• Parte 2

Apenas entraron, Orquídea colgó las llaves al lado de la entrada y se quitaron los abrigos para ponerlos en el perchero. La niña tomó de la mano a la joven y juntas caminaron por el pasillo, rumbo al cuarto de Felicity. A medio camino, se encontraron con Nathaniel.

―Felicity, ven aquí un momento ―le dijo, pero la niña por miedo a él, no se movió.

―Ve, hermosa, no pasa nada ―le respondió su niñera, tranquilizándola y sobándole la espalda suavemente.

La niña caminó despacio e insegura hacia su padre. Este último se arrodilló y abrazó a su hija.

―Perdóname, pequeña, por haberte gritado.

―Sí, papá, te perdono ―contestó ella suavemente y le dio un tierno beso en su mejilla―, papi, pinchas —se sobó porque le dio comezón.

―Creo que tendré que afeitarme más a menudo entonces ―emitió riéndose y le dio besos con ruidos en todo su cuello, mientras que la niña reía a carcajadas.

―Me voy con Orqui a mi habitación.

―De acuerdo, pero antes, quiero hablar con ella unos minutos ―alzó la mirada hacia Orquídea.

―Sí, papá.

―Lávate bien las manos, Felicity ―le dijo la niñera.

―Sí, Orqui.

Cuando la niña desapareció frente a ellos, él condujo a la joven a su oficina, la invitó a entrar de nuevo al despacho y luego cerró la puerta detrás de él.

Orquídea no sabía el porqué de aquella actitud y no quiso averiguarlo tampoco.

―Veo que la ha traído muy puntual, se lo agradezco. Pero eso no quiere decir que haya hecho las cosas bien, señorita D'Orè. La actitud que tuvo conmigo antes, distan de una mujer seria y responsable.

―Seguramente piensa eso porque antes ninguna mujer lo enfrentó, le aclaro que no le tengo miedo, puede decirme lo que le venga en gana, pero se está dando cuenta que soy responsable y puntual cuando se trata de su hija, a pesar de que desde hace unas pocas horas atrás estoy trabajando.

―No tolero que me hablen así.

―No estoy diciéndole nada fuera de lugar, señor Colleman. Tendría que insultarlo para poder faltarle el respeto, pero no lo haré, me ha dado el trabajo y le estoy muy agradecida. Solo tiene que cambiar un poco de actitud usted, no yo.

―Usted no es mucho mejor que yo, señorita D'Orè.

―No le estoy diciendo eso, señor. Solo digo que en ningún momento quise faltarle el respeto, a veces soy así de impulsiva y directa. No me gusta que nadie me pise, así como creo yo que a usted no le gusta que lo pasen por encima tampoco.

—No me gusta que me hagan eso.

―Ya ve que después de todo, no le he faltado el respeto a usted. ¿Algo más tiene para decirme?

―No, puede retirarse. Gracias por cuidar de mi hija.

―Al contrario, la niña es encantadora y con su sonrisita es compradora también. Y después de todo, soy su niñera.

Orquídea salió del despacho del padre de la niña y fue hacia el cuarto de ésta en la planta alta.

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