7 | Star Eyes
🎶 XOVE 🎶
Una semana.
En cuestión de tiempo, no era demasiado.
Una semana.
Por favor, no tenía comparación con una década entera.
Sin embargo, ahí estaba yo, sentado en el piso, contando los minutos que faltaban para volver a ver a Jess.
¿Qué diablos me pasaba?
No podía ser normal.
Pero tal vez no quería algo normal. Quería que fuera especial y, ¿qué era más especial que ella?
Todo lo que se requirió fue un fin de semana para que todos los recuerdos que compartí con Jess recuperaran el color y, en consecuencia, revivieran algunas partes de mí que habían muerto con ellos.
Un fin de semana y me di cuenta de que no deseaba pasar otra década de mi vida sin verla. Lo supe en el momento en el que estuve parado en la puerta de su casa y tuve que decirle adiós. No pude, no para siempre.
Una locura, ¿verdad?
Y no se trataba únicamente de una conexión del pasado.
Me divertí más con Jess durante los momentos robados que tuvimos en un fin de semana que en los años en que estuvimos distanciados.
Ella era...
Ella tenía un don especial para convertir un día ordinario en un cumpleaños. Su energía resultaba tan contagiosa que me pondría en cuarentena voluntariamente. Lo que parecía algo descabellada, no obstante, sería exactamente lo que diría en una Corte si me pidieran que dijera la verdad. Quería seguir conociéndola.
Mi mente divagaba sobre los planes que guardaba para el concierto. Terminamos el ensayo cinco minutos atrás y me encontraba levantándome del suelo del escenario con cansancio. Un estadio completo para la banda. Miles de asientos reservados, tantos que no podía contarlos con los ojos. Una acústica perfecta. Metros y metros de espacio libre donde personas gritarían solo para obtener un segundo de nuestra atención. Nadie predeciría el huracán que se desataría en cuanto se pusiera el sol. Maldición, necesitaba que llegara la noche.
Me gustaba contemplar los escenarios en los que tocaría. A veces cantar noche tras noche en lugares desiertos que se llenaban por tu mera presencia y oír a todos clamar tu nombre como si fueras un dios antiguo mientras se destrozaban con tal de llegar a ti podía convertirse en una droga peligrosa. La arrogancia te cegaba al punto de que te creías que eras la imagen que ellos crearon de ti. El dios. El cantante.
De vez en cuando, necesitabas una inyección letal de humildad. La popularidad y el dinero te nublaba el juicio. Por ende, necesitaba ver el lugar vacío para recordar que debía apreciar cada momento porque nunca sabía cuándo terminaría, cuándo sucedería la caída fatal e inesperada que provocaría que los demás olvidaran mi nombre del mismo modo en que olvidaron cientos de dioses antes de mí. La felicidad era temporaria al igual que la fama. Me aferraría a ambas hasta que tuvieran que apartarme de ellas llamando a seguridad.
―¡Tierra llamando a Xove! ―vociferó alguien a mis espaldas.
Por el bien de mi paz mental, decidí ignorar los siguientes comentarios hechos con el propósito de sacarme de quicio.
―¿En qué crees que estará pensando?
―No lo sé, probablemente en la única cosa de la que habló esta semana ―dijo Killian con un tono predecible.
―Querrás decir, persona.
―Sí.
―Quizás le está escribiendo una canción ―dedujo Ryan, siendo quien inició el programa llamado "hora de molestar a Xove".
―¿Qué rima con Jess?
―No lo sé. ―Volteé con los brazos cruzados apenas dijeron su nombre―. ¿Qué rima con «no vuelvan a mencionarla o los tiraré del escenario»?
Ahí estaban los dos miembros de la banda y también las dos personas más molestas que conocí: Ryan Allen y Killian Grant. En realidad, mentí. No eran tan malos en los escasos momentos que dejaban de ser un dolor de cabeza.
Videtur no sería lo mismo sin ellos. Las giras serían mucho más estresantes de lo que eran si no fuera por presencia y, aunque jamás lo admitiría en voz alta, sus incesantes e inapropiados chistes tendían a ser graciosos de vez en cuando.
A pesar de que fuimos amigos antes de formar el grupo, definitivamente nos volvimos mucho más cercanos.
Muy poca gente entendía lo que estábamos viviendo. Muchos días sin descansar. Muchos hoteles y compañeros de trabajo horribles. Mucha presión para alcanzar el éxito. Se podría decir que compartir la experiencia nos ayudó. Le dábamos espacio a quien lo necesitaba o lo animábamos si estaba cayendo en un pozo oscuro. Formamos una especie de familia laboral. Por eso ellos se proponían seguir cruzando los límites con tal de ver qué tan lejos lograrían llegar.
Killian se agarró la barbilla con el pulgar y el mentón.
―Déjame pensar.
―Creo que necesitamos un diccionario para esta ―dijo Ryan, golpeándolo con el codo.
Me emboscaron. Se suponía que se habían marchado, sin embargo, continuaban poniendo a prueba mi paciencia. Me quedaba muy poca. A ese punto, se convirtió en un recurso de uso limitado.
―Los tiraré. Lo digo en serio.
Killian levantó las manos hacia arriba. Toda su piel estaba cubierta de pecas, incluyendo sus brazos expuestos al vestir una camiseta negra junto con sus pantalones simples.
―De acuerdo. Ya no mencionaremos a tu novia.
―Ella no es mi novia ―aclaré ante su insistencia.
―Mi error. Quise decir, esposa.
Me adelanté con la intención de cumplir con mi promesa y los dos retrocedieron, suplicando una tregua.
No sabía por qué la conversación me ponía tan nervioso. Quizás se debía a que yo jamás platicaba sobre asuntos sentimentales porque nunca tuve mucho para decir. Salí con un número considerable de personas en el pasado, no obstante, no sentí la necesidad de volver a llamar luego de un encuentro. Tendía a perder el interés. Ninguno de esos encuentros despertaron algo en mí. Tampoco iba a comentar sobre ellos como vi a muchos otros tipos jactarse de sus aventuras de una noche. Me gustaba mantener la discreción por respeto.
Por consiguiente, Killian y Ryan estaban perdiendo la cabeza tanto como yo por Jess. No fui mi intención hablar tanto de ella aquellos últimos días. Lo hice sin darme cuenta. No pude evitarlo. Rondó por mi mente en círculos, mareándome e incitándome contarle a los demás sobre ella, como si no existiera ningún tema más interesante. Sin explicación. Hasta el agotamiento. Sonaba como un loco obsesionado y yo no era uno.
¿Qué estaba pasando conmigo?
Era como alguien que había probado el azúcar por primera vez en su vida, no pudo sacarse el sabor de la lengua por más que lo intentó, y se transformó en pastelero solamente para gozar de una excusa para comer dulces a diario.
―Ella es mi amiga.
―¿Solo eso? ―Ryan arqueó sus cejas espesas mientras sus ojos oscuros me juzgaban―. Dile eso a alguien que se lo crea.
No vaciló. Killian reanudó el argumento por él.
―Es decir, nadie.
―Está decidido ―corté e hice una pausa. Los trabajadores que montaban el escenario no pararon de trabajar en simultáneo que nosotros manteníamos nuestra plática―. No quiero que hablen más de ella.
Ryan y Killian le dieron rienda suelta otra vez.
―No, hablaremos con ella esta noche.
―¿Qué temas de conversación tendremos en común?
―No sé. Creo que solo tenemos una categoría: Xove y cada estupidez que hizo en los últimos años.
―Apuesto a que le encantará oír hasta la más pequeña tontería.
Decidí caminar sobre la plataforma en busca de alejarme de ellos. Sorpresa, me siguieron.
―Les pediría que no avergüencen, pero eso sería un reto imposible para los dos. Por eso tomaré medidas preventivas y me la llevaré tan lejos de ustedes como sea posible. Tengo que protegerla.
―Tú no te atreverías.
―No sabes de lo que somos capaces ―amenazó Killian sin perder su tono jovial. El viento sacudió su cabello pelirrojo y se le metió en el ojo. Fue la venganza del universo.
Frené de pronto. Ellos se tropezaron entre sí.
―¿Por qué tienen tantas ganas de conocerla?
