Capítulo 13: Llamada de emergencia
Los dos llevaban una buena ración de golpes, heridas y daños. Jeremías había conseguido ponerse en pie por segunda vez y, con el arrojo del desesperado, se había lanzado contra su agresor y casi lo había dejado en las mismas condiciones. Pero era duro, y aunque llevaba buena tunda de puñetazos, magulladuras, sangre y cansancio, pasado el momento cumbre de la pelea, en el que ambos hombres habían estado igualados en un continuo tira y afloja, volvió a dejar a Jeremías mal parado.
Después de caer al suelo por segunda vez, en una lluvia de golpes que le destrozaban a partes iguales piel, carne, hueso y alma, el atacante lo dio por hecho. Lo dejó ahí tirado, inmóvil y molido, seguro de que estaría inconsciente. Y sin esperar más se fue de allí rápidamente, perdiéndose por las calles y alejándose de la escena. Otro trabajo sucio que había cumplido. Sus jefes estarían contentos, y aquel espía no volvería a meterse en sus asuntos; había recibido suficiente escarmiento como para estar disuadido.
Jeremías había caído en una semiinconsciencia en la que ya no sentía nada, pero no llegaba a estar inconsciente. Se quedó completamente inmóvil en el duro suelo pavimentado, y pasado un rato comenzó a volver a su plena consciencia. Tenía la vista nublada y la cabeza como completamente hueca, y cuando inició el movimiento de incorporarse cien mil dolores lo atacaron por todo el cuerpo.
—Mierda puta —murmuró con los labios llenos de sangre que empezaba a secarse. Escupió una mezcla de sangre y saliva. Se apoyó semi sentado en la pared más cercana, que se estaba cayendo a cachos, y cerró los ojos tratando de estabilizarse—. ¡Dios! ¡Me cago en todo, joder!
Necesitaba ayuda, no podía quedarse así ahí, y aunque le costara admitirlo, tampoco podría andar mucho en el estado en el que estaba. Bastante le costaba mantenerse consciente y respirando, mientras el dolor apenas le dejaba pensar. A su cabeza vinieron como un flashazo Nora y Rafaela, a quienes había dejado en la casa. Con alivio comprobó que en su bolsillo llevaba una de las cosas más importantes en su trabajo; una especie de medalla con un botón de emergencia, que comunicaba con otro en manos de un compañero. Apretó el botón, una y otra vez, llamando. «Nora, ven, por favor. Ven.»
***
El sonido de alarma resonó en la mochila de Nora. A otra persona no le habría parecido demasiado especial, pero en cuanto los oídos de la mujer captaron el timbre todas las alarmas se le dispararon. Rafaela pudo ver en su expresión que eso era algo importante.
—¿Qué pasa?
—Jeremías. Tengo que ir, me necesita.
Rápidamente fue a por la medalla, mirándola atentamente. Podía abrir una pequeña imagen en la que se veía un punto en rojo, que indicaba el lugar donde estaba la otra medalla pidiendo socorro.
—¿Qué coño hace ahí? —preguntó, temiéndose lo peor—. Le ha pasado algo.
Agarró la mochila y miró por la ventana. El jodido vigilante seguía ahí. Se dirigió hacia la escalera de la buhardilla.
—¡Espera! —dijo la dueña de la casa—. ¿Qué haces? No te irás a ir sin mí.
—¡Tengo que ir!
—¡Sí tienes que ir, pero ni se te ocurra hacerlo sin mí! No me voy a quedar sola en casa, con un maníaco vigilandome, sabiendo que le ha pasado algo a Jeremías. Ni loca, yo voy.
Nora debió de apreciar la determinación casi desesperada de la chica, y ante lo apremiante de la situación, no le quedaba más remedio que aceptar. Lo que importaba ahora era no perder ni un minuto.
—¡Vamos!
Las dos mujeres corrieron por las escaleras y subieron al tejado, haciendo malabarismos para mantener el equilibrio.
—¿Puedes bajar? —le preguntó Nora al llegar al tubo bajante.
—¡Claro! —replicó Rafaela, casi ofendida por el asomo de duda. Se había pasado la infancia y juventud haciendo locuras de ese tipo.
