Capítulo 1: Un encargo extraño
Se sentía una ligera brisa, que acompañaba las nubes del cielo de un día fresco de verano. Jeremías caminaba por una calle desierta, con la cabeza baja y sumido en sus pensamientos, ignorando el camino que se sabía de memoria desde la buhardilla donde vivía hasta su trabajo. Era discreto, un chico de pelo castaño y ojos verdes, que vestía con camisa y una chaqueta de cuero, pantalones oscuros y las infaltables zapatillas de deporte, ya que nunca se ponía otro calzado.
Llegó frente a una cafetería, pequeña y acogedora, llena de bombillas antiguas y estanterías con libros para leer mientras se tomaba un café. Pero él no fue a entrar allí, sino a una pequeña puerta de madera, con aspecto viejo y miserable que pasaba desapercibida al lado. Dio tres toques cortos en la madera seguidos de dos más largos, y automáticamente se descubrió una pequeña abertura.
—Jaque mate —pronunció Jeremías. Se abrió la puerta. Al otro lado había un hombrecillo menudo y moreno, que sonrió arrugando sus facciones.
—¿Cómo vamos? —saludó en tono familiar.
—Como siempre —replicó el hombre recién llegado. Cruzó por un pasillo y llegó a la primera sala principal.
A diferencia del aspecto de la puerta que acababa de pasar, todo allí era muy limpio y moderno. Las paredes pintadas de un azul claro, estaban decoradas con dibujos de mil cosas, había sillones para sentarse y una mesa. A la derecha un despacho, y luego el resto de ellos, cruzando salas de todo tipo.
—¡Buenos días, Kere! —recibió una mujer de piel negra africana, con un vestido naranja y el pelo extremadamente rizado recogido.
—Buenas, Nora. ¿Qué pasó con la suegra que acusaba al yerno de infiel? —dijo Jeremías, llamado Kere, esbozando una sonrisa divertida.
—Uff, ni te lo imaginas, al final la infiel era ella con el amigo de su cuñado, así que a la suegra le salió la sorpresa por la culata.
—No me digas —rió él.
Aquel era el cuartel general de la Agencia Punto Azul, para la cual trabajaban. Algo bastante peculiar, a veces divertido y otras incluso peligroso, pero las más de las veces eran tan solo cosas extrañas. Porque se dedicaban al espionaje, incluyendo otras cosas. Hacía un año que Jeremías trabajaba allí y ya estaba familiarizado con los asuntos que trataban. Tan pronto recibían un encargo de alguien para vigilar a su cuñado porque sospechaban de algo, desde asuntos familiares de enredos e infidelidades, hasta robos y complots, con muchas cosas que desentrañar; e incluso habían ayudado a la policía en casos interesantes, aportando información. Intervenían para evitar cualquier cosa que no debería suceder, incluso encargos un tanto bizarros o asuntos en los que investigaban por su cuenta. Cuando te metías en aquel mundo descubrías mil sucesos que ignorabas, organizaciones secretas y muchas cosas de las que sacar trapo.
Dejando la chaqueta cuidadosamente colgada en un perchero, Jeremías, o Kere, fue al departamento de Larussa.
—¿Alguna cosa? —preguntó a Larussa, la encargada. Una rusa entrada en años, de ojos penetrantes y pelo permanentemente recogido en un moño.
—Pues sí, Jeremías. El jefe quiere verte, me pidió que te dijera que es urgente.
—¿Un asunto urgente? —Kere frunció las cejas, extrañado. No encontraba motivos para ello, pues el caso en el que estaba era algo sin rarezas ningunas.
Larussa asintió con la cabeza, diciéndole que podía pasar a verle en aquel momento. Así que se dirigió hasta el despacho del jefe, llamando con los nudillos prudentemente.
—Entre —se escuchó la voz al otro lado.
Jeremías así lo hizo, quedándose de pie a dos pasos de la puerta. El despacho del jefe era grande, pero apenas quedaba espacio de tan lleno como estaba de archivadores, montones de carpetas, papeles y documentos por doquier, llenándolo todo. El propio jefe estaba detrás del escritorio, dándole la espalda a la puerta y mirando unos papeles.
—Ah, eres tú, Jeremías —dijo viendo a su visitante.
Se encaró en el escritorio, y pasándose una mano por la calva de su cabeza, le indicó a Kere que se sentase.
—Larussa me dijo que tenía usted que hablarme de algo —comunió el agente.
—Sí, sí. Un asunto importante. Como ya llevas casi un año con nosotros, cada vez puedes entrar en negocios de más envergadura, puesto que has demostrado valer. Esto no es mucho, pero es algo...
A Jeremías le incomodaba cuando empezaba a alargarse antes de ir al grano, y no saber a qué quería ir a parar era peor. Pero asintió con la cabeza y escuchó atentamente, mientras el jefe seguía su perorata.
—Bien... como te decía hay un asunto del que quiero que te encargues. Es simple, pero puede llegar a ser delicado.
—Pero... ¿y qué pasa con el encargo que tengo ahora? ¿El tema de la vieja y el gato hipnótico que robó a la casa de al lado?
—Se encargará Jaime, no te preocupes —dijo con un gesto, restándole importancia.
