quince.

—Cuando desees ser libre... Mátame. Quítame la vida y te permitiré acabar con los otros cuatro. Haz lo que quieras. Si quieres prenderles fuego o arrancarle la piel de un tirón... hazlo. Eres mi animal. Tan cínico... Me enloqueces sin esforzarte.

—¿Y qué pasa si quiero irme... Sin matar a alguien?

—Créeme niño, para ese entonces no estarás tan cuerdo como para siquiera pensar en irte sin dejar sangre por el camino. Serás como un cazador Chdido en la desgracia y la venganza. Tan inocente... Estúpido, siquiera recordarás la inicial de tu nombre. Te destruirán. Y tú estarás tan confundido que aceptarás ese trato. Te transformarás en aquello que te hizo sufrir tanto, y actuarás ante otro de la misma forma hasta verlo caer.

Dos semanas después.

—Chan... —susurró el chico posando las manos contra el pecho del hombre, atajando a Chan de sus actos—. Espera... Creo que... Estoy sangrando, Chan estoy sangrando ahí.

Lo vio inclinarse sobre su cuerpo, su anatomía entera temblaba con fuerza. El frío del invierno traía grandes cantidades de nieve blanca, de humedad terrible que lo enfermaba en ese lugar. Su cuerpo entero sufría de los espasmos del placer sexual que lo calentaba. El frío que arrasaba y se adentraba entre los orificios de la cabaña para le entregaban una sensación extraña en él. Sentía la humedad dactilar en sus fanales tan incómodo que ya no se molestaba en sacarlas de su rostro, el sabor de la sangre corría por su lengua como una serpiente expulsando su veneno. Se acomodó debajo de Chan, quedando más que expuesto ante él, le incomodó el ardor de las mordidas sin embargo el cansancio en su cuerpo hizo que colgara su peso en sus codos, observando al hombre que salía de su cuerpo envenenado en un placer enfermo. Los ojos llorosos de JeongIn observaron la erección de Chan.

—Creo que rompí algo dentro tuyo —susurró Chan mirando a los ojos a JeongIn, este jadeó cuando su cuerpo dejó de ser penetrado y cerró los ojos fuertemente. El sudor le recorría del pie hasta las puntas del cabello—. ¿Te duele?

—Un poco —susurró despacio, casi sin voz. Chan rió—. ¿En serio te importa si me sangra ahí?

—La verdad no. No me importa si sangras.

—No te entusiasmes tanto por mi salud, gracias —susurró con una mueca. Se movió y sintió el ardor interior e incómodo de las heridas. Escuchó a Chan reírse y evitó el instinto asesino de golpearle en los testículos. Sintió su aliento en el cuello y cerró los ojos, agradecido por el tacto.

—Pero a ti te gusta... —le susurró con seguridad. JeongIn entrecerró los ojos.

—¿Me gusta tener heridas y que me trates así físicamente?

—Ajá.

—¿Por qué crees eso? —preguntó volviendo su cabeza para quedar frente a frente con Chan. JeongIn anteriormente recordaba pensar que el rostro de Bang estaba del asco, él pensaba lo aterrador que se veía aquellos ojos negros combinados con la cicatriz en el rostro. Sin embargo, había una diversión enferma que hacía sonreír a aquél hombre. Una sonrisa cínica y llena de malas intenciones que le hacía pensar en un niño diabólico que era sucesor del mismo lucifer.

Y a veces, no sabía si podía llegar a importarle a Chan. No sabía si su trato significaba que algo había cambiado. Porque Chan seguía teniendo problemas con él. Problemas que disfrazaba con una sonrisa siniestra y violencia precoz y a la vez dura en él. JeongIn se perdió en los fanales oscuros, brillantes y una sonrisa que ocultaba décimas de desgracias y malas intenciones.

—¿Por qué no lo creería?

