6 | Violet
💐 JESS 💐
Aprendí una lección importante. Cuando una persona era joven, el mundo la llevaría a conocer a una gran variedad de personas, algunas sin las que una pensaría que no podría vivir y otras que desearía nunca haber visto, pero las dos siempre tendrían algo en común: se irían algún día. Al final, por más que los amara o los odiara, solamente quedaría esa persona, yo. No entendí eso hasta que crecí y Xove y yo tomamos caminos separados.
Siempre había estado conmigo, desde mi primer día, y aprecié cada momento. Lo quise, quizás más de lo que una amiga debería a otro amigo. Sucedía cuando entendías a alguien del modo en que nosotros solíamos hacerlo y fue maravilloso. Pero, una tarde y sin previo aviso, él se tuvo que ir y los días posteriores fueron cubiertos por una nube gris y tormentosa.
Eventualmente, eso cambió. Noté menos su ausencia y lo extrañé lo suficiente para saber que él había dejado una marca en mi corazón que ya no dolía.
Luego, pasó una cosa que no vi venir. Xove regresó.
Siempre creí que cuando las personas que se iban, no volvían.
Él lo hizo.
Todavía éramos jóvenes. Nuestras historias no se habían acabado.
Tal vez no todo estaba escrito en las estrellas. Tal vez nosotros éramos las estrellas encargadas de escribir nuestro propio destino.
Así que, elegí pensar que el mundo le daba una segunda oportunidad a nuestra amistad. No sabía para qué; lo descubriría pronto.
Nada estaba saliendo de acuerdo a lo planeado, por lo tanto, íbamos exactamente como lo imaginé.
Pensaba en eso mientras pedaleaba mi bicicleta púrpura a través de las dominantes calles de Nueva York. Yo con mi canasta y mis pastelitos recién salidos del horno nos dirigíamos al apartamento de Aledis. A pesar de que estaba lejos y terminaría con la lengua fuera igual que un perro sediento, contaba como ejercicio para el conservatorio. Si me descuidaba, terminaría cantando. Me encontraba de buen humor.
Ni los insultos, las bocinas o los problemas de la vida cotidiana afectaron la alegría que tiraba de mis labios como los hilos de una marioneta y me hacía sonreír. La cena de la noche anterior salió tan bien que sentía que algo revoloteaba en mi estómago. Tuve a mi primera familia y a la familia que elegí en un mismo lugar. Fue un sueño que no creí que se haría realidad y lo hizo. En consecuencia, el cielo parecía más azul y el sol más brillante.
Gracias a que la suerte estaba de mi lado, uno de los botones del edificio me reconoció y me permitió entrar luego de que estacionara mi transporte donde correspondía. Todavía no lograba acostumbrarme al nivel de riqueza y seguridad con la que contaba el lugar cuando reconocí algunos rostros salidos de las revistas que leía. Mis amigas perderían la cabeza cuando se los contara. Aunque me sentía un poco fuera de lugar, procuré actuar con normalidad, dar un paso frente al otro, y no ir corriendo a asegurarme de que eran reales.
En fin, mi solitario viaje en el ascensor terminó de forma inesperada.
―¿Xove? ―dije, aferrándome a mis pastelitos.
Él estaba levantando los cojines del suelo y poniéndolos en sus respectivos sofás cuando alzó la vista. Su expresión naturalmente agresiva se transformó en una suave mirada al percatarse de mi presencia.
―Jess, estás aquí.
Me esforcé para salir del trance en el que entraba cada vez que lo veía. Resultaba relajante y fascinante. El color de sus ojos, la línea de su mandíbula masculina, la forma en que sus venas se marcaban cuando movía los brazos de cierta manera, y cómo caminaba y me daba ganas de que viniera directo hacia mí.
―No solo estoy en tu cabeza.
―Es decir, donde estás siempre ―respondió él, dejando todo para prestarme atención.
Grandioso, cinco segundos y ya logró que me sonrojara. Debía ser alguna clase de récord.
Para ser alguien tan callado con los demás, era demasiado bueno a la hora de coquetear, al menos conmigo. Ni siquiera estaba segura de que estuviera coqueteando, simplemente yo reaccionaba como si lo estuviera haciendo.
―Vine a ver a ya sabes a quién. No sabía que estarías aquí.
Él se pasó la mano por el pelo para apartarlo de su frente, provocando que su camiseta mitad azul y mitad roja se levantara un poco y revelara un poco de su piel besada por el sol, además del cinturón de su pantalón oscuro.
―No, pero agradeces que lo esté. Yo lo hago.
A veces era difícil seguir el ritmo de la conversación y oír todo lo que decía cuando me perdía en el sonido de su voz. Tan diferente, tan igual. Tantos años, tanta cercanía.
―Lo que me lleva a preguntar qué haces aquí ―repliqué, apretando los dedos del pie dentro de botines acordonados con taco.
―¿No escuchaste las noticias? Soy el nuevo mayordomo.
Hundí las cejas.
―¿Por qué? ¿Lo de ser una estrella de rock no funcionó?
En vez de responder como lo haría alguien normal, decidió bromear.
―Por favor, no hables así, estoy en medio de una crisis de vida. No lo entiendes, no sé qué soy si no soy un exitoso cantante con miles de fanáticos.
―Eres un hombre y rico. Yo no me preocuparía tanto ―respondí con aspereza.
―La sociedad, ¿no? ―dijo y chasqueó la lengua, decepcionado de la misma.
―Sí. En serio. ¿Qué pasó?
Respiró hondo, alzando los hombros, encantado.
―Sabes, amo que digas que soy una estrella de rock.
―¿No es lo que eres?
―Para ti, sí.
―Xove, concéntrate ―demandé. Nuestro problema siempre fue que los dos nos distraíamos más rápido que un gato.
―Nuestras madres están borrachas.
Reí, incrédula. El escenario no fue diseñado para mi imaginación.
―¿Qué?
―Sí, aparentemente después de que las traje a casa, tomaron su peso en alcohol y ahora están sufriendo las consecuencias.
―¿Cómo lo sabes?
―Aledis me llamó en la madrugada. Viajó en el tiempo y creía que yo tenía cinco años y podía regañarme. Bueno, ya soy un adulto y eso no le impide hacerlo, sin embargo, aquí estamos ―relató, entretenido y agotado a la vez―. Deduje el resto. Todavía no entiendo cómo fue capaz de marcar el número del hotel, pero no podía hablar con claridad.
―¿Y mi mamá?
―Ella no se siente tan mal. Supongo que fue mi madre la que la arrastró a esto.
―Tu familia es una mala influencia ―chisté, procurando no soltar una carcajada ante lo insólito de la situación.
―Y eso que no has visto a su hijo.
