Capítulo 15: Luz cálida y salchichas con curry
—¿Cómo estás? —le preguntó Rafaela.
—Jodido —suspiró él, tras un momento.
Seguía recostado en el sofá, sin poder hacer un movimiento sin que le doliera algo, y no podía seguir fingiendo estar mejor de lo que estaba. Había notado que Rafaela se mostraba más atenta con él, a pesar de la ligera tensión que pudiera haber; porque la situación de estar él herido y tener que quedarse en su casa, era un poco extraña. También por eso odiaba estar así. Se sentía desvalido, imposibilitado y vulnerable, molido a dolores. Maldiciendo el momento en el que se había dejado coger y aquel maldito matón lo había dejado así. Lo que más le martirizaba era que habían conseguido, al menos parcialmente, lo que se proponían. Ahora él no podía hacer nada mientras que ellos seguían sus movimientos.
Aquello era como el ajedrez. Lo habían dejado en jaque momentáneo, sin posibilidad de mover satisfactoriamente sus piezas, mientras que ellos mantenían su estrategia y se posicionaban cada vez mejor. No podían permitir que ganaran. Pero este era uno de esos tediosos tiempos muertos en los que se deciden los siguientes movimientos, y la balanza de la suerte se inclinaba peligrosamente hacia el otro bando. El futuro podía depender de un simple peón.
Los nudillos le escocían debajo de las vendas, que estaban ligeramente rojas donde la sangre había traspasado. Afuera el tiempo era espléndido, cálido y veraniego, como si el sol se burlara de sus problemas. Cambió de postura hacia un lado, y tuvo que reprimir una exclamación de dolor apretando los dientes.
—No te preocupes por mí —dijo, viendo que Rafaela lo miraba algo preocupada.
Ella se volvió sin decir nada, y Jeremías no pudo descifrar su expresión cuando fue hacia la cocina. Fabi, desde su puesto sobre el frigorífico, miraba la escena con ojo atento. Rafaela salió al patio a ver a Thor, dejando solo a Jeremías, y allí estuvo durante bastante rato.
Jeremías había notado que le tenía un gran cariño al animal. Y, aunque él no podía decir lo mismo, pues un toro le imponía demasiado para mimarlo mucho, podía ver que para Rafaela era muy especial. No pudo evitar pensar que era una chica peculiar. Tenaz e independiente siempre, acostumbrada a hacer lo que le viniera en gana, pero también cuidadosa con lo que quería y detallista. Tenía un estilo simple; tenía zinnias y gerberas en vez de rosas, y un toro de lidia en lugar de un gato. Pero aún quedaba mucho por saber de ella. En realidad, ambos tenían aún muchas cosas por saber.
***
—¿Qué quieres para cenar?
—Depende de lo que tengas.
—Pasta, croquetas congeladas, sándwiches, salchichas, algo con huevos... ¿Qué tal salchichas y huevos?
—Perfecto.
Así Rafaela se dispuso a hacer la cena; abrió el frigorífico y sacó una docena de huevos y un paquete de salchichas del carnicero. Hizo éstas primero, en una sartén con un poco de aceite, dejando el fuego algo bajo, y luego añadió algunas especias, como pimienta negra y curry. El olor a curry se esparció por toda la estancia.
—Huele bien —dijo Jeremías, justo detrás de ella.
—¡Coño, menudo susto me has pegado! —dijo ella sobresaltada. Él había cogido las muletas y se había acercado a la cocina, porque estaba harto de quedarse quieto. Sonrió ante el sobresalto de la chica. Por un momento, se mantuvieron la mirada.
Justo entonces, Fabi, que estaba tranquilamente en su nido sobre el frigorífico, decidió que era hora de dar una vuelta. Dio un salto echando a volar y fue a aterrizar caóticamente en la encimera, derribando varios botes al batir las alas sin dejar de cacarear. «¡Coc coc, co co cooc!»
—¡Joder! —exclamaron los dos al unísono, y esta vez le tocó reír a la chica. Agarró a la gallina, que seguía cloqueando con frenesí, y la bajó de la cocina para que no siguiese creando el caos, dejándola en el suelo. Comenzó a corretear a sus anchas, explayándose.
—¿No la controlas un poco? —preguntó Jeremías.
—¡Qué va! Que haga lo que le dé la gana, tiene que explayarse —respondió ella, sin preocuparse ya de la gallina.
Jeremías se encogió de hombros, pero al girarse se encontró con una nueva sorpresa. La puerta del patio estaba abierta, ya que seguramente Fabi había salido por ahí, y en aquel momento estaba asomándose al interior ni más ni menos que el toro.
—¿Qué pasa? —preguntó Rafaela al verle la expresión. En seguida se volvió a mirar, y vio a Thor—. ¡Ah! Thor, ven aquí.
Thor no necesitaba que se lo dijera, porque ya había entrado, y sus fuertes pezuñas pisaban la tarima del suelo acercándose a la cocina.
—Espera, ¿qué haces? —dijo Jeremías, apartándose un poco de forma instintiva.
—¿Te da miedo? —preguntó perpleja la chica. Rompió a reír, echando ligeramente la cabeza hacia atrás.
—¡No me da miedo! —replicó él.
Ella puso su mano sobre el cuello de Thor amistosamente, mientras él la olisqueaba con su hocico.
—Vamos, acércate —le dijo al chico.
