Capítulo 4

"¿En dónde demonios se ha metido ese cabezota?" –se quejó Keldarion, de pie en la amplia entrada de palacio. Sus ojos no se apartaban de la linde del bosque por donde Legolas se había ido hacía más de dos horas.

"¿Su alteza?" –el comandante Linden se detuvo a su lado. El elfo vio la expresión preocupada de Keldarion y supuso que su comportamiento tenía que ver con el príncipe más joven del Bosque Negro.

"¡Legolas no ha vuelto! –soltó Keldarion, empezando a caminar dando zancadas-. ¡Voy a matarlo! ¡Mocoso insolente!"

Linden levantó las cejas. Como pensaba.

"¿Cuántos guardias fueron con él?" –preguntó Keldarion de repente, con los ojos azules brillando peligrosamente.

"Elegí cuatro, su alteza, como me dijiste –explicó Linden-. Pero tu hermano me miró como si me hubieran crecido cuernos antes de despedir a dos. Eligió a Felagund y Daerion."

Keldarion se detuvo.

"¿Felagund y Daerion? ¡Pero son novatos!"

Linden suspiró.

"Lo sé, alteza. Pero el príncipe Legolas insistió, sabiendo que ninguno de los dos tenía sus habilidades de equitación y así le sería más fácil escapar de ellos."

El príncipe puso los ojos en blanco, exasperado, antes de gritar.

"¡Será mejor que regrese ileso porque así me encargaré yo de golpearlo por preocuparme así!"

"Regresará a salvo, su alteza –aseguró Linden, antes de añadir en voz baja-. Espero."

Nada más recuperar la consciencia, Legolas descubrió que no podía moverse.

Estaba tumbado sobre su espalda, con las extremidades extendidas y atado a una enorme roca plana. Parpadeando, confuso, miró a derecha e izquierda pero no vio a nadie. El tenue resplandor de una sola antorcha colgada en la pared le permitió ver que estaba en una cueva. El techo era muy alto, pero pudo ver en él cientos de puntos rojos.

¿Murciélagos? Pensó con disgusto cuando se dio cuenta de que lo que veía eran los ojos de los mamíferos voladores. Genial. Justo lo que necesitaba. ¡Bien hecho, idiota! ¡Ahora sí que la has hecho buena! Seguía maldiciéndose por su estupidez cuando un pequeño ruido desde su izquierda le alertó de que alguien se acercaba.

"Bueno, bueno, bueno. El pequeño príncipe está despierto" –dijo una voz desconocida.

Legolas no apartó la mirada de la persona que salió a la vista. El desconocido también era un elfo, pero su rostro estaba desfigurado. Una larga cicatriz recorría su rostro horizontalmente y le faltaba una oreja.

"¿Quién... quién eres?" –preguntó Legolas con incertidumbre. Estaba más sorprendido que asustado al ver la cara desfigurada de su captor.

El otro elfo se rio.

"¿No me habrás olvidado? ¿Recuerdas el armario, pequeño elfo? ¿O el incidente en el arroyo? ¿No se te ocurre nada?"

Legolas abrió los ojos como platos al darse cuenta.

"¡Dior!" –gruñó con ira, luchando contra sus ataduras. Pero las cuerdas eran fuertes y se apretaron todavía más alrededor de sus muñecas y tobillos, cortándole la circulación.

"Sí, querido primo –se burló Dior-. Nos encontramos de nuevo."

Ya había anochecido, pero Legolas y sus guardias no habían vuelto. Keldarion y Thranduil estaban fuera de sí por la preocupación. Habían convocado a los guerreros y habían salido hacia el bosque para buscar al príncipe, pero hasta el momento no habían recibido noticias.

Thranduil estaba hundido en su trono, sosteniéndose la barbilla, pensativo.

"Tenías razón, Kel."

"¿A qué te refieres, padre?" –Keldarion se apartó de la ventana para mirar al rey.

"Deberías haber encerrado a tu hermano en su habitación. Así sabríamos dónde está" –respondió Thranduil, con una sonrisa triste.

"Ya quisiera yo que fuera tan fácil –dijo el príncipe, moviendo la cabeza-. Me pregunto en qué lío se habrá metido esta vez –entonces Keldarion palideció-. ¡Valar! ¡Solo espero que no se haya encontrado con el asesino!"

Antes de que Thranduil pudiera responder a eso, entró el comandante Linden con el rostro sombrío y los ojos brillando de furia.

"Mi señor, su alteza –Linden respiró hondo antes de continuar-. Hemos encontrado a los guardias del príncipe Legolas."

Se hizo el silencio durante un momento antes de que Thranduil y Keldarion preguntaron al mismo tiempo.

"¿Dónde está Legolas? ¿Está bien?"

"¡Diles que entren!" –ordenó Thranduil, saltando de su asiento.

