a escuchar en silencio solo para escuchar cómo el viento le pedía perdón por no saber dónde estaba su hermano, no como aquella vez hacía 1500 años cuando le había advertido de que Dior intentaba ahogar a Legolas en el arroyo. Eso quería decir que su hermano estaba lejos del Bosque Negro o cautivo en algún lugar oculto donde el viento no alcanzaba.

Un lugar oculto... ¿como una cueva? Con esa idea en mente, Keldarion sonrió poco a poco, pensando en qué hacer. ¡Comprobaremos todas las cuevas del reino! Decidió, empezando a alejarse del balcón. El asesino no podría alejarse mucho con Legolas a cuestas...

¡Tuk!

Keldarion se dio la vuelta y se agachó por reflejo cuando una flecha salió volando de la nada para luego clavarse en la puerta. Rápidamente levantó la vista para buscar al arquero, pero no vio a nadie. Furioso consigo mismo por no estar más atento, miró la flecha que seguía sacudiéndose por la fuerza del golpe y entrecerró los ojos cuando vio que llevaba una nota.

El príncipe la cogió y empezó a leerla. 

'¿Quieres a tu hermano? ¡Entonces ven al árbol donde colgué a esos dos seres patéticos a los que llamaban guerreros! Ven solo y a pie. Si veo a alguien más, ¡mataré al pequeño Legolas!'

Keldarion releyó la nota una y otra vez, incrédulo. No estaba firmada pero estaba totalmente seguro que era de Dior. A sabiendas de que Thranduil y Linden le prohibirían ir solo, decidió salir del palacio sin ser detectado.

Abrió la puerta de su habitación sigilosamente y comprobó que sus dos guardaespaldas estaban firmemente plantados en el pasillo. Tras cerrar la puerta otra vez, Keldarion se vistió con rapidez y cogió su espada. Ya estaba en el balcón cuando se acordó de dejar un mensaje para su padre.

No sabía si regresaría con vida, así que tenía que dejar un plan B. Puso la nota del asesino sobre la almohada, pues tarde o temprano todos se darían cuenta de que había ido a rescatar a su hermano. Con suerte les enviarían ayuda.

Con toda la agilidad que poseía, el príncipe heredero del Bosque Negro saltó a una rama que estaba cerca del balcón, se introdujo en el follaje y desapareció de la vista sin que nadie se diera cuenta.

Keldarion conocía cada pulgada del Bosque Negro como la palma de su mano. Era su territorio, su mundo desde hacía tres mil años. Conocía cada árbol, roca y arroyo, y también sabía dónde estaba cada cueva. Si por él fuera mandaría a registrarlas todas, pero eso iría en contra de las demandas del asesino y no iba a ser él quien pusiera en peligro la vida de su hermano.

Al saltar de un árbol a otro, el príncipe veía las patrullas haciendo sus rondas por los caminos. Será mejor que les diga que también hagan rondas por los árboles, pensó para sí mismo con disgusto. Pero no ahora, claro.

Saltó de rama en rama hasta llegar al lugar indicado. La sangre de los dos cadáveres seguía allí, fresca y roja. Keldarion evitó mirarla, pero sus ojos recorrieron todo su entorno en busca del secuestrador de su hermano.

"¡Ya estoy aquí! –llamó-. ¿Dónde estás, demonio? ¡Sal y muéstrate! ¡Exijo ver a mi hermano ahora!"

Una flecha procedente de unos arbustos pasó a su lado de repente, clavándose en el tronco que estaba tras él. El príncipe se giró y suspiró. Otra nota.

"¡Estoy harto de mensajitos voladores!" –se quejó Keldarion mientras arrancaba el pergamino y empezaba a leerlo.

'Si quieres ver a tu hermano sigue el sonido del grillo.'

Casi al instante, el citado sonido alcanzó sus oídos. El príncipe gruñó.

"¡Esto es ridículo!"

Aun así, avanzó hacia el sonido, que lo llevaba hacia unos arbustos. El príncipe dejó huellas intencionalmente, presionando contra el suelo, rompiendo ramitas y aplastando algunas hojas a lo largo del camino. Si él también desaparecía, las pistas ayudarían a los equipos de rescate.

Como había sospechado, el sonido del grillo lo llevó hasta una cueva que estaba casi a una legua de distancia. Los elfos del Bosque Negro ya habían registrado esa zona, pero no habían encontrado signos de que esa cueva se estuviera utilizando. Es bueno, admitió Keldarion de mala gana. ¡Eso o que nosotros nos hemos vuelto unos ineptos!

Keldarion desenvainó su espada mientras entraba a la cueva. El estrecho túnel estaba oscuro, pero su resplandor élfico iluminaba un poco su camino. Con la espada en guardia, el príncipe avanzó atento a la presencia de cualquier asaltante, pero no sintió nada. El asesino podría haber ocultado su presencia, lo que hacía la situación más peligrosa.

Por fin llegó a la zona más amplia de la cueva y sus ojos se abrieron como platos al ver a su hermano atado y amordazado, cubierto de sangre.

"¡Legolas!"

Legolas sacudió la cabeza frenéticamente cuando Keldarion se precipitó hacia adelante para alcanzarlo.

"¡No! ¡No te acerques más!" –intentó decir, pero solo pudo emitir sonidos que el príncipe mayor no entendió.

Debido a la prisa por llegar hasta su hermano, Keldarion se olvidó de tomar más precauciones. Frunció el ceño al ver a Legolas moviendo la cabeza en estado de pánico e intentó entender qué decía.

Pero fue demasiado tarde. Cuando estaba a pocos pasos de la roca en la que estaba Legolas, el pie de Keldarion tropezó con algo. Ni siquiera tuvo tiempo de mirar hacia el alambre que estaba suspendido sobre el suelo antes de que dos flechas salieran disparadas hacia su corazón desde ambos flancos.

Keldarion esquivó ambos misiles por instinto, girando sobre sí mismo. Pero el cable había liberado una flecha más, que ahora venía desde atrás.

"¡Kel!"

Legolas solo pudo ver con horror cómo la tercera flecha golpeaba a su hermano en la espalda con tanta fuerza que la afilada punta lo atravesaba y salía por la parte superior derecha de su pecho.

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