Regreso
Regreso
El silbido agudo de la locomotora en la estación de Goslar anunciaba que ya estaría a punto de partir. Un chorro de vapor blanco acompañaba cada alarido metálico, provocando que los viajantes apresuraran el paso hacia el tren. El chofer asistía con el equipaje al matrimonio de vampiros. Pura fachada, puesto que llevar las maletas ellos solos no hubiera sido problema, mas jamás pasarían por desapercibido la facilidad con la que Ardith y Edmund hubiesen manejado aquella pesada carga. Hubiera sido todo un espectáculo circense para los allí presentes.
Desde su asiento en el tren, Edmund contemplaba tras la ventana con un dejo de nostalgia el paisaje a su alrededor. La máquina recorría a poca velocidad las vías que cruzaban el pueblo. Su pueblo. Fue en Goslar donde nació, región de la cual fue conde hasta que a sus dieciocho años juró como heraldo del rey Enrique y su heredero al trono, dejando el condado en manos de su padre y su única hermana. Luego de ello sólo volvería una o dos veces por temporadas, hasta que la guerra en el sur del imperio estalló y nunca más regresó. Aquella guerra que libraría contra legiones de vampiros, logrando vencerlos a todos. Y el destino siempre le jugaría una mala pasada, pues aún burlando las huestes de Satán, un año después vino el exilio tras la conversión y pasaron cuatro siglos de aquello, los últimos dos siglos en Londres.
Ardith colocaba tiernamente la mano sobre el hombro de su amado. —No te preocupes. Luego podemos venir con calma y recorreremos el pueblo, si quieres... Total, tenemos todo el tiempo del mundo para ello.
—Mi nostalgia no es el pueblo, ni el castillo. Goslar dejó de ser mío mucho antes del exilio... Nunca pude despedirme de mi padre— su voz se entrecortaba tras esa última oración.
—Lo siento... todo fue mi culpa— los ojos llorosos de Ardith se posaron sobre el rostro de Edmund.
—No tengamos esta conversación otra vez, por favor. Sabes que durante siglos he cargado con este sentimiento horrible... nunca debí haberme ido y dejarte sola con...
—Ni la menciones. Ya se me había olvidado... ¡Qué susto me he llevado!— la rubia se agarraba el pecho, como si su corazón aún latiera exaltado.
—No había nada allí. Recorrí kilómetros de bosque a la redonda y no había rastro de ella o de algún otro vampiro.
—Lo sé... Sabes que las pesadillas fueron recurrentes por más de un siglo. Ella ni después de muerta dejó de atormentarme.
Edmund agarró la mano de su esposa. —Leila dejó de existir hace cuatrocientos años. Lo único que le puedo agradecer a la muy maldita es este don que me ha permitido estar contigo por toda una eternidad, porque creo que una vida humana no hubiese sido suficiente para amarte.
—Te amo— Ardith respondió, acariciando la mejilla de su esposo mientras sonreía.
Fuera los cristales del vagón de lujo, el cielo se oscurecía. Trasladarse de noche en tren, o por cualquier medio, ya era costumbre pues eran las horas menos preferidas por los humanos para viajar. Así no levantaban sospechas. Siendo tan hermosos y dada su naturaleza atraían innecesariamente la atención de los vivos y en esta época, los mitos de criaturas como ellos tomaban auge, resurgiendo nuevamente como leyendas desenterradas del pasado... y en estos tiempos modernos, el viajar a pie o a caballo ya no era opción para ellos... ni para los humanos.
Las horas pasaban sin marcar el tiempo para Ardith y Edmund. La máquina de vapor rompía con su chillido metálico el silencio de la noche una vez serpenteaba por terrenos más escarpados. Su sonora marcha hacía eco en las laderas de las montañas toda vez se acercaban más a la región boscosa del Harz. La sierra era ya solo una silueta amorfa y negra levantándose a un costado, cada vez más cercana e imponente. Cada vez más familiar el paisaje para ellos, en especial para Ardith quien no dejaba de sonreír con cada kilómetro recorrido.
Al cabo de unas tres horas, el poblado de Wernigerode se abría paso entre el boscaje y las colinas. Las luminarias centelleaban dentro las lámparas de los faroles a la orilla de la carretera, una línea intermitente que se extendía hasta la estación del tren.
—Esto es como un sueño Edmund. Estoy de vuelta en casa— Ardith le comentaba a su esposo mientras salía del vagón. Su mirada se posaba sobre las calles aledañas donde las hileras de casas y tiendas se alineaban a cada lado de manera muy pintoresca. —Todo luce tan distinto... siento una mezcla de emociones todas distintas... aquí era el mercado y la aldea... aquí donde el Brocken extiende su manto comenzaba el ducado. Esto era Harzburg hace medio siglo, aquí era mi hogar.
—Y todavía lo es, mi amor. Eres la duquesa de Wernigerode, Harz. Todo lo que pensaste perdido, el destino te lo ha devuelto— Edmund tomaba a Ardith de la mano con terneza.
—Buenas noches Lady Ardith... Lord Edmund. Bienvenidos a Wernigerode. Espero que hayan tenido un buen viaje de regreso— una hermosa joven se les acercó, en su rostro se dibujaba una perfecta y reluciente sonrisa bajo un par de ojos verdes con destellos rojizos.
El duque dio un paso al frente como protegiendo con su cuerpo a su amada, toda vez que estudiaba a la mujer que muy amable, tan amable que parecía melosa, les saludaba. —Eres una...
—Sí... soy parte de la servidumbre. La ama de llaves para ser precisa...— Ella no permitió que el vampiro terminara su oración aclarando la duda. El duque relajó un poco sus hombros luciendo un poco más aliviado tras la confesión.
En esos momentos un muchacho se detuvo a su lado, quitando su sombrero y haciendo una escueta reverencia luciendo algo nervioso. —Buenas noches— saludó.
La mujer se dirigió a ellos nuevamente. —Richard es nuestro chofer... Haz el favor de localizar el equipaje de los señores. Te alcanzo enseguida— ordenó al sirviente.
—¿Entonces sabes?— Edmund lucía aún sorprendido.
—Claro. Fui contratada por Lord Cefrid para el puesto hace cincuenta años. De otro modo, ustedes no hubiesen podido regresar. Había muchas cosas que poner en orden... cosas que un humano no hubiese comprendido y que no podría haber organizado en pocos años. Años humanos, quiero decir.
—Claro... es lo más lógico. Lord Cefrid hizo bien en contratar uno de nosotros.
—Bueno, esperen un momento aquí mientras ayudo al pobre de Richard... no va a poder con todo ese equipaje... los vampiros no sólo cargamos ropa en nuestros bultos de viaje. Cargamos siglos de historia y esa pesa mucho— la ama de llaves soltó una carcajada.
—Muy cierto— respondió el caballero. —Pero aún no nos haz dicho tu nombre.
—Ay, que cabeza la mía. Disculpen mis señores, mi nombre es Romynah. A su servicio— la mujer hizo una reverencia y sonrió para luego apresurarse a asistir al chofer con las maletas.
⚜️
***¡Ay Ay Ay! ¿Se acuerdan de Romynah del libro de Leila? El nombre de este personaje es en honor a una amiguita mía de aquí de Wattpad RomynahNB quien escribe genial también. A ver que se trae esta Romynah entre manos...
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