Yang se quedó callado. Odiaba cuando Chan le respondía con otra pregunta frente a su cuestionamiento, sin embargo, avanzó hacia él besando la barbilla rasposa, bajando por un nido de mordidas y sangre que su lengua lamió. Volvió a encerrarlo en sus brazos, a enredar sus manos en aquél cabello y a morder ese pecho, ese cuello, aquellos hombros anchos y el pecho cubierto de cicatrices. JeongIn gimió al momento de sentir los brazos de Chan tomarlo para alzarlo sobre sus piernas, terminó rodeando sus caderas, aferrándose al placer carnal que podía proporcionarle aquél lunático. Porque, tal vez, la soledad de JeongIn perdonaba de manera inconsciente los pecados de Chan. Y este último disfrutaba que sea así el resultado de sus fatalidades.

Lo mordió en el hombro, suavemente, tan delicado que lo escuchó suspirar ante la sensación. Sintió como los dedos de Chan se hundían más en su piel sudorosa y volvió a repetir la acción sobre la marca de una vieja cicatriz. Se preguntó quién había sido la persona que llegó a marcarlo de esa forma. Se acercó más a su cuerpo, sintiendo el tacto de ambos miembros al hacer contacto, su mano viajó justo hasta la zona, sin poder evitar tocar la piel ardiente y sensible. Lentamente empezó a acariciarse soltando jadeos y ensalivando el hombro sangriento de Chan. Su cuerpo entero tembló por completo cuando la mano del hombre con el que mantenía intimidad lo tomó del cabello, volviendo con fuerza su cabeza para mirarlo. JeongIn gimió con fuerza, jadeando y cerrando los ojos ante el placer que se estaba proporcionando.

—Zorrito... Maldito zorro urgido... cerdo asqueroso —susurró sobre los labios del chico, mientras tomaba las manos de este y apretaba con fuerza. Chan sintió cómo el cuerpo de JeongIn temblaba de placer, escuchó los jadeos y los gimoteos bajos que soltaba. Pero a Chan le gustaba que el menor gritara, le encantaba que ese maldito animal sucio se desquitara en gemidos escandalosos.

—JeongIn... —susurró y sintió la boca del chico sobre la suya, la lengua enredándose entre la saliva y el calor. Los dientes de JeongIn mordiendo los labios de Chan, cubriendo de sangre ambas bocas y chupando suavemente para volver a besarle. Bang se dejó hasta que el chico avanzó por su garganta mordiendo su manzana, lamiendo cada centímetro de piel dañada y marcada.

Chan recostó a JeongIn, lento y sosteniendo el cuerpo con fuerza. Las piernas del chico se aferraron a él, sin embargo, Chan las acomodó bien para que su cuerpo encajara con el de JeongIn. Se inclinó y se quedaron en silencio por unos segundos. El chico jadeaba con lentitud, sin despegar sus ojos de los de Chan. Sus fanales se cristalizaron y un gimoteo fue subiendo suave por su garganta, inconscientemente recostó su cabeza en la almohada retorciendo su cuerpo ante la reciente penetración en su anatomía. Sintió los dientes de Chan volver a romper la piel de su cuello, embistiéndolo mientras confundía el dolor con el placer.

Tal vez, JeongIn estaba confundiendo las caricias con las heridas que Chan le proporcionaba.

Se despertó horas después del amanecer. Podía sentir el vago rayo de luz que entraba por la ventana de la habitación principal. Si ya había salido el sol, sólo quedaban unas diez horas de luz. Debía despertar a Chan, pero se encontraba tan somnoliento que no tenía ganas de abrir la boca. Se volvió y se confundió al sólo ver las almohadas que habían rodeado su costado. La sangre en las sábanas ya no causaban la gran impresión en él, siquiera se iba a sorprender de todas las heridas, golpes, y cortes que tenía en su cuerpo al verse al espejo. Al parecer, Chan se había ido temprano.

Se levantó con cuidado, tomando la ropa que había dejado la noche anterior. La hizo un bollo y caminó hasta el baño con ayuda del bastón que hizo Chan. Se bañó rápidamente y lavó la sangre en su cuerpo. Se vendó algunas heridas, estaba seguro que el día de hoy Chan lo dejaría tranquilo. Se miró en el espejo, y se sintió satisfecho con estar limpio.

JeongIn ignoró los golpes, no porque no los quisiera ver, sino que ya no le importaba el hecho de tenerlos siempre. No le importaba que su piel se conviertiera en un nido de cicatrices. Siquiera le importó tener las muñecas violáceas.

