EXTRA: Epílogo


Jeremías le regaló a Rafaela un cachorro de pastor belga al que llamaron Dago, el mismo día que se arrodilló ante ella para ofrecerle su vida, si quería aceptar vivirla juntos. Rebosando emoción por los ojos y la sonrisa, Rafaela se arrojó a sus brazos; y como dijo más tarde, aceptó solo por que le había dado un perro además de un anillo. Dago era una preciosidad de cuatro meses, juguetón, travieso y adorable; el nuevo bebé mimado de la casa, que derrochaba energía, jugando con las zapatillas de Rafaela, acechando que le cayera algo de comida siempre que cocinaban, metiéndose entre las piernas y subiendo al sofá para dormir la siesta junto a la chica.

Desde el día que acabaron con la misión, Jeremías había pasado muchos días en casa de Rafaela, hasta que decidió mudarse definitivamente. Recogió todas sus pertenencias del pequeño piso en el que había vivido, dejándole las llaves a la portera Antonia, que lo encontró más animoso que de costumbre. Así pasó el tiempo, disfrutando de él, viviendo felices. Casi todas las tardes salían al campo en el todoterreno, a sacar a Thor, dando largos paseos con él y con Dago, explorando sitios nuevos. Nora, que se había repuesto al fin de su herida de bala y ahora lucía una cicatriz circular en el brazo en el lugar que el proyectil había entrado, iba muchas veces a comer con ellos en la casa de la calle Alfajor, pasando grandes ratos los tres juntos. Jeremías seguía teniendo misiones como agente secreto, algunas peligrosas y otras normales, e incluso en algunas Rafaela le ayudaba. Seguían viviendo nuevos enigmas y misterios, momentos de acción y resoluciones, la emoción cosquilleante.

El día de la boda, un día mágico que siempre recordarían iluminado por un sol frío, Rafaela iba radiante en su vestido blanco, sencillo, con el pelo de brillos cobre semi recogido hacia atrás, llevando un ramo de zinnias y gerberas naranjas. Las mejillas ligeramente sonrosadas, la cara iluminada por una sonrisa y los ojos de café oscuro brillantes; con todo el aplomo del mundo e irradiando luz propia caminó hasta al altar, donde esperaba Jeremías. Él, deslumbrante, en su pulcro traje azul marino oscuro, el fino pelo castaño peinado con raya y los lados ligeramente hacia atrás, con esos ojos verde grisáceo de mirada penetrante fijos en la mujer que se acercaba hacia él. «Guapo que duele mirarlo», pensó Rafaela, sonriendo de pura felicidad. A su lado estaba Nora, que sería la madrina; con un vestido color crema y el pelo afro enmarcándole la cara, que parecía a punto de estallar de emoción por cada poro de su piel. Entre los invitados estaban todos los agentes compañeros de Jeremías, incluidos Fernando, Jaime y los demás, así como el mismo jefe. Pronunciaron los votos, las palabras mágicas de amor y fidelidad, mirándose a los ojos y embargados de emoción.

—Sé que nos hemos conocido de la forma más loca posible, y hemos vivido juntos cosas buenas, malas, emocionantes y disparatadas. También sé que no puedo alegrarme más de haber irrumpido en tu vida así, porque conocerte me ha cambiado. A partir de ahora prometo pasar el resto de mi vida junto a ti, enfrentándonos juntos a todo. Te quiero y prometo hacerlo para siempre.

—Gracias, gracias por colarte en mi vida y ponerla patas arriba. Por meterme en la aventura más trepidante que jamás habría podido imaginar, y de la que por suerte hemos salido airosos; gracias por estar siempre ahí. Prometo que a partir de ahora capearemos siempre juntos todas las tormentas. Te quiero y prometo hacerlo para siempre.

En aquel momento, cuando se pusieron los anillos y se besaron, de una forma tierna y llena de amor, delante de todo el mundo, la emoción estalló. Nora rebosaba felicidad que se le escapaba en lágrimas emocionadas, cuando los novios salieron juntos y unidos, recibiendo una ola de aplausos y arroz.

Jeremías y Rafaela se miraron, sonrientes, felices, sintiéndose pletóricos, perdiéndose cada uno en los ojos del otro. Pensando que aquella era la mejor forma, que jamás habrían podido imaginar, de terminar una historia que empezó una tarde de verano con un caso nuevo, con la noche de tormenta en la que se encontraron, con todos los días juntos, las inquietudes y misterios, las heridas y el dolor, la trepidante resolución y todo lo demás, que los había llevado a estar cada vez más juntos. Ahora perfectamente unidos, con esa química, sonrisas, bromas, pequeñas discusiones que terminaban en hacerse cosquillas, noches de besos y pasión, para despertarse abrazados y hacer tortitas para desayunar, largos paseos y ratos con sus animales, trabajos emocionantes y comidas con Nora. Pero realmente aquel no era un final, pues les quedaba toda la vida por delante.

Una vida que podría traer cualquier cosa, y que ahora les daba lo mejor que podrían haber deseado. Una nueva historia que vivir.



*Lágrimas de madre emocionada*

¿El final más sweet que podíais haber pedido? Ahí lo tenéis. Cuidado con la diabetes. Es que AAAAAAHH.

Vale, puedo escribir esto calmada, si lo hubiera publicado cuando escribí el final solo habríais tenido gritos confusos :D. 

¿Qué os parece, ya este último y final epílogo?

Lo cierto es que tenía dudas respecto a él: al principio ni pensaba hacer epílogo. Pero bue, mucha gente dijo que le gustaba con epílogo, y aproveché a poner detalles, eso sí, que ya tenía pensados. Como Rafaela con un ramo de gerberas naranjas, y sobretodo el perrito Dago <3.

Igual que tenía dudas sobre si escribirlo, dudaba de si publicarlo, pero alguien me lo exigió. Así que ahí lo tiro.

Muy final Disney. (De películas de princesas clásicas, cuando Disney hacía finales felices y melosos). NO SOY TAN CRUEL, ¿VALE? Al final tengo corazón de pollito.

Le he hecho caso a Mark Twain, que dijo: «Cuando uno escribe una novela sobre adultos sabe exactamente dónde parar... es decir, con una boda».

¡Y ahora! Subiré un pequeño apartado con agradecimientos y esas historias, así que si aprovecháis a hacerme preguntas os las responderé ahí. ¡Animaos, vamos!
Cualquier pregunta, sobre el libro, los personajes, la escritura, lo que sea. 

Love para todos <3.

... FIN.



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