43 | bebés con ojos azules

Más tarde ese día, después de que Polly la ayudara a limpiar las manchas de sangre en sus sábanas, Tessa se aventuró hacia el Garrison. Necesitaba hablar con alguien que no fuera Polly o su hermano, y considerando que Tommy estaba fuera de la ciudad, eso no la dejaba con muchas opciones.

Seguía pensando en todo lo que podría haber pasado si no hubiera sufrido el aborto espontáneo. ¿Habría tenido los ojos azules de Tommy y el pelo rubio de Tessa, o la apariencia de los Shelby brillaría con el pelo oscuro y los ojos brillantes?

Tessa nunca había querido hijos. Criar a un bebé entre la pandilla más temible en Birmingham parecía una idea terrible. El bebé eventualmente se convertiría en un Blinder, o tal vez moriría de pequeño si el negocio llegaba a su puerta. Eso asustaba a Tessa más que a nada, pero ahora, se dio cuenta que su mayor miedo acababa de cambiar.

¿Y si nunca podía tener hijos? ¿Qué pasaría si Dios la castigara y no le permitiera traer un bebé al mundo? ¿Qué pasaría si ese aborto espontáneo fuera la primera señal de que no estaba destinada a ser madre? 

Tessa se pasó una mano por el estómago mientras se acercaba al Garrison, sintiendo una extraña sensación de vacío. Si bien no sabía que estaba embarazada hasta el desafortunado evento que le informó de ello, ahora sentía el vacío dejado por la ausencia del bebé que podría haber tenido, o tal vez solo estaba triste. De cualquier manera, se sentía vacía, como si nunca fuera a ser feliz de nuevo. 

Empujando las puertas del Garrison, Tessa se sorprendió al encontrarlo vacío, excepto por Arthur Shelby, sentado en el bar con una bebida en la mano. Levantó la vista cuando Tessa entró, listo para gritarle a quien perturbara su paz, pero una vez que vio a Tessa, se detuvo.

—¿Qué te pasó? —preguntó Arthur, inclinándose sobre la barra para tomar un vaso—. ¿Estás bien, Tess?

Tessa se sentó a su lado—. Pasó algo, Arthur. Algo que es culpa mía.

—Estoy seguro de que eso no es cierto —dijo Arthur—. ¿Quieres hablar de ello?

Tessa lucía terrible. Su pelo estaba desordenado, enmarcaba sus ojos cansados e inyectados en sangre con sus sombras oscuras debajo y el ceño permanente que parecía grabado. Su cara parecía llena de tristeza. Arthur no sabía qué había causado que Tessa descendiera a tal estado de miseria, pero estaría condenado si al menos no intentaba hacerla sentir mejor.

Cuando Tessa se lanzó a una explicación sobre el aborto espontáneo, Arthur escuchó pacientemente, solo interrumpiendo cuando tenía preguntas que hacer sobre algo que Tessa había dicho. Terminó la historia con lágrimas en los ojos, todavía culpándose a pesar de que, en el fondo, sabía que no era puramente por ella.

—Es todo culpa mía —susurró Tessa, y pronunciar las palabras en voz alta lo hizo mucho más real y doloroso—. Maté a mi bebé, Arthur. Maté a nuestro bebé. El bebé de Tommy. Lo maté.

Arthur la vio dejar caer la cabeza sobre la barra, sin llorar, sino simplemente incrédula. Él le acarició la espalda suavemente, tratando de pensar en algunas palabras de consuelo—. Tess, no es tu culpa. No podías saberlo.

—Pero mi bebé está muerto —dijo Tessa desesperada—. Es mi culpa.

—Puede que no sepa mucho sobre la anatomía femenina o lo que sucede dentro de sus cuerpos, pero si sé que el bebé dentro tuyo apenas era un bebé —dijo Arthur—. Y después de años de embarazos accidentales, puedo decir con seguridad que el bebé no sintió nada.

—¿Qué?

—Tess, la gente aborta todo el tiempo —le aseguró Arthur—. Es común. No hiciste nada malo, aunque la próxima vez que no tengas tu periodo te sugiero que veas a un médico.

Tessa asintió—. Se siente horrible, Arthur.

—No puedo pretender entender cómo se siente —dijo Arthur—. Pero creoq ue deberías contarle a Tommy.

—Lo sé —dijo Tessa—. Simplemente no sé cómo. 

Arthur levantó su vaso—. Encontrarás una manera, Tess. Siempre lo haces.

Después de la charla extrañamente inspiradora de Arthur, Tessa se sintió un poco más animada mientras bebía lentamente, con la intención de castigarse a sí misma. El exceso de alcohol y el deseo de llegar al olvido habían sido su perdición, y cuando dejó que el whisky corriera por su garganta sintió un ardiente deseo de lanzar el vaso contra la pared con ira.

