Origen
Una mañana de julio de 1924 la señora Mc Donnell estaba sentada en una silla mecedora en la puerta de su casa, en Staten Island, Nueva York. Su hijo Francis, de 8 años, jugaba cerca con una pelota mientras su hija de pocos meses gateaba a su lado. Hacía calor.
No era una zona muy poblada. La señora Mc Donnell observó por un instante la calle de tierra y le llamó la atención un hombre que caminaba por el centro. Era un anciano de cabello gris y gran bigote gris, delgado y no muy alto. Llevaba un traje viejo y holgado, un sombrero bombín polvoriento y caminaba arrastrando levemente un pierna.
Andaba con los brazos colgados a los costados, casi pegados al cuerpo. Abría y cerraba constantemente una mano; en la otra llevaba una bolsa. Al pasar frente a la casa, saludó a la señora Mc Donnell descubriéndose la cabeza. El viejo murmuraba cosas para sí. La señora creyó que el abuelo andaba perdido.
A la tarde, Francis se fue a jugar con cuatro amigos en una zona descampada. A unos metros el hombre gris observaba. En un momento, Francis quedó rezagado y vio que un abuelo simpático, de gran bigote gris, como su cabello, lo llamaba. El anciano sacó golosinas de una bolsa y se las dio.
Nadie notó que Francis había desaparecido sino hasta la hora de la cena. Lo encontraron al día siguiente en un bosque. Había sido estrangulado con sus tiradores. Su padre apenas lo reconoció. El chico tenía como dentelladas. A su madre la debieron sostener entre varios policías para que no viera el nene.
La muerte del pequeño Francis Mc Donnell quedó en el olvido.
El 23 de mayo de 1928, Edward Budd, de 18 años, puso un aviso en el diario ofreciéndose para trabajar en el campo.
Cinco días después, un domingo, un hombre tocó a la puerta de su casa. Lo atendió Delia, la mamá de Edward. Se trataba de un anciano de aspecto endeble. Se presentó como Frank Howard, granjero, y quería hablar con Edward.
Delia reparó en su cabello gris, en su bigote gris y en una bolsa que llevaba. De inmediato, Howard contrató al chico. Delia lo invitó a almorzar y su esposo, Albert Budd, estaba encantado.
Apenas se habían sentado a la mesa cuando entró una bonita nena de grandes ojos marrones y cabello castaño. Gracie Budd, una de las hijas del matrimonio, tenía 9 años. Entró feliz, cantando. Howard estaba maravillado con la pequeña. De su bolsa sacó un dulce y se lo dio.
Cuando terminaron de almorzar Howard dijo que debía ir a la casa de su hermana porque uno de sus sobrinos cumplía 9 años. Le dijo a Edward que volvería a buscarlo y, para calmar su inquietud, le dio dos dólares.
Pero antes de irse se volvió hacia Delia y le preguntó si podía llevarse a Gracie al cumpleaños. Le dio grandes seguridades de que la nena estaría bien cuidada. Delia no sabía qué decir. Le pidió la dirección de su hermana. Aun así no estaba segura y miró a su marido. "Deja ir a la pobre niña. No se divierte demasiado", dijo el papá. Delia le puso un abrigo a Gracie y le dio un beso en la cabeza.
Los Budd nunca más volvieron a ver a su hija.
A la mañana siguiente Albert fue a hacer la denuncia de la desaparición. La primera cosa que descubrió la Policía fue que la dirección de la hermana del tal Howard no existía. Tampoco existía la hermana ni la granja ni Frank Howard.
Se asignaron 20 policías al caso, entre ellos el detective William F. King. No hubo nada por entonces. Gracie y el hombre gris se habían esfumado.
Seis años después, King era el único detective que seguía con la investigación. En octubre de 1934 decidió usar un recurso final: dijo que el sumario iba a ser cerrado definitivamente. La prensa lo difundió.
Delia Budd recibió una carta el 12 de noviembre. "Mi querida Sra. Budd:El 3 de junio de 1928 llamé a su casa. Almorzamos. Gracie se sentó a upa mío y me dio un beso. Decidí comérmela. Con el pretexto de llevarla conmigo a una fiesta (Usted le dio permiso) la llevé a una casa desocupada en Westchester". El viejo le contaba a la mamá cómo había matado a su hija.
La carta no tenía remitente pero King averiguó que había sido enviada por un hombre que alquilaba un cuarto en un edificio de la calle 52. El detective habló con la portera y le dio la descripción del "señor Howard". Coincidía con la de un viejo de cabellos grises y bigotes grises que se había registrado como Albert Fish.
Cuando King entró en la sala encontró a Fish bebiendo una taza de té.
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