Entre Líneas


Entre líneas

Ya despuntaba el alba y follaje se abrió, cual telón, para revelar tras él, el castillo de Wernigerode. La duquesa apenas podía contener la emoción al ver que era muy poco lo que había cambiado de la fachada exterior. Con deleite, observaba los detalles más modernos en la entrada, pero el hogar que había sido suyo hace casi quinientos años, aparecía imperturbable tras el paso del tiempo, cual centinela, incólume sobre la colina. Salvo una fuente en la entrada, el camino pavimentado flanqueado de árboles de pino, y uno que otro anexo, el edificio principal era el mismo.

Una decena de sirvientes salieron a recibirlos con ojos curiosos y sonrisas bien puestas en sus rostros. Una vez se detuvo el coche frente a la puerta de entrada, Romynah se bajó presurosa a dar instrucciones. De inmediato, los hombres se ocuparon del equipaje y las mujeres hicieron línea frente a la puerta. Ardith saludaba a las chicas de servicio con la misma amabilidad que le caracterizaba, más no pudo evitar el nudo formándose en su garganta, toda vez comparaba en su mente a esta nueva ama de llaves con quien fuere en vida, su bien adorada nana Orla. 

Una vez adentro del salón de estar, aquel mismo salón donde conoció el armor de su vida, su esposo Edmund, la hermosa rubia sintió como en su pecho se revolvían la nostalgia y la alegría, la tristeza y la esperanza. Los últimos momentos vividos en el castillo de Harzburg no habían sido los más felices.

Luego de aquella fatídica noche de bodas, tras haber consumado el ritual matrimonial, la conversión había de completarse y en medio del frenesí del acto sexual, también convirtió a su esposo y meses después, ambos tuvieron que huir de Alemania para que los inquisidores no les persiguieran. Así fue como jamás se enteraron que eran vampiros y fue el propio duque de Harz quien les encubriera. Edmund tuvo que renunciar a su heredad como monarca y acogerse a un exilio forzado. Era eso o entregarse a la iglesia, lo que les condenaba a una muerte segura. Jamás permitiría que dañaran a su amada. Ya no más.

Edmund y Ardith entendieron que Dios sí obra por senderos misteriosos y que está era la manera en que fueron recompensados por tanto sufrimiento cuando fueron humanos. Nada era mejor que la oportunidad de existir eternamente juntos, cosa que la vida misma, les había negado.

—Ya por fin estamos en casa—. Edmund abrazaba a Ardith mientras plantaba un tierno beso en su frente.

—¿Deben estar cansados los señores?— Romynah le habló, en sus manos traía una bandeja con unas tazas servidas con un líquido rojizo traslúcido. —¿Té?

Los ojos de Edmund adquirieron un matiz del mismo color de la infusión, una vez la habitación se llenó con el peculiar aroma ferroso de la sangre. —¿Acaso esto es...?

—Si... bueno... digamos que es una receta personal. Es de conejo.... canela, manzanilla y miel para disfrazar el olor y la apariencia... de los humanos, claro está. Tomen, les ayudará a sostenerse hasta que puedan cazar en la noche. Esta región escarpada y boscosa aún conserva sus encantos cuando se oculta el sol.  

—¡Está delicioso!— Ardith acababa rápidamente el contenido de la taza y sonreía satisfecha mientras agradecía a Romynah.

—Qué les aproveche—. La ama de llaves recogía las tazas y se las entregaba a una de las sirvientas, para luego dirigirse a la pareja de vampiros nuevamente. —Bueno, se que tienen muchas preguntas que hacer y que tenemos mucho de que hablar, pero les recomiendo vayan a su habitación a descansar, así no levantaran sospechas... los humanos suelen agotarse luego de un largo viaje, ¿verdad? No se preocupen, ya el baño está preparado. Creo se llevarán una grata sorpresa al ver que es la misma recámara que ocuparon los señores cuando recién casados. En la tarde, los pondré al corriente de todo. Ahora me retiro... hay un venado que desangrar en la cocina. Con su permiso.

—Ella es...

—Muy amable—, Edmund concluyó la frase que había comenzado Ardith, lanzándole una guiñada.

—Iba a decir joven y hermosa—la duquesa arqueó una ceja con suspicacia en su mirada.

—Lo sé— el apuesto vampiro agarro a su esposa por la cintura de manera tierna—. Me encanta verte celosa— en su rostro se dibujo una pícara sonrisa.

—¡Oye! Yo no estoy celosa— con aires juguetones, Ardith dio una pequeña palmada en el brazo de Edmund.

—No me hagas reír. Todas las mujeres lo son.

—Yo no soy una mujer, soy un vampiro, ¿recuerdas?

—Y ella también... No me mires así. Sólo juego. Ven discutamos esto en detalles arriba... en nuestro aposento... en la tina, ¿quieres?— Edmund plantó un beso en la boca de su amada, confirmando la proposición entre líneas. Luego ambos, tomados de las manos, subieron las escaleras al piso superior hasta llegar a su recámara.

