Capítulo 1: ❝Rescate secreto❞ [Parte 1]
Una tormenta se había desatado desde hace un par de horas en aquella prisión, había demasiado viento y las calles estaban casi desiertas pues todos se habían encerrado en sus respectivos hogares por su propia seguridad, a excepción de un joven pecoso que cargaba un montón de prendas en sus brazos.
— De todas las malditas cosas que mi madre me ha obligado a hacer hoy, esta es definitivamente la peor. —Protestó el muchacho, indignado al repasar mentalmente la lista de tareas que Cruella le había asignado para ese día: prepararle el desayuno –eso lo hacía siempre pero esta vez era una ocasión especial porque era el día de las madres–, limpiar cada rincón de la mansión De Vil –eso había logrado que sus compañeros de clase en Dragon Hall lo apodaran Ceniciento debido a lo mucho que él era explotado–, reparar su auto –lo cual le había llevado toda la tarde– y finalmente debía ir a conseguir pieles falsas que los estúpidos de Auradon siempre arrojaban a la basura, la cual era enviada hasta la Isla en un barco junto con las sobras de comida.
Él caminaba por las calles con torpeza debido a los fuertes vientos, su única compañía era la luna... y los fuegos artificiales que veía a lo lejos en el cielo.
Debe ser una celebración para reconocer a las madres que sí son buenas con sus hijos, pensó él, los buenos siempre tienen fiestas ruidosas mientras que nosotros no podemos dormir por sus escándalos.
Carlos cerró los ojos e ignoró la lluvia que lo estaba empapando de los pies a la cabeza, también el frío que sentía y se limitó a imaginar como sería su vida si él estuviera del otro lado del puente roto.
Estaría en esa misma celebración en aquel enorme castillo, con un atuendo de buena calidad, la chimenea estaría encendida y él recibiría elogios por los magníficos diseños que había creado; pero aquellos lujos no eran algo realmente importante para el pecoso. En aquella fantasía estaba rodeado de muchas familias reales, pero visualizó a su novio y a sus mejores amigas, quienes se encontraban comiendo muchas delicias que habían tomado de una de las mesas llenas de bocadillos que había en aquel enorme salón.
Un trueno logró sacarlo de sus pensamientos, haciendo que se sobresaltara y tirara todas las prendas que había conseguido a uno de los tantos charcos de agua que había en la calle.
— ¡Por todas las pieles de mi madre, soy un idiota! —Se lamentó el joven, negando con la cabeza, por lo tanto se arrodilló para levantarlos y mientras lo hacía; el viento arrastró un folleto hacia él. Frunció su ceño y lo tomó con su mano derecha mientras que con la otra sostenía los abrigos que ahora estaban mojados, entonces comenzó a leerlo para sí mismo:
« ¿Conoces a alguna princesa que se encuentre en una situación injusta, en la que peligra su vida? Pues esta es tu oportunidad para rescatarla.
Lo único que debes hacer es buscar la segunda estrella más brillante a la derecha y pedir tu deseo con el nombre de la damisela en voz alta.
¡IMPORTANTE! No somos hadas madrinas.»
—No estoy seguro de que esto funcione, tal vez sea una broma pesada de algún VK, pero no pierdo nada con intentarlo...—Murmuró Carlos, haciendo una mueca, por lo tanto dirigió su mirada hacia el cielo y no tardó en localizar la segunda estrella a la derecha pues era la que más brillaba. —... ¡Deseo que ayuden a Evie Grimhilde, mi mejor amiga no soportará estar un día más aquí, por favor! —Alzó la voz, lo suficientemente alto como para que alguien lo escuchara a pesar de la tormenta.
Sin embargo, suspiró hondo y se incorporó para entonces guardar el folleto en el bolsillo de su chaqueta, luego comenzó a caminar hacia la Mansión De Vil cargando todas las pieles falsas; pues aún tenía una cena especial por el día de las madres que preparar.
Lo que él ignoraba era que no le estaba pidiendo deseos a ese astro, sino a algo mucho más poderoso.
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Muy lejos de allí, en el espacio exterior, volaba un satélite en el cual vivía una chica de cabello largo y tan dorado como el sol; en su uniforme tenía una placa en las que se leían las siguientes iniciales: «PPP».
Una de las tantas alarmas que se encontraban dentro del satélite comenzó a sonar y luego de unos minutos se detuvo.