Se detuvo en el pasillo pequeño de la cabaña. No era tan grande, pero tampoco las habitaciones que tenía eran pocas. Sabía que no conocía todas, muchas eran la carnicería personal con olor a muerte de Chan. Otras sólo tenían muebles viejos y mucho polvo.

Y bueno, como Chan no estaba no le costaba nada ver qué más había. Después de todo, no tenía nada qué hacer.

Avanzó despacio teniendo en cuenta lo descuidado que se veían las cosas mientas caminaba. El suelo crujía y las telarañas estabas de sobra, JeongIn apoyó el bastón sobre un mueble y se sostuvo de este. Cuando estornudó sus ojos se cristalizaron. Trató de no tocarse la zona, últimamente sus labios estaban sensibles y dolorosos a cualquier toque. Volvió su vista a un lado y divisó una puerta que estaba medio tapada con el mueble. JeongIn tomó el bastón y la empujó, no pudo ver nada, literalmente sus ojos se cubrieron por el polvo del lugar. El mueble no le dejaba entrar, de por sí JeongIn estaba bastante grande para caber en ese estrecho espacio. Lo movió de lugar lo suficiente para dejar libre toda la puerta vieja.

JeongIn se quedó frente a esta, ¿Qué podría encontrar ahí? ¿Cuerpos humanos, extremidades? Tal vez era el matadero personal de Chan, tal vez ahí era donde acabaría con él si se le ocurría hacer alguna estupidez.

La puerta estaba vieja y la pintura se desprendía de ella, pudo notar los rasguños y lo rota que estaba. La volvió a empujar y se tapó la nariz automáticamente al oler el hedor putrefacto que había. Sus ojos se deleitaron del desastre de los muebles rotos, de las paredes manchadas de sangre y el polvo que cubría cada espacio. Había una ventana pequeña y rota que dejaba entrar la ventisca de nieve que había. Su cuerpo se detuvo al ver el charco de sangre seca en el suelo, en las manos marcadas y los libros tirados y triturados en el suelo.

La habitación era un completo asco. Temió avanzar, sin embargo, la curiosidad pudo con él de forma traicionera, cosa que lo hizo caminar hasta el primer mueble destrozado. Observó el toca discos que había en él, tan antiguo que se haría un buen dinero con él en algún mercado de la ciudad. El polvo lo cubría de tal forma, que tuvo que rascar con fuerza la superficie para ver el color dorado de este.

Se volvió al ver la sangre en el suelo y avanzó sin tocarla. Le fue difícil con un pie, evitando pisar aquella asquerosidad. Sentía que los gérmenes se subían a él como imanes pútridos. Sin embargo, se detuvo al ver algo que le llamó la atención.

Se inclinó y tomó la fotografía sangrienta del suelo. Estaba manchada y solo se podía ver el rostro de un viejo hombre junto con una mujer. El rostro de ella estaba rayado y manchado con sangre, JeongIn rascó el líquido seco de la fotografía, dando cuenta de lo vieja que se veía. Observó a un niño entre medio de ellos y a otros dos a sus lados. Se preguntó si esa había sido la familia de Chan.

Se preguntó por sus padres, se preguntó por los hermanos de Chan. Se preguntó qué habría sido de él si jamás los hubiera asesinado.

Dejó de lado esos pensamientos. Decidió dejar esa habitación, sabía que Chan llegaría pronto con el almuerzo sangrando en su bolsa de caza. Debía quitarse ese polvo, esa mugre de los dedos para poder atenderlo. Se volvió, cuando sintió el crujido bajo su pie. Automáticamente un grito salió de sus labios, dejando que su peso cayera contra la pared, observando los vidrios rotos que había pisado. La sangre húmeda goteaba sobre papeles.

JeongIn se quedó quieto en su lugar.

Sus ojos se abrieron ante una confusa visión de la realidad, sus ojos observaron aquellas palabras que tanto lo identificaban como algo. JeongIn se quedó petrificado al leer aquella palabra con sangre, tan desaliñada, escrita con tanta ira que la misma sangre seca había rajado las hojas.

Animal.

