veintisiete.
Un día después.
Apretó su cuerpo más contra sí, hecho un ovillo sobre la cama. Temblando por el torrente fresco y abrumador que envolvía la piel desnuda de su cuerpo, áspera, rota, destrozada. Pegó el rostro contra la cama, secando las lágrimas que bañaron sus mejillas rojas, abrió los ojos y las manchas secas de sangre hicieron que su cuerpo se escogiera más. JeongIn ahogó un jadeo cuando las heridas nuevas se pusieron en contacto con la tela de la cama. Su mirada viajó a sus piernas, rasguñadas y cubiertas de moratones. No podía siquiera pensar en el movimiento.
Se enderezó con cuidado, tan lento que sus huesos resonaron con fuerza. Observó su estómago, su pecho, sus brazos. Y cerró los ojos, una punzada interna fue directo a su corazón y la sangre se instaló en su rostro con rapidez. Su mano temblorosa le demostró las marcas violáceas en su muñeca, las venas vislumbraban con más intensidad que otras veces, las mordidas en su pecho resaltaban rojizas, profundas. Todo. Todo había vuelto a su piel con más intensidad.
Levantó la mirada y llevó una mano hasta su cabello, sucio y húmedo. La habitación era difícil de vislumbrar, no sabía qué hora era y su cabeza daba vueltas del dolor. Intentó levantarse, sin embargo, sus piernas dieron un vuelco hacia el suelo cuando su cabeza se mareó con rapidez, cayó de rodillas y sus manos hicieron contacto con algo húmedo y viscoso. JeongIn arrugó el entrecejo, mareado, tan desorientado que tuvo que acercar su mano un poco más para ver si era sangre lo que manchó su palma. Su mirada se estremeció y el estómago le dio vueltas dentro suyo, retrocedió y su cuerpo chocó contra la cama. Rápidamente limpió su mano en las sábanas desordenadas y sucias. No recordaba nada más que imágenes borrosas en su mente, y su corazón latió como loco cuando su mente asimiló la posibilidad de que pudo haber sido abusado en ese entonces. Su mirada se perdió y el miedo lo agarró entre sus garras y presionó con fuerza en su carne, le dolía el cuerpo entero. Las heridas, el pecho, todo. Pero no quería eso.
JeongIn fue bajando la mirada y sus manos temblorosas y asustadas rozaron la piel de sus piernas, su pelvis mantenía las marcas de rasguños, las marcas fuertes de una mano grande sobre él. Cerró los ojos, el nudo en su garganta crecía y crecía, y se hizo un ovillo cuando no sintió nada extraño. Se abrazó con fuerza y pequeños sollozos salieron de sus labios, aliviado, asustado y aterrado.
Levantó la mirada después de un rato, y se quedó callado. Quieto en su lugar. Divisó su pantalón a unos metros de él y se arrastró con cuidado hasta tomarlo entre sus manos. Con lentitud estiró sus piernas y cuidadosamente se lo puso, estaba sucio y se manchó con la sangre que había caído al suelo. JeongIn se levantó esta vez. Tan lento. Tan cuidadoso.
Se sostuvo de la cama y caminó en pequeños pasos para que su pie no pisara nada resbaloso. Cuando llegó a la puerta giró el picaporte y este se abrió. El corazón de JeongIn latió con fuerza, y la desesperación lo llevó a salir con rapidez, se chocó contra la pared enfrente y jadeó con fuerza, retorciendo su cuerpo ante el golpe. Sus ojos se abrieron y observaron todo su entorno con rapidez.
El cuerpo de Yang temblaba, su corazón latía como el de un caballo de carreras. Tan rápido y fuerte que la desesperación lo llevó a un pasillo contiguo, detenidamente se chocaba con algunos muebles hasta que se detuvo frente a una puerta muy elegante.
