Capítulo 7
Varias horas después, empezó a atardecer sobre las colinas de los Cotswolds. Bellatrix se desperezó y se incorporó, hora de terminar la siesta.
-Vamos –murmuró depositando al zorrito en el suelo-, tenemos que encontrar a tu familia antes de que anochezca.
Los tres se pusieron en marcha y volvieron sobre sus pasos hacia la zona donde habían encontrado al animal. Juzgaron que su familia no se habría alejado mucho. Canuto olfateó el aire y empezaron a buscar dónde podría estar su madriguera. Diez minutos después localizaron un montículo de tierra con una pequeña abertura. El zorrito aulló y al poco un zorro adulto asomó la cabeza. Cuando salió del todo y se acercó a ellos comprobaron que era hembra.
-Creo que es tu mamá –le indicó la bruja-, ya estás en casa.
El zorrito corrió y se frotó junto a su madre mientras ella le lamía la cabeza con afecto. Los dos Black pensaron que los animales eran mucho más adorables que los humanos. Cuando ya se iban, el cachorro volvió a acercarse a Bellatrix y frotó la cabeza contra su pierna como despedida. Ella le acarició el cuello y le dijo:
-Vivo muy cerca de aquí, por ahí, solo tienes que seguir mi olor. Puedes venir a verme cuando quieras.
El animal siguió frotándose contra ella y finalmente se metió a la madriguera junto a su madre. A Canuto le extrañó ver un comportamiento tan confiado en una criatura tan astuta como un zorro. Hasta que encontraron a su familia llegó a sospechar que era un animago (porque la mortífaga no comprobó que no lo fuese). Pero comprendió que no, era la naturaleza de Bellatrix: la magia oscura que la envolvía era tan poderosa y seductora que atraía a todo tipo de criaturas. La observó de reojo y vio que no era consciente de la sonrisa sincera que se había formado en su rostro. Parecía genuinamente feliz de haber ayudado al zorrito. Volvieron a casa en silencio mientras anochecía.
Cuando llegaron, la bruja abrió la puerta invitándole a entrar. El animago dudó. Su plan había sido marcharse, si volvía a entrar, estaría ahí al menos un día más. Era el cuento de nunca acabar. La morena le miró frunciendo el ceño por su reticencia.
-¿Qué pasa, sigues enfadado porque le he hecho más caso que a ti? –inquirió- Tienes que reconocer que es una monada y mucho más cariñoso que tú. Llevo días alimentándote, cuidándote y convirtiéndote en un perro a la altura de los Black y solo te has acercado a mí cuando has visto a un muggle y has querido presumir de lo guapo que eres.
El perro ladeó la cabeza como si no la comprendiera. Pero caviló que, dentro de sus descabellados razonamientos, algo de razón tenía. "Además, acaba de reconocer que soy guapísimo" decidió. Así que con gesto altivo entró a la casa. La bruja sacudió la cabeza y cerró la puerta. Buscó otra lata de comida y se la sirvió. Cuando Canuto terminó de cenar, iba a tumbarse junto a la chimenea, pero por la puerta entreabierta del dormitorio vio a Bellatrix en la cama. Estaba tumbada a lo ancho del colchón mirando al techo. Su curiosidad pudo más y entró a la habitación.
-Hoy el cielo vuelve a estar despejado –comentó la bruja sin apartar la mirada.
Canuto se hizo el loco un rato y después levantó la cabeza. La slytherin había empleado un encantamiento que hacía el techo transparente, así que el cielo nocturno con todas sus constelaciones lucía sobre ellos. Hacía tiempo que Sirius no veía esa estampa tan nítida: en la ciudad había demasiada contaminación lumínica como para distinguir nada. Le recordó a cuando en clase de astronomía les contaba a todos que le pusieron su nombre a una estrella (y no al revés).
-Sube –le indicó la bruja dando una palmada sobre el colchón y retrepándose para colocarse con la cabeza sobre la almohada.
El perro obedeció y se acomodó junto a ella. La morena observaba el cielo ensimismada mientras disfrutaba de un vaso de whisky. Sirius nunca había conocido a nadie que compartiese su don: beber tumbado sin atragantarse ni derramar una gota. Al rato, la morena, entre borracha y melancólica, empezó a explicarle las constelaciones:
-Mira, esa es mi estrella, en la constelación de Orión. Siempre me gustó mi nombre. Significa guerrera... es lo que soy, todo lo que soy.
El perro la observaba sin saber si debía comentar algo.
-¿Ves esa de allá? –preguntó señalando un punto indefinido- Es la constelación de Leo. La estrella más brillante es Regulus, significa pequeño rey.
Ante eso, el animago sintió cómo su corazón se encogía.
-Le echo de menos. Era solo un crío, pero me quería mucho y era buen mago y muy inteligente. Lástima que no me hiciera caso. Era bastante arrogante, se creía invencible... Aunque eso no era culpa suya, es cosa de familia –comentó la morena sin dejar de beber.
En eso Bellatrix tenía razón, su hermano siempre se consideró un genio y creyó que sería el orgullo de los Black. La mortífaga tardó un rato en volver a hablar.
-¿Y ves esa, la más brillante? La estrella mááás brillante de todo el puñetero cielo –aseguró con rabia y voz etílica-. Es tan importante que en realidad es binaria: está compuesta por dos estrellas. Es Sirius.
El animago no supo si sentirse halagado u ofendido. Creyó que la cosa quedaría ahí, pero en absoluto. Bellatrix estaba bastante ida, ya no hablaba con él sino para sí misma; para no morir envenenada por guardárselo dentro, probablemente.