―Esa chica es una leyenda ―reconoció Ryan, peinando sus rizos negros y cortos a causa de que la caótica brisa.
Killian le puso un brazo sobre los hombros, entretenido.
―Ella debería estar en los libros históricos.
Maldición, no quería dejar que ganaran, aun así, sufrí de la necesidad de corregirlos.
―Su nombre es Jess.
―¡Sí! ¡Y es sobre lo único que hemos oído!
―Nunca te vi hablar tanto sobre algo o alguien ―masculló Killian, alargando las palabras con agotamiento―. Nunca te vi hablar tanto y punto.
Ryan no hizo más que coincidir con su chaqueta de jean, camiseta anaranjada, y pantalones simples.
―A Jess le gustaba esto y ahora le gusta esta otra cosa.
―Jess esto, Jess lo otro.
―Siendo franco, me pregunto si te puso un hechizo de amor o algo así.
―Si ese es el caso, debería pedirle la receta ―dijo Ryan sin bromear en absoluto.
Tuve que defenderla de tales acusaciones.
―Jess no es una bruja.
Un gruñido de hastío emanó de Killian.
―¡Ahí vamos otra vez!
Ryan me golpeó el hombro.
―Tenemos que conocer a la chica que le robó el corazón al hombre que juró que nunca se iba a enamorar.
―No estoy enamorado. De nadie ―afirmé con certeza.
Dudaron por unos segundos antes de rendirse al notar que ya no estaba de humor para juegos.
―Si tú lo dices.
Fui un fantasma.
―Lo acabo de hacer.
―Bien ―bufó Killian, poniendo sus ojos grises en blanco―. Dejaremos de joderte. En realidad, vinimos a avisarte que tenemos un rato libre. Pensamos que podríamos volver al hotel para aprovechar el tiempo. Tenemos que revisar esas cintas de audiciones y tomar una decisión.
Dos años atrás, Videtur firmó un contrato con una agencia de las más importantes del país, por ende, nuestro sello discográfico se encargaba de mucho más cosas que grabar nuestro álbum y promocionarlo. Hacía unos meses el jefe de la compañía se reunió con Madison, nuestra representante, y nos informó que pensaba que le faltaba algo a la banda. Una chispa extra. Básicamente, nos ordenó que buscáramos un nuevo integrante para el grupo e hizo énfasis en que no le molestaría si era un vocalista y compositor.
Al principio, no supe cómo sentirme. De hecho, el pedido repentino me hizo cuestionarme si lo que deseaba en realidad era reemplazarme y nos dio una excusa de marketing para probar a alguien más antes de despedirme. Después de un tiempo, me saqué de la ecuación y vi por qué. También recibí una explicación brutalmente sincera por parte de Madison. Mis canciones eran buenas. Se convertían en éxitos con facilidad. Mis presentaciones le agradaban a la audiencia. Sin embargo, a las tres cosas les faltaba una cosa: emoción.
Yo no escribía canciones de amor o sobre corazones rotos, por obvias razones, y deseaban que lo hiciera. Creían que la clave del triunfo se encontraba en ellas y existía una larga lista de ejemplos que lo probaba, según ellos. En consecuencia, me ordenaron que una vez que contrataran al nuevo, me reuniera con él o ella a la hora de componer el próximo disco. Seríamos imparables juntos.
Y de ahí venía la sugerencia de Killian. La agencia recibió miles de audiciones e hizo cientos de entrevistas en vivo con tal de encontrar a la persona adecuada. Después de aquel exhaustivo proceso, nos enviaron las cintas de las audiciones de los diez finalistas para darnos el privilegio de elegir al indicado. Nos retrasamos a la hora de enviar una decisión final, así que debíamos apresurarnos para elegir a alguien ese día. Yo no fui el único que se puso nervioso por tener que añadir a un desconocido a nuestro grupo exclusivo, pero recibiríamos a esa persona con los brazos abiertos.
Debido a eso, no me opuse a la idea de regresar al hotel. Los cuatro nos subimos a la camioneta negra con nuestros guardaespaldas y no miramos atrás. Ryan, Killian, Felicity y yo. Como estaba seguro de que no podría dormir aquella noche y no me interesaba nada de lo que había en ese auto, aproveché el viaje para dormir una larga y agradable siesta.
Más tarde, nos reunimos en mi habitación. Me tiré en el sofá, esperando a los demás. Killian trajo bocadillos que todos sabíamos que se terminaría comiendo Ryan. Felicity cambió su ropa glamurosa y regresó a su suéter rosa de confianza, sus pantalones cómodos y sus anteojos en lugar de lentes de contacto. Además de ser la bajista rubia de ojos azules, ella fue la última en sumarse a la banda. La conocimos en uno de los primeros bares que tocamos. En ese entonces, ella estaba en otra banda y, tras múltiples tropiezos, se sumó a la nuestra. Así nos hicimos amigos y compañeros de trabajo. En la actualidad, debíamos ver a quién dejaríamos entrar al círculo.
Audición tras audición. Fuimos pasando cinta tras cinta, haciendo comentarios al final de cada una. Claro, ninguno fue bueno.
―Desafinado.
―¿A eso le dices cantar?
―Muy perfecto.
―¿Es un canto satánico o rock?
―Horrible.
―¡Alguien apague esa cosa!
Ninguna audición nos pareció correcta hasta una dio en el blanco. Tuve mis ojos cerrados todo el tiempo, ya que no me interesaba la apariencia de la persona, sino la potencia de su voz y, en el momento en que la escuché, lo supe. Era ella. Nadie más.
Mi palpitar se detuvo ante lo que mis oídos captaron. Su estilo, su elección de música, su pasión. Quedé obnubilado. Dulzura. Furia. Las emociones se mezclaban en una melodía furiosa y fuerte con una voz suave y angelical que cantaba con un corazón que hechizaba a quienes la oyeran. Se notaba que exponía su alma a la hora de cantar. No existía punto de comparación con las demás. Ahí estaba. Sentimiento. Lo que faltaba. Todo lo que me faltaba era ella.
Levanté los párpados a la vez que me ponía de pie de un salto.
―¡Paren todas las audiciones! Ella es la indicada. Esa es nuestra chica.
La cinta se había terminado. La pantalla estaba en negro. Miré a los demás, expectante.
―¡Sí! ―coincidió Felicity, aferrándose a la cinta que recuperó como si hubiera encontrado a su alma gemela y no quisiera dejarla ir―. Ella es asombrosa. Estoy enamorada. De su voz. Por supuesto.
Killian se comportó más relajado. Tendía a actuar como que no le importaban las cosas cuando se moría por dentro.
―Sí, creo que nuestra búsqueda terminó.
En contraste, Ryan expresaba hasta la cosa más pequeña que se le pudiera ocurrir.
―No puedo creer que vaya a concordar con algo que dijo Kill Kill, pero sí.
―Entonces, ahora seremos cinco ―pronuncié en voz alta y me costó tragármelo.
Lo siguiente que hicimos fue llamar a Madison para informarle nuestra decisión antes de regresar al estadio en busca de prepararnos para el concierto.
En cuanto estuve listo, respiré profundo detrás del escenario con el micrófono en mano y las palmas ligeramente sudadas por los nervios. Los gritos de la multitud que suplicaba que saliéramos no hicieron nada más que comerme la cabeza.
A pesar de que me gustaba cantar y estar en el escenario, siempre me ponía ansioso en los minutos previos y luego se me pasaba. Aquella noche tenía otra razón para que se me aceleraran los latidos.
Jess.
La idea de que ella podía estar en la primera fila me consumía por dentro. También lo hacía la posibilidad de que optara por dejarme plantado. Por ende, me atreví a salir de mi escondite y mirar un poco con el objetivo de sacarme la duda.
Una ovación me aturdió de inmediato. Busqué y estaba a punto de rendirme en el instante en que la vi a varios metros de distancia. El alma me volvió al cuerpo. Como los demás me señalaban, Jess no tardó en encontrarme. Una sonrisa instantánea se dibujó en mi cara.
Aun así, recibí una orden por parte de los organizadores del evento. Tenía que esconderme. Igualmente, ella me envió un beso a través de la distancia que provocó furor. Lo último que vi fue a Jess riendo porque fingí que lo atrapaba con la mano y lo guardaba en mi corazón.