―Sí, he oído cosas terribles de él. Es un verdadero monstruo.
Revoloteó alrededor de mí mientras yo me dirigía hacia el pie de las escaleras.
―Exactamente tu tipo.
Rodeé los ojos hacia arriba en vez de negarlo.
―Supongo que se divirtieron anoche, ¿no?
―Igual que nosotros ―contestó Xove, encogiéndose de hombros con timidez.
Un sentimiento cálido se derramó sobre mí igual que chocolate fundido sobre mi pecho. Me alegró oír que se divirtió durante su visita a mi casa.
―Sí, igual que nosotros.
¡Rayos!
¿Por qué había dicho eso?
¿Por qué él tenía que mirarme así?
¿Cómo hacía tanto calor en esa época?
―¿Necesitas ayuda con eso?
De pronto, Xove se dispuso a tomar la pequeña canasta de pastelitos que preparé y de nuevo sentí un cosquilleo especial cuando sus dedos rozaron los míos durante unos segundos que parecieron siglos.
―Tú solo quieres comerlos.
Él inclinó su cabeza en mi dirección de manera sutil. Muy cerca, muy rápido. Sí, gracias.
―¿Qué te puedo decir? Soy un hombre débil ante semejante tentación.
Me crucé de brazos para proteger mi corazón de su efecto.
―Anoche no podía dormir, así que me levanté temprano para hornearlos. Recordé que dijiste que te gustaría probarlos y, bueno, son parte de mi receta favorita. Dos por uno ―balbuceé al final.
Contacto visual. Intenso. Cielo santo.
―Gracias por recordarlo.
―Pero no son todos para ti. Los hice para Aledis y Elisia también.
―Qué lástima, los quería todos para mí ―aseguró con un tono hambriento.
Apreté mis brazos ante su respuesta. Podía interpretarlo de tantas formas.
―Yo vine por eso. Todavía no me has dicho por qué estás aquí.
―A veces los hijos se convierten en los padres de sus padres. Sabría que esto sería un desastre y vine a ayudar y a comprarles un remedio para la resaca.
¿Desde cuándo la amabilidad y la madurez eran cualidades atractivas?, me pregunté. No tenía idea. Pero lo eran.
―Eres un buen hijo.
―Trata de decírselo a mi madre.
―Lo haré ―respondí, aunque él habló en chiste.
―Y tú no te quedas atrás, muffins.
―Hago lo que puedo.
―Eres increíble. ―Xove hizo una pausa para darle un mordisco a uno de los pastelitos, agrandó los ojos, y se lamió los labios una vez que terminó―. Igual que estos pastelitos.
Me adelanté un paso hacia él, contenta.
―¿Te gustan?
―Fue amor a primera mordida.
De pronto, me sentí como la tercera en discordia. El mundo giró alrededor de Xove y su pastelito.
―Mis habilidades culinarias han mejorado bastante, ¿o no?
―Es innegable. Deberías vender cada pastelito por un millón de dólares. Apuesto a que habría filas de personas esperando para poder comprarlos.
Amenacé con darle un golpecito en el hombro y me retracté.
―No juegues con mis sentimientos o mis pastelitos.
Puso una mano en su corazón.
―Te prometo que jamás me atrevería a cometer tal atrocidad.
No conseguí mirarlo a la cara.
―Si tú lo dices.
―Lo digo.
―Y, para tu información, estos pastelitos son cómo pago la renta. Buena, una pequeña parte de cómo pago la renta. Aun así.
―¿Son famosos? Me siento privilegiado.
―Tampoco así. Los vendo en algunas cafeterías. Weiss me dio la idea.
Él carraspeó la garganta. No más risas tontas.
―Weiss, ajá.
―¿Qué pasa con él?
―Nada.
―De acuerdo.
La breve incomodidad fue interrumpida por un quejido repentino que nos forzó a Xove y a mí a retroceder un paso y tomar distancia como si hubiéramos estado teniendo un momento acalorado en vez de una charla casual.
Aledis se presentó en la cima de las escaleras con una bata con flores anaranjadas, el pelo cabello revuelto, y el maquillaje corrido. Bob, su perro fiel, bajó los escalones junto con ella.
―¡Jess! ¡Querida! ¡Qué sorpresa!
―Lo mismo digo ―murmuró Xove por lo bajo después de que la mujer exhibiera la petaca que sostenía y bebiera un trago.
Intenté mantener la paz.
―Vine para continuar con el fin de semana y asegurarme de que estuvieran bien.
―Oh, eres todo un encanto de persona. Estamos bien. ¡Estamos de maravilla! ―exclamó Aledis, llegando a donde estábamos―. Solamente tomamos un par de copas de más anoche.
Parpadeé, fingiendo que no afectó el potente aroma a alcohol que emanaba el aliento de la mujer.
―Eso he oído.
―Veo que se lo contaste. Eres peor que una revista de chismes.
―Está bien, solo estaba siendo un buen hijo ―intervine―. Una noche de diversión no está mal.
Xove le quitó la petaca a su madre, quien arrugó su expresión.
―Pero ya es de día.
―Aguafiestas.
―Responsable ―replicó él, dejándola en la mesa más cercana.
El aire se cargó de un conflicto mudo, por ende, me vi obligada a desatar el nudo. Me pregunté qué sucedió durante aquellos años que nos distanciamos. Debía existir otra razón por la que Xove y Aledis no fueran tan cercanos como solían serlo. Sin embargo, yo no era la mejor para hablar, considerando todas las cosas que no le dije a mi madre. Tal vez se trataba de otra de las complicaciones de la adultez. Podías ser cercano a alguien sin la necesidad de contarle todo.
Fui a posicionarme junto a Xove para señalar mi regalo.
―¡Traje pastelitos!
―Gracias, pero... ―Aledis se tapó la boca y parcialmente la nariz cuando le ofrecí uno―. Temo que vomitaría si comiera cualquier cosa ahora mismo. Quizás coma uno más tarde.
Me limité a volver a guardarlo con las energías bajas. Al final, le quité la canasta de pastelitos a Xove y la dejé sobre la mesa donde descansaba la petaca. Rara combinación.
―No hay problema. ¿Estás bien?
Ella se dirigió al sofá para acostarse tras tirar todos los cojines al suelo. Me sentí un poco mal por Xove. Se resolvió el misterio de por qué había tanto desorden en la casa. Me sorprendió. Aledis borracha era desordenada. Aledis sobria odiaba a los desordenados.
―Se me pasará dentro de un rato. Nada bueno viene sin algo malo.
―De acuerdo, si es una molestia, puedo irme ―notifiqué ante el cambio de planes. No quería entrometerme. Hablaría más tarde con mi madre.
La mujer negó con el dedo índice.