JeongIn se quedó parado frente a esta un tiempo y su entrecejo se frunció. La cabeza le dolía y, sin embargo, un vago recuerdo pasó por su mente. Una casa muy elegante, lujosa. Lo recordaba como si él fuera a entrar a una puerta igual de suave, del mismo color, la misma textura. Recordaba entrar, recordaba ver unas manos sanas. De piel blanca. Y la imagen se volvía borrosa. Se quedó quieto y se miró las manos, lastimadas, las uñas amarillas y cubiertas de sangre seca. Una piel herida, cicatrizada. No pudo haber sido él.
Se resignó y abrió la puerta con cuidado. Dentro se encontró con lo que parecía ser una habitación de estudio, el olor a libros viejos lo embriagó, habían muebles enormes con montones de libros de cuero con tapa dura, JeongIn los tocó, y caminó con lentitud observando todo. Había una ventana blanca con cortinas de seda blanca, un escritorio al fondo, montones de papeles revueltos en él. JeongIn no le prestó atención. Y su vista se clavó en un bastón negro que estaba junto a un paraguas y otras cosas. Se acercó y lo tomó entre sus manos. Era pesado. Suave. Tenía un mango de metal gastado, y supuso que lo habían usado mucho. Lo apoyó en el suelo y empezó a andar con un poco más de rapidez. Observó por la ventana, y notó grandes extensiones de tierra a lo lejos. El bosque y los árboles se veían muy alejados, el suelo en sí estaba muy lejos. Sacó la cabeza y buscó la posibilidad de tirarse para salir corriendo hasta el bosque. Se moriría en un segundo. Su cabeza se reventaría como una sandía. Hizo una mueca. Tal vez no era tan mala idea.
Tal vez, si se daba un buen golpe en la cabeza recuperaría lo que fue alguna vez su identidad. Aunque a decir verdad, siquiera recordaba cómo era.
Se volvió, despacio. Y su mirada recorrió el escritorio con ojo crítico, se acercó y se quedó quieto observando los papeles sobre la lujosa madera.
Su corazón se oprimió con fuerza cuando vio la fotografía de aquél bastardo en un marco. Sus manos temblaron de rabia, mientras la ira burbujeaba en su alma con rapidez. Sonriente. Se veía tan limpio, tan puro. Tanto que sus dientes crujieron de tanto apretarlos. Aquél animal. Pútrido. Usurpador.
Tanto era su desprecio que esperaba encontrar su cabeza decapitada en la pared de Chan. Esperaba encontrar toda su sangre revuelta en aquella mierda de habitación. Sólo esperaba que eso pasara. Sin embargo, tanto el odio como el miedo gobernaban su mente y corazón.
¿Y si conseguía salir de esa habitación como él lo consiguió una vez? Si lo conseguía, si conseguía los besos de Chan, si conseguía todo aquello que le pertenecía a él.
Arrancaría su identidad con los dientes. La destrozaría, la rompería física y emocionalmente a su antojo. Pero no le correspondía, se dijo, es el animal de Chan. Su animal.
Y él ya no servía. No servía.
Siquiera recordaba, tan leve, tan lejano, aquellos momentos donde compartían aquella intimidad que sólo era parte de ellos. El aroma a tierra mojada que mantenía aquél cabello después de salir a cazar. El sudor, las cicatrices. Los ojos de JeongIn se cerraron con fuerza y sus brazos rodearon su pecho desnudo. Sus mordidas, podía sentir el relieve de las cicatrices, todo marcado por aquél hombre.
Todo su cuerpo marcado por el nombre de Chan. Y sin embargo, la sangre seca del teniente Lee aún permanecía en su piel. Como su animal.
Abrió los ojos y sus manos frotaron sus párpados con fuerza. Su mirada se desorientó. El animal del teniente Lee.
—El... —susurró, rascó la piel de su cuello, con fuerza. Volvió a mirar su pecho y rascó toda esa sangre que tenía. La desesperación que había sentido tiempo antes no lo dejó notar que esa sangre no le pertenecía. No le pertenecía—. El... A-animal...
Sintió como toda su respiración se reducía a un simple suspiro. Como la paranoia, la desesperación, el dolor lo golpeó por aquél detalle.
