dos
—T-tengo sed... —susurró lentamente. Sus labios temblaban, resecos, y su lengua se encontraba con el horrible gusto a hierro de la sangre. La comisura estaba teñida de la putrefacción rojiza y líquida del beso al que fue sometido. Tenía la barbilla lastimada, las mejillas mordidas, rasgadas y con la piel levemente levantada. Un doloroso corte se extendía desde el pómulo hasta el cuello, rajando la piel y abriéndola limpiamente. Sus ojos estaban rodeados por una fina capa grisácea. Eran claros, apagados y sin vida, con el temor reflejado en ellos.
—No hay agua —se escuchó, levantó la mirada y observó la simplicidad de la cabaña en la que se encontraba. Sus manos aún se encontraban atadas de manera injusta a los alambres. Lo buscó con la mirada.
—Tengo sed —volvió a repetir, se inclinó y lo vio salir de la habitación a un lado de la que él se encontraba. Lo miró quieto, atento a los movimientos del asesino. Este se volvió, con medio rostro deformado, destruido, y cicatrizado de forma monstruosa, dejando mucho que desear de aquella poca faceta de piel normal, tersa a simple vista, sin deformidad alguna. Sus ojos eran oscuros, de largas pestañas sedosas que le hubiera intrigado si no fuera por la mirada vacía que siempre tenía.
Su corazón se aceleró como caballo de carreras cuando lo vio acercarse, bajó la mirada sumiso. Temblando. Cerró los ojos y entre abrió los labios respirando fuerte, los pulmones le dolían, el cuello le ardía y sentía una horrible picazón en la piel en carne viva de su pelvis. Debía aguantar si quería seguir vivo, tendría que esperar a que lo encontraran, es decir, era el hijo de un gran político. Y no iba a morir en manos de un cualquiera como lo era aquel lunático asesino, lo iba a pagar muy caro una vez que saliera de aquella pocilga, iba a pagar toda la asquerosidad y mutación de piel que hizo con su cuerpo. Tenía rabia. Tanta rabia e importancia que su pecho ardía, levantó la mirada, enojado, con la respiración pesada y los puños fuertes. Y no se encontró con nada.
—Hueles del asco —escuchó en su oído, literalmente saltó de su silla al oírlo, ahogó un gemido de dolor cuando sintió que la piel de sus tobillos y muñecas volvieron a removerse—. ¿Te asusté? Ja. Me agradas, me gustas mucho —le susurró cerca, lo miró con grandes ojos al verlo de pie frente a él, un hombre grande que lo reventaría a puñetazos si quisiera. Y no pudo evitar pensar en su absurdo físico, en su cuerpo delgado a comparación del otro. Sus orbes parecieron ser espejo cuando siguieron todo hilo de cicatrices que cubría la piel de aquél, tenía cortes, mordidas, todo signo de salvajismo se marcaba ahí. Cerró los ojos con el ceño fruncido cuando se inclinó cerca suyo, sintió su respiración, la calidez que emanaba, abrió la boca para protestar y sin embargo, ninguna palabra salió de sus labios, por asombro, sintió su lengua lamer con fuerza su cuello, la herida que tenía fue abierta por cuarta vez y gritó con fuerza. La sangre seca fue removida y los dientes mordieron la carne sensible, roja y sin la capa de piel para protegerla. Se sentía como si le echaran sal a su herida, apretó los puños y dejó la desesperación para sus gemidos de dolor—. Eres... Mucho más excitante que abrir el estómago de algún animal. Lindo, como un conejito degollado. Pequeño, como una ardilla sin piel.
—Por favor... Para —susurró, temblando.
—Iremos a lavar tu sucia y bonita piel. Lavarás tu apestoso y orgásmico cuerpo. Y si intentas algo, lo lamento. ¿Sí amor? Eres un pan de Dios, adorable —lo miró asustado, sintió sus manos libres un segundo después, el dolor se volvió regular y quedó quieto por unos segundos. El cuerpo del asesino se arrodilló en frente suyo, entre sus piernas. Tocó sus rodillas y apoyó la barbilla en ellas, sonriendo como un niño pequeño, risueño, y feliz. Sus manos, con las uñas destruidas, manchadas de sangre seca y mugrientas no eran nada a comparación de la sonrisa que se le marcaba en los labios, el roce fue bajando hasta sus tobillos y desató el alambrado ensangrentado. No sentía sus músculos—. Vamos.
Lo siguió con la mirada cuando lo vio levantarse. Dudaba. El asesino tomó una bolsa de caza, el cuchillo más afilado y el hacha. Cada arma, la cual fue manipulada para asesinar a sus amigos, pensó, sin embargo, no a él. Acarició sus muñecas, estaban moradas, rojas y a carne viva. Le ardía.
—¿Vas a levantarte?—le preguntó sin dirigirle la mirada, carraspeó y lo miró de manera asquerosa. Se sostuvo de la silla, y, con la mayor fuerza de voluntad, se levantó. Sus piernas flaquearon y el dolor de cabeza le golpeó de forma horrible la mente. Se mareó y tambaleó. Sus tobillos se doblaron y todo a su alrededor dio vueltas, hasta que su cuerpo cayó de rodillas al suelo, sus manos cubrieron su cara con rapidez cuando chocó contra la madera sucia, sentía la piel raspada de las rodillas y el ardor de éstas, y las lágrimas llegaron.
—Inútil. Lindo, pero inútil. ¿Quieres que te cargue amor?
—C-cállate... —lloró de rabia. Bajó la mirada y observó la herida en la pelvis, estaba roja—. Yo lo haré por mí mismo.