Bajaron, y Nora empezó a andar deprisa, casi corriendo.
—¡Un momento! —dijo Rafaela—. Eso está a tomar por culo y tenemos que ir deprisa. Cogemos mi coche.
—Chica lista —aprobó la agente.
Las dos mujeres echaron a correr hasta donde Rafaela tenía aparcado su todoterreno. Montaron en un abrir y cerrar de ojos, y antes de que la puerta del copiloto terminara de cerrarse Rafaela ya había arrancado el motor.
—¿Por qué aparcas lejos cuando puedes aparcar en la puerta de tu casa? —no pudo evitar preguntar Nora, mientras Rafaela daba un sorprendente giro y se lanzaba a la calle.
—Me gusta andar —respondió ésta sencillamente. Por suerte el remolque no estaba enganchado, con lo que pudieron ir más deprisa.
—¡Joder, no somos kamikazes! —chilló Nora cuando casi se comen unos contenedores de basura.
—¿No es esta la emoción de la acción? —replicó Rafaela. La adrenalina había despertado en ella esa misma locura de la acción, que a la vez la ayudaba a mantener cierta serenidad mientras conducía deprisa y peligrosamente.
Siguiendo el mapa, no tardaron en sumergirse por esas calles, de sitios indeseables y perdidos. Según se iban acercando al punto donde debía estar el agente, mayor inquietud se apoderaba de ellas. ¿Qué le habría pasado? ¿Estaría bien, o mal? ¿Por qué había llamado? ¿Acaso seguiría en el mismo sitio?
Pronto lo descubrieron. El todoterreno se encaró con el callejón, y allí, tirado junto a la pared, yacía una figura humana no muy bien presentada. Ahogaron una exclamación al reconocer a Jeremías. Lo primero que comprobó Nora al ir junto a él era si respiraba. Efectivamente, estaba vivo. Mientras Nora hacía estos reconocimientos Rafaela observaba acongojada las heridas que le cubrían la cara de sangre y los nudillos casi en carne viva. Se agachó a su lado para ayudar a Nora.
—Encárgate de él un momento, tengo que comprobar otras cosas —le dijo esta, muy seria.
La agente inspeccionó la calle y se asomó en las esquinas. No había nadie emboscado, todo estaba desierto. Luego miró detenidamente el suelo, por si encontraba pistas; algo caído, por accidente o a propósito. Pero no encontró nada, aparte de pequeñas gotas de sangre y un anillo. Lo recogió, suponiendo que sería del que había agredido a Jeremías.
Mientras tanto Rafaela se había quedado junto a Kere.
—Jeremías, ¿me oyes? Despierta. Despierta, Kere, soy yo; Rafaela. ¡Dime algo, por favor!
Parecía que respondía. Abrió los ojos, y Rafaela suspiró de alivio; la miró desde esos orbes verdosos, y un asomo de sonrisa apareció en las comisuras de sus labios, a pesar de tenerlos cortados y con sangre. Ella también le sonrió, feliz de que estuviese bien dentro de lo mal que estaba, y no notó cómo se le humedecían los ojos.
Jeremías se entregó, sabiéndose a salvo con ellas, y aunque intentó andar prácticamente tuvieron que llevarlo entre las dos hasta el coche. Lo instalaron en los asientos traseros, que Rafaela había tumbado para mayor comodidad; y entonces ella subió al puesto del conductor.
—Al hospital —dijo Nora. Ella asintió, pisando el acelerador.
Ahora, si me disculpan: AAAAAAAAAAAAAAAAAAANJBHGVFVBHJNKMLNBJH
Hmmm nada que decir. No os voy a mentir, me encanta PUAJASJASJJASJASJ.
Y ahora, ¿qué os ha parecido? Plox, esos comentarios, teorías, gritos, emoción e incoherencias, tanto si es para tirar amor u odio: os espero tranquilamente con una leche de cabra, porque aún nos queda mucho.
Y es que toodo es tan asmknjbhvbjngv njbvhctfuyguhj. Ok, me calmo. Pero sknjbhvgtvubjn.
Mejor me retiro, que no he escrito una mierd*.
Lov 4 uuu <3
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