Jeremías siguió quieto. No es que tuviera miedo, claro que no, pero al fin y al cabo no dejaba de ser una imponente mole de quinientos kilos con un par de cuernos... y por lo que a él respectaba, nunca se hubiera acercado tanto a un animal de esos. Aunque, también era cierto, no era cobarde; ante la insistencia en la mirada de Rafaela, se acercó. Chico y animal se miraron a los ojos con mutuo recelo, evaluándose con prudencia. Rafaela, sin dejar de acariciar a Thor con una mano, con la otra cogió la de Jeremías, que la miró sorprendido. Junto a la suya, la puso sobre el lomo de Thor, que resopló al sentir el contacto.
—Despacio. Así, muy bien —susurró Rafaela, sin quitar su mano de la de Jeremías.
Guiado por Rafaela Jeremías acarició al toro; en seguida ella retiró la mano, viendo sonriente cómo Thor aceptaba al chico y viceversa.
—Creo que le has caído bien —dictaminó.
—¿En serio? —respondió él, sin quitar los ojos de Thor—. ¿Y si no le hubiera caído bien?
—Mmm... bueno, mejor no saberlo. Creo que no estás en estado de huir de un toro de lidia, y yo no puedo cogerlo en brazos.
—Joder, qué tranquilidad me das.
Thor, que ya se había acostumbrado a Jeremías, superando su recelo ante cualquier humano extraño, le dio con el morro a Rafaela, reclamando alguna golosina.
—De acuerdo, chico, de acuerdo.
Cogió una manzana, de la cual partió media y se la dió al toro, que la comió vorazmente de su mano. Cuando iba a darle la otra media, se percató de la sartén que tenía en el fuego.
—¡Que se queman las salchichas!
—No, si vamos a terminar cenando pan y aceite —dijo Jeremías, mientras veía divertido cómo la chica restablecía la situación de la cena.
—Nah, están perfectas. Pero oye, el pan con aceite tampoco está mal —replicó ella.
Terminaron de hacer la cena, Rafaela con alguna ocasional ayuda de Jeremías, a pesar de que seguía con dolor en las heridas y los músculos. Se habían relajado, y la conversación fluía entre comentarios amenos.
Por un momento, mientras cenaban las ricas salchichas al curry con huevos revueltos, sentados en la vieja mesa de caoba, a Rafaela le pareció que estaba todo bien; disfrutaban de un rato agradable, una buena cena en su casa, con Thor comiendo al lado, y charlando de cualquier cosa con Jeremías. Pero los nudillos vendados y los moratones en la cara del chico le recordaban que no estaba todo bien, y que aunque podían relajarse, seguía habiendo algo que no encajaba.
Después de haber terminado, Jeremías volvió a acostarse en el sofá. A pesar de que quisiera aparentar lo contrario, seguía igual de molido por la paliza, y no tardó en caer en un semi letargo. Rafaela se sentó en uno de los sillones junto al sofá, con un libro para leer. Inconscientemente y sin poder evitarlo levantaba cada tanto los ojos de su lectura para mirar a Jeremías. Temía que le diera fiebre o que estuviese mucho tiempo así. Recordaba cuando lo vio tirado en el suelo, molido a golpes y manchado con su propia sangre, y el vacío que había sentido. Esperaba que aquella aventura se fuese al infierno pronto y todo volviera a estar bien.
***
Jeremías despertó a media noche. Le seguían escociendo un poco las heridas abiertas, que tardarían un par de días en curarse bajo los vendajes. Vio a Rafaela, que se había quedado dormida con el libro entre las manos; tenía la cabeza inclinada a un lado, la boca ligeramente entreabierta y el pelo largo en desorden, con algún mechón al lado de su cara. Llevaba unos usuales vaqueros desgastados y una camiseta que inclinada le dejaba un hombro al aire. Jeremías echó un vistazo por la estancia; por un momento pensó que Thor se había quedado dentro, pero recordó que Rafaela lo había sacado y dejado en su cuadra.
Se incorporó en el sofá; necesitaba andar, así que se levantó. Ayudándose de una muleta para no apoyar la pierna lesionada, dio un par de vueltas por la habitación. Se preguntó si esta sería una de esas noches de insomnio, de dar vueltas dejando pasar el tiempo muerto. Todo en la casa estaba en silencio y a oscuras, salvo por la luz al lado de Rafaela y otra ambiental en la cocina, tenue y apagada. La casa ya le resultaba familiar, incluso su olor; el olor de Rafaela. Volvió al salón, y se quedó mirando a la chica. Tras estar dudando un momento, se acercó a ella. Con cuidado de no despertarla cogió el libro de entre sus manos, dejándolo en la mesita, y le puso por encima una manta que tenía al lado. Apagó la luz y volvió a acostarse.
Emmmm ¿lo digo o no lo digo? Es que este capítulo está LLENO DE MOMENTOS TIERNOS, POR FAVOR.
La escena de Jeremías y Thor llevaba rato queriendo escribirla, porque aparte de que es como aaaaaaawww (¿también os ha recordado a la escena de Hipo tocando a Desdentao por primera vez? Solo que aquí la chica lo ayuda *guiño guiño*) también tiene su importancia, ajá, como Rafaela y Kere haciéndose... amiguis. Idk, pero me encanta todo.
Le he puesto "Luz cálida y salchichas con curry", porque cuando me transporto a ahí es lo que me imagino. Peaceful happiness with warm lights and smell of curry.
En fin, ¿qué os ha parecido? ¿Os gusta o es todo una real mierda? :D. Espero vuestros comentarios, grax por leerme y apoyarme.
Y sorry por llevar un mes sin actualizar, son cosas que pasan... pero intentaré no abandonar y seguir poco a poco hasta el final.
¡Nos vemooos! Love you <3
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