—Pareces un perro—le dijo, sintió unas manos en su cintura. Aquella fuerza lo levantó del suelo y no se atrevió a verlo a los ojos—. Un animal. Un cachorro.
Levantó la mirada con enojo, las lágrimas brillaban en sus párpados y notaba la sonrisa risueña de aquél, apretó los puños.
—Tengo sed.
—Vamos. Ven—le tomó de la muñeca y su corazón se aceleró al instante, lentamente lo empujó delante de la puerta. Sus ojos se detuvieron, atónitos al ver el pomo, el suelo de madera húmedo, sus pies sucios llenos de tierra y sangre seca. Se detuvo—. Espera.
—¿Qué?—preguntó suavemente, aún perdido.
—Voy a buscar algo—se volvió dos segundos después, y ya no lo vio en la habitación. Por un momento, se quedó pensando, esperando por dos o tres minutos. Donde su razonamiento le gritaba que saliera de allí.
Se enfrentó a la puerta, y observó hasta que tomó el pomo y lo giró lentamente. La abrió. Se encontró con un bosque espeso, húmedo y verde. El olor a pino y roble chocó con sus fosas nasales, el aire, todo. Sus pulmones, que tan acostumbrados estuvieron al hedor de sangre se inflaron de aire puro y lo incentivó a avanzar.
Y dio un paso.
Estaba fuera. Y se giró y no vio al hombre. Esperó y mandó todo a la mierda. Avanzó de espaldas, mirando la puerta abierta, para observar el momento de ver el rostro destruido de aquel hombre, de aquel muchacho. Hasta que el bosque lo abrazó y él corrió.
La velocidad lo consumió como a un perro en las carreras ilegales. Sus pies descalzos se ensuciaban y patinaban en la humedad del suelo, saltaba, se rasguñaba con las ramas y temía dar la vuelta y encontrarse con él. El pensamiento lo inundó, y mientras corría con fuerza, se volvió para ver si había rastro de aquel muchacho que lo sujetó de forma sádica a una silla para morder su piel, lastimarlo y destrozarlo. Su corazón se agitaba, su mente no pensaba, y lo único que le gritaba era Corre. La inseguridad que sentía no era mayor a la desesperación, la libertad y la ansiedad por salir de allí. Sus piernas flaquearon como las de un corredor profesional, pisó las hojas, el musgo, todo húmedo y molesto, incómodo como el dolor de sus heridas, no tan doloroso, se dijo, como el que sintió al momento en el que su pie presionó lo que le hizo gritar de forma agonizante. Juró escuchar el chirrido oxidado y el hueso del tobillo rompiéndose como una ramita ante la trampa para osos con la que se había topado. Resbaló y cayó al suelo retorciéndose como un gusano, se agarraba desde la rodilla porque no se atrevía a tocar, su pie y su tobillo eran tragados por esa trampa, la carne estaba abierta y podía ver las venas rotas, empapadas de sangre, el hueso grueso, blanco, y lleno de articulaciones rodeando su contorno. Prácticamente, lo único que lo unía a su pie era carne. La sangre caía como río espeso, la sentía caliente y coagulada, las manos le temblaban y la debilidad le recorría el cuerpo, no resistiría.
—¿Te has caído? Sin duda eres un cachorro, un cachorro muy estúpido como para caer en una trampa de oso—lo escuchó, y ahí estaba. No sabía en qué momento había llegado ni por dónde. Pero se arrastró con lágrimas en los ojos, una pierna estremecida y cubierta de sangre, hasta los pies de aquel hombre.
—A-ayuda. Ayúdame. Por favor, quítame esto. Sácalo—rogó de dolor, sentía el aire fresco chocar con la piel abierta. Y los posibles insectos subiendo por la sangre pegajosa, y húmeda.
—Mira—se acercó él a su pierna lastimada. Su mano recorrió sin cuidado la piel rasgada, la carne destruida y presionó el hueso roto y salido de lugar. Aún, atascado en esa trampa agonizante. Gritó con fuerza y mordió su propia mano hasta sentir el gusto a hierro en su boca—. Por Dios, en verdad te mandaste una grande. Creo que ni siquiera está unido a tu pierna.
—Quítalo. ¡Por favor quítalo!
—Estabas a tu propia voluntad. Yo no puedo intervenir—susurró—. ¿Quieres que te cante algo? ¿Que tarareé? Me gusta Mozart.
—¡Saca esa maldita cosa!
—Un conejo me daría más lastima, cachorro. Pero no me das lastima—rió—. Eres lindo. ¿Cómo dices que te llamabas?
—Por favor... T-te lo ruego. Me duele —lloró y lo miró, su mano se apretó en la muñeca del otro y ya no sintió la calidez que emanaba, la mano de aquél tomó la suya y una sonrisa se marcó en su rostro, suavemente observó cómo la llevaba a sus labios, manchado de sangre, pálida, sintió el beso casto que dejó en sus dedos. Quedó petrificado.
—Animal. Eres un animal, mírate. Agoniza como ellos. ¿Te gusta la caza? ¿Habías venido a eso no? A mi también me gusta. Pero hay una diferencia, yo a ti, te veo como un perro, un cachorro sucio y lleno de mierda. Lindo, y asqueroso. Travieso, y llorón. Animal. Tú eres animal, una presa de este lugar, mi presa. Huir es tu objetivo, y mi trabajo es capturarte. Soy tu cazador, y tú mi cachorro de rostro orgásmico. Bonito, travieso, llorón y sangriento. ¡Mira nada más! ¡Las hormigas se te están subiendo!
NOVIEMBRE 2016.
HUNTER obras.
ASK.FM//AZUL_HUNTER.
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