Todos estaban listos para cuando volví a mi posición.
―¿Qué te tiene sonriendo así? ―curioseó Ryan, mirándome con rareza.
No alcancé a responder. Killian se encargó de ello tras beber un poco de agua para prepararse. Un par de gotas transparentes se derramaron sobre su camisa blanca y entreabierta; sus pantalones negros y elegantes permanecieron intactos.
―Tu mamá.
Felicity puso los ojos en blanco mientras aseguraba que las delgadas cadenas de su atuendo no se enredaran al vestir un top con una falda de cuero que se conectaban mediante ellas. No tenía problemas con las botas negras que le llegaban hasta la rodilla.
―Necesito que esa chica se una pronto a la banda. No sé qué pensaba a la hora de unirme a un grupo lleno de hombres.
Ryan se observó en el espejo una vez con tal de asegurarse que su delineado estuviera intacto sin olvidar de revisar el estado de su enterizo negro de diseñador.
―Yo tampoco sé por qué lo hice y soy un hombre.
―¡Entran en cinco! ―gritó alguien desde el fondo. No vi quién.
Miré a mis amigos.
―Ya escucharon. Tenemos un concierto pendiente.
Los cuatro nos reunimos en la orilla, alistándonos.
―¿A quién le importa?
―Qué estupidez.
―Tengo mejores cosas que hacer.
―Los odio ―mentí con complicidad.
No me acordaba de cómo surgió, sin embargo, desarrollamos una tradición extraña con el transcurso de los años. Cada vez que nos esperaba una presentación en vivo, cinco segundos antes de entrar, fingíamos que no nos interesaba, que no afectaría ninguna de nuestras carreras, y que lo hacíamos por aburrimiento. Todo basado en la teoría de que si alguien decía que algo debía salir bien, el universo le pondría una maldición y le echaría toda la mala suerte del mundo. Yo no era supersticioso, pero nada malo nos sucedió desde que comenzamos.
Salimos uno por uno en cuanto recibimos el visto bueno.
Las luces cegadoras, el piso brillante, los instrumentos, los gritos de los admiradores, y la energía que circulaba. Todo hizo que el estadio cobrara vida. Lo sentí con cada paso que di hasta llegar a mi puesto. Aguardé a que mis compañeros se acomodaran en los suyos y contemplé a los miles de individuos que nos acompañaban.
Mi atención siempre terminó cayendo sobre una chica igual que un meteorito atraído al planeta.
Jess se encontraba allí, de pie, a un par de metros, con un estilo que me sorprendió. Sin colores. Sin flores. Un vestido brillante, ajustado, y corto que tenía unas mangas largas y libres que danzaban cada vez que movía los brazos. Maquillaje intenso y con toques morados. Pelo suelto y descontrolado. Parecía una visión sensual. Tuve que controlar las ganas de ir directo hacia ella.
―¡Buenas noches, Nueva York! ―saludé a través del micrófono encendido―. ¿Están listos para la mejor noche de sus vidas? Déjenme escucharlos gritar.
En efecto, casi perdí la audición. El eco de las voces inundó el lugar. Fue espectacular. Tuve que hacer una pausa antes de volver a hablar.
―Hoy tienen una cita conmigo, Xove Kieron, su vocalista, y...
Volteé por un segundo y los demás se fueron presentando uno por uno. A veces había gente alocada que comprobaba entradas a conciertos sin conocer a los miembros de las bandas que se presentarían, por ejemplo, Jess.
―Y Felicity D'Grieff, aquí con el bajo ―articuló ella, tocando su instrumento a modo de saludo.
―Y Ryan Allen, el baterista que sé que todos aman, ¿o no? ―masculló, guiñando un ojo, y el público le gritó que sí.
―Y Killian Grant, el que hace maravillas con los dedos ―Él pausó para causar impresión― y un teclado, por supuesto.
―Y somos Videtur ―dijimos los cuatro al unísono como tantas otras veces.
El concierto duró más de dos horas. Consumió todas mis energías, sin embargo, fui capaz de generar más en cada ocasión que vi a mi invitada especial, divirtiéndose con su grupo de amigas.
Luché contra el cansancio y me divertí con la banda, con ella, con todos los presentes. No podía recordar la última vez que me sentí tan conectado con los demás. Me gustaba estar en sincronía.
Cuando faltaba solo una canción para que terminara, tomamos un breve descanso. Mientras los demás se hidrataban o respiraban para variar, me quité la camiseta gris que vestía, ya que el calor se había vuelto insoportable, y la tiré al aire. Mi guitarra llamó mi atención y supe lo que tenía que hacer.
Las apariencias engañaban más que los rumores. Cuando la gente me veía, me juzgaba y daba por hecho que yo era rebelde, causaba problemas, y era una mala influencia. Creían que iba de fiesta en fiesta, emborrachándome y corrompiendo a los demás. No sabía por qué. Era un prejuicio que existía. Por eso siempre trataba de demostrar lo contrario.
Me esforzaba por ser amable, incluso con aquellos que me odiaban en la industria, y cargar con los problemas para que mis conocidos no tuvieran que hacerlo. Yo era el buen hijo, el buen líder de la banda, la buena influencia. Claro, no había nada malo en ser eso. Era lo que debía ser, lo correcto. Pero ser el que era bueno en todo y con todos podía ser un poco agotador.
No recordaba la última vez que me permití cometer un error y vivir fuera de la burbuja que creé. No recordaba la última vez que fui libre y deseaba hacerlo esa noche. Quería darme un gusto. Quería tener un momento perfecto en medio de aquel caos. Quería cumplir un sueño que guardé años atrás. Por ende, vi mi oportunidad y la tomé.
Mi mente se puso en blanco. No pude escuchar mis pensamientos, solo mis latidos acelerándose a medida que me encaminaba hacia Jess.
Ahora o nunca.
Ahora.
Me agaché en la orilla del escenario con toda la confianza del mundo, es decir, nervioso hasta las pelotas y le dediqué mi sonrisa más sincera.
―Hola.
Myleen, Tracy, Claire y Lizzie. Todas las amigas de Jess actuaron como un escudo a su alrededor y la empujaron en mi dirección.
―¡Hola! ―gritó ella tan confundida como alegre.
Me limité a sostener el contacto visual. Olvidé que era el único vocalista a la mitad de un concierto. Me olvidé de todo.
―Viniste.
Aunque todavía no parecía entender por qué le estaba hablando, ella me respondió, señalando a sus amigas.
―Y no lo hice sola.
―Por favor, todas aquí sabemos que a la única que deseaba ver es a ti.
No lo negué. No lo acepté por cortesía. Sin embargo, era bastante obvio.
―¡Lizzie!
―Es cierto. Puedo sentir a los demás apuñalándote con los ojos por envidia.
Reí ante la reacción furiosa de Jess.
―¡Claire!
―¿Te divertiste? ―le pregunté, sintiéndome como si fuera parte de una orquesta que ella dirigía.
Jess miró sus alrededores antes de enfocarse en mí con esos ojos marrones con las pupilas dilatadas.
―¡Como nunca!
―Me alegra.
―¿Te das cuenta de que estás en medio de un recital?
―Sí, ¿y qué con eso?
―¿Qué haces hablando conmigo? ―consultó ella, acercándose tanto como pudo, y me encogí de hombros, contento.
―No podía aguantar más.
Su sonrisa fue tan amplia que llegó a mi corazón.
―Estás loco.
―¡Solo a tu alrededor! ―exclamé y luego me di cuenta de que lo dije en voz alta.
―Voy a guardar esa frase para la próxima vez que coquetee con alguien.
―¡Myleen! ―retó Jess, odiando las interrupciones.
Muchas distracciones.
―¡Jess!
Ella pasó de ser una fiera a una florecita en cuestión de segundos, exhibiendo sus dos estados de ánimo.
―¡¿Qué?! Quise decir, ¿qué?
―Ven conmigo ―le pedí después de exhalar profundamente.
―¿A dónde?
Le tendí mi mano con los dedos hormigueándome ante el frenesí que revoloteaba dentro de mí.
―¿Confías en mí?
Se me ocurrieron un millón de canciones al ver su cara al mismo tiempo que se borraba hasta el abecedario de mi memoria.