Tragó saliva con dificultad. Se inclinó sobre este y pudo divisar la primera frase de la hoja. Sus ojos se clavaron en la fotografía rota, rayada con una cruz sangrienta mientras a su lado se repetía las mismas palabras en todos lados. Animal, animal, animal.

Pero poco significaron las palabras cuando en la fotografía estaba él. Poco le importaba cuando pudo verlo tan joven, con aquella piel lisa sin cicatrices. Un nudo se formó en su garganta al notar la juventud de Chan. En aquél rostro limpio, en aquellos ojos negros tristes, aquellos ojos que reflejaban desgracia. Unos fanales tan distintos a los de ahora. Su corazón se detuvo un segundo. Su cuerpo dejó de funcionar por un momento, cuando lo escuchó susurrar detrás suyo.

—Zorro —se volvió con el entrecejo fruncido. Viendo a Chan parado en el umbral de la puerta. Con el cabello mojado, con el rostro tan frío, con aquellos ojos cínicos que no le decía nada. Su presencia sólo transmitía peligro. JeongIn notó en su piel cómo no era bienvenido ahí—. Mi animal... No debes...

—Christopher... Tu nombre es Christopher —susurró como pudo, mirando a Chan a los ojos. Notó como este no se inmutaba de sus palabras, JeongIn se volvió con fuerza—. ¡Tu nombre es Christopher!

—No —lo oyó decir—. Mi nombre es Chan.

—¿Qué...? E... Este eres tú... —susurró, apuntando la fotografía con la mano temblando, Chan había sido el Animal de alguien. Chan había terminado de esa forma porque alguien lo quiso así—. ¿Q... Quién te hizo así?

—Zorrito... Tú no... No debes estar aquí... Te vas a... Ensuciar de esta sangre sucia. Vamos, salgamos —susurró como si nada. JeongIn se aferró al papel y avanzó hasta Chan, sus manos lo atraparon con fuerza.

—Quiero saber —susurró con fuerza, observó cómo el cuerpo de Chan se detenía, rígido—. Chan... Quiero saberlo, yo... Tengo derecho a saberlo, yo...

Chan se volvió, con los ojos abiertos y el entrecejo fruncido, JeongIn retrocedió al notar la ira de su mirada. Dejó caer los papeles, y Chan observó la fotografía por un segundo. Cuando se volvió, le sonrió.

Tan forzado. Tan cínico. Casi inocente.

—¿Tú...? —comentó, clavando aquellos ojos negros en él—. ¿Tú... Tienes derechos?

JeongIn se calló.

—Innie... Zorrito estúpido —susurró riendo—. Tú eres un animal. Tú no... Tú no tienes derecho alguno sobre mí ni sobre nadie. No tienes derecho siquiera sobre ti mismo porque eso me pertenece.

JeongIn tragó saliva, sintiendo la mirada explosiva de aquél hombre sobre él. Levantó la mirada, cubierta de pocas lágrimas.

—Pero soy tu animal. Al menos... Respétame... —no continuó, sino que su rostro se volvió hacia el suelo. En una bofetada ardiente y violenta que lo hizo escupir sangre. Su mirada se levantó del suelo, viendo a Chan allá arriba. Tan serio. Tan bestia. Tan animal.

—Creo que te haz equivocado conmigo, JeongIn —comentó con suavidad. Chan se inclinó sobre él tocando el labio partido y la mejilla que se tornaba a un tono rojo y violáceo—. Solo eres un animal. Tú no piensas en ti mismo. No tienes derecho sobre nada. Eres un mugroso zorro que se entrega para no hacerse responsable de sus actos. Asqueroso. Los animales como tú necesitan ser adiestrados con mano dura. Pero eres un maricón que se escondía tras el poder de su padre. Mírate. Mira lo poco que te importa que te insulte. Eres un animal. Pútrido, asqueroso.

JeongIn quedó petrificado, sentía los toques suaves de Chan sobre la herida en su rostro y sin embargo, era tan vacío. Tan distinto a cómo lo tocaba en la cama. La ira burbujeó en su interior como agua hirviendo.

—¿Cuánto tiempo te llevó olvidarte de tu nombre, Christopher? —susurró JeongIn desde el suelo—. ¿Cuánto tiempo fuiste el animal de alguien, tan débil, que te dejaste ser? Yo también soy animal de alguien, y no fui tan débil como para olvidarme de mí mismo. Porque no voy a ceder ante él. No lo haré como tú.

