♱ Prologo ♱





—Jimin... —un susurró lo llamó entre las sabanas—. Jimin...

—¿Qué?

—¿Estas dormido? —preguntó el pequeño niño de cabellos claros.

El mayor de los hermanos levantó la cabeza de la almohada—. Estaba... —escupió adormilado y visiblemente irritado—. ¿Qué quieres?

—Tuve una pesadilla —murmuró avergonzado el pequeño, sus regordetes labios —iguales a los de su hermano y madre— extendidos en un puchero junto a sus coloradas mejillas llenas de juventud.

Jimin suspiró, abriéndole caminó entre las sabanas para que se acurrucara a su lado—. Ya tienes 12 años, no deberías de seguir colándote en mi alcoba porque soñaste con el vampiro en las mazmorras.

—Fui con madre, pero no estaba en su cama —respondió prendándose al brazo del mayor.

—¿No estaba? —murmuró para sí mismo.

El pequeño no le escuchó, se acomodó en torno a su hombro y cerró los ojos. Jimin miró a los ventanales de vidrio. Aún era de noche y la luz de la luna iluminaba la alfombra marrón cubriendo la madera del suelo. Siempre había disfrutado de dormir con las cortinas corridas y despertar a penas el sol bañase su rostro.

Miró el cielo nocturno unos minutos más y cuando estuvo seguro de que su hermano estaba completamente dormido, se escurrió entre las sabanas bajando de la cama y dejándole abrazado por los almohadones.

Su batola para dormir era delgada, por lo que se cubrió los hombros con un saco blanco y cerró la puerta de su alcoba con cuidado. Los pasillos iluminados pobremente con velas casi consumidas se sentían más lúgubres que nunca. Su hogar era peculiar, terrorífico de noche, pero agradable de día. Recordaba que de niño usaba las alfombras del salón para pasear a su hermano por toda la mansión y terminar recibiendo un regaño por parte de su nana.

Se escabulló hasta la habitación de sus padres. Si su madre no estaba cuando Minjae fue a verla, entonces su padre tampoco estaría. Ellos eran como clavo y madera, siempre juntos, apoyándose uno en el otro y buscando equilibrio. Jimin más de una vez había envidiado la unión que tenían. A sus 20 años todavía no contraía matrimonio, ni encontraba a esa persona especial, pero esperaría, si eso debía hacer. Tampoco es que hubiese muchas oportunidades, las mujeres lo subestimaban por verse tan bajito y más hermoso que ellas, en cambio los hombres —por los que se sentía particularmente atraído— solo lo veían como algo que no tenia valor.

Entreabrió la puerta doble de roble oscuro, viendo los sillones malta del saloncillo y una de las esquinas de la cama. Estaba hecha, las telas y edredones perfectamente doblados. Era de noche ¿A dónde podrían haber ido?

Tal vez se quedaron hasta tarde en la biblioteca. Su padre solía hacerlo y su madre, con tal de permanecer a su lado, lo acompañaba con un pesado libro en el regazo y una taza de infusión en la mano. Se encaminó hacia allí, apretando las mangas del saco con la punta de los dedos, una manía que compartía con su hermano. Pero cuando llegó tampoco había rastro de ellos. no pudieron haber desaparecido ¿O sí?

Llegó hasta las cocinas, los salones, las calderas y los baños, pero seguía sin encontrarles. Entonces pensó que solo habrían salido por alguna diligencia inesperada, esa no era la primera vez que ocurría y por el trabajo de su padre tampoco esperaba que fuese la última.

Decidió entonces volver a su cuarto para dormir el resto de horas que quedaran antes del amanecer, y sus planes habrían salido perfectamente si no fuese por los botellones ardientes que atravesaron los altos ventanales. La alfombra roja a sus pies, al igual que las cortinas y tapices decorativos cubriendo las paredes ardieron en cuestión de segundos. Todo era un mar de llamas que no espero que avanzase tan rápido. Miró por sobre su cabeza como el fuego también estaba en la segunda planta y probablemente en todas las demás también.