Linden tragó saliva. Aquí viene la parte difícil, pensó con nerviosismo.

"Eso es imposible, mi señor. Están muertos."

Keldarion abrió mucho los ojos.

"¿Legolas está muerto?"

"¡No! ¡No quería decir eso! –Linden sacudió la cabeza frenéticamente al ver sus expresiones horrorizadas-. El príncipe Legolas sigue desaparecido, pero los guardias acaban de traer los cadáveres de Felagund y Daerion. Estaban colgados en un árbol, pero no había ni rastro del príncipe Legolas ni de los caballos. Lo siento."

Aún asustado, Thranduil preguntó con la voz ligeramente temblorosa.

"¿Qué le pasó a los guardias?"

"Han sido eviscerados" –dijo Linden, estremeciéndose al recordar la visión espantosa que se había encontrado en el patio hacía un momento. Algunos de los guardias casi habían vomitado al ver la terrible condición de los cadáveres.

"¿Eviscerados?"

Thranduil y Keldarion se miraron, consternados. Ambos estaban pensando lo mismo. ¿Y qué pasará con Legolas si es verdad que está en manos del asesino demente?

"¿Qué te pasó?" –preguntó Legolas con curiosidad, mirando el lugar donde debería haber estado la oreja de Dior.

La cara de su primo cambió de golpe. Levantó la mano y golpeó a Legolas en el rostro.

"¡Eres un insolente! –gritó, furioso-. ¡Tú me hiciste esto, estúpido!"

Legolas lamió el corte que le había hecho en el labio, notando el sabor metálico de la sangre.

"¡¿Por qué me sigues culpando por tu mala suerte?!"

Dior sujetó en un puño las trenzas doradas de Legolas y las retorció dolorosamente.

"¡Si no fuera por ti, tu madre aún estaría viva, mi padre no se habría ido del Bosque Negro, Luthwen no se habría ido con ese bastardo y mi vida no se habría vuelto un infierno! ¿Me has entendido?"

Con una mueca de dolor, Legolas pensó en las palabras de Dior. Vio el brillo salvaje en sus ojos y no pudo evitar sentir un miedo terrible.¡Valar! ¡Está loco!

"Tú... la mataste... y a Laiél. También mataste a su hija..." –dijo Legolas con los dientes apretados.

"Sí, es cierto. Es muy fácil cuando drogas a tus víctimas. No luchan, no hacen ruido, se vuelven totalmente sumisos –dijo Dior casi alegremente-. Ah, y esa niña. ¿Te gustó mi trabajo, pequeño Legolas? Ese fue un mensaje para ti, ¿lo sabías?"

Legolas miró a su primo, con los ojos plateados brillando de ira.

"Lo sé."

Dior se rio entre dientes.

"Claro que sí. Seguro que no es muy divertido estar encerrado en un armario, ¿no?"

"¡¿Qué quieres, Dior?! –gritó Legolas-. ¿Por qué has vuelto?"

Dior soltó el pelo de Legolas y se acercó a la pared de la cueva donde tenía sus cosas.

"¿Por qué? ¡Por venganza, claro! –exclamó Dior mientras dejaba a un lado el arco con el que le había disparado los dardos y empezaba a buscar en la bolsa de cuero-. Dicen que la venganza es dulce y quiero saber si es verdad."

"¿Qué le pasó a tu padre? ¿Dónde está?" –preguntó Legolas. No podía ver a su primo, pero podía escucharlo hurgando allí cerca.

"¡Mi padre está muerto! –estalló Dior, reapareciendo a su lado en un instante-. ¡Lo mataron!"

Legolas se sorprendió y luego la tristeza por la pérdida de un tío al que apenas conocía llenó su corazón.

"¿Qué pasó, Dior? ¿Quién lo mató?"

Dior puso los ojos en blanco como si se aburriera, pero se explicó de todas formas.

"Después de que tu padre nos desterrara del reino, mi padre estaba tan... avergonzado de mí que me llevó lejos de aquí –al decir eso, Dior hizo una pausa y se echó a reír-. Avergonzado, claro que sí. Fuimos hacia el territorio de los Haradrim, pero a mitad de camino fuimos atacados por un clan de rebeldes. Mi padre murió y a mí me dieron por muerto."

"¿Así es como conseguiste tus... decoraciones?" –preguntó Legolas, un tanto sarcástico.

Dior golpeó al príncipe otra vez antes de agarrarlo por el cuello.

"Como dije antes, ¡todo es culpa tuya! ¡Antes de dejarme allí para los buitres se divirtieron conmigo! ¡Desfigurarme no fue suficiente, así que me torturaron todo el día! ¡Se llevaron una de mis orejas como recuerdo y me dejaron cicatrices, pero todas se curaron menos esta de la cara! –sacó una daga y la puso contra la mejilla suave de Legolas-. ¿Quieres saber cómo se siente?"

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