Leyendas
Leyendas
—Por favor, cálmate. Ya te dije que no hay nadie aquí—, Edmund le repetía a su mujer mientras rodaba las cortinas y abría la ventana por tercera vez—. ¿Ves? No hay nadie. Sólo fue producto de tu imaginación.
En esos momentos Romynah entró al cuarto. —Ya han peinado los guardias todo el castillo. No hallaron a nadie—, la mujer vampiro dejó pasar un tiempo prudente antes de proseguir. Sobre la cómoda colocó una taza de té recién hecho, la misma bebida que le preparara para calmarla hacía ya varias horas. Edmund se encontraba sentado junto a su esposa, le acariciaba el cabello para calmarle. —Tal vez si me explican... sé que no buscan a una persona. Saben que los guardias no servirán de mucho... no en contra de un vampiro... Pero tal vez yo pueda...
—¿Qué es ese brebaje que le has dado a mi esposa? ¿Acaso se lo piensas dar a beber otra vez? Más bien creo que es lo que la ha alterado y hecho alucinar— Un furioso duque acusó a la sirvienta, quien retrocedió sorprendida ante la actitud de este.
—Mi señor, la duda ofende. Son sólo yerbas y especias comunes. Contiene valeriana, lavanda, azahar, manzanilla y tilo, endulzadas con miel y sangre de tórtola. Puede probarlo usted mismo, si desea. Le aseguro que esto no le ha hecho daño alguno a su esposa— contestó tratando de lucir sosegada la ama de llaves.
—Edmund, por favor. ¿Cómo vas a insinuar eso?— Ardith se puso de pie y camino hasta la cómoda y tomó en sus manos la taza de té— No es la infusión lo que me ha alterado... no se... tal vez es el cansancio del viaje, la impresión tan grande que me ha dejado volver aquí, donde viví tantas cosas— suspiró y tomó un sorbo del líquido aromático.
—Tienes razón, amor, debemos calmarnos. Ha sido un día muy fuerte para todos— Edmund plantaba un beso en la frente de la hermosa rubia con suma dulzura.
—Disculpen que insista, pero, ¿quién es este vampiro que los aterroriza tanto?—Los ojos claros de Romynah se posaron en el rostro de Edmund fijamente, curiosos.
—Es una historia muy larga de contar— el vampiro miró a su esposa, como quien pide permiso para revelar un secreto.
—El tiempo tampoco es problema para mí, no olviden.
Ardith asintió autorizando el relato y taza en mano se dirigió hasta la cama, donde se sentó.
—Es una vampiresa. Su nombre es Leila, Leila Von Dorcha— comenzó Edmund.
—¿La temible condesa de Swabia?
—¿La conoces?— Ardith inquirió horrorizada.
—Bueno, a la leyenda... es un cuento de caminos, inventado desde que tengo memoria para asustar a los niños...
—Me temo que es más que un cuento de camino— Edmund caminaba hacia la ventana, mirando hacia la lontananza por un instante y posó sus ojos en la luna plateada que se colgaba sobre la cordillera.
—No... esperen un momento... usted, milord, es el noble caballero, el que con su espada y armadura dorada asesinaba ejércitos de vampiros, legiones el solo... claro. Mi señora es la princesa. La bruja se casó con el rey y bebía de su sangre... ahora todo tiene sentido... claro está que se alteraron un poco los hechos. Después de todo, eso son las leyendas.
—¿Pensé que habías sido informada?— Edmund se acercó a Romynah.
—No de todos los detalles. Solo sabía que al ser convertidos habían huido de los inquisidores... jamás hubiese asociado la leyenda, o a la Von Dorcha con ustedes. Nunca pensé que fuera real, aún siendo yo una vampira.
—Increíble que aún se recuerde la historia... Nosotros que pensamos que cuatrocientos años era tiempo suficiente y resulta que ahora somos parte de un cuento de hadas.— comentó Ardith con cierto desazón.