Arthur sacó una pequeña botella azul de su bolsillo y Tessa lo vio sacar el tapón y vaciar el contenido en un vaso—. ¿Qué diablos es eso? —preguntó Tessa—. ¿Eso es Tokio?

Con un encogimiento de hombros, Arthur levantó una pajita—. Está bueno, ¿quieres probar?

—No —respondió Tessa—. Arthur, ¿no te ha dicho Tommy que esa mierda no es buena para ti?

—Lo que Tommy no sabe no le hará daño —murmuró Arthur.

—Y aquí me estabas diciendo que le contara a Tommy sobre lo que ocurrió —murmuró Tessa. Arthur usó la pajita para olfatear la cocaína por la nariz, y Tessa arrugó su propía nariz con disgusto leve—. Esa mierda es mala para ti.

—Estaré bien, Tess —le prometió Arthur, antes de que marcara la hora—. Es hora de abrir la tienda, pero puedes quedarte.

Tessa asintió—. Gracias, Arthur.

Al destrabar las puertas, Arthur no anticipó que alguien entrara tan pronto, y tampoco Tessa. Los dos se volvieron hacia la puerta, en la que estaba una mujer, mirando a Arthur con tal desprecio en sus ojos que Tessa se sorprendió.

—Se acabó el trabajo de limpieza —dijo Arthur—. La vacante está llena.

—No vengo por el trabajo —respondió la mujer, con la voz temblorosa. Tessa se giró en su silla y observó a la mujer sacar un arma, sosteniéndola con manos temblorosas—. Pero he venido a limpiar un poco de suciedad.

—Arthur —susurró Tessa con los ojos abiertos al ver la escena ante ella.

Arthur se dio la vuelta, sin impresionarse o inmutarse por el arma—. ¿Por qué no guardas eso antes de que se dispare?

—¡Mataste a mi hijo! —gritó la mujer—. ¡Tú, Peaky bastardo! ¡Lo golpeaste y lo golpeaste y lo golpeaste!

—Tu hijo era boxeador —dijo Arthur en voz baja.

—¡No! —espetó la mujer en un tono angustiado—. Era un niño que se metió en el ring con un animal.

—Sí, ¿no es verdad? —murmuró Arthur.

—Vine a detenerte —declaró la mujer—, porque ni la policía, ni nadie más lo harán.

Pero Arthur ignoró a Tessa y se puso de pie, posicionándose para estar frente a su amiga y a la mujer—. Si la vas a usar, apunta eso en mi cabeza. Ahí es donde está el problema. Los soldados con balas intestinales tardan medio día en morir. Los he visto, caminando con las tripas en los brazos como si fueran ropa sucia.

—Arthur —siseó Tessa.

—¡Sostén el arma y HAZLO! —gritó Arthur—. MIERDA, ¡HAZLO! ¡HAZLO!

—Está bien, no —intervinó Tessa, levantándose de su asiento y parándose entre la mujer y Arthur—. No habrá asesinatos hoy.

—Voy a terminar mi bebida —murmuró Arthur.

El disparo asustó a Tessa. La bala rompió el espejo detrás de ella, y Arthur la empujó en un instante detrás de él y le quitó el arma a la mujer. 

Una vez que tuvo el arma en sus manos, la levantó amenazadoramente y la mujer se hundió en el asiento detrás de ella, sollozando en silencio. Arthur vació la recámara sobre la mesa, dejando que las balas rodaran por la superficie de madera y por el suelo antes de sentarse frente a la mujer.

—Mírame —dijo Arthur—. Tenemos un fondo. Se te pagará semanalmente. Sé que no traerá de vuelta a tu hijo. Lo sé. Y tienes otros hijos. Les encontraremos trabajo y usted no tendrá que trabajar porque...

La mujer dejó escapar un grito cuando volteó la mesa a un lado, se puso de pie y miró a Arthur—. Alguien tiene que detenerlos.

La mujer se fue y Arthur se volvió hacia Tessa—. Eso no fue lo que pensé que sucedería.

—Está afligida —dijo Tessa, simpatizando con la mujer—. Las personas hacen cosas jodidas cuando están molestas. Tengo suerte de que ustedes me ayuden.

John entró, sin notar nada más que el espejo roto—. ¿Quién rompió el maldito espejo? Eso es siete años de mala suerte.

John no pareció darse cuenta de que algo acabab de suceder mientras caminaba directamente a la habitación de atrás, felizmente inconsciente de que Tessa lamentaba la pérdida de un bebé y Arthur enfrentaba las consecuencias de haber matado a un niño. Dando un paso hacia el Shelby mayor, Tessa colocó una mano sobre su hombro.

Arthur y Tessa no fueron las únicas personas en el mundo con problemas con los que lidiar, pero cuando se sentaron juntos en el Garrison, les pareció que eran las dos únicas personas que el mundo decidió abusar por el día.

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