Sus manos chocaron contra el escritorio y cerró los ojos con fuerza. La cabeza le dolía, le dolía. Recordaba gotas de sangre caer en su rostro. La imagen de Chan, el líquido rojizo caer en su cuerpo. La habitación, aquella habitación, las púas de alambres que desgarraron su piel, los gritos. Las palabras. Su cabeza palpitó con fuerza y su cuerpo se encogió. El cuerpo entero le temblaba con furia, descomunal, asustado hasta el más mínimo punto de lo que era, se encogió y jadeó en busca de aire. Las lágrimas volvieron a atacarlo como su único consuelo.
Limpiarás tu conciencia...
—N-no... —sus manos temblaron y sus ojos se abrieron. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas y caían sobre las hojas escritas debajo de él.
Sus lágrimas mojaron la tinta negra de lo que parecía ser un expediente militar. Esperó a que su visión se aclarara, limpió su nariz y sus lágrimas con torpeza. Y sus dedos temblorosos tomaron con descuido el documento, lo acercó con exageración hacia él, puesto que no podía leer con tranquilidad. Su cuerpo no respondía bien a sus mandatos.
Era viejo. De hace muchos años. Podía sentir como el aroma dulzón de la hoja vieja entraba por su nariz. La tapa la había visto en otro lugar, el mismo título, la misma tinta. Abrió con miedo y lentitud. Podía notar todos los papeles que tenía. Como se presentaron ante él como cientos de fotografías escritas y tachadas.
Animal.
Su corazón se detuvo y retrocedió al instante. El expediente cayó al suelo y todas las fotografías se esparcieron en el suelo con rapidez. La mirada desorientada de JeongIn viajó de rostro en rostro. Cada imagen escrita con aquella palabra, cada chico sometido de la misma forma que él. Eran cientos.
Eran cientos de identidades perdidas, cientos de almas artificiales frente a él.
La mirada de JeongIn se dilató al instante, y apretó los dientes, arrugó el entrecejo con rabia y miedo. Frotó su sien con fuerza, le dolía, le dolía de forma descomunal. Y su vista no se despegaba de aquellas personas. Todos tenían sobrenombres. Todos tenían cicatrices.
Todos lo miraban directamente a él. A él y sólo a él. Chocó contra un mueble a su espalda y quiso alejarse de esas miradas. De esa sangre seca. Frotó sus manos en sus pantalones, húmedos, sangrientos. Mordió sus labios, negando con la cabeza. Recordando el expediente de Chan.
Recordando su fotografía. Aquella que reemplazó a Christopher. Aquella que advirtió la forma en la que él terminaría.
JeongIn se abrazó con fuerza, mordiendo sus labios y rasgando su piel. Debía calmarse. Apretó los ojos y recogió con manos temblorosas las fotografías. Las dejó sobre la mesa, y se percató que la sangre de su cuerpo empezaba a manchar el suelo.
JeongIn no prestó atención a eso cuando sus ojos notaron una fotografía en particular, se quedó quieto unos segundos y su respiración se serenó por completo. El rostro de JeongIn estaba cubierto por manchas de sangre, y sus ojos rojos por el llanto brillaron de a poco, sus mejillas sonrojadas. Sus labios rotos y resecos por el frío temblaron. Sus manos se frotaron contra los costados de sus pantalones, secando su sudor, su sangre, y tomaron la fotografía con lentitud. Su cuerpo entero se estremeció. Y sus ojos se cubrieron de una fina capa de lágrimas.
La mirada de Chan era la misma.
Tan joven. Los mismos ojos negros que lo miraba todas esas noches cuando dormía con él. Esos momentos donde su cuerpo cansado caía rendido, sangrado y marcado por completo. Cuando se atrevía a apoyar su cabeza en su hombro, besar aquellas cicatrices viejas ante su atenta mirada. Acariciar aquél cabello rubio con lentitud. Lo recordaba, porque tanto él como Chan se quedaban minutos y minutos viéndose directamente. JeongIn recordaba cada cicatriz en su rostro, cada expresión. Recordaba todo con gran detalle, y sin embargo, el pasado de Chan lo rechazaba a conocerlo por dentro.
