• Parte 6
Colleman creyó que su empleada había tomado a mal el comentario y enseguida le pidió disculpas.
—Le pido perdón si lo interpretó mal, señorita D'Orè, lo decía porque mi hija la necesita, se ha encariñado bastante con usted en estos casi tres meses y sería una tristeza para ella que decida irse a probar suerte en otra ciudad.
—Entiendo, no se preocupe, no tiene que pedirme disculpas, no ha hecho nada malo, señor.
—Felicity está contenta de tenerla como niñera y es un gran apoyo para ella, sobre todo, en estos cambios preadolescentes y en haber logrado que ella y yo nos acercáramos más, eso es un gran logro y tanto ella como yo se lo agradecemos mucho —continuó explicándole los motivos por los cuáles había hecho bien en quedarse en Colorado Springs, pero, sobre todo, en su casa.
—Sí, tiene toda la razón, señor Colleman —le dijo intentado que no se le notara la expresión de su rostro ante aquellas palabras.
—La mejilla necesita un poco de hielo, será mejor que regresemos.
—Está bien —asintió con la cabeza.
Los dos entraron al establo y saludaron a Lydia para avisarle que se retiraban del festival. Al salir de allí, caminaron hacia la camioneta y se metieron dentro. Nate encendió el motor y condujo con lentitud hacia la residencia, solo para tener cerca a Orquídea.
El trayecto era silencioso y Nathaniel se estaba poniendo más incómodo de lo normal, lo ponía nervioso la niñera de su hija, pero más sabiendo que había bailado con ella porque no quería reencontrarse con su expareja.
—Debe disculparme por haberla invitado a bailar conmigo.
—No tiene que pedirme disculpas, fue solo un baile.
—Insisto, la única razón por la que se lo pedí fue porque no quería encontrarme de nuevo con mi expareja, se llama Geraldine.
Orquídea quedó sorprendida y un poco fuera de lugar por lo que le acababa de escuchar a su jefe.
— No se preocupe, lo entiendo.
—En realidad, cuando estaba por salir del establo para saber dónde estaba usted, me encontró, me llamó, pero yo no me atreví a enfrentarla.
—No pasa nada, no tiene porqué darme una explicación, señor Colleman —le aseguró, pero en el fondo se sintió desdichada.
Solo la había sacado a bailar para evitar a alguien más. Definitivamente no tenía que ilusionarse con su jefe.
Ambos quedaron en silencio luego de aquella conversación y Nathaniel quiso llegar cuanto antes a su casa. Pero la realidad era otra, si bien había sido esa la excusa de sacarla a bailar también estaba el hecho de que estaba empezando a sentir cosas por la niñera de su hija, aunque no sabía si Orquídea sentía lo mismo por él.
Minutos después aparcó la camioneta en la entrada de la finca y los dos se bajaron, entraron al hogar y ella le dio las buenas noches para ir a su recámara. Nate hizo lo mismo, pero le fue demasiado difícil conciliar el sueño.
El domingo Felicity fue buscada por su padre, puesto que Ofelia los domingos no trabajaba en la casa y durante la tarde no había mucho para hacer más que Orquídea revisándole los cuadernos a la niña por si tenía alguna tarea pendiente y acomodarle la mochila y el uniforme para el lunes.
Pero la calma había durado relativamente poco, porque la discordia estaba detrás de la puerta. Fue la más joven de la casa en abrir la puerta cuando escuchó el timbre y se le transformó la cara cuando la vio otra vez.
—Vaya, pero si estás bastante crecida, Felicity —su respuesta sonó con burla y la nena de inmediato cambió la expresión para hacerle ver que no la afectaba como cuando era pequeña.
—Ahórrate las palabras, Geraldine, ¿qué quieres? —cuestionó altanera y poniéndole mala cara.
—¿Está tu padre? —Quiso saber intentando ver más allá de lo que le permitía la puerta.
—Sigue durmiendo con mamá —la mentira fue descomunal y a Felicity le encantó.
—¿Tu madre? Tú no tienes madre —levantó la ceja en señal de desagrado.
—A ti no te interesa si ahora tengo una, pasó mucho tiempo desde la última vez que nos vimos y te aseguro que ya no te tengo miedo.
—Parece que no quedó nada de aquella niña que se orinaba encima cada vez que la amenazaba con llevarla a un internado, si quiero, convenzo de nuevo a tu padre, y tú te largas de aquí —sonrió de lado con sorna.
—Sería bastante difícil estando él casado —la mentira de la niña iba en aumento.
—Felicity —le habló con seriedad, pero con un dejo de superioridad en su voz—, te aclaro que estás hablando conmigo, Geraldine, he averiguado todo y en el pueblo se habla de tu niñera, me inclino a pensar que esa madre que dices es ella y tu padre sigue soltero, lo cual, me conviene si quiero regresar con él.
—En tus sueños, arpía. No volverás con él nunca más, te lo aseguro —su voz sonó con odio hacia ella—, mi padre sabe todo lo que me hacías, no te será fácil convencerlo como lo hacías antes.
Geraldine odiaba a aquella niña desde que la había conocido y no veía la hora de poder regresar con el dueño de los campos de zinnias, para casarse con él y así poder enviarla a un internado como tantas veces la había amenazado.
—Me instalé de nuevo en el chalé que conoce, dile que vaya a visitarme para reanudar viejos tiempos.
—¡Púdrete! —le gritó y le cerró la puerta en sus narices.
Felicity se dio media vuelta y se encontró con su padre que había escuchado toda la conversación.
—Papá —se quedó cortada al verlo y tragó saliva con dificultad.
—No me gustó que le hayas mentido con respecto a decirle que tenías una nueva madre, pero choque esos cinco —le mostró la palma de la mano abierta hacia arriba—, cuando le dijiste que yo sabía todo y la mandaste a freír espárragos —se carcajeó y ella fue a su encuentro para chocar la mano con la de su padre.
—¿Estuvo en el festival?
—Sí, pero la ignoré.
—Me alegro —sonrió—, ¿cómo les fue a Orqui y a ti?
—Fue todo normal, ¿a qué te refieres?
—Tú sabes bien a lo que me refiero, veo cómo la miras desde hace rato. ¿Por qué me lo sigues negando?
—¿Qué crees que te estoy negando, Felicity? —le formuló porque no quería decírselo en voz alta por miedo a que su hija se molestara con él.
—¿Por qué no me dices la verdad? —cuestionó mirándolo con atención a los ojos—. Que en verdad te gusta.
—¿Qué? —Alzó las cejas y luego suspiró—, creí que te irías a disgustar.
—Yo he sido la que te estuve insistiendo, si hubiera sido lo contrario, te aseguro que no abría la boca con respecto a lo que ya sabes, papá.
Nathaniel se armó de valor y miró a los ojos a su hija para confesarle lo que estaba manteniendo en secreto desde hace varias semanas atrás.
—Es verdad, me gusta tu niñera.
La preadolescente le sonrió de oreja a oreja al escuchar aquellas palabras.
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