Tropezó con el final de la escalera, esquivando suertudamente un tablón en llamas que apuntaba a su cabeza. Asustado, aturdido y mareado por el humo cojeó hasta la entrada, saliendo a cuestas por la puerta chamuscada que terminó cediendo a él y cayendo a un lado. Su saco se atoró en la madera de este, prendiéndose poco a poco y amenazando con quemarle, por lo que sin importarle si había sido su preferida, rasgó la tela de sus brazos y se apartó, liberándose de un mortal agarre.

Estando fuera miro su hogar, cubierta de fuego hasta el techo y desasiéndose lentamente en algo irreparable. Solo entonces escuchó los gritos dentro ¿Por qué habían tardado tanto?

Pudo escuchar a sus padres. Su madre gritando desgarradoramente entre siseos y llanto. Su padre pidiendo ayuda, una que era incapaz de conseguir. Y a su hermano. Oh su hermano, fuerte y claro. Corrió hacia la esquina llena de maleza que también empezaba a arder, llegando justo debajo de su ventanal rotó y vaporoso.

—¡Jimin! —su llanto, infantil y asustado llegó más rápido que las lágrimas cubriendo su rostro estupefacto.

Él pequeño Minjae, con el cabello chamuscado y el brazo extendido en el hueco roto de la ventana, lo llamaba. Veía su manita intentar soltar el pestillo de seguridad, que debía arder como el diablo mientras el fuego lo abrazaba.

Se llevó las manos a la boca mientras le veía parar, su brazo quedando colgado de la ventana y el fuego subiendo por las paredes externas de piedra. Perdió la noción del tiempo por un lapso desconocido, solo siendo despertado por algo cayendo frente a él. Carne pequeña, quemada e infantil, dando una última despedida a quien por mucho tiempo fue su figura de confianza, su caballero y mejor amigo.

Sus labios se entreabrieron en un lamento insonoro.

—Oh, que lastima —escuchó detrás suyo, pero no se giró ¿Con que fuerzas haría eso? —. Una mansión increíble, reducida a escombros en una sola noche —esa voz, la había escuchado en algún momento, pero ¿Dónde? No tenia mente para tal cosa, su sistema solo funcionaba por simple automatismo.

Su cabeza fue inclinada hacia atrás por dedos delgados y fríos. Piel desconocida y limpia tocando algo roto, tembloroso y estupefacto.

—Pobre criatura desamparada —le escuchó decir, labios pálidos y suaves contra su frente—. No te preocupes, yo cuidaré de ti —pero estaba tan perdido, sin poder reaccionar como hubiese querido, solo el brazo de su hermano cayendo desde el ventanal repitiéndose una y otra vez en su mente ¿Qué había hecho mal? ¿Qué había pasado por alto? ¿Por qué ellos? —. Eres la cosa más hermosa que he visto en mi larga, larga vida —la mano del desconocido acarició su cuello, meciendo el menudo cuerpo contra el suyo y pegando la nariz bajo su mandíbula.

Sus labios sisearon de dolor cuando algo se clavó en su piel, sintiendo la sangre escurrir por su pecho sucio y sudoroso. La vida se le escapaba por entre sus dedos pálidos agarrando un puñado de hierva bajo él.

—Ahora me perteneces —sus palabras bailaron en su cabeza mientras estrellaba la boca contra la suya, pudiendo saborear el propio sabor de su sangre, tibia y metálica.

Esos recuerdos enterrados fue lo que vio en los ojos de su antigua pareja. Siendo sujetado del cuello contra la pared blanca de su apartamento.

Su corazón latía desbocado en su pecho, sangre corrompida mucho tiempo atrás por la persona frente a él.

—Sí quieres hablar, tendrás que soltarme —escupió a duras penas.

Yoongi sonrió gustoso—. Me encanta verte tan colaborador como en el pasado, mi pequeño.

—No —arremetió—. No me llames así. Ya no soy nada de ti.

—Sigues siendo mi mejor creación Jimin —alardeó, acariciando su mejilla con los labios—. Y la más rebelde, siempre buscando problemas. 



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