Porque todo empezó desde aquél momento donde encontró a Christopher en el pasado de Chan. Y lo único que ganó tras eso fue ser desechado, reemplazado por un intermediario para cumplir la sed de venganza que recorría la sangre de aquél hombre.
JeongIn había perdido su identidad por aquél animal. Había perdido su nombre, había perdido a sus padres, todo lo que tenía plantado en su memoria fue deformado de manera completa. El mundo que pudo haber conocido alguna vez se transformó en lo que hoy era.
—Animal —escuchó y levantó la mirada al instante. Sus ojos vislumbraron al teniente Lee frente a él. Justo a un lado de la puerta, traía la misma ropa militar que siempre y una sonrisa se asomaba en sus labios. JeongIn se quedó quieto, y notó cómo los ojos del teniente viajaban de él a lo que tenía en las manos—. ¿Qué tienes ahí?
JeongIn tragó saliva y bajó las manos.
—¿Qué tienes ahí, animal?—volvió a escuchar su voz, y se acercó con lentitud. Yang retrocedió y se alejaba cada vez que la distancia entre ellos se reducía. Lo escuchó reír—. ¿Haz estado llorando?
Apartó la mirada un instante, ladeando la cabeza.
—Tú... —susurró JeongIn—. Tú... N-no... No. No quiero q-que vuelvas a... A darme eso... Eso que... Que...
Las palabras se le trabaron en la garganta, no habló más. Bajó la mirada y notó toda la sangre que sus pies dejaban. Sus ojos viajaron a la puerta, su sangre estaba marcada en todas partes. Arrugó el entrecejo.
—Animal... Devuélveme lo que es mío.
JeongIn levantó la mirada, extrañado. El teniente Lee se acercó a él y no podía mover las piernas. Se vio obligado a levantar la mirada, mientras sus labios temblaban, resecos e incapaces de soltar palabra. Sus ojos no dejaban de observar aquellos otros. El teniente era un hombre corpulento, alto y de huesos grandes. JeongIn pudo comprobarlo todas esas veces en que sus manos lo tomaban de la cintura. Eran tan grandes. Tan contrario a su cuerpo delgado y su estatura baja. El Teniente Lee quedó justo frente a él, analizando la expresión asustada de JeongIn, las manos de este último temblaban con desesperación y su corazón latía y latía en un ritmo acelerado.
—Eres muy callado, ¿No lo crees animal? —le susurró y JeongIn bajó la mirada con lentitud. Su mano fue tomada y rodeada por otra—. Esto me pertenece. Es mío. No puedes llevártelo así sin más. Es uno de mis animales.
Los ojos de JeongIn vieron cómo los dedos del teniente jalaron de la fotografía. Lo tomó con fuerza y levantó la mirada apretando los dientes.
—Y él es mi dueño.
El Teniente Lee levantó las cejas, retrocedió unos pasos y lo miró con una sonrisa, se frotó el rostro y se volvió hasta su escritorio. JeongIn lo vio tomar un vaso de vidrio de una pequeña mesa, lleno de alguna bebida que él no se molestó en diferenciar. El teniente Lee bebió de su vaso y se apoyó en el escritorio.
—Te equivocas, cosita—comentó, bebió todo el líquido y le sonrió con un brillo extraño en los ojos. Arrojó el vaso con fuerza contra la pared y JeongIn se encogió en su lugar. Los vidrios rotos cubrieron el suelo en su totalidad—. Tú eres mi animal. Tu maldita y perra alma es mía ahora, y como empieces a alardear sobre la marca de Chan en tu pútrida y abusada piel yo mismo me encargaré de arrancarla con una navaja. No lo tomes personal, Animal. Sólo me interesa explorar los miedos que Chan dejó en ti. Será como divertirme con él nuevamente.
