Anhelo
La luna brillaba hermosamente en lo alto del cielo repleto de estrellas. La mujer se situaba al borde del risco, su lugar favorito desde el momento en que lo halló, y el único que permanecía intacto.
Veía su cabello moverse con el viento, por la altura y época estaba segura que la temperatura debía ser muy baja, pero no lograba percibirlo, y eso aunque insignificante para muchos, le molestaba, le entristecía el no ser capaz de percibir el viento frío rozar su piel.
Se sentía sola, él le hacía falta y siempre lo haría.
Su verdadero amor
El que le llenaba, que le hacía sentir el pulso acelerarse o desear estar a su lado para siempre.
Pero no estaba mas y a ella le habían arrebatado la oportunidad de reunirse con él en ese lugar desconocido, que anhelaba mas que nadie. El "hasta que la muerte nos separe" se cumplió, pero no de la forma que ella esperaba.
Como siempre y a lo largo de todos los años por cinco décadas, hoy le añoraba y recordaba su primer encuentro.
Ese día su madre le había enviado al pueblo a comprar algunos complementos para la elaboración del vino de fruta que vendían en su pequeña tienda.
Con apenas catorce años, le ayudaba en la mayoría de las tareas del hogar, así como al cuidado de sus hermanos pequeños y atender la tienda por las tardes, mientras su madre tomaba pequeños trabajos de costura.
—Oh Dios —sólo él sabía cuanto extrañaba a su madre, el calor de sus brazos, las risas de sus hermanos, inclusive sus travesuras, o la voz cansada de su padre, siempre firme pero tierna al contarle aquellos cuentos por la noche.
Lloraría en este punto si pudiera hacerlo, pero no, estaba seca, sin vida.
Lydia había crecido en el seno de una familia amorosa, heredado la belleza de su madre pero el espíritu soñador e independiente de su padre.
Nunca antes había pensado en el hombre de su vida, después de todo aún era una chiquilla, pero a menudo escuchaba a las chicas mayores a ella parlotear en el mercadillo sobre algún muchacho de su clase. Desde ese momento comenzó a imaginar como sería su vida en un futuro, elegiría a su esposo y formarían su propia familia, tendría dos niños, no deseaba una familia numerosa.
—Era una chiquilla soñadora, sólo eso —suspiraba y elevaba la mirada al cielo.
Le recordaba claramente, el día que lo conoció, mientras caminaba se había chocado "accidentalmente" con él.
—Auch... —le había escuchado decir mientras se levantaba y comenzaba a tomar las cosas del suelo y colocarlas de nuevo en la canasta.
—Lo siento mucho, fue mi culp...
—Mis disculpas, estaba distraído. —le interrumpió. —Aquí tienes, al parecer todo está intacto.
¿Le había sonreído?
Se trataba de un joven unos treinta centímetros mas alto que ella, de tez morena y ojos claros, quizá ¿miel?.
Nada fuera de lo normal, pero algo en él se percibía diferente, probablemente esa sonrisa sincera y fuera de lugar le hacía ver agradable.
—Esta bien, igual estaba distraída.
No fue amor a primera vista, probablemente ni siquera a segunda, pero a partir de ese momento en cada ocasión que lo encontraba la conversación era cada vez mas amena.
Andrew provenía de una familia de profesores, su padre lo era y su madre lo había sido, hasta que se casó e inmiscuyó en el hogar y la crianza de sus hijos.
Se esperaba lo mismo de él, la vocación surgió de manera innata.
Era bastante bueno en lo que refiere al habla, cada día aprendía algo nuevo de él, de la vida o del mundo.
Fue así como descubrió un año mas tarde que estaba perdida e irremediablemente enomarada de él.
Se casaron un mes después de que Andrew confesara su amor por ella.
En aquel tiempo contraer matrimonio a los quince años no era mal visto y mucho menos si sus padres daban su aprobación.
Por un año completo fue inmensamente feliz.
Ambos deseaban una vida pacífica, así que después de un tiempo y gracias al trabajo de Andrew y los padres de ambos, pudieron comprar un pequeño pedazo de tierra un poco alejado del pueblo pero que estaba cerca del claro. Un sueño para Lydia, que siempre deseo vivir ahí.
Anhelaba ese lugar, era pequeño y simple, pero desde el primer día en que tuvo que alejarse le anhelo mas que a nada.
Meses mas tarde su madre le visitó, sacándole de la duda mas grande que recientemente tenía. Estaba esperando a su primer hijo.
Fue tan dichosa en ese momento.
La memoria le hacía llevar automáticamente las manos a su vientre, uno que jamás volvería a dar y proteger una vida.
La sensación de saber que su bebé alguna vez estuvo ahí, era tortuosa. Nunca pudo cogerlo en brazos o llenarlo de mimos, besarle o siquiera estar a su lado.
Ahora no era mas que un monstruo, uno que constantemente reprimía su sed de sangre, pero que en algún momento debía alimentarse.
En el momento en el que Xan hundió sus colmillos en su cuello, Lydia juró jamás acercarse a su hijo o a Andrew.
Fingió su muerte y fue testigo del dolor que le provocó a Andrew con tal suceso.
Nunca se acercó, pero desde aquel risco y con tales habilidades que su nuevo cuerpo le otorgó, miraba a su hijo crecer día a día.
Sufriendo en todo momento por no lograr estar a su lado.
De abrazarles, reír juntos, escuchar las primeras palabras de Lyan, como su padre decidió nombrarle en honor a ella, ser parte de sus primeras veces.
Su deseo no era la inmortalidad, pero el vampiro se obsesionó con ella, hasta el punto de amenazarla con asesinar a su bebé si no aceptaba unirse a él.
Lyan le reprochaba su egoísmo al tomar la decisión de convertirle. En esos años nunca se arrepintió, sólo deseaba tenerle cerca, a su lado.
Ahora, décadas mas tarde se odiaba por arrastrar a Lyan a un horrible futuro.
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