• Parte 2
Por otro lado, dentro de la oficina, Ofelia le había entregado un café sin dejar de opinar sobre la relación de él con su hija.
—Me alegra que se haya quedado en la casa cuidando a Felicity durante la noche, es lo menos que puede hacer por ella, señor.
—¿Ya te fueron con el cuento? —se burló y bebió un sorbo de café.
—Sí y alegró el día para serle sincera.
—Tengo un dolor atroz en la espalda y el cuello, no sé cómo puede dormir en esa postura.
—¿Quién? ¿Orquídea? Cómprele una mecedora o un cómodo sillón —le sugirió con sutileza.
—De comprarlo, lo adquiriría solo para mí.
—La joven cambió de trabajo por necesidad, no está acostumbrada a cuidar de una niña todos los días, sea considerado por lo menos, usted es el padre y es el responsable de ella, lamentablemente no ejerció el título hasta anoche y por eso se queja del dolor por una mala postura.
—Soy su padre, Ofelia —respondió con seriedad.
—Lo sé bien, pero si de verdad quiere serlo, debe dejar las tonterías de lado y enfocarse en su hija —declaró con honestidad—, pero ya que estamos hablando de esta situación, creo que la niñera lo está cambiando y no lo quiere reconocer —dijo risueña y sin darle vueltas a lo que suponía.
—Es un disparate lo que me has dicho, Ofelia. Nadie me está cambiando, ni siquiera una mujer que llegó hace dos semanas aquí.
—Nunca diga: de esta agua no he de beber, señor.
—Lo que digas —le contestó sin importancia—, iré al pueblo para comprar unas cosas, ¿necesitas algo?
—No, la cocina está abastecida, pero pregúntele a Orquídea si necesita algo o a su hija.
Nathaniel salió de allí sin tener intenciones de preguntarles a las demás, tomó su abrigo y las llaves para meterse en la camioneta y conducir hacia el pueblo.
Ofelia miró cómo se alejaba el vehículo sospechando que no les preguntó a las chicas lo que querían y con una mueca de disgusto habló en voz alta.
—Algún día se dará cuenta que Orquídea lo cambió para bien, señor.
Nate había llegado en menos de media hora y al primer lugar que entró fue a la tienda de artículos generales de Lydia.
—Buenas tardes, señor Colleman, qué alegría verlo por aquí —expresó Lydia con amabilidad.
—He estado bastante ocupado, sin contar con que desde ayer Felicity no se siente bien, tiene varicela.
—Envíele un beso de mi parte y espero que se mejore pronto.
—Gracias, se lo diré de tu parte.
—¿Necesita algo en particular?
—En realidad, no. Solo he venido para encontrar algo que me guste y comprarlo.
—Mire tranquilo entonces.
—¿Ha habido alguna novedad que me haya perdido?
—Creo que la novedad no le gustará, regresó Geraldine.
—¿A qué ha venido a un pueblo que aborrece?
—No tenemos idea, solo esperamos que no busque problema.
—Me tiene sin cuidado lo que haga con su vida —notificó y cambió de tema—, ¿qué precio tiene la muñeca que está detrás tuyo?
—Hace poco entró a la tienda.
—Me gusta, ¿me la envolverías para regalar?
—Por supuesto que sí —le sonrió y enseguida cortó papel, envolvió la caja e hizo un lindo moño.
Nathaniel pagó por lo que llevaba y salió de la tienda.
Cuando llegó a la casa, encontró todo en silencio, pero unos pequeños ruidos provenientes de la cocina hicieron que fuera allí para saber quién de las tres era.
—¿Felicity sigue en la cama?
—Sí, le estaba preparando un poco de pollo con arroz.
—¿Y Ofelia?
—Le dije que se fuera porque se le estaba haciendo tarde para la reunión que tenía con su marido.
—Entiendo, ¿usted va a comer de ese pollo con arroz?
—Era mi idea.
—Prepare más, cenaré eso también.
—De acuerdo.
—Mientras tanto, iré a ver cómo sigue.
Con el paquete en mano, Nathaniel entró al cuarto de su hija y se acercó a ella. Le tocó la frente y sintió su piel tibia, la niña pronto abrió los ojos.
—Hola, papá.
—Hola, hija, ¿cómo te encuentras?
—Un poco mejor, no tengo fiebre —se sentó en la cama—. ¿Eso es para mí? —Abrió más los ojos quedándose asombrada.
—Sí, pero si no lo quieres, se lo regreso a Lydia —bromeó para que ella se riera.
—Sí, lo quiero —se rio también y lo sostuvo en sus manos—. ¿Sabes? Me sorprendió un poco saber que me cuidaste anoche, no lo hiciste nunca.
—Supongo que lo sé —se sentó en el borde de la cama.
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque quise y porque me corresponde, es posible que la discusión que tuve con tu niñera hizo que me replanteara las cosas.
—¿Sobre mí?
—Sobre ti —afirmó.
—¿No me quieres? Yo sí te quiero, papá.
—Que no exprese lo que siento, no significa que no te quiera, Felicity. Te quiero mucho.
—Yo también te quiero mucho, papá. A veces pienso que hice algo mal y por eso eres así conmigo.
—No has hecho nada mal, en todo caso, yo estoy en falta contigo porque no te cuidé cuando lo necesitabas —declaró y miró el paquete que todavía no había abierto—. ¿No abrirás el regalo?
—Sí —le dijo y de a poco fue quitándole el papel—. Papá, ¿me contarás sobre mi madre? Me gustaría saber de ella.
—¿Por qué lo quisieras saber? ¿No crees que es mejor hablar de ese tema cuando te recuperes del todo? Lo prefiero.
—Está bien, como quieras, pero no te olvides que debes contarme de ella.
—Lo haré, pero no ahora.
Felicity asintió con la cabeza y miró con atención la caja.
—¿Te gusta?
—Es preciosa —le dijo y su padre abrió la caja por la parte de arriba—. Gracias, papá —se acercó a él con efusividad y sollozando, y lo abrazó por el cuello.
Nathaniel quedó sorprendido y de piedra ante el gesto de su hija, pero luego la estrechó contra él para dejarle saber que le importaba de verdad.
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