-Así era él. El más brillante, importante, famoso... Todo el colegio le adoraba y deseaba ser como él –comentó la bruja con repugnancia-. Siempre estaba en boca de todos. A mí nunca me conocieron por mi nombre, siempre fui "la prima de Sirius", hasta para los profesores. Y todo porque yo prefería estar en silencio, no llamar la atención y no tener estúpidos amigos que me distrajeran de mis estudios.
Era verdad. Bellatrix nunca tuvo amigos ni participó en las fiestas, pero él siempre pensó que era por decisión propia.
-Siempre fui mejor que él. Sacaba mejores notas, se me daba mejor el quidditch y era más inteligente y trabajadora. Mientras él estaba haciendo el imbécil con sus amigos yo estudié por mi cuenta sobre negocios mágicos, como mi padre. A los dieciséis en nuestra familia te dan mil galeones como regalo de cumpleaños. Yo los supe invertir y pude comprarme esta casa en solo un año. Él se lo gastó en una moto voladora o no sé qué tontería así. Pero aún así mi propio padre siempre le prefirió a él. Sirius es un traidor a todos los niveles, pero es un hombre. Y ya está. Yo tuve la mala suerte de nacer mujer.
De haber estado en su forma humana, Sirius no habría sabido qué replicar. Era verdad, que Bellatrix siempre arrastró el lastre de ser mujer –un cero a la izquierda en su familia-, pero él no tenía la culpa de eso.
-Siempre se burlaba de mí. Él y su estúpido amigo cuatrojos... Se reía del tiempo que pasaba en la biblioteca, de que no tenía amigos, de que tenía que hacer sola los trabajos en pareja, de que nadie quería ir conmigo al baile de Navidad porque decían que estaba loca...
Vale, de eso sí que tenía la culpa. Pero eran solo bromas de niños, ¿no? Ella también le insultaba y no fue su intención causarle ningún trauma, seguro que eso no había influido en...
-Fue después de una de esas cuando mi vida cambió. Sirius se había burlado de mí por el compromiso con Lestrange (al que obviamente accedí únicamente por obligación), me dijo que íbamos a tener unos hijos feos como Rodolphus y trastornados como yo. No me defendí porque no merecía el esfuerzo y... y sobre todo porque yo también lo creía así –continuó en un susurró-, mis padres me habían dicho que esa iba a ser mi única función.
Rellenó el vaso con su varita y dio un trago largo. Entonces sacudió la angustia y sonrió:
-Estábamos en un cóctel de Navidad y justo después se me acercó mi maestro. Me dijo que no tenía por qué ser así. Había visto mis notas, me había visto batirme en duelo y me creía capaz de mucho más. Me prometió que me enseñaría todo lo que sabía, lucharíamos juntos por la pureza del mundo mágico y jamás tendría que tener hijos. Lo cumplió y es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Sirius no pudo mitigar el dolor de esa declaración. Recordaba esa velada: estaba a punto de cumplir dieciséis, sus padres le obligaron a asistir. Le fastidiaba y odiaba tanto a su familia que sentía rabia solo de ver a sus perfectas primas, todo sonrisas impostadas, cortesías y vestidos de diseño. Sus peleas con Bellatrix eran la única manera de entretenerse y sobrevivir a aquello. Se metía con ella porque era la más dura, a la que parecía que todo le daba igual... Pero obviamente fue cruel, aunque nunca se diera cuenta de que le hacía daño. Que su prima se hubiese convertido en lo que era no era culpa suya, pero había ayudado; había ayudado a la causa del mismo modo que toda la familia a la que despreciaba y condenaba.
La mortífaga continuó comentado estrellas aleatorias, pero él no la escuchó. Nunca creyó que le tuviese envidia, ni que le afectaran sus burlas, ni se percató de que la gente la comparaba con él. Sin duda eran muy parecidos de carácter, pero –por mucho que se lo ocultó- ella siempre fue más brillante, por eso no pensó que tuviese problemas. Sentía que debía pedirle perdón, pero a esas alturas era ya ridículo. Debía haberlo hecho cuando era joven; ahora que era ya una reputada asesina no tenía sentido.
-Bueno, me he quedado sin whisky –informó la morena devolviéndolo a la realidad-, hora de dormir. Quédate en la cama si estás cómodo, yo no la uso.
El perro la miró desconcertado. La morena eliminó el hechizo del techo, corrió las cortinas y buscó una manta. Entonces Sirius recordó que prefería dormir en el suelo. Él sabía por experiencia que si no se acostumbraba a hacerlo en la cama, ya nunca recuperaría el hábito. Así que atrapó su brazo con su potente mandíbula sin apretar pero sin darle opción a liberarse. La morena le apuntaba con la varita en su otra mano sin tener clara su intención. El perro -que sin duda tenía fuerza y su prima pesaba muy poco- la arrastró de vuelta al colchón. Ella se tranquilizó.
-Aquí no puedo dormir, perrito, estoy más cómoda en...
No pudo terminar porque el perro la obligó a tumbarse y acomodó la cabeza sobre su estómago para impedir que se moviese.
-Bueno, está bien, pero solo un rato hasta que te duermas –murmuró.
Canuto la liberó para que se acomodara y se hizo un ovillo pegado a su estómago. Le golpeó el brazo con la cabeza y ella le abrazó por el lomo para que notara que estaba junto a él. Con un gesto de la mano de la bruja, una gruesa manta los tapó a ambos. El perro exhaló un gruñido de satisfacción y cerraron los ojos. Una fina lluvia empezó a golpear los cristales e inconscientemente los dos Black se arrebujaron más juntos. No estaban solos, eso no era Azkaban.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top