―Quiero hacerlo ―dijo, aceptando mi mano tras lamerse los labios.
Ningún momento se comparó al instante en que logré tirar de ella para subirla al escenario y su cuerpo chocó contra el mío frente a miles de personas y de todas formas sentí que estábamos solos bajo un mundo de estrellas.
¡Gracias, torpeza!
Jess miró por encima de su hombro, temiendo que se caería al tener los pies al borde de la plataforma. Cerré mi brazo alrededor de su cintura y la giré, levantándola en el aire, en busca de colocarla en el escenario. Disfruté de aquellos escasos segundos. Su perfume despertó mi hambre de su compañía, su calidez no me molestó porque significaba que la tenía cerca, y su mirada me embrujó sin la necesidad de un hechizo. Ella subió y yo caí.
Los gritos empeoraron debido a nuestra cercanía, aun así, su voz resonó más.
―Por todas las leyendas del rock, ¿esto está pasando?
Sus balbuceos me dieron ternura. Tenía los ojos cerrados, así que la solté con el propósito de agarrar su mentón y tranquilizarla.
―Sí. Está bien ―aseguré―. Te tengo.
Su pecho subió y bajó sin cortar la conexión de nuestros ojos. Intenté no enfocarme en su escote.
―Pudiste haberme advertido.
Bajé el brazo despacio.
―Entonces, ¿qué es lo divertido de las sorpresas?
Centímetros separaban nuestros rostros cuando volteamos para ver al público.
―¿Por qué siento que todo Nueva York nos está viendo? ―tartamudeó Jess, regresando a mí.
―Acorde a los números, porque lo está.
―Esto es una locura.
―Esto es un sueño hecho realidad ―corregí, recordando que solíamos decir que queríamos ser estrellas y acostarnos mirando al cielo durante noches de insomnio.
―Sí. Eso también.
Aun así, no dejamos de ser realistas.
―Perdón por el sudor.
―Los tatuajes y los abdominales lo recompensan ―contestó Jess, señalando mi torso.
―Qué honesta.
―Juré nunca mentir en un escenario.
―Mantén esa promesa, Broadway.
El llamado del público nos devolvió a la realidad con su intensidad.
Tenía que actuar con rapidez.
―¿Quieres cantar conmigo? ―agregué, guiándola hacia el centro, y ella me siguió como un cachorrito sin saber qué hacer.
―¿Aquí? ¿Ahora?
―¿No es para eso que existen los escenarios?
Ella hizo un montón de gestos incoherentes con las manos.
―Ni siquiera sabes cómo canto.
―Es un buen momento para averiguarlo.
―Estás depositando demasiada confianza en mí ―murmuró. La conversación iba a toda velocidad, no obstante, nuestros pasos no podían ser más lentos.
―Sin miedo. Como los marineros confiaban en las sirenas que cantaban.
―¡Ellas los atraían para comérselos!
El confundido fui yo.
―¿En serio? Así no es cómo recuerdo el cuento.
―No hay tiempo para debatir sobre criaturas mágicas.
―¿Por qué? ¿Vas a comerme? ―bromeé, tocándola con la guitarra para molestarla. Funcionó.
―Compararme con un monstruo marino. ¿Piensas que eso va a ponerme de humor?
―No sirvo para hacer metáforas.
―¡Eres un compositor!
―Ahora, ese sí fue un insulto.
―Que te dijiste a ti mismo.
―No lo pensé bien.
―Eso ni esto.
―¿Qué hay que pensar? ―Me detuve frente a ella para darle una salida―. ¿Quieres hacer esto o no?
Vaciló por unos segundos.
―¿Qué canción? ―preguntó, confiando en mí.
Le guiñé un ojo a la par que agarraba la guitarra.
―Tú sabes cuál.
Entonces, me dirigí al grupo. Ellos también lucían consternados, mirando a Jess boquiabiertos por alguna razón.
―Gente, ella es Jess ―presenté de manera oficial―. ¿Creen que pueda cantar una canción con nosotros?
Jess se escondió detrás de mí, colocando una palma sobre mi brazo izquierdo, como solía hacerlo en el pasado. Cuando estábamos en problemas, ya fuera porque nos habíamos metido en una pelea o en problemas con nuestras madres, hacíamos eso por instinto. Me resultaba imposible contar la cantidad de golpes y reproches que recibí en su lugar, siendo un escudo humano, mientras ella se defendía a gritos, incitándolos a darme con más fuerza. Nunca me molestó hacerlo porque sabía que ella también me protegería si lo necesitaba. Además, aquellas peleas casi siempre terminaron con nosotros huyendo como cobardes, pero tomados de la mano para no perdernos.
Cambiaron las cosas en la actualidad. Jess dio un paso al frente y esbozó una sonrisa alegre para ganarse su simpatía.
―Es un lindo conocerlos.
―¡No puedo creerlo! ¡Esa es ella! ¡Es Jess! ―exclamó Ryan, intercambiando una mirada con Killian.
La chica no comprendió de qué hablaban.
―Sí, acabo de decirlo.
―Y es la chica de... ―inició Felicity igual de atónita―. ¡Por todos los dioses!
A pesar de que se decepcionó, Jess no dejó de ser cordial.
―De acuerdo. Lo tomaré como un no como respuesta. Está bien.
―¡No! ―gritaron los tres. Algo raro estaba pasando.
―Es decir, sí ―corrigió Ryan.
―Si a Xove le gustas, a nosotros también ―aseguró Killian, siendo provocador.
―Queremos ver qué tienes ―incitó Felicity, estudiando a Jess de arriba abajo.
Intercambié una sonrisa con Jess antes de hablar con el resto de la banda.
―Gracias.
Una vez que le informé a los demás qué canción cantaríamos, nos preparamos en nuestros puestos. Parecían tan entusiasmados como yo por algún motivo maquiavélico. Como Jess y yo compartiríamos un micrófono, lo dejé en la base que lo sostenía. Los organizadores parecían nerviosos detrás del escenario, sin embargo, yo estaba feliz.
―Y ahora quiero dedicarle mi canción favorita a la chica que me hace querer creer en el amor ―inicié, hablándole al público, miré a Jess de reojo, recordando la conversación que tuvimos en el bar cuando nos reencontramos. Mejillas sonrojadas. Misión cumplida.
La banda empezó con lentitud, ganando ritmo y cobrando vida, al igual que la audiencia fue yendo con nosotros. El sonido era maravilloso, como si hubiéramos ensayado un millón de veces. Era un sentimiento que crecía junto con el viento que se levantó de golpe. Trajo un millón de recuerdos y me erizó la piel en el instante en el que Jess nos colocamos uno al lado del otro para cantar.
Todavía teníamos la chispa, la magia de la que se hablaba detrás del escenario. La sentí apenas nuestras voces se unieron con la melodía como la tinta con el papel, como un poema que debía ser recitado. Incluso cuando fuimos con algo de timidez, como si nos estuviéramos conociendo de otra forma y el primer encuentro fuera explosivo.
Obvio, necesitamos un empujón. Noté que ella se abrazaba a sí misma, protegiéndose y enfrentando al público con valentía y un poco de miedo. Se me pegó algo de su valor, por ende, me animé a dejar de tocar la guitarra por un instante para hacerle cosquillas en el estómago y hacer que se relajara durante los segundos en los que tenía un descanso. Su risa se oyó en el micrófono y retumbó por todo el estadio. Fue tan contagiosa que podía jurar que algunas personas del público se rieron con ella.
La verdadera diversión se acercó, enloqueciéndome con adrenalina.
A medida que el tiempo pasó, la situación escaló para bien. Me desconecté del mundo. Podía saborear la libertad que tanto ansiaba. Me drogué con ella. Con Jess. Su voz fue una sorpresa que me dio escalofríos. Su lenguaje corporal me enloqueció tanto como la forma natural en que disfrutaba de la música. Pronto perdió la vergüenza y ahí lo vi. Ahí entendí por qué las personas decían que había gente que nacía para cantar.
No fui el único que apreció la marca que dejaba su presencia. El público también. Ella logró que pasaran de amarla a odiarla con tal solo una canción. Ese era el poder que tenía.