—Hermana mayor, nuevo pedido de auxilio detectado. —Se oyó una voz infantil, que provenía de uno de los programas que la chica que allí vivía había creado cuando era pequeña, para mantenerse informada con respecto a lo que sucedía a su alrededor y para no sentirse tan sola.
—Eso es fantástico, Pequeña Cress. —Respondió la adolescente, acomodándose mejor en su silla giratoria, frente a una de las tres computadoras con las que trabajaba. —Debo comunicarlo a la sede. —Dicho esto, sus dedos comenzaron a presionar los botones del teclado velozmente.
— ¿Por qué la gente de la Tierra es tan idiota? —Cuestionó en voz alta mientras masticaba un chicle, quien sabía que su Pequeña Cress debía responder todas sus dudas pues para ello estaba programada, pero en este caso ella había formulado una pregunta retórica; por lo que levantó su dedo índice para indicarle a la computadora que no necesitaba una respuesta en ese preciso momento. —La gente buena le pide deseos a las estrellas fugaces a las hadas madrinas, mientras que los villanos creen que pedir deseos a las estrellas también funcionará para ellos, pero no es así. Desearía ver sus rostros si se enteraran que le piden deseos a los satélites. —Exclamó para luego soltar una pequeña risa. Una ventana se abrió en la pantalla de la computadora, comenzando así una video llamada con la base para la que trabajaba.
— ¡Scarlett! —La saludó la rubia, sonriéndole a una joven de cabello pelirrojo que parecía que acababa de levantarse de repente. — ¿Estabas durmiendo en el trabajo?
—Hola, Cress, me alegra que volvamos a ponernos en contacto. —Habló su compañera, quien se cubrió la boca para bostezar y luego volvió a esconder sus manos en el bolsillo de su abrigo rojo. —Pues, a diferencia de ti que vives en el medio de la nada y tú única compañía son los planetas y las estrellas, los terrícolas necesitamos dormir por una cantidad aproximada de 8 horas; según las recomendaciones de los expertos.
—Eso lo sé, pero tú recibiste un ascenso muy bien remunerado, por lo tanto tienes que concentrarte en lo que debes hacer. —Le aconsejó su amiga, con un tono tan dulce como amable. —Y hablando de responsabilidades que tenemos que cumplir, la Princesa 937 requiere nuestros servicios.
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Mientras tanto, en el Palacio de Costa Luna, la familia real se encontraba en el comedor real; ya que tenían la costumbre de comer allí solo en ocasiones importantes: cumpleaños, días de las madres, navidades; años nuevos, etc.
— ¡Feliz cena! —Comentó Rosalinda, enseñándole la comida que le había preparado a su progenitora para honrarla en aquel día. —He preparado tu plato casero favorito: arroz con pollo a la Fiore, mami.
— ¡Todavía no puedo creer que hiciste todo esto para mí, querida! —Exclamó la ex reina Sophia, estando muy orgullosa de la mujer en la que se había convertido su descendiente. —Adelante, mi reina bonita, siéntate a mi lado y probemos juntas esta delicia. —Pidió con amabilidad, por lo tanto la joven hizo lo que ella le pidió.
—Buen provecho, mami. —Dijo la gobernante de Costa Luna, tomando los cubiertos y comenzando a cortar un pedazo de pollo mientras que la mujer que se encontraba junto a ella hacía lo mismo. Unos minutos después, cuando la última tragó la comida, desvió la mirada hacia su derecha solo para encontrarse con Rosalinda; sus ojos expresaban curiosidad. — ¿Qué opinas? —Dudó, expectante.
—Creo que tu abuela se sentiría honrada de que hayas seguido la receta familiar al pie de la letra, cariño, porque esto es realmente exquisito. —Respondió su madre, quien tomó una servilleta y se apresuró a limpiarse los labios con la misma para luego dejarla nuevamente sobre la mesa. —Me alegra que hayamos pasado todo el día juntas, princesa mía, te esforzaste mucho para hacerme feliz desde temprano.
—A mi también, espero que todos los regalos que te he dado durante todo el día hagan que no me extrañes tanto durante mi ausencia. —Dijo Rosalinda, llevando su mano hacia su cuello y comenzando a jugar con el collar que le había dado su madre la primera vez que habían tenido que separarse –cuando la joven princesa debió marcharse de su reino pues el general Kane había tomado el control de Costa Luna y ella tuvo que irse hacia Luisiana, en donde había conocido a su mejor amiga–, debido a que al día siguiente debía irse a Auradon para ver por primera vez a su futuro esposo. —No sé cómo podré amar a un desconocido. —Admitió, afligida.