Jeremías estaba algo extrañado, preguntándose qué era aquello que querían encargarle. Pero como el jefe no parecía dispuesto a seguir, fue él quien preguntó.
—¿Y cuál es el encargo?
—Tienes que vigilar a una chica, Rafaela Cabreras. Serás como su guardaespaldas, pero ella no tiene que saberlo ni descubrirlo en ningún momento, bajo ningún pretexto. La cuestión es que está en peligro por una organización que está en busca de animales, como su toro de lidia.
—¿Cómo que tiene un toro de lidia? —se le escapó exclamar.
El jefe frunció sus cejas, espesas en contraste con su calva cabeza, y prosiguió.
—Sí, un toro de lidia. Como te decía, tú te encargarás de vigilar permanentemente, cuidando de su seguridad y tratando de cazar los movimientos del enemigo. Estamos detrás de una organización maligna, que se dedica a la caza y captura de animales, robándolos de cualquier forma y sin escrúpulos al respecto. Hay tres objetivos ahora mismo hacia los que pueden ir, y uno de ellos es Rafaela y su toro. Por eso debemos impedirlo.
Jeremías comenzaba a hacerse cargo, asimilando la información. Seguramente sería una especie de mafia dirigida por un psicópata sin miramientos, capaz de cualquier cosa solo por pillar su presa. Y él, Jeremías Esparza, se tenía que encargar de una tal Rafaela Cabreras, propietaria de un toro de lidia.
—De acuerdo.
—Toma, aquí tienes una carpeta con toda la información respecto a la señorita Cabreras. Luego, si tienes alguna duda volveremos a reunirnos, y sin más dilación mañana comenzarás tu trabajo. Y ya sabes, alto secreto y discreción.
Jeremías tomó la carpeta granate, se levantó y se dispuso a salir.
—¡Ah, espera! Tienes que pasarle a Jaime tus informes sobre el asunto del robo y el gato, para que él se haga cargo. Nada más. Hasta luego, Jeremías.
—Muy bien. Hasta luego, jefe.
Cuando salió del despacho y fue a la sala de estar, se sentó en uno de los sillones a rumiar el nuevo caso que le había salido.
Nora apareció de una habitación, y al verlo así tirado, pasándose las manos por el alborotado pelo castaño y la mirada perdida, le preguntó:
—¿Qué ha pasado?
—¿Eh? No, nada, nada. Solo que tengo un nuevo encargo. Oye, ¿ha llegado Jaime? Tengo que pasarle unas cosas.
—No, aún no ha llegado, me parece que viene a las once. ¿Pero qué encargo te han hecho? ¿No estabas ya metido en uno? El lío de un robo, una vecina y un gato...
—Sí, sí, pues ahora ya no. Venga, no hagas más preguntas —Kere se levantó del asiento, sonriendo ligeramente.
Pensó que ya le daría luego eso a Jaime, de momento debía centrarse en su caso. Ahora lo que tenía que hacer era ir a su casa, si en la agencia no había más que hacer.
Mientras caminaba, la brisa le alborotaba el pelo, de cabellos castaños y finos, que iban desordenados y le cubrían la frente. Sus deportivas blancas pisaban con rapidez, pues él movía las piernas ágilmente y pronto estuvo frente a la puerta de un edificio de pisos algo cutres, en el cual tenía alquilado uno arriba de todo; una especie de buhardilla, sin muchas pretensiones, que le salía barata.
La portera, Antonia, quien le alquiló el piso hacía un año, no estaba en aquel momento. Así que no se encontró con nadie. Su buhardilla era pequeña, un piso modesto. Se entraba al salón, donde tenía el sofá a la derecha, y a la izquierda un escritorio con un flexo decadente. Y aunque el ambiente fuese algo descuidado, reinaba cierto orden entre sus pertenencias. Se quitó la chaqueta y desabrochó los primeros botones de la camisa, poniéndose cómodo, y fue a la reducida cocina a hacerse un café cargado, solo y amargo.
Estando así, abrió la carpeta granate con los informes de Rafaela Cabreras.
Tenía 22 años, justo dos menos que él, vivía sola en una casa de la calle Alfajor, y tenía un toro de lidia que había adoptado o comprado un par de años atrás. No había información respecto a familiares o cosa así, y lo demás eran datos triviales sobre lo mismo, además de una descripción algo parca de su persona. Echó en falta una foto, pero se tuvo que contentar con saber su altura, color de pelo y rasgos generales.
Tomó un sorbo del café, y pensó en las palabras de su jefe. «Tendrás que vigilarla permanentemente». A eso se dedicaría, día y noche, sin que ella lo supiera y tratando de desarmar a los que la buscaban como presa, junto a su toro. Pero... ¿qué ocurriría realmente?
AAAAAHH MUCHO HYPE :'D
Espero que os haya gustado este primer capítulo, no olvidéis votar y comentar, gracias por leerme <3.
Quiero saber vuestras impresiones, opiniones y teorías AJAJAJS
En el siguiente capítulo conoceremos a Rafaela y a su toro...
Y puede que vaya subiendo contenido random a Instagram (aunque no prometo nada porque soy un desastre con eso).
Nada más que decir:
Nos vemos, cositos lindos hermosos :3
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