A pesar de eso, no tardé en olvidarme de todo. Jess y yo dejamos de enfrentar a la audiencia y nos acercamos poco a poco luego de miradas robadas y roces accidentales al tomar el micrófono al mismo tiempo. Fue un momento radiactivo. Me perdí en sus ojos y su sonrisa. Estábamos tan cerca que podía jurar que nuestros labios se tocaban cada vez que cantábamos. La pasión se desató con cada uno de los versos. La emoción se filtraba por nuestras bocas y se reflejaba en los movimientos sutiles de nuestros cuerpos. Nunca me había sentido tan vivo.
Cuando estábamos en la recta final, sentí que había perdido el control de mi cuerpo. Ya no controlaba las palpitaciones de mi corazón o las cavilaciones de mi cabeza. No me importaría si nos decían que un asteroide destruiría la Tierra. Me quería quedar justo ahí, en ese momento. Era la mejor sensación del mundo.
Tomé el micrófono, depositando mi mano sobre la suya para que lo sostuviéramos juntos. La conexión envió una ola de adrenalina por mi ser. Por un momento, olvidé de lo que existía en el universo y fuimos estrellas fugaces, explotando.
Mis ojos no podían escapar de los suyos. Las respiraciones de los dos chocaban entre sí gracias a la cercanía. El roce de su ropa, en especial el de las mangas de su vestido cada vez que abría los brazos como un ángel, hacía que vibrara cada fibra de mi anatomía como si yo fuera su guitarra personal. Nos volvimos uno con la música y el otro.
And if you don't love me now (you don't love me now)
You will never love me again
I can still hear you saying (still hear you saying)
You would never break the chain (never break the chain)
And if you don't love me now (you don't love me now)
You will never love me again
I can still hear you saying (still hear you saying)
You would never break the chain (never break the chain)
Chain keep us together (running in the shadow)
Chain keep us together (running in the shadow)
Chain keep us together (running in the shadow)
Chain keep us together (running in the shadow)
Chain keep us together (running in the shadow)
Chain
Cuando terminó la canción, apenas podía respirar. Ni siquiera me importaba. Todos, cada uno de nosotros, intercambiamos miradas como si no pudiéramos creer lo que acababa de suceder. El público seguía enloquecido; jamás lo había visto así. En el pasado, creí que era imposible saber que estaba viviendo un momento especial, pero me equivoqué. Estaba ahí, viviendo a sabiendas de que atesoraría aquel recuerdo en el futuro. No sabía cómo, simplemente lo sabía.
―Creo que podría volverme adicta a esto ―dijo Jess, refiriéndose a los conciertos y la adrenalina que venía con dejarte llevar sin más.
Lo único más hipnotizante que el presente era Jess y su estúpida y hermosa sonrisa.
―Yo también.
Por suerte, mi mano cubría el micrófono o estaríamos en serios problemas.
Pese a que faltaba una canción, no permití por nada del mundo que Jess se bajara del escenario. Por ende, la banda y yo continuamos con la presentación. Las circunstancias no impidieron que siguiéramos divirtiéndonos. Ella se sentó en un taburete y me dispuse a cantar a su alrededor, jugando y haciéndola reír tanto a ella como a la audiencia. Qué emocionante.
Tuvimos que separarnos al final. Jess regresó a la primera fila. Ryan, Killian, Felicity y yo nos unimos en un abrazo grupal para encarar a los presentes.
―Gracias Nueva York por una noche inolvidable. Espero que no se olviden de nosotros con tanta facilidad ―grité a través del micrófono, despidiéndome en nombre del resto con un guiño carismático.
Una vez que desaparecimos detrás del escenario, nos dividimos para arreglarnos un poco antes de recibir a los admiradores que obtuvieron entradas para vernos luego del concierto para hacer las cosas básicas: conocernos en persona, conseguir un autógrafo o una fotografía y listo. Aunque yo no era un gran fanático de conocer a nuevas personas, siempre me aseguraba de que pasaran un buen rato porque sabía que algunas personas gastaban sus sueldos enteros solamente para vernos por cinco minutos más. Lo apreciaba, sabía que no podía ser fácil. Resultaba difícil cumplir con sus expectativas, excepto cuando te llamabas Xove Kieron.
Por suerte, la banda y yo teníamos descansos de un minuto. Me quedé mirando al vacío desde el umbral de la puerta hasta que mis amigos se aglomeraron alrededor de mí.
―¿El amor de tu vida te dejó? ¿Por eso la cara triste? ―se burló Killian, haciendo pucheros.
―Tranquilo, ella volverá ―consoló Ryan.
―Dime que por lo menos le diste las buenas noticias ―mencionó Felicity.
Negué con la cabeza, sabiendo perfectamente de lo que hablaban.
―No.
Recibí un manotazo de los tres. Se tomaron turnos.
―¿Por qué no? Ella es la indicada. Para ti y para nosotros.
―Fuera de broma, parece cosa del destino ―concordó Ryan con Felicity.
―O el mundo es realmente pequeño, como tu cerebro.
―Nosotros la elegimos. El sello todavía no confirmó nada ―expliqué, cruzándome de brazos sobre mi nueva camiseta negra―. No quiero darle falsas esperanzas y después romperle el corazón.
Ryan llevó una palma a su frente, actuando con dramatismo.
―Ah, demasiada cursilería en el aire es tóxica para nosotros. Voy a morir.
Rodeé los ojos y me encaminé a mi camerino.
―Ustedes son tóxicos para el ambiente.
―¡Te estás volviendo suave, Xove! ―gritó Killian y el descanso se terminó.
Siendo sincero, opinaba lo mismo que ellos. Parecía algo orquestado por el destino. Jess no solo estuvo entre las audiciones que vimos, sino que fue la cantante y compositora que seleccionamos para que se uniera a la banda. Sonaba como una locura. Lo era. Aun así, me encantó fantasear con la posibilidad. Una parte de mí deseaba que fuera la elegida porque ya lo era para mí. Como cantante, por supuesto. Me arriesgaba a decir que sería divertido trabajar con ella.
Le había regalado un par de pases, así que cada vez que alguien entraba a los camerinos, levantaba la vista, soñando con que sería ella hasta que lo fue. En último lugar.
Me levanté de mi asiento, puse mis manos en los bolsillos de mis pantalones para lucir relajado, y me dirigí a la chica. Primero miró cada esquina como si fuera algo deslumbrante y finalmente posó sus ojos en mí y una sonrisa tierna enmarcó su rostro. Ahí estaba.
―Llegaste ―saludé, como si yo fuera el admirador y ella, la estrella.
Tuvimos que ignorar el griterío que no cesó por más que el concierto finalizó.
―Solo tuve que atravesar una multitud para llegar aquí.
―Entonces, de verdad querías venir a verme.
―Tú me invitaste ―recriminó, bajando la barbilla y entrecerrando los ojos.
―Y tú aceptaste.
―Porque era gratis.
―¿Por qué insistes en herir mi orgullo? ―bromeé, imitando su gesto anterior.
―Porque alguien tiene que mantenerte con los pies en la tierra.
Irónicamente, sentía que estaba flotando en el cielo.
―Es raro. Creí que la gravedad ya lo hacía por ti.
―Al parecer, es un trabajo que requiere más que una persona.
―Aprecio que me dediques tu tiempo.
―De nada ―dijo Jess sin pensarlo y luego se dio cuenta de que le robé una confesión, falsa o no―. Espera, eso no fue lo que quise decir.
Señalé a mi cabeza.
―Es tarde, ya lo dijiste. Está guardado en mi memoria para siempre.
Ella saltó de repente para rodear mi cuello con su brazo y capturar mi cabeza igual que lo hacía cuando peleábamos antes.
―Pues, bórralo.
Nuestros cuerpos tambalearon. A Jess le costaba agarrarme, incluso en puntas de pie, y yo caía por la fuerza, ya que me tiraba hacia abajo, mientras me esforzaba para no terminar con la cara en su escote debido a la posición cambiante. Maldije. Por suerte, no había nadie más con nosotros.
―Esta táctica de pelea ya no funciona en mí. Soy más alto que tú.
―Sí, ahora.
La venganza sería terrible.