JeongIn se quedó quieto en su lugar, su respiración acelerada no lo dejaba pensar con claridad, su cuerpo aún dolía. Miró la puerta y al teniente. Se quedaron unos segundos sin decir nada hasta que JeongIn corrió como pudo fuera de ahí, pisó varios vidrios y cayó de rodillas contra el suelo. Ahogando un grito desgarrador de su garganta, sentía cómo el vidrio dividía la piel de su pie. Rasguñó el piso y gimió de dolor, se volvió y vio como el teniente saltó con rapidez esquivando todos los vidrios del suelo. El impacto contra el suelo lo sacudió y se levantó con rapidez. JeongIn estaba agitado, desesperado y con el corazón en la boca del miedo. Su cabeza no analizaba bien el camino, se chocaba con varios muebles y la sangre de su pie dejaba un rastro claro de su camino. El cansancio cayó en sus huesos como plomo, los pulmones le ardían y las lágrimas no lo dejaban ver con claridad.
El cuerpo del menor se detuvo estrepitosamente cuando sintió que lo tomaban del cabello de golpe, dejó salir el dolor en gritos y sus manos tomaron con fuerza la mano que lo elevó hasta que dejó de tocar el suelo. El cuerpo de JeongIn se sacudía con fuerza, y las lágrimas caían con rapidez por sus mejillas.
—¡No! ¡¡No!!—gritó llorando, sus manos soltaron la fotografía cubierta de sangre y su cuerpo cayó de golpe al suelo. JeongIn se encogió en su lugar, tapando su cabeza con miedo, sus manos temblaban y los sollozos no dejaban que se tranquilizara por completo. Sus ojos no dejaban de ver el rostro joven de Chan en la fotografía. Y su pecho subía y bajaba con rapidez, la sangre empezó a resbalar por su frente cuando notó las heridas en su cuero cabelludo. El teniente Lee tomó a JeongIn del cráneo y lo golpeó contra la pared. La sangre salpicó el suelo y la risa resaltó en la cabeza de JeongIn como un eco. Escupió sangre y se tapó la nariz con rapidez cuando el líquido rojizo descendió de esta. Su mirada daba vueltas y notó la silueta del teniente acercarse a él, se arrastró con lentitud, empezando a sollozar, cansado y adolorido. Lo veía sonreír, veía como su rostro se borraba de a rato. Manchas negras interferían en su visión. Estaba tan débil.
—Animal... Ven aquí.
El cuerpo de JeongIn retrocedió, arrastrándose y dejando sangre en todo el suelo. Sentía como sus mejillas, como todo su rostro estaba bañado de sangre por completo. Lo escuchó reír.
—Animal... Te dije que vengas. —susurró. JeongIn se apoyó contra la pared. El teniente se inclinó sobre él.
—Qué mierda de animal eres —susurró, tomó el cabello de JeongIn con suavidad, manchando sus manos de sangre—. Mira como dejaste todo por una estúpida fotografía. Tú sí estás enfermito de la cabeza como para dejarte pisotear por alguien que es como yo. ¿Qué tiene de especial, dímelo? ¿Cómo es que un animal lucha por alguien que le arrebató la identidad?
Soltó el cabello de JeongIn y tomó la fotografía.
—Déjame decirte que los animales como Chan no buscan lo que tú ves, cosita—sonrió, lo tomó de la mejilla y JeongIn lo veía con ojos grandes—. Probablemente él ya esté divirtiéndose con otro animal, y tú aquí. Con la cara llena de sangre por una vieja fotografía de alguien que no te pertenece.
—É-él... —JeongIn bajó la mirada, hipando, respirando con irregularidad. El teniente Lee limpió sus lágrimas, el cabello del chico goteaba sangre y su cuerpo no dejaba de temblar—. Él... Es mío. M-mío. Me pertenece. Yo... Y-yo volveré por él. Yo...
Cerró los ojos, y sollozó en silencio. Sentía la respiración del Teniente cerca suyo, y su cuerpo se encogió más.