―No, no tienes que irte. Puedes pasar tiempo con Xove. A él le encantará, ¿verdad?
Pude sentir el peso de la mirada de Xove antes de girar el cuello con la intención de devolvérsela.
―Sí, a él le encantará ―expresó, inclinándose en mi dirección para poner sus manos, sus manos grandes, masculinas y cálidas sobre mis hombros.
Si no fuera él, quizás aquel toque habría sido insignificante, pero nada sería insignificante si se trataba de Xove Kieron.
Maldije el momento en el que decidí usar un suéter color malva con hombros caídos. Tenía la sensación de que alguien había cortado la conexión con mis pulmones y no podía respirar a causa de cómo sus dedos se habían posicionado sobre mí, rozaban mi clavícula y jugaban con el borde de la prenda. Esas manos me estaban sofocando sin siquiera tocar mi cuello.
―Apuesto a que sí.
Como era un juego entre amigos, llevé mi mano a la parte baja de su espalda. Se tensó ante mi contacto, así que traté de suavizarlo con una caricia fugaz que empeoró la situación, ya que me miró con los ojos entrecerrados. Yo no había hecho nada malo.
―Será justo como en los viejos tiempos.
―Me convenciste ―respondí, regresando mi atención a Aledis, y me alejé despacio de Xove―. Primero me gustaría ver a Elisia. ¿Sabes dónde está?
―Sí, está en alguna de las habitaciones de arriba. Sube con confianza, estoy segura de que podrás encontrarla.
―Gracias.
El oxígeno retornó a mi sistema una vez que me alejé subiendo las escaleras. Cuando estaba en el último escalón, volteé y me topé con los ojos de Xove. Nadie más estaba mirando, en consecuencia, le regalé una sonrisa abierta, breve y triunfal antes de sumergirme en el pasillo. Me sentí como una modelo en una pasarela donde él era la única audiencia. No estaba segura de que fuéramos capaces de actuar como en los viejos tiempos.
A diferencia del resto de la casa, el pasillo no tenía nada extraordinario. Paredes claras. Cuartos misteriosos. Estaba sopesando la idea de ir abriendo puerta por puerta hasta que oí la voz de mi madre. Debió escuchar mis pisadas. Heredé mis oídos sensibles de ella. Seguí su llamado hasta una puerta entreabierta. En efecto, se encontraba en un cuarto de invitados que no era su cuarto de invitados.
―¿De qué están hechos tus zapatos? ¿Bocinas de autos? ¿Por qué suenan tan fuertes?
Quise reír ante su estado.
Me apoyé contra el marco de la puerta y doblé una pierna para descansar la punta de mi pie en el suelo.
―¿Noche loca?
―Para nada. ―Elisia rodó en la cama para sentarse. Unas sábanas color crema y una manta marrón cubrían su anatomía, aun así, era obvio que seguía teniendo puesto lo mismo de la noche anterior, incluyendo el abrigo―. Solo tomamos un par de copas de más.
―Sí. ¿Cuántas? ¿Cincuenta?
―No te burles, sigo siendo tu madre.
―Lo siento. Nunca te había visto así. De hecho, nunca te he visto tomar más de una copa de vino con la comida ―comenté, yendo hacia ella.
―Porque estaba marcando el ejemplo, no quería que te descarrilarás, lo que me lleva a recordarte...
Tomé asiento con un suspiro. No dejaba de ordenarme ni cuando tenía una resaca.
―Haz lo que yo digo, no lo que yo hago. Descuida, estaré bien.
―Eso espero ―dijo Elisia, sonriendo a pesar del notable dolor de cabeza que tenía, y frunció el ceño ante el vaso de agua que descansaba sobre la cómoda junto con una aspirina―. ¿Tú me trajiste eso?
―No, acabo de llegar. Debió haberlo hecho Xove. Él llegó antes que yo para ayudar.
Elisia tomó la pastilla y bebió hasta la última gota.
―Es un buen chico.
Sonreí con tan solo pensar en ello. Algunas personas eran buenas solamente cuando había algo a cambio, me alegró ver que Xove no se había convertido en una de ellas.
―Sí, lo es.
―Debe ser muy tarde. ¿Sabes qué hora es?
―Son las nueve. ―Hice una pausa―. De la noche.
Ella me regañó con un almohadazo.
―No vuelvas a querer darme un infarto.
Me defendí con mis brazos y carcajadas.
―Tranquila, son las nueve de la mañana. Tienes tiempo de sobra para estar en Nueva York con tu hija favorita.
―A veces agradezco tanto haber tenido solo una hija ―dijo luego de acariciarme la mejilla con un gesto maternal que me hizo creer que me daría un halago astronómico.
―Elijo pensar que es la resaca la que está hablando y no mi única madre o si no no vendré a visitarte más.
―Yo vine a visitarte desde otro país.
―No paras de recordármelo.
―Es algo que merece ser resaltado.
―Lo sé. ¿Cómo te sientes? ¿Estás lista para el gran día que nos espera?
―Todavía tengo una jaqueca, pero no es nada que un buen desayuno no pueda quitarme.
Me levanté, dispuesta a cambiarle el ánimo.
―Perfecto, te esperaré abajo. Traje un pequeño regalo o, mejor dicho, pequeños regalos.
Sus habilidades de adivinación sorprenderían a expertos.
―¿Qué horneaste esta vez?
―¿Soy tan predecible? ―consulté, apretando los dientes.
―No, pero si no te conociera tan bien, no sería una buena madre.
Asentí antes de irme y le dije:
―Ven cuando estés lista.
Las cosas no habían cambiado en la sala de estar. Aledis continuaba recostada en el sofá. Sus párpados estaban cerrados. La televisión estaba prendida. Xove seguía rondando por ahí, arreglando el desorden, y Bob lo perseguía igual que un fantasma de una casa embrujada a un recién llegado.
Como no estaba segura de lo que debía hacer, me ofrecí de voluntaria para ayudar al nuevo mayordomo.
―No tienes que ayudar ―aseguró Xove cuando me dirigí al comedor. La mesa estaba llena de comida que olvidaron y debería estar en el refrigerador o se echarían a perder.
―Quiero hacerlo.
Él gesticuló «de acuerdo» y pusimos manos a la obra en silencio. Fue una danza torpe, mundana y divertida. Giramos alrededor de la mesa, nuestros brazos se cruzaban si agarrábamos algo del otro extremo, terminábamos haciendo muecas cómplices cuando tomábamos lo mismo y uno acababa cediendo, y evitábamos mirarnos en los instantes en los que nuestros cuerpos chocaban por accidente de camino al refrigerador. No sabía que levantar la mesa podía ser tan interesante.
―¡Listo! ―exclamé y levanté mis palmas para chocarlas con las de Xove.