Lo miró desde el suelo. El rostro de Chan se fue transformando, fue cambiando a aquél hombre que conoció la primera vez. Aquél que alguna vez odio. JeongIn tragó saliva con fuerza.

—Tú eres un animal. Si recuerdas tu estúpido nombre es porque yo te dejo, y como vuelvas a repetir el nombre de aquella persona te haré saber a carne viva lo que es ser tratado como un verdadero animal. Tú eres un zorro, un estúpido zorro inmaduro que no sabe lo que dice.

La mirada de JeongIn se volvió filosa, lentamente se levantó del suelo mientras la sangre le chorreaba de la boca. Las palabras le salieron con tanto veneno e ira que sintió la fuerza por unos segundos.

—¡Pues hazlo! ¡Atrévete a hacerlo y verás cómo me levantaré ante ti y te gritaré las mismas palabras!

—Detente.

—¡Pero no lo haces, porque estás tan solo que no quieres a alguien igual a ti a tu lado! ¡Estás tan sólo y distante del mundo verdadero, maldito enfermo! ¡No eres mi dueño ni nada, tú eres un abusador! ¡Tú estás resentido con alguien más y te descargas en mí como un cobarde! ¡Tú fuiste tan débil, seguramente ellos se reían de ti enfrente tuyo, se reían de lo manejable y estúpido que eres! ¡Yo puedo ser un zorro asqueroso sin derechos, pero tú fuiste una marioneta tarada que cedió ante el Diablo!

—Maldito zorro... ¡Maldito animal descarado! —gritó Chan tomándolo del cabello con fuerza. El cuerpo de JeongIn fue estrellado contra un mueble, el vidrio de este se rompió sobre su espalda y el chico cayó en el suelo. Escupiendo sangre—. ¡Tú eres un animal! ¡¡Eres un puto animal que cree tener derecho sobre mí!! ¡Tú no sabes nada! ¡No conoces mi historia como para juzgarme! —tomó con violencia el cabello de JeongIn, posando el pedazo de vidrio filoso sobre el cuello de este—. ¿En serio quieres saber qué les hice a cada uno de ellos? Porque zorro, no fue uno solo quien me tomó de esta forma. Porque de los golpes, las heridas que tú recibes al día yo las recibía con el peso de cinco. Porque si quiero, puedo abrirte la garganta, puedo abrirte el estómago para que veas tus viseras podridas salir de dentro tuyo. Puedo quitarte la vida en el segundo que yo quiera, puedo apoderarme de tu identidad, de tus acciones. Porque yo decido qué consideras bueno y malo en la vida. No eres nada. Ni para mí ni para nadie. Jamás lo serás.

JeongIn lo miró con rabia, con lágrimas que descendían como torrente sobre sus mejillas. Respiró con dificultad y trató de empujar a Chan. Su mano viajó hacia su rostro y apretó con fuerza aquella cicatriz, rasguñando la piel. Escuchando el grito de Chan, sintió las manos de este tomar su cabeza y evitó el dolor que le proporcionaba ser golpeado contra el suelo. JeongIn pateó a Chan con todas sus fuerzas y este salió de arriba suyo, cayendo boca abajo sobre el suelo. El chico se arrastró, desorientado y con la sangre en la cabeza brotando con lentitud. Manchas negras cubrían su vista. Justo al momento de ver a Chan levantándose. Arrancando el pedazo de vidrio de su pierna como una astilla en un dedo. JeongIn abrió los ojos.

—Chan... —susurró, intentando avanzar hasta él. Salía mucha sangre, era mucha sangre—. Chan...

—Detente... Aléjate JeongIn. No quiero... que te acerques.

JeongIn se calló, viendo cómo Chan se iba con dificultad. Su visión se volvía borrosa, recostó su cabeza y sintió el charco de su sangre pegajosa sobre su rostro.

Tal vez, había un punto quiebre en Chan que había sobrepasado.

***

Buenas. ¿Cómo se encuentran?

Las cosas se pondrán intensas a partir de este punto;;.

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