Dejé de comportarme y controlar mis manos. Me quité su brazo de encima, irguiéndome, hice que girara sobre sí misma sin soltarla y su espalda chocó contra mi abdomen. Lista para que le hiciera cosquillas. Intentó escapar en simultáneo que soltaba risitas encantadoras. Solamente se pegaba más a mí. Yo conocía todos los lugares que la hacían reír.
―De acuerdo. Esto es guerra ―advertí.
―¡Xove!
El ruido escandaloso debió atraer a la banda una vez que terminaron con sus reuniones. La puerta entreabierta se desplegó por completo.
―¿Por qué siento que acabo de interrumpir una escena de comedia romántica? ―consultó Ryan con la ropa rasgada como si hubiera estado en una pelea. El último grupo de admiradores de verdad quería un pedazo de él.
Jess y yo nos despegamos e intentamos poner una cara más seria.
―Creo que lo hiciste ―dijo Felicity, apareciendo detrás de él.
―¡No! Siempre odio a los que hacen eso. ¿En qué me he convertido?
―¿Por qué siempre me dejan atrás cuando hay algo interesante? ―protestó Killian y tenía un sostén colgando del hombro que probablemente se lo arrojó una fanática antes de irse.
Noté que Jess se avergonzaba de la escena que causamos.
¿Grupo de rock? No.
¿Grupo de chismosos? Sí.
―¿Qué están haciendo aquí?
―La puerta estaba abierta ―se encogió de hombros Felicity, estando cubierta de marcas de besos con labiales potentes.
―Y ya sabes lo que dicen. Si la puerta está abierta, significa que siempre puedes entrar.
―Pues, miren lo que hago. ―Fui hacia la puerta para cerrarla y ellos se inclinaron a medida que el ángulo se volvía cada vez más pequeño―. Oh, lentamente pierdo la comunicación. ¡Adiós!
Ellos eran mis amigos y los quería, pero tenían que aprender a respetar la privacidad. Me di vuelta, temiendo que Jess estaría molesta, y, en cambio, sonreía con incredulidad.
―Son graciosos.
Asentí.
―Son todo lo que tengo.
―Es mejor que nada ―dijo con optimismo.
―Sí.
Silencio repentino. No se me ocurrió nada para decir.
¿Dónde estaban las tarjetas que hice sobre temas de conversación? ¡¿Dónde?!
―Bueno, esos eran mis amigos. ¿Qué pasó con las tuyas? ―reanudé, nervioso.
―Ellas vinieron para el concierto, pero se tuvieron que ir. Sabes, la gente normal tiene que levantarse temprano para trabajar o estudiar. Algo que no entenderías.
―Tengo un horario diferente, eso no significa que no...
―Lo sé ―cortó con suavidad―. Aun así, tenemos vidas diferentes.
Me removí ante la elección de palabras. Si las cosas salían de cierta manera y ella aceptaba, ya no sería así.
―Sin embargo, tú estás aquí.
―Estoy de vacaciones.
―Y tienes que aprovecharlas ―alenté.
Jess jugó con sus dedos detrás de su espalda, balanceando su cuerpo ligeramente.
―Por eso vine.
―¿No porque era gratis?
―Sabes que no ―retó y desmanteló su suave actitud.
―No lo sé si no me lo dices.
―No voy a repetirlo.
―Es justo.
Todo volvió a ser lindo.
―¿Qué quieres hacer después de esto?
Me dejó boquiabierto en el mejor de los sentidos.
―Disculpa, ¿me estás invitando a salir?
Jess esquivó la mirada con sus mejillas rojas.
―Sí, pero no de esa forma. Solo asumí que tendríamos un plan o iríamos a algún sitio después del concierto.
―Mi plan era estar contigo ―confesé con simpleza.
De repente, ella ahogó un gruñido de frustración.
―Odio cómo formulas tus oraciones, Kieron.
No entendí qué hice mal.
―¿Por qué? Así es cómo hablo.
Puso una mano sobre su cadera.
―¿De verdad no te das cuenta?
―¿De qué?
―Nada ―bufó, estudiándome con el ceño fruncido, lo que se veía gracioso en ella.
Estuve tan concentrado en que todo saliera bien durante el concierto que me perdí en la espera y las expectativas y no pensé muy bien el resto. Creí que estaríamos muy cansados para ir a cualquier otro sitio, no obstante, me sentía muy energético y parecía que ella también, como si estar juntos fuera suficiente para cargar la batería que mantenía al otro en movimiento. En consecuencia, fui audaz e ideé un plan para los dos.
―Bueno, ¿qué te parece esto? Como piensas que tenemos vidas muy diferentes y ya viste algo de la mía, ¿por qué no me muestras algo de la tuya?
Jess paseó por el camerino, toqueteando las cosas apenas con la punta de los dedos.
―Es una linda forma de hacer que a mí se me ocurra el plan.
Descansé contra la pared.
―O de conocerte más.
―De acuerdo. Pero tú conduces porque yo no tengo un auto y no quiero volver a casa caminando de noche.
―¿Dirección? ―pedí.
―Es una sorpresa.
―¿Cómo voy a conducir si no sé a dónde voy?
―Esa es la mejor parte. ―Curvó la esquina derecha de su boca y me guiñó el ojo derecho―. Tendrás que hacer cada cosa que te diga.
―Tu vileza sigue sorprendiéndome.
―¿Aceptas o no?
Agarré lo que necesitaba y le abrí la puerta para que saliera primero.
―Iré por el auto.
Después de dar muchos avisos y llevar a cabo protocolos de seguridad al pie de la letra, me encontraba frente a mi auto personal con Jess. Su mirada me decía que amaba más ese auto que yo. Oh, sí, esa era la prueba de que el amor a primera vista existía.
―¿Quieres conducir? ―le pregunté, reclinándome en la puerta del asiento del acompañante que ya había abierto.
Su voz hizo eco en el estacionamiento desértico. Muchos coches, pocas personas a causa de la hora, y una brisa fresca.
―¿Cómo lo supiste?
―Digamos que disimular no es tu fuerte.
Apretó los labios pintados con timidez.
―¿Puedo?
Con la postura erguida, le ofrecí las llaves del auto con mi dedo índice.
―Si quieres tener el control, tienes que manejar.
Todo sucedió muy rápido.
Jess soltó un chillido, sonriendo de oreja a oreja, me robó las llaves y tomó mis hombros para depositar un beso fugaz en mi mejilla antes de salir corriendo y rodear el coche en busca de subirse al asiento del conductor. Me encantó verla emocionada por algo tan simple.
Permanecí obnubilado por dos segundos y llevé mi mano a mi mejilla sin poder creerlo. Luego, salí de mi trance y me metí al vehículo.
―¿Listo para el viaje de tu vida? ―consultó ella, preparándose.
Me puse el cinturón de seguridad.
―¿Vamos a salir del país? Te aviso que no hice las maletas.
Mi broma no le dio mucha gracia.
―¡Esto es serio! Pon un poco de emoción.
―¡Sí! ―exclamé y me aclaré la garganta porque sonó terrible. Hablar después de un concierto como el de esa noche resultaba agotador, sin embargo, quería esmerarme.
Fue un viaje a Brooklyn como cualquier otro. A Jess simplemente le entusiasmaba utilizar el auto y yo me divertía con los comentarios disparatados que hacía al descubrir una nueva función del mismo. No tardamos mucho en llegar a nuestro destino o eso dijo ella tras obligarme a bajar.
Ella señaló al restaurante cerrado.
―¡Y aquí es!
Busqué en otros sectores, deseando estar equivocado.
―¿Dónde? ¿La mitad de la calle?
―No, tonto ―dijo, haciéndome creer que estaba loco y se lo agradecí. Debía haber una respuesta más racional―. El restaurante. Es para la cena de la que hablamos. Sin madres de por medio, claro.
La confusión me barrió por completo.
―Está cerrado. El restaurante está cerrado.
Asintió sin que se desvaneciera su confianza en la misión.
―Lo sé.
No quise ser grosero. No sabía cómo reaccionar.
―¿Cómo vamos a entrar? Por favor, no me digas que esto es un robo. Soy un pésimo cómplice. Le confesaría crímenes a la policía que no cometí.
Jess comenzó a buscar algo en el suelo sin explicación alguna.
―Conozco al dueño. Él vive arriba de su restaurante.
―No me digas que es... ―supliqué en vano.