Creí que sería un simple choque los cinco, sin embargo, él no liberó mis manos enseguida, sino que las bajó para sostenerlas durante un par de segundos más.
―Olvidé que tienes la costumbre de celebrar todo.
A pesar de que era una broma, mi positividad no flaqueó.
―Cada logro es importante, incluso los diminutos.
Entonces, nos soltamos.
―Desearía tener tu buen humor en las mañanas.
―O todo el tiempo.
―Me siento atacado ―bromeó Xove, pretendiendo estar dolido.
―Con la verdad.
―No lo puedo negar. ¿Crees que la mejor solución es que pase más tiempo contigo?
Me encogí de hombros.
―Tienes que hacerlo para averiguar el resultado.
Él descansó un brazo en la encimera sin dejar de contemplarme.
―Lo haré.
De repente, el calor se apoderó de mí, por ende, llevé mi cabello hacia atrás en busca de apagarlo.
―Sabes, ya tengo la reseña de mis amigas.
―¿Qué dijeron? ¿Les caí bien? ¿Pasé la prueba?
―Sí. ―Reí ante su emoción―. Con honores.
―En ese caso, quiero mis cinco estrellas.
―Deberías que tener en cuenta que eres el primer hombre que llevo a casa.
―¿Lo soy? ―dijo él antes de tragar grueso, resaltando su nuez de Adán, y sonreír igual que una estrella fugaz.
No debí decir eso. Quise cortar su arrogancia e hice lo opuesto.
―No si cuentas al plomero.
―Auch, estuve tan cerca.
Miré al techo con tal de no reír.
¿Qué me estaba pasando?
Eran tantas emociones juntas que me costaba descifrarlo.
―Si te hace sentir mejor, él no consiguió ninguna estrella. Casi termina inundando el apartamento ―relaté en busca de desviar la tensión.
Obtuve una carcajada suave.
―¿Cómo?
―No tengo idea, pero no lo volví a ver nunca más.
Xove escaló sobre mi cuerpo con sus ojos y frenó en los míos.
―¿Y a mí?
―A ti te daré otra oportunidad. Ganaste puntos con la caja de pastelitos.
―Te conquisté por el estómago ―tonteó, feliz, y coloqué las manos sobre mi estómago para seguirle la corriente.
―Una chica tiene que comer.
Él me golpeó la nariz con el índice a modo de broma y fue en busca de los pastelitos que yo le regalé.
―Y yo también.
Protesté cuando agarró uno de vainilla y después le dio un mordisco a uno de chocolate como si no pudiera decidir entre cuál le gustaba más.
―¡No! ―reté, intentando bloquear su acceso a la canasta. Quedé entre la encimera de la cocina y él―. ¡Tienes que dejar para las demás!
Sin dejar de sorprenderme, Xove probó varios ángulos para ir por otra presa a pesar de que sostenía un pastelito en cada mano.
―Lo haré. Les dejaré uno.
Abrí los brazos, yendo de un lado a otro, y él no fue tímido a la hora de insistir en aquel juego que me recordó a la época en la que corríamos por toda la casa.
―Tienes que controlarte, hombre.
El problema era que ya no éramos niños y su cercanía originaba una vorágine de más emociones que la alegría.
―Me comportaré si me regalas más.
Alcé la barbilla, armándome de valor.
―Lo haré si prometes venir de visita otra noche.
―Trato. ―Él cesó sus movimientos―. Pero tienes que saber que nada en el mundo habría impedido que lo haga.
No fui capaz de elaborar una frase. Me aparté unos centímetros. Xove consumió los dulces con una voracidad que reveló que no había desayunado. Por algunos momentos, me perdí en su boca y, principalmente, cómo movía y lamía sus labios. Tuve hambre de algo más que comida.
―Tienes algo aquí ―señalé, apenas acabó.
Él sacó la lengua para llegar a la comisura y se equivocó de lugar.
―¿Ya se fue?
Borré la distancia que puse.
―No, ¿puedo?
―Con confianza ―afirmó.
Estiré el brazo, tomé un lado de su rostro, olvidando lo peligroso que era evocar el recuerdo de sus besos, y utilicé el pulgar para eliminar el rastro de la crema. Odié que Xove se enfocara en mí como si no hubiera nada más y que el calor de su cuerpo saliera de sí mismo y corriera hacia directo hacia mis mejillas. Me asustó que él pudiera leer mis pensamientos. Inhalé hondo, absorbiendo su perfume, y me retiré del campo de batalla que fue la experiencia.
―Como nuevo.
Él se limpió las manos e hizo una pequeña reverencia con su cabeza.
―Gracias. Te juro que usualmente tengo mejores modales que estos.
―¿En serio?
―¿Por qué el tono de broma?
Me alejé y él comenzó a seguirme con tal de no poner en pausa la conversación.
―¿De qué hablas?
A nuestras palabras se las llevó el viento.
―¡Eli! ―chilló Aledis, despertando de golpe, apenas avistó a mi madre descendiendo por las escaleras―. ¡Sia!
Elisia hizo una mueca y se encaminó hacia el sofá. Se había cambiado de ropa.
―No grites tan fuerte, por favor.
Como si fuera otra reunión especial, Xove y yo nos dirigimos a las mujeres. No tenía idea de qué nos esperaba para el resto del día. Sería una sorpresa intrigante.
―Oh, perfecto. Están todos aquí.
―No nos hemos ido a ninguna parte ―respondió Xove ante el comentario de Aledis.
Ella se levantó, tambaleando un poco, y apretó sus manos como si tuviera un as bajo la manga.
―Como sea, tengo el día ideal planeado para hoy. Estaremos cada minuto del día juntos hasta la partida de nuestra estrella de este fin de semana.
―¿Cada minuto? ―consulté con la voz ligeramente aguda.
―Descuida, tendrán descansos para ir al baño.
―Oh por Dios ―murmuró Xove por lo bajo.
Mi instinto me sugería que cuando Aledis decía «cada minuto» no estaba exagerando en absoluto.
―¿Qué tienes planeado? ―indagó Elisia, emocionada. Supuse que eso era lo que importaba. Su felicidad, no nuestra incomodidad.
―Todo tipo de cosas. Iremos de un lugar asombroso a otro. Para cuando terminemos, pensarán que murieron y acabaron en el paraíso.
Le creía en la parte de morir.
―Eso pone la vara muy alta ―destaqué.
―No tienes idea.
Su hijo se cruzó de brazos.
―¿Nos dirás algo en específico?
―Sí. ―Aledis se dirigió a mi madre y yo―. ¿Pueden darnos un momento?
―Claro.
No tuvimos más alternativa que quebrar el círculo. Elisia y yo nos detuvimos a un par de metros para dejar que hablaran con un poco de privacidad.