—Sí, bueno, yo fui convertida hace cien años. El hoy es una era de ciencias y descubrimientos, la religión ya no dicta la norma, fe y costumbres como en antaño. Ya los monstruos y las criaturas míticas son solo eso, mitos. La superstición y las leyendas son cosa del pasado... los vampiros también.
—Dejemos que el mundo siga creyéndolo entonces. Siempre nos ha convenido estar entre las sombras— añadió Edmund.
—Cierto es... pero, ¿qué pasó con la Von Dorcha en realidad? ¿Usted la mató?— la sirvienta lucía muy interesada en la respuesta. La pregunta sonaba más a una afirmación que a una duda.
—Sí. Sus restos fueron quemados en el bosque, en la falda del Brocken.
—Entonces no hay posibilidad alguna de que regrese su alma del infierno, mi señora. Esté usted tranquila... termine de beberse el té para que descanse.
—Romynah, ve y dile a los guardias que paren la búsqueda. Fui una tonta. No encontrarán nada... y gracias por el té— Ardith le entregaba la taza a la ama de llaves.
—A sus órdenes. Con su permiso—. Luego de una reverencia, la vampiro se retiró.
Ardith se puso de pie y tomó a Edmund de la mano. —Qué ironías... nuestra historia no murió con nuestra huída, ni la de ella con su muerte.
—Me parece gracioso que nuestras vidas en el pasado sean recordadas de manera tan folklórica como las Fábulas de Esopo y los cuentos de los Hermanos Grimm. Recuerdas cómo nos reíamos cuando compramos ese ejemplar de la Caperucita... si supieran que los hombres lobos si existen—entre sonrisas, el esposo comentó.
—Y que Allan Poe no estaba tan desquiciado como pensaban... Oye, que te parece si vamos a la biblioteca. Se me antoja leer ahora. Lo más probable tengamos que actualizar el contenido.
—Empecemos con descartar las viejas leyendas, ¿te parece?— Edmund tomó a Ardith de la mano.
—Justo y necesario, mi amor— y ambos salieron del cuarto.
En la cocina Romynah conversaba con uno de los guardias.
—Sé que no encontraron nada, ni encontrarán... a la que buscan está muy lejos de aquí. Pero no por mucho tiempo— esto último lo produjo en un murmullo.
—¿Disculpe?
—Nada. No me hagas caso Rodolfo. Mira, te encargo le lleves esto al mensajero con carácter de urgencia, junto con este saquito de monedas. Él sabe que hacer— Romynah le entrego un sobre sellado al hombre.
—L. Draccomondi. Milán—, leyó en voz alta el joven muchacho.
—Vaya, me tocó uno que sabe leer...— La vampiro hizo una mueca de desagrado. —No te fijes, hombre, es una prima lejana. De esto ni una palabra— dicho esto, le dio unas monedas de plata al chico— arqueó una ceja y guiñó, en sus labios puesta llevaba una sonrisa de complicidad.
—Claro. Mi boca será un sepulcro— rápidamente el soldado agarró las monedas y se las echó al bolsillo.
—Hablando de sepulcros, Rodolfo... qué te parece si cerramos este trato en la noche, en mi dormitorio— Romynah colocó de manera sugestiva su dedo índice sobre los labios del hombre. Éste abrió los ojos enormes y solo pudo asentir, embelesado ante la cercanía de la hermosa vampiresa, quien lo miraba fijamente a los ojos.
—Recuerda... ni una palabra de esto... Ve, te espero en mi recámara más tarde— Romynah deslizó sus dedos desde el pecho del chico hacia abajo, paró en la hebilla de la correa del pantalón del apuesto jovencito, quien contuvo la respiración por un momento, anticipando cual sería la próxima parte del cuerpo a ser tocada por la bella hembra. Pero en vez de bajar más, su mano se dirigió lentamente hacia el fusil Baker en su costado izquierdo— Y deja esto en las barracas. Este cañón no es el que usarás... conmigo— sonriendo sugestivamente, Romynah se alejó contoneando sus caderas mientras el guardia salía presuroso a cumplir el mandado.
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