• Parte 2
El día en que le bajarían la sedación a Orquídea, Nathaniel no se movió de aquella habitación y le pidió a su padre que le trajera algo para comer y una muda de ropa porque no pretendía ir a la casa. Llamó a su hija para saber cómo se encontraba y ella le preguntó si podía ir a verla, pero él se lo negó.
—Ufa, papá, me dijiste que podía ir más adelante y ya pasaron más de quince días.
—No quiero que la veas ahora, la verás cuando puedas y ni siquiera te atrevas a convencer a tus abuelos para que te traigan.
—Bueno, está bien, pero cuando esté mejor, sí podré verla, ¿verdad?
—Sí, cuando esté mejor.
El médico entró y este le dijo a su hija que después la llamaba.
—Le bajaré un poco más la sedación y dentro de unas horas más, por completo.
—De acuerdo.
—Hasta que no saqué el sedante, no se despertará así que le recomiendo que vaya a su casa y descanse un poco.
—Gracias, pero prefiero quedarme.
—La señora que ayer vino aquí, todavía sigue en la comisaría o por lo menos eso les escuché a los demás.
—Le agradezco que me lo dijera. En ese caso, iré a darme una vuelta por allí.
—Vaya tranquilo, dentro de cuatro horas vendré a sacarle el sedante.
—Perfecto.
Nathaniel salió del hospital y cruzó la plaza para ir al departamento de policía.
Cuando lo vieron entrar, preguntó por la mujer que habían traído el día anterior y un oficial lo acompañó adonde estaba.
Geraldine al verlo se acercó a él y se sujetó de los barrotes.
—Creí que no ibas a venir, sácame de aquí, por favor.
—Estoy más tranquilo si te quedas aquí, sobre todo si pongo una denuncia.
—Me portaré bien.
—No confío en ti y menos sabiendo lo que le hacías a mi hija mientras yo no estaba cerca —declaró con enojo en su voz.
—Nunca le he hecho nada.
—No mientas, sé las cosas que le decías porque me las contó.
—Una niña de diez años no se puede acordar de lo que hacía en sus cinco.
—¿Acaso insinúas que mi hija miente? —cuestionó molesto.
—No, pero...
—Pero nada, Geraldine —le respondió y ella abrió más los ojos quedándose sorprendida ante la actitud de él—, te conozco bastante bien para saber la clase de mujer que eres y que lamentablemente no cambió en estos años que pasaron. Así que, sino quieres que de verdad ponga una denuncia en tu contra, te irás de aquí. No me interesa saber más nada contigo y ya te habrás dado cuenta de que estuve muy tranquilo durante estos años que pasaron.
—Regresé porque te extrañaba.
—Yo no, lo nuestro fue tormentoso y no pienso pasar de nuevo por lo mismo, conocí a Orquídea y me hace bien, no voy a dejar pasar esta oportunidad por un capricho tuyo.
—Esa mujer no sabe nada del amor y de lo mucho que te quiero.
—Geraldine, tú no quieres a nadie, solo te quieres a ti misma. Eres tan superficial y soberbia que terminas dando lástima porque nadie se quiere acercar a ti.
—No quiero irme de aquí.
—Pero te irás y te quedarás en donde estabas antes, ¿no entiendes que si Orquídea no hubiera llegado a Manitou Springs, donde está mi casa, tampoco iba a querer regresar contigo? ¿O necesitas que te haga un dibujo para explicártelo mejor? —cuestionó con seriedad—. Más vale que no te vea por el hospital o merodeando por mi casa, porque asentaré la denuncia, esta vez fue una advertencia.
—¡No puedes dejarme aquí! —le gritó viendo cómo se alejaba de ella.
Cuando Nathaniel se acercó a los oficiales les pidió que la dejaran unas horas más encerrada y luego la liberaran.
—Puede pedir un custodio para la señorita mientras esté en el hospital y una patrulla para su casa por si aparece.
—De acuerdo, les pediré las dos cosas, gracias.
Colleman salió de allí y cruzó de nuevo hacia el lugar donde estaba Orquídea. Las horas pasaban con lentitud y él se estaba impacientando más de lo que debería. Se recostó en el sillón y cerró los ojos intentando dormitar un poco, pero se terminó por dormir dos horas seguidas. Se sentó y revisó su teléfono móvil mientras pensaba en que su pareja debía tener uno también para comodidad de ella.
Contestó algunos correos que le habían llegado y vio algunas noticias también hasta que entró el médico una vez más para avisarle que era momento para sacarle los sedantes.
—¿Ya pasaron las cuatro horas?
—Sí. ¿Listo?
—Por supuesto.
El profesional le cerró la vía por donde pasaba el sedante y la revisó mientras que el efecto del medicamento se iba.
—Ella está bien, solo es cuestión de tiempo para que despierte en un momento u otro.
—Gracias, doctor.
—Durante la noche quedará a cargo mi compañero y pasará a verla, si ella se siente bien, es posible que mañana le dé el alta y haga un tratamiento con píldoras sin la necesidad de quedarse aquí.
—Me parece bien, se lo agradezco de verdad.
Nate se sentó en el sillón de nuevo y echó la cabeza hacia atrás apoyándola en el respaldo, suspiro de alivio cuando supo que todo aquello había terminado y por fin podían volver a casa.
Por la tarde, en donde el sol se ocultaba detrás de las montañas de Colorado Springs, Orquídea abrió los ojos.
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