―No recuerdo si te dije esto o no. Gracias por recibirme en tu casa. Aunque todavía no me acostumbro a cómo son tus amigas, agradezco que no estés sola en esta ciudad tan grande.
Curvé mis labios hacia arriba, encantada.
―No tienes que agradecerme. Si no lo hiciera, sería una hija terrible.
―Te sorprendería cuántos hijos se olvidan de sus padres.
Y cuántos padres se olvidaron de sus hijos, dije en mi interior, pensando en mi padre biológico.
―Eso no pasará con nosotras. ¿De dónde viene esto?
―No lo sé ―suspiró, pensativa―. Aledis y yo estuvimos conversando sobre muchas cosas. El pasado. El futuro. El presente. Nuestros hijos. Nuestros futuros nietos. Nuestros padres. Las cosas que nos perdimos. Es un ciclo, ¿lo sabes? Nosotras no tuvimos una gran relación con nuestras madres y dejamos de verlas hace años. Da miedo la posibilidad de que nos pasé lo mismo.
―No lo hará.
―Eso dices ahora.
―Y no es una mentira.
―Me perdí muchas cosas cuando estabas creciendo por no pasar suficiente tiempo contigo, no me gusta la idea de perderme las grandes cosas que te esperan.
Mi corazón sensible se conmovió. No solía ser tan sentimental, siempre conversábamos de temas triviales y actuábamos en su lugar.
―¿Crees que me esperan grandes cosas? ―pregunté con vaga arrogancia.
Sonrió suavemente.
―Lo sé, pero siempre serás mi bebé.
―Por eso no te vas a deshacer de mí. Soy una buena hija porque tuve una buena madre.
―No fui perfecta.
También pensé en todos los altibajos que tuvo nuestra relación. Hubo gritos aterradores, peleas largas, horas llorando y derramando lágrimas sobre una almohada, y momentos en los que la necesité y no estuvo como yo quería. Sin embargo, guardar un rencor no me serviría de nada.
El perdón era un avance, un paso adelante. Lo elegí. Los errores eran como manchas en la ropa, debías disculparte, perdonar, y meterla en la lavadora para mejorar. Después de todo, a pesar de sus defectos, ella era la que se quedó, la que no me abandonó, la que me dijo que me quería, aunque fueran pocas veces.
―Nadie lo es.
―¡Oye, niña! ¡Tienes que decir que lo soy! ―protestó y alcé las manos a modo de rendición.
―¡Lo siento! Lo eres.
―No te olvides de seguir llamando cuando terminemos con este viaje. No vine solo a ver a Aledis y a Xove, sino a ti también.
―¡Chicas! ¡Vengan! ―llamó Aledis, interrumpiéndonos.
Giré, simulando que no me escocían los ojos por alguna razón. Yo lloraba tan fácil. No quería hacerlo, no ahí.
Tanto mi madre como yo regresamos con los únicos presentes en la sala.
―¿Te encuentras bien? ―me preguntó Xove en un susurro discreto.
Me sorprendió que todavía fuera capaz de ver a través de mí, como si su alma estuviera diseñada para ver la mía con claridad.
―Sí. ¿Por qué no lo estaría?
―Solo quería saberlo.
Un aplauso solitario y estruendoso de Aledis me sacó de mi burbuja.
―Bueno, ya tuve una pequeña charla con Xove y me di cuenta de que la idea de intentar conducir un helicóptero sin entrenamiento previo no sería muy bueno si queremos seguir vivos, así que usaremos mi plan de respaldo ―dijo, revelando sus antiguas intenciones.
Traté de no quedar boquiabierta ante la locura de la que fui salvada.
―¿Cuál es? ―quiso averiguar Elisia con intriga.
Aledis soltó un suspiro.
―Involucra ir de compras. No hay nada mejor para sacar la resaca que comprar un montón de zapatos y vestidos de diseñador.
―No lo sé ―inicié a sabiendas de que no contaba con el mismo presupuesto que ella.
La mujer me agarró del brazo, rogándome.
―Oh, vamos. Me he perdido tantos cumpleaños que lo justo es que te regale algo por cada uno. Te prometo que te divertirás.
Me rendí. Vestidos y zapatos caros y gratis. Un regalo caído del cielo.
―De acuerdo. ¿Por dónde empezamos?
Xove me dio una mirada que decía «me la vas a pagar».
―¿Alguien tiene hambre? ¿Qué tal si busco algo de comida? ―soltó de pronto.
Sí, para llenar el estómago y los silencios incómodos, pensé.
―No es una mala idea ―concordó Aledis, entusiasmada, y ofreció ir ella misma.
Él actuó con la cortesía de un caballero.
―No te preocupes. Iré yo.
Lo contemplé, azorada, mientras se iba.
Aledis no tardó en asaltarme con preguntas.
―Ahora, Jess, ¿cuál es tu talla de ropa interior? ¿Prefieres las tangas? Debo confesar que yo sí. ¡Oh! Deberíamos comprar conjuntos sexis, ¿no lo crees, Elisia? Algo de lencería erótica, tal vez.
Mis mejillas casi explotaron de lo calientes que estaban ante la vergüenza. Me daba cosa ir yo sola a comprar mi ropa interior por mayor, no quería imaginar ir con mi madre, su amiga, y, sobre todo, Xove. Moriría ahí.
Causa de muerte: asfixia por bragas.
Rayos, yo no iba a quedarme sola.
―Lo hablaremos más tarde. ¿Qué dijiste, Xove? ¿A dónde vas? ―farfullé, imitando la torpe estrategia de evasión del hombre, y corregí mi tono―. Sí, claro. Te ayudaré.
Atravesé los pocos metros que separaban la sala de la cocina en silencio, obviando el panel decorativo que las dividía. Para ser un apartamento tan grande, la cocina era relativamente pequeña a comparación de lo que uno imaginaría. Supuse que para ellos era más decorativa.
Estaba compuesta por una amplia encimera de granito con un fregadero que contenía dos tazas usadas en el frente, el horno y el refrigerador pegados a la pared, un par de repisas con la vajilla correspondiente y los demás utensilios perfectamente acomodados a sus costados y en el fondo había una mesa redonda con tres sillas que pasaban desapercibidas. De cualquier modo, lucía elegante gracias a los tonos y siluetas que emplearon. Resultaba difícil no dejarse obnubilar por algo tan simple como un sector de aquella vivienda, pero no tanto como para mi antiguo amigo.
Xove se dispuso a sacar los bocadillos mientras yo agarraba los platos adecuados para servirlos. Pese al caos en mi interior, tuve que mantener un semblante relajado debido a que nuestras acompañantes podían vernos desde los asientos que tomaron. Me arrepentí de aceptar la oferta de ir de compras. Por lo tanto, le musité lo siguiente con precaución:
―Eres un traidor.