—Oh, mi niña bonita, solo estaremos alejadas por unas pocas semanas; sabes que por nada del mundo me perdería el día de tu boda. —Le recordó la ex reina Sophia, tratando de animarla. —Nadie dice que debes amar a Ben, cariño, solo tienes que hacer que su matrimonio funcione. Tal vez, cuando llegues a su reino, descubrirás que son el uno para el otro.
— ¡He reinado sin tener a nadie a mi lado por un maldito año entero! —Masculló la joven, indignada. — ¿¡Por qué ahora debo casarme con un príncipe que jamás he visto en mi vida!? ¡El Consejo Real está formado solamente por hombres y ellos no tienen derecho a decidir sobre mi vida! ¡Yo no soy un premio que hay que ganar! —Se lamentó, negando con la cabeza.
—Hija, ibas a asumir el trono cuando cumplieras 18 años, pero al morir tu padre las cosas cambiaron. —Explicó su progenitora. —Un mes antes de tu coronación, el general Kane se apoderó del país y contacté al PPP con la intención de mantenerte a salvo, pero el Consejo Real creyó que te marchaste porque no te importó nuestro pueblo y desde entonces consideran que no eres apta para gobernar sola.
— ¡Les explicamos a esos ancianos que me fui por mi seguridad pero a ellos no les importa, lo único que les interesa es evitar que yo tenga lo que me corresponde por nacimiento! ¡Y a pesar de nuestras objeciones, quieren que me case con él solo para poder tener un heredero en algún futuro! ¡Los hombres no deben hacer leyes sobre los cuerpos de las mujeres! —Bufó la reina, sin poder creer que tenía que soportar esa presión. —Voy a hacer esto porque amo Costa Luna con todo mi corazón, mamá, sabes perfectamente que me atraen más las mujeres que los hombres. —Dijo, frustrada, pero en ese momento su celular sonó.
—Solo deberán estar casados por un año, hasta que ambos cumplan la mayoría de edad, preciosa. —Murmuró Sophia, haciendo una mueca, sabía que toda la situación era injusta pero no podía hacer nada para cambiarla. —Puedes contestar la llamada, mi niña.
—Gracias, madre. —Exclamó su descendiente, sonriéndole, sacó el objeto de su bolso y revisó el identificador de llamadas: era de la agencia; por lo tanto se apresuró a responder. —Agente Fiore, a sus servicios.
—Buenas noches, señorita, lamento molestarla en su día libre. —Habló la directora del Programa de Protección a Princesas. —Necesito que lleve a cabo un rescate, hoy mismo, es una emergencia.
—Este trabajo es mi gran responsabilidad, junto con mi reino, así que no es una molestia en lo absoluto. —Replicó Rosalinda, quien pasó una mano por su cabello al oír aquello. —Oh, parece ser algo muy importante, en ese caso puede contar conmigo; directora.
—Perfecto, señorita Fiore, la sede le agradece de antemano por todos sus esfuerzos al participar en nuestro Programa cuando sabemos que usted tiene a su preciada Costa Luna a su cargo. —Exclamó su jefa. —Su compañera de misión ya conoce todos los detalles del caso y el plan que deben seguir para mantener a esta damisela a salvo, así que nos veremos muy pronto. —Se despidió ella, luego cortó la llamada.
—Una princesa me necesita, mamá, lamentablemente deberé que marcharme antes de lo planeado. —Informó la joven, entonces mordió su labio inferior. —Odio tener que dejarte en este día tan especial.
—No te preocupes por mí, nos veremos pronto. —Aseguró la ex reina, entonces su hija la rodeó con sus brazos, gesto que la mayor correspondió. —Ve a salvar el mundo, Rosalinda.
En ese momento, ambas se separaron debido a que oyeron un fuerte ruido y se acercaron hacia el gran ventanal que las comunicaba con el balcón, desde allí vieron que un helicóptero acababa de llegar. El vehículo se detuvo en el aire y la puerta del mismo se abrió, en ese instante alguien dejó caer una escalera hacia el balcón y por la misma descendió una adolescente con ropa de cuero.
— ¡Hola, Sus Majestades! —Las saludó la recién llegada, Carter Mason, cuando abrió la puerta de vidrio que comunicaba el balcón con el resto de la habitación. —Rosie, nos vamos a la Isla de los Perdidos.
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