De repente, ella encontró y arrojó una roca a la ventana del piso que había arriba del restaurante. El apartamento de alguien, para ser precisos.
―¡Weiss!
Me puse nervioso. Aunque la calle estaba vacía, estaba seguro de que había gente durmiendo en sus casas y no les agradaría el ruido.
―Esto no está pasando.
―¡Weiss! ―gritó Jess a todo pulmón y sin vergüenza antes de ponerse teatral―. ¡Oh, Weiss! ¡Bueno y amable Weiss! ¡Te necesito! ¡No me dejes aquí! ¡Sé que estás ahí! ¡Puedo quedarme toda la noche! ¡Sé Romeo y Julieta de memoria!
Quedé en shock y me acerqué a ella para callarla con mi palma sobre su boca a la vez que una vecina del edificio contiguo abría su ventana para matar a la chica con la mirada.
―¡Este vecindario no es un teatro!
―¡Nos estamos yendo! ―le respondí a la anciana mientras Jess parecía insultarla. No se le entendían las palabras.
―¡Hagan silencio o llamaré a la policía!
Al final, Jess se calmó y la liberé.
―¿Terminaste?
―Terminé ―aseguró con decoro y rompió su promesa en menos de un segundo―. ¡Oferta final, Weiss! ¡Si sales, te invitaré a casa y sabes lo que significa eso!
Me crucé de brazos sin comprender qué significaba eso. Mi imaginación no ayudó.
El hombre en cuestión apareció enseguida.
―¿Estás loca?
Ya se convirtió en una conversación privada y muy pública entre Weiss y Jess.
―No, estoy hambrienta.
La vecina escuchó en silencio, fingiendo que no lo hacía por el chisme. Yo también.
―¿Te das cuenta de que estamos a la mitad de la noche?
―¿Y te das cuenta de que hemos sido amigos hace años?
―¡No me dejan dormir tranquila!
―Perdón, señora Kaminski ―se disculpó Weiss con la vecina y ella puso los ojos en blanco.
Jess también se disculpó.
―Perdón también, señora Kaminski.
―¡Solo acepta la propuesta de matrimonio y déjate de hacer el difícil, hombre! ―insistió la anciana, mirando a Weiss.
Sentí que me perdí algo. Yo no era el fanático número uno de Weiss.
―¿Qué está pasando?
―¡Lo entiendo mal! ¡No habrá ninguna boda! ―corrigió Jess, mirándome de reojo por un segundo.
La señora Kaminski le gritó lo siguiente previo a cerrar su ventana:
―No con ese atuendo fuera de moda, niña.
La cara de Jess se arrugó con amargura. Weiss sacudió la cabeza de un lado a otro. Yo estuve tentado a sentarme en la acera y pedir ayuda.
―Solo para que conste, rechazo tu propuesta.
De pronto, Jess tomó mi mano para levantar nuestros brazos y probarle algo.
―¡No te hagas ideas equivocadas! Estoy con él.
―Sí, el hombre invisible. Es tan callado que no lo vi ―contestó Weiss, acentuando mi timidez―. Eso no responde la pregunta que la policía hará si el vecindario llama. ¿Qué haces aquí?
―Solo abre la puerta.
Weiss no pronunció ninguna palabra. Un gruñido no se consideraba una. Desapareció de la ventana sin ningún aviso.
―¿Jess? ―articulé con una expresión que decía «¿me puedes explicar qué está sucediendo?»
―Tranquilo, él vendrá.
―Tranquilo, seguro.
Resultó que tenía razón. Un minuto después y ahí estaba. El dichoso Weiss se presentó con una mueca cargada de mal humor, una camiseta verde oscura y unos pantalones de pijama. No hubo saludos.
―Más vale que tengas una hemorragia interna o una emergencia severa para despertarme así.
―No mientas. Sé que tienes insomnio ―replicó Jess y la preocupación resurgió―. Tracy me lo dijo.
Gracias, Tracy, dije en mi mente.
Él mantuvo la puerta entreabierta y un brazo apoyado en la pared contigua.
―¿Qué quieres a cambio?
De nuevo con la charla misteriosa.
―¿Qué tienes para mí?
Ojos en blanco. Puerta desbloqueada.
―Ven a la cocina.
Jess me arrastró dentro del restaurante, tirando de mi ropa, y no protesté. Ella estaba a cargo.
Tampoco alcancé a ver más allá del lugar amplio, las mesas, y las sillas. Prácticamente, trotamos a las cocinas donde los chefs y el resto del personal de cocina debía hacer su trabajo en el horario correspondiente.
―Mmm, ya sabes dónde buscar y dónde está la salida. Te voy a dar esta copia de una llave con la promesa de que no volverás a hacer esto nunca más y que me la devolverás mañana.
―Sí, pero, ¿por qué no me vienes a buscarla más o menos cuando Tracy vuelve del trabajo y necesita desesperadamente un descanso y ver una cara conocida y atractiva como la tuya? Te lo digo porque casualmente es la misma hora en que yo me llevaré a las chicas a un largo, largo paseo.
Ahí comprendí el intercambio. Weiss quería un momento a solas con Tracy. Jess quería facilitárselo junto con comida. Eran tan raros.
―Si insistes. Ahora quiero dormir en mi cama sin interrupciones.
―Gracias. ¡Sueña con los angelitos! ¡O en tu caso, Tracy!
―Y tú, ten cuidado con lo que haces ―me amenazó él y asentí. Luego, se dirigió a Jess―. Estaré arriba si me necesitas.
―Estaré bien, papá.
Weiss desapareció por un pasillo alterno y no supe más del hombre.
―Así que, creo que esto requiere una explicación ―inició Jess, regresando a mí.
Reí.
―Solo una pequeña.
―¡Cena gratis! ¡Postres gratis!
―¿Qué?
Ella fue a uno de los grandes refrigeradores que había con el objetivo de sacar una bandeja y depositarla en la mesa metálica.
―Como el restaurante es tan grande, a veces sobra comida que no se puede servir al día siguiente y, como a Weiss no le gusta tirarla, la regala. Por ejemplo, tenemos postres. Deliciosos, llenos de chocolate, y hermosos postres.
En efecto, había un postre que se veía delicioso, lleno de chocolate, y muy hermoso.
―Es un trato interesante y rico.
―Lo sé. ―Soltó una risa triste a la par que encontraba dos cucharas―. También nos ayuda cuando no tenemos dinero para volar a París y comprar la comida cara y extravagante que nos gusta.
Fui en su dirección.
―¿Las cosas andan tan mal?
―No ahora. En el pasado, a veces. Pero las chicas y yo siempre nos apoyamos entre nosotras. Weiss es un miembro no oficial del grupo. Es un buen tipo.
―Lo sé, le propusiste matrimonio ―bromeé, queriendo animarla.
Risa verdadera.
¡Sí!
―Esa señora Kaminski. Le gusta esparcir rumores falsos. ¿Sabías que ella es la única que odia mis pastelitos? Te juro que ella me odia.
Le quité la cuchara con la que acompañó sus gestos como si fuera un cuchillo, tomé un poco del postre, y se lo di. Abrió la boca de mala gana y el enojo se le pasó con algo dulce.
―No, ¿cómo alguien podría odiarte?
Un brillo diferente avivó su mirada. No tuvo que hacer ningún gesto. Era algo en ella. Cambiaban sus sentimientos y al instante cambiaba su forma de mirarte. Así funcionaba la magia para mí.
―¿Cómo alguien podría odiar a cualquiera? ―replicó con un punto muy válido. Lo siguiente que hizo fue agarrar la otra cuchara y darme un poco a mí. Puse los ojos en blanco y conservé el utensilio del mismo modo en el que ella acabó recuperando el que yo sostenía―. ¿Qué piensas?
―Es bueno. Es realmente bueno. Ahora entiendo por qué vale la pena hacer un alboroto por estos postres.
―¿Ves? No estoy loca.
―Nunca creí que lo estuvieras.
Seguimos comiendo y charlando.
―Vi tu cara. Parecía que ibas a morir de combustión espontánea cuando tiré la primera piedra.
Descansé los codos en la mesa en busca de estar cerca de la delicia.
―En mi defensa, no me diste ninguna advertencia.
Su risita fue más dulce que el postre.