—¿Qué han hecho contigo animal? —lo escuchó suspirar. JeongIn abrió los ojos y se encontró con aquellos grises, fríos e indescifrables que poseía el Teniente. Su mirada se detenía en las cicatrices, en las pequeñas arrugas que se marcaban a los costados de sus ojos. Las manos del Teniente Lee lo tomaron del rostro, sus dedos se mancharon de sangre y recorrieron su cuello, su pecho desnudo. Recorrió sus cicatrices, sus mordidas, sus marcas.
La sangre terminó en el nombre de Chan. Y aquellos dedos húmedos lo rozaron con suavidad y lentitud, se cubrió por completo de aquél color carmesí. Y JeongIn cerró los ojos con fuerza cuando lo sintió lamer con lentitud. Su cabeza se presionó contra la pared y sus manos temblorosas viajaron al cabello del Teniente, lo sintió ascender por su abdomen, por su pecho. A JeongIn le vinieron los recuerdos a la mente, lo chocaron y lo aprisionaron contra la realidad. Sentía aquél tacto húmedo sobre él y sus manos no podían pararlos. Los labios de JeongIn se entre abrieron y dejó salir un jadeo bajo cuando mordieron su clavícula derecha. Sus manos presionaron el rostro de aquél, y su tacto recordó el cabello de Chan. Recordó el aroma que poseía, su piel, el aliento caliente que lo rodeaba. Se sacudió cuando aquél tacto intruso recorrió su cuello con rapidez, mordiendo su barbilla con fuerza. Lo volvieron a tomar con fuerza de la cabeza y sintió unos labios presionar en los suyos, una lengua que se atrevió a entrar en su boca, el sabor a sangre presente lo hizo retorcerse.
Lo recordaba patente, sus movimientos, la sangre. Los besos de Chan habían nacido de esa manera. De aquellos recuerdos se formó la identidad que cargaba con él. JeongIn se encogió y lo tomaron de la barbilla, apartó el rostro y las uñas se clavaron en sus mejillas. Aquella lengua lamió sus mejillas y las mordió con fuerza.
No quería abrir los ojos.
Se sentía tan débil, mientras los gemidos de dolor empezaban a brotar de su garganta de manera baja, mientras sus manos perdían la fuerza para detener. Y su cuerpo cedía de cansancio. JeongIn entreabrió los ojos y notó la sangre en el suelo, en la pared. Miró su pecho manchado por completo.
—Animal... —lo escuchó susurrar, y no lo miró a los ojos—. Yo puedo entregarte una nueva identidad ¿Sí, cosita? Puedo darte todo lo que quieras ser, si aceptas el hecho de que me perteneces puedo transformar la identidad que te plazca en ti.
JeongIn elevó la mirada llorosa, irritada y roja. Sus ojos rodearon la vista del Teniente. Una nueva identidad. Una nueva identidad que sólo sería suya. Una en donde el poder de decisión sea sólo de él. Una identidad que se podría transformar nuevamente.
Por Chan.
Los ojos de JeongIn brillaron y sus labios se entreabrieron sin palabra. Si lograba tenerla, podría volver. Podría ir y estar con Chan. Sería su animal. Y no haría nada incorrecto esta vez. Su voz salió temblorosa.
—Y-yo... —habló y se trabó nuevamente, si aceptaba no recordaría nada de lo que tenía presente ahora mismo. Como no recordaba ahora mismo el porqué terminó en manos de Chan. JeongIn frunció el ceño, si tenía una nueva identidad olvidaría la razón por la que quería tenerla. Apretó los dientes y las lágrimas brillaron en sus ojos—. Y-yo no quiero olvidarlo. N-no. Pero... Pero... Si tú puedes... ¿Podría conservarlo en mí? ¿Es... Es eso posible? No quiero olvidarlo. No quiero que desaparezca. Haz lo que quieras conmigo, pero no hagas que lo olvide.
Los ojos del Teniente se quedaron viéndolo detenidamente. Una mirada vacía, fría. Lo tomó del rostro y sus palabras confundieron a JeongIn.
—Definitivamente Chan dejó mucho de él en ti, Animal...
***
Perdón por no actualizar la semana pasada. No me he sentido muy bien. Espero que ustedes si estén bien. Lxs tqm. 💗💗
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