Su ceño se frunció sin comprender de dónde venía mi acusación, aun así, se lo tomó en broma.
―Okay, dime las formas en las que le he fallado a mi país.
―Me fallaste a mí.
―Eso es mucho peor ―afirmó él, chocando su hombro contra el mío.
―Kieron.
―¿Qué hice?
―Me ibas a dejar sola con ellas ―murmuré entre dientes.
―Recuerda que tienes que usar los nombres en clave.
―No es chistoso, quieren que vayamos a comprar lencería erótica. Todos.
―Tienes razón. Es un plan horrible ―concordó Xove con seriedad―. Sería mejor si solo fuéramos nosotros dos.
La cabeza me dio vueltas por un segundo ante aquel escenario y la sonrisa de oreja a oreja que esbozó ante mi reacción.
―Eres tan inapropiado.
―Corre por mis venas.
Fue mi turno de chocar mi hombro contra él.
Éramos una terrible combinación. Alguien que no tenía idea de cómo coquetear y solo le salían balbuceos y alguien que seducía a todos de manera profesional con sus palabras, es decir, canciones. Ruborizarme estaba en mi naturaleza y flirtear casi sin darse cuenta estaba en la suya. Cada minuto a su lado era un poco de tierra que sacaba a medida que cavaba mi propia tumba.
―Estoy empezando a ver por qué Aledis dijo que eras un mujeriego. Pero no te emociones, nunca volverás a ver lo que se oculta en estos pantalones.
Él admiró mis vaqueros con pequeñas flores pintadas.
―Tal vez no en esos.
―¡Oye! ―exclamé y dejó de ordenar los bocadillos para alzar la vista con la intención de cerciorarse de cómo me encontraba.
―De acuerdo, pararé. Vamos, estaba a dos metros de distancia. Podías verme desde allí. ¿En serio estás tan nerviosa?
―¿Qué? ¿Se nota?
Deseé que respondiera que no. Mi deseo no se cumplió.
―Sí, solo quería ser cortés. Descuida, yo también estoy nervioso.
―¿Cómo lo manejas tan bien?
Su habilidad para disimularlo me ganó de mano.
―No sabía que lo hacía, pero gracias ―confesó Xove, retomando su labor―. Ya en serio, lo hago de la misma forma que en mis conciertos. Pienso en algo que me guste.
―¿En qué pensabas antes?
Creí que diría algo dramático que causaría revuelo, en cambio, soltó lo siguiente:
―Comida.
Miré los bocadillos.
―Es evidente.
―No juzgues mis pensamientos felices.
―Jamás me atrevería a ponerme entre la felicidad y tú o, en este caso, entre la comida y tú ―dije.
―Ja ja. ¿En qué pensarías tú, Aristóteles?
Sostuve un platillo como si fuera un objeto divino.
―¿No es obvio? Comida.
Imitó mi accionar sin perder la gentileza que sus ojos marrones portaban y rompían su aspecto lleno de rudeza.
―Por eso eres mi alma gemela.
Mis piernas flaquearon por un motivo muy obvio. Sentí que estaba jugando a una extraña versión de tira y afloja donde perdí las fuerzas, solté la soga y caí directo en el lodo. La frase me bañó por completo y no podía quitar el efecto que tuvo sobre mí. Sabía que fue algo que él soltó de manera casual, una línea más que formaba parte de su repertorio extraño, y no debería haberme de tal forma, aun así.
―Ya en serio. ¿Comida?
Sus hombros anchos se encogieron.
―Hay una razón por la que soy un cantante y no un estudiante de Harvard.
―No te tires abajo.
―Nunca dije que no fuera inteligente, esa fue tu suposición. Insultas mi intelecto ―se defendió.
―Lo siento.
Como comenzaban a darse cuenta de que estábamos tardando mucho, Xove resumió su método.
―Trato de concentrarme en un punto fijo durante las presentaciones en vivo y hago que mi mundo entero gire alrededor de él. Es más fácil.
Sonaba sencillo. Justo lo que necesitaba en ese instante.
―Eso me sirve ―musité―. Gracias.
―O también puedes pensar en las películas que mencionaste antes.
En la cita.
En el hotel.
Borrar.
Borrar.
―Lo intentaré.
―Y si sigues nerviosa, dame una señal y haré lo que pueda ―declaró Xove, regalándome una mirada cálida.
Batallé para guiñarle el ojo de manera casual.
―¿Una señal? ¿Así?
Él rio con disimulo.
―No hagas eso.
Tiré de la esquina del labio inferior con mis dientes, temiendo que el plan fuera un desastre.
―¿Entonces qué hago?
Sus ojos recorrieron mi boca por un segundo del mismo modo en que yo lo vi la suya en el pasado.
―Haz eso.
―Quizás lo haga ―comuniqué y estudié al chico que fue mi amigo en el pasado―. ¿Puedo decirte algo?
Su postura fue relajada.
―Lo que quieras.
Me enfoqué únicamente en él.
―Te has vuelto una buena persona.
―¿Antes era tan molesto?
―No, solo diferente.
―Quisiera poder decir lo mismo, sin embargo, por lo que veo, todavía usas ropa de colores y adoras esas películas de romance que no son para nada realistas ―bromeó Xove, admirándome con diversión.
―Oye, no puedes hablar, tú tampoco tienes una vida amorosa, según lo que me has dicho.
―Justo.
―Y no hables con desdén de mis películas o te forzaré a verlas ―amenacé de verdad.
Creí que me diría un millón de otras cosas y me sorprendió con algo más.
―Quizás eso no es una idea tan mala. Claro, solo si tú accedes a ver las películas que a mí me gustan.
Arqueé una ceja.
―¿Te refieres a Star Wars?
―Sí, porque todavía tengo buen gusto ―dijo con orgullo.
Reí.
―Me pregunto, ¿todavía quieres nombrar a tus hijos Luke y Leia?
―La pregunta ofende.
Otra vez. Otra risa. Iba a decir algo. Él me interrumpió.
―Y a mí también me alegra que sigas siendo una buena persona, eso es algo muy raro en este mundo.
Por un breve segundo, fue como si los años se hubieran esfumado y volviéramos a ser amigos. Por desgracia, el tiempo se deshacía igual que arena en los dedos y el momento se disolvió.
―Bien, vámonos antes de que se den cuenta ―ordené y me frenó en el acto.
―Antes de eso, tenemos un problema.
―¿Qué pasa ahora?
―¿Viste la charla que tuve con mi madre? Fue para preguntarme si estaría dispuesto a ir al club contigo ―comunicó él y dejé de respirar por un segundo a causa de la última palabra.
―¿Qué clase de club? ¿Uno de lectura, quizá?
―No, me refiero a un club social de élite. Es básicamente un lugar donde las personas más ricas de Manhattan se reúnen.
―¿Para qué? ¿Tomar el té?
―Más o menos.
―Estaba bromeando.
―La gente rica nunca bromea sobre tomar el té.
―¿Es un problema serio?
Dio un respingo.
―Claramente, no has estado cerca de mi madre en un largo tiempo.
―¿No?
―Una vez le dije que vendría a las diez y no pude porque surgió algo, y hasta hoy lo repite. Está obsesionada con su orden de las cosas.
A pesar de que no vi a Aledis por años, su paso por mi vida no fue intrascendente. De niña, ella solía dejarme usar sus tacones y me enseñó a maquillarme, ya que mi madre no era fan de esos temas. Sin darme cuenta, me enseñó a tener elegancia y, luego, yo encontré mi propio y colorido estilo. También recalcó lo importante de expresarse y decir la verdad. Por eso tendía a mostrar mi alegría sin vergüenza. Algunas de las cosas que ella me dijo, aún se quedaron conmigo, ayudándome a mejorar detalles como ese.
―¿Recuerdas cuando solíamos jugar juntos y a veces nos olvidamos de guardar los juguetes, así que ella nos hizo aprender cómo ordenarlos por color y tamaño? ―le pregunté a Xove, mirándolo de reojo.
Él asintió y sus ojos centellearon. Era un buen recuerdo.
―Sí, en ese momento no fue lo más divertido del mundo, pero, en realidad, cuando crecí me ayudó a ser más organizado.
―A mí también. Deberías ver mi cuarto.
―Sugerencia aceptada ―declaró Xove con afabilidad.
Regresé al tema original.
―Está bien. ¿Qué tan malo puede ser un club?
La pregunta quedó sin responder por las siguientes horas y, sí, dije horas. Una vez que Aledis y Elisia se alistaron, nos vimos obligados a concederles los caprichos en busca de tener un fin de semana pacífico. Después de todo, lo que importaba era que pasáramos tiempo juntos, no cómo gastábamos dicho tiempo.
En consecuencia, no hubo quejas cuando nos subimos al mismo coche para visitar las tiendas a las que siempre soñé entrar y siempre tuve que ver desde afuera.
A pesar de que las bolsas de compras y cajas de zapatos fueron aumentando de manera considerable, Aledis no se dio por vencida, aseguró que estábamos en la búsqueda del vestido perfecto, lo que era mejor que cualquier búsqueda del tesoro. Elisia se divirtió con cada cosa que su amiga murmuraba y pasó la mayor parte del tiempo con ella. Xove tendía a quedarse en las salas de espera que había, rechazando las copas de champán que ofrecían, y lo veía únicamente a la salida. Por otro lado, me limité a disfrutar la ocasión. Ir de compras así era una fantasía que tuve desde niña. Pese a que era agotador caminar tanto y probarse tantas prendas, me divertí como nunca.
―¡Tienes que ponerte estos! ―ordenó Aledis, entregándome una pila de ropa justo en el instante en que el que iba a salir del probador―. Dime qué te parecen cuando vuelva. Ahora debo ir con Eli para ver unos zapatos que supuestamente no saldrán hasta la siguiente temporada, pero la dueña hará una excepción por nosotras. ¡Te quiero! ¡Eres toda una modelo!
No me dio tiempo a responder. Salió corriendo con sus tacones altos para bajar las escaleras hacia la planta baja de la tienda de tres pisos. Sonreí ante sus palabras y su personalidad y corrí la cortina negra antes de depositar las prendas en el pequeño sillón que había dentro. La moda era una tortura tan hermosa.
Me quité el vestido que tenía, me distraje viendo mi cuerpo cubierto exclusivamente por mi ropa interior beige en el espejo, y escogí mi siguiente víctima, colgándola en el perchero de la pared blanquecina. Estaba ocupada, batallando para ponerme el ajustado ejemplar de color rojo, y de repente sentí que algo andaba mal cuando logré el objetivo, pero me faltaba el cierre de la espalda. Estiré los brazos y las manos. No lo alcancé de ninguna forma. Solté una grosería a sabiendas de que tampoco podría quitármelo sola, me tragué mi orgullo, y miré con un solo ojo hacia el exterior del probador en busca de ayuda.
―¡Xove!
Él yacía sentado en el sofá, leyendo una revista con aburrimiento. No había nadie más esperando fuera de la zona de probadores, aun así, miró para todos lados, buscando la voz, hasta que se dio vuelta y me contempló lleno de intriga.
Su compra fue rápida. A pesar de que aseguró contar con trajes, Aledis lo obligó a comprar uno nuevo y dejárselo puesto. Negro. Camisa blanca. Corbata de moño. Zapatos lustrados. Perfección en hombre. Buena elección.
Daba la sensación de que se dirigía a una alfombra roja. No se parecía al Xove que vi estos días, excepto por el pelo desordenado y ligeramente rizado seguía siendo el mismo. Me negué a aceptar que se veía guapo. No debería considerarlo así ni de chiste.
―¿Qué?
―¿Qué estás esperando? ¡Ven aquí! ―llamé con un ademán desesperado.
Arrojó la revista y se encaminó hacia mí sin siquiera dudarlo a pesar de que no le dije para qué.
―Okay.
Aguardé con impaciencia. Se me cortó la respiración en cuanto Xove quiso entrar al probador como si fuera una propuesta indecente y lo frené, depositando una mano en su pecho.
―¿Qué estás haciendo?
Su ceño se frunció a causa de una confusión repentina.
―¿Qué querías que hiciera?
―Que me ayudarás con el cierre del vestido.
―¿Para ponértelo? ―sondeó por las dudas, apoyando un brazo en el marco del probador sin dejar de inclinarse en mi dirección.
Tras su pregunta, caí en el pozo de la confusión.
―Sí, ¿para qué más?
―Nada, solo aclaraba una duda.
Preferí no meterme de lleno en el asunto. Me di cuenta de lo que pensó. Yo también lo hice.
―Necesitas un sedante.
Me aseguré de que no hubiera nadie en los alrededores de nuevo e hice un puño la camiseta de Xove para tirar de él y arrastrarlo conmigo. La sonrisa tentadora que esbozó mientras se mordía la punta de la lengua me persiguió y me marcó igual que uno de los tatuajes en su piel. Nos quedamos solos.
Rayos, el probador se convirtió en un espacio muy pequeño que nos obligaba a estar cerca y percibir la respiración cálida del otro.
―¿De qué te ríes?
―De algo que pensaba. Soy muy gracioso en mi cabeza.
―Te creo ―dije y lo liberé de mi agarre―. ¿Puedes ayudarme?
―Haré mi mejor intento.
Di la vuelta, enfrentando mi reflejo, y metí mi cabello detrás de la oreja, nerviosa ante la presencia de Xove detrás de mí. Lucía imponente, es decir, otra palabra para increíble y totalmente sexy. Cielos, ¿qué estaba mal con mis hormonas?
Primero sentí las yemas de sus dedos ligeramente callosos sobre mi espalda y luego dio un paso adelante, aproximándose a mí y permitiendo que su aliento diera contra mi cuello sensible, sin apartar la mirada de mi espalda. Cielos, esperaba que no estuviera mirando mi trasero. O tal vez sí. Un poco. No. Mala Jess. Me esforcé para concentrarme en cualquier otra cosa. No lo hacía a propósito. No evocaba esos pensamientos porque quería, simplemente aparecían. Yo necesitaba un sedante.
La burbuja explotó y el ambiente murió cuando él empezó a subir el cierre y se trabó. Sufrí otro tipo de vergüenza. El maldito se negaba a cerrarse, incluso con la fuerza que ejercía Xove.
―¡Eso dolió!
―¡Lo siento! ―exclamó él y continuó intentando―. Pero no entra.
―Lo haría si tuvieras más cuidado.
―Tal vez deberíamos probar otra posición ―sugerí con un suspiro.
―De acuerdo, pero relájate.
―Estoy relajada.
La situación se volvió bizarra con una rapidez sorprendente. En efecto, probamos diferentes posiciones y niveles de fuerza sin rasgar o arruinar el vestido por completo. Aun así, era un desastre.
Me moví, inquieta.
―No puedo creer que accedí a esto.
―Puedes dejar de moverte así.
―Esta es la primera vez que lo hago.
―¿Y cómo quieres que lo meta? ―inquirió él, soltando un gruñido.
―Con las manos.
¿Cómo es que está tan apretado?, murmuré en mi cabeza.
Aparentemente, el evento del club al que fuimos invitados tenía un código de vestimenta. No podía escoger cualquier atuendo. Pero claramente aquel vestido rojo no sería el elegido.
En algún punto, yo estaba con las palmas apoyadas en cada pared mientras Xove continuaba intentando justo cuando oímos una voz conocida al otro lado de la cortina. Nos detuvimos en seco. Giré el cuello para observar al hombre a la vez que él apartaba sus manos de mí y se aferraba al probador igual que yo. La sorpresa en sus ojos se equiparó a la mía. No había escapatoria.
―Jess, te traje otro vestido que está para morirse, ¿puedo entrar?
―¡No! ―rechacé el pedido de Aledis. Me arrepentí de sonar tan brusca―. Yo lo tomaré, pásamelo con cuidado.
Tragué saliva sin despegar mi atención del rostro de Xove. Él estaba sufriendo un colapso. Estábamos reviviendo la situación que tuvimos en el baño del apartamento de Aledis.
―De acuerdo. Avísame cuando te lo pongas.
Xove se marchó al fondo del probador, dándome espacio para acercarme a la cortina y tomar el vestido blanco que me entregó.
―Gracias.
Aledis sonrió sin sospechar nada.
―¿Has visto a Xove?
Sentí que estaba guardando a un fugitivo en mi casa. No era un crimen, aun así.
―No. ¿Por qué lo vería? Estoy ciega. Es decir, no lo estoy. Pero es como si lo estuviera porque no he visto nada ni a nadie, mucho a Xove. ¿Qué es un Xove de todas formas?
A pesar de que me miró con extrañeza, no me interrogó más.
―De acuerdo, apresúrate. Iré a buscar a Elisia.
Resoplé una vez que se fue.
―Por los frijoles de la abuela, eso estuvo cerca.
Xove colocó sus manos en sus caderas, juzgándome.
―Serías la peor criminal de la historia ―comentó de repente.
―Gracias.
Hubo un silencio que no fue incómodo ni cómodo, algo en medio.
―¿Por qué te empeñas en probarte tanta ropa?
―Porque me veo genial en todo, ese es mi gran dilema a la hora de elegir ropa ―mentí, asegurándome con torpeza que no se me cayera el vestido.
―Te creo.
―¿Qué? ¿Te atreverías a decir que no me veo bien?
―No voy a contestar eso.
Por alguna razón, me ruboricé ante sus palabras. Hubo un cambio de tema.
―La verdadera razón es que yo no tengo la oportunidad de hacer este tipo de compras todos los días. No recuerdo la última vez que pude comprarme unos calcetines. Así que, me propuse disfrutar esto mientras pueda, como muestras gratis de comida que sé que nunca compraré.
Mi honestidad hizo que él me estudiara por unos instantes, procesando con empatía lo que le había dicho, y luego me regaló una sonrisa antes de tomar una de mis manos para hacerme girar igual que una princesa en un baile de la realeza.
―No te ves bien, Jess, te ves increíble.
Fue la mejor respuesta que podría haberme dado. Sin pena. Sin desdén. Solo el cumplido correcto.
―Esa es la idea. Ahora vete antes de que vuelvan. No me lo pondré. Me lo voy a quitar sola.
Tras un breve análisis, Xove se rascó la nuca.
―¿Estás segura de que no quieres ayuda?
―¿Debo hacerte acordar de lo que me respondiste cuando te hice esa pregunta? Este es un vestido. Si me lo quitas, nuestro acuerdo de ser solo amigos se va con él.
―¿Y yo debo recordarte que te he visto sin ropa y que tú ya me viste desnudo? ―remarcó con sinceridad.
Los nervios me mataron por dentro.
―Es diferente. Soy inmune a tus encantos. Por otro lado, tú la tienes difícil. Lo dijiste. Soy adorable.
Se cruzó de brazos y ladeó la cabeza.
―¿Ah, sí?
Asentí sin remordimientos.
―Sip.
―¿Entonces ya no te parezco atractivo? ¿Ni siquiera un poco?
―No ―me encogí de hombros.
―Bien, me iré por el bien de nuestra amistad. Solo elige algo y listo.
―No me apresures.
―Y, Jess, tienes razón. Eres una mentirosa terrible.
Reprimí un jadeo de incredulidad apenas se marchó.
Indignada, me esforcé para deshacerme del vestido rojo y me dispuse a colocarme el blanco. Por suerte, carecía de cierres. Era largo, de seda, con una segunda capa de encaje bordado, un escote corazón que resaltaba mis senos y dos mangas largas que empezaban a la altura del mismo, dejando mis hombros al descubierto. Era hermoso. Tuve la impresión de que no era para una cena formal en un club, era para algo más especial.
Salí, descalza, no se notó gracias al vestido. La cortina del probador quedó detrás de mí. Frente a mí