―Eso lo hizo un millón de veces más divertido.
La apunté con la cuchara.
―Me vengaré.
Jess llevó el dorso de su mano a su frente y fingió que perdía las fuerzas.
―Agárrame. Creo que me voy a desmayar del miedo.
Intenté no ocultar mi sonrisa.
―Solo dime un número. ¿Cuántas locuras como esta cometes por semana? Tengo que estar preparado.
Ella miró para otro lado, apenada.
―Entonces, ¿no te espante con lo de hoy?
―Para nada. ―Negué con la cabeza―. ¿Tú piensas que soy un cobarde?
―No saliste corriendo por tu vida, así que no.
―Es que no estoy acostumbrado...
―¿A mí?
―A divertirme de esta forma.
―Yo tampoco. No hago este tipo de cosas, pero hoy quería hacer algo diferente. ―Jess llenó su pecho de aire y lo liberó con palabras―. Toda mi vida sentí que estaba dentro de esta caja que era segura e incómoda a la vez y ahora quiero salir de ella y vivir como yo quiera y hacer cosas divertidas. ¿Eso tiene sentido para ti?
Me enderecé, comprendiendo el sentimiento. Todos se sentían así en algún punto de sus vidas.
―Sí, te entiendo a la perfección.
Su mirada intensa llegó hasta mi alma.
―Ah, esto es tan raro.
―¿Qué? ¿Yo? ―inquirí―. Soy uno de los solteros más codiciados de Nueva York.
―¿Según quién?
Tardé en pensar en una fuente de información.
―Una revista.
―Entonces, finalmente pasó, el apocalipsis arrasó con la ciudad y tú eres el único hombre que sobrevivió ―dijo con un tono falso de preocupación y tuve que esperar a que terminara con el chiste―. ¿Cómo no me enteré? ¿Qué pasa con las noticias de estos días?
―Verás, sé que estás bromeando, pero necesito que me digas que estás bromeando o iré a llorar a ese rincón.
―Estoy bromeando. Quería probar un poco de tu humor de amargado. ¿Qué tal lo hice?
―Mejor que yo ―repuse y me dio un golpe en el hombro.
―Eso me dolió.
―Y eso también.
―Lo siento.
―Yo también.
Compartimos una carcajada.
―Y esto es raro. Tú y yo, tratando de conocernos otra vez como si no hubiéramos vivido juntos la mitad de nuestras vidas.
El ambiente se tornó más serio. Muchos años. Mucha historia. Poco tiempo. Pocos sentimientos expresados en voz alta.
―Se siente como si hubiera pasado ayer y hubieran pasado siglos. Todo al mismo tiempo.
―Aun así, me gusta ―se encogió de hombros―. Es como una segunda vida.
―Es una forma de ponerlo.
―Es lo que ella dijo.
Su comentario casi ocasionó que escupiera lo que estaba comiendo.
―Jess Martínez, ¿qué acabo de escuchar?
―Algo producto por altos consumos de azúcar. Qué vergüenza.
―¿A quién le importa? ―animé y seguí comiendo tranquilo.
El tropiezo fue esquivado con éxito. Continuamos charlando sin muchos inconvenientes. Tonterías y más tonterías que obtenían otro significado al venir de ella. A pesar de que no tocamos un tema fijo, resultó emocionante. Casual. Pasamos el rato como dos extraños en la noche. Sin presiones. Sin nada más que la compañía del otro. Como si estuviéramos solos en la Luna a sabiendas de que más tarde tendríamos que regresar a nuestro planeta.
―Bien. ¿Hay algo que quieras preguntarme?
Para ese punto, vaciamos y limpiamos la bandeja de postres.
―¿Cómo te sentiste al cantar conmigo?
―Viva ―respondió con un suspiro y una expresión magnífica en el rostro―. He cantado frente a otros en el pasado. Obras de teatro, audiciones y amigos. Sin embargo, nunca frente a tantas personas y nunca con alguien como tú.
La confesión se metió dentro de mi corazón, en mis latidos y los aceleró.
―No cantas para nada mal, Broadway.
―Y tú no mentiste acerca de ser una estrella del rock.
―¿No me creías?
―Acepta el cumplido y listo.
―Lo acepto ―repliqué, arrugando la nariz y acercándome a ella del mismo modo en que lo hizo.
―Tienes el mejor trabajo en el mundo.
―Algunos lo dicen.
―Creído ―bufó, parpadeando como si le costara mantenerse despierta.
Los nervios treparon por mi espalda. No me di cuenta de que estaba tanteando el terreno hasta que lo hice.
―¿Has considerado estar en una banda?
Jess parpadeó con coquetería.
―¿Por qué? ¿Me lo estás ofreciendo?
―Responde la pregunta, creída ―dije en caso de que lo adivinara.
―Sí, claro. Aunque mi gran sueño es ser la protagonista de un musical de Broadway y por eso voy al conservatorio, tengo otros también. Ser una cantante solista o estar en una banda suena asombroso. La verdad es que solo quiero cantar. Es lo que he querido desde que tengo memoria. No importa dónde. Si es en un gran escenario o en mi casa, da lo mismo.
Me perdí en su forma de expresar sus sentimientos por la música. Había pocas personas que amaban sus carreras con tanta fiereza. Se notaba en su lenguaje corporal que lo decía en serio. Me pareció admirable.
―Eres impresionante.
―¿Por qué lo dices?
―¿Debe haber una razón en especial?
―No. ―Jess tragó saliva―. ¿Cómo te sentiste tú? ¿Le molestó a la banda?
―Ellos te adoraron. Yo... me divertí como nunca.
―Es una lástima que no pudiera conocerlos bien. ¿Sabes lo que sería interesante? Una reunión grupal. Ellos. Mis amigos. Siendo honesta, Hicimos una pequeña investigación en esta semana.
―¿Qué descubrieron?
―Eso es clasificado, según Claire.
―Bien. Quizás para otra ocasión ―respondí y la habría.
Jess bostezó sin disimulo.
―Ajá.
―Debería llevarte a casa.
―No, quería quedarme despierta ―protestó, tapándose la boca para esconder su cansancio―. No recuerdo la última vez que pasé toda la noche despierta.
Llevé mis palmas a sus hombros con la intención de guiarla fuera de la cocina.
―Yo no recuerdo la última vez que pasé todo el día despierto. Broma. Aun así, si sigues bostezando en mi cara, empezaré a pensar que me estás hablando dormida.
Ella se dejó caer sobre mis manos a medida que caminábamos hacia la salida.
―¿Cómo es que no estás cansado?
―Tengo mucha resistencia ―aseguré, procurando que no tropezara, ya que insistía en girar el cuello y mirarme a mí.
―¿En serio? ¿Me lo muestras?
No esa noche.
―Eso es lo que dijo ella.
―Ja, eso no es divertido si lo dices tú ―murmuró, somnolienta.
―Perdón. Ve por donde caminas.
―Es tan lindo que te preocupes tanto.
Llegamos a la puerta.
―Gracias. ¿Llaves?
Jess se apartó y señaló abajo.
―Bolsillos.
―Permiso ―pedí previo a conseguirlas, abrir la puerta, y devolverlas a su lugar.
A continuación, los dos salimos. Ella cerró el restaurante. Aguardé luego de encender el coche. Contemplamos el sitio antes de partir.
―¿Fue una buena noche?
Le regalé un asentimiento.
―Fue una buena noche.
Gracias a que el restaurante se encontraba a un par de calles del apartamento de Jess, ni siquiera tardamos más de cinco minutos en llegar. Obviamente, la acompañé a la puerta de nuevo.
―Gracias por traerme ―dijo, elevando la esquina derecha de sus labios.
Le guiñé un ojo.
―Gracias por los postres. ¿Hasta la próxima?
De pronto, me tendió la mano con torpeza.
―Hasta la próxima.
Acepté el apretón de manos como despedida.
Corrí al auto. Ella entró a su edificio. Nos volvimos a despedir a través de la distancia. Fue extraño y tierno.
Cuando retorné a mi habitación de hotel en secreto, arrojé las llaves del auto a una mesa y me tiré a la cama con una sonrisa enorme y los brazos extendidos. Dormí de maravilla. Claro, sin conocimiento de la bomba que me tirarían al día siguiente.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top