Al abrir la puerta, Ardith sintió que sus piernas flaquearon de la emoción. Estaba por entrar a lo que fue su dormitorio cuando era humana. Edmund la llevaba de la mano hacia el interior del cuarto en silencio, observando su reacción en el rostro.

—Me parece un sueño... ¿en realidad estoy aquí?— Ardith, con voz entrecortada y una sonrisa en sus labios, habló mientras caminaba por la habitación.

—Si amor, estamos de vuelta—. Su esposo la observaba, manteniendo cierta distancia.

La rubia recorría la recámara palmo a palmo, prestando atención a cada detalle, a cada pieza de decoración. Con su mano tanteó el cubrecamas floreado, deslizando sus dedos por la superficie de los muebles, palpando el diseño intrínseco y natural de la madera oscura y lustrosa. Rodó la cortina, una vez llegó a la ventana, y absorta contempló el paisaje. Aquel mismo paisaje en el cual su mirada se perdía y sus pensamientos divagaban cuando era una jovencita. Sus ojos pasaron por encima de las verdes copas de los árboles, posándose luego, en el Pico del Brocken.

—¿Escuchas?— Ardith produjo la pregunta en la forma de un suspiro, aún sin darse la vuelta para mirar a su marido.

—¿Qué cosa amor mío?—Él caminó hacia la ventana y parándose junto a ella miró hacia fuera , buscando a lo que ella se refería.

—Los recuerdos... hablan a través de las paredes. Susurran todos al unísono frases ininteligibles... hablan tanto que ensordecen—. La mujer vampiro miró a los ojos de su amado. Una honda tristeza se dibujaba en su rostro.

—Los recuerdos son solo eso. No podemos dejar que nos dominen, que nos atormenten. Solo piensa, cuatro siglos de vivencias, experiencias y recuerdos, te desquiciarían si les permites tomar control de tu mente... Ardith, vamos, esto era lo que tú más deseabas.

—Si, pero... mira este cuarto... llámame ilusa, tal vez masoquista, pero no se, pensaba encontrar los mismos muebles... la misma cama.

—¿Te hubiese gustado encontrar la misma cama?— Edmund agarró a Ardith por las caderas, atrayéndola hacia él. —La misma cama en que te hice mía por vez primera.

—La misma cama en que te desgracié la vida, convirtiéndote en lo que somos ahora... la misma cama en la que ella...

—¡Basta!— Edmund aferró aún más el cuerpo de su esposa al de él, sosteniéndola por los brazos esta vez, sus rostros separados apenas por unos centímetros— Ella ya no existe, esta muerta. Yo mismo la destruí con mi propia espada y su cuerpo se redujo a cenizas que la lluvia arrastró hasta el mismo infierno que es donde su alma maldita debe estarse retorciendo junto al mismo Satanás. No permitas que nuestro regreso sea empañado por las memorias de aquel pasado oscuro, un pasado que ya habíamos enterrado y olvidado hace mucho. Vivamos el ahora, juntos, como siempre hemos hecho por siglos.

—Es difícil... será difícil.

—Ardith, mi vida, confía en mí. Haremos esto juntos. Mírame. Te prometo que haré lo posible por borrar todo trazo de recuerdo de ese pasado horrendo que te martiriza, de tu mente, de tu alma y de tu piel. Arrancaré cada residuo de memoria tormentosa con mis besos y caricias y cada vez que veas estas paredes, estas cortinas y esta cama tiritarás de emoción y solo pensarás en el placer que te haré sentir desde este momento— El duque deslizó sus manos por la espalda de su mujer desabotonando con destreza su vestido mientras la besaba con pasión.

Del mismo modo, Ardith desabrochaba primero la chaqueta de su esposo, luego la camisa, desvistiéndole del torso. Mientras las piezas de ropa caían al suelo, ambos se regalaban con caricias repartidas en sus cuerpos desnudos. —¿Qué te parece si comenzamos en la bañera?— el vampiro mordió suavemente el labio inferior en la boca de Ardith. Con su lengua recorrió en contorno de su mandíbula, hasta llegar al lóbulo de su oreja derecha donde dio otro sutil mordisco.

Una corriente eléctrica corrió hacia arriba por la espina dorsal de la rubia, haciendo que los vellos de su piel se erizaran y su cuerpo reaccionara cómo sólo ese hombre lo había logrado por siglos. Las piernas le temblaron al sentir el contacto de sus dedos en su entrepierna humedecida. Ella sólo asintió con su cabeza, aceptando la propuesta de su marido, quien no perdió el tiempo y la levantó en brazos, para cargarla hasta el baño. Allí se metieron ambos en la tina.

—Tendremos que ser discretos. Aún es de día. Hay gente fuera en el pasillo— habló Ardith, encogiéndose de hombros y sonriendo de manera picarona.

—Tus gemidos no es lo que me preocupa... más bien, si resistirá la tina— bromeó el apuesto hombre, toda vez que colocaba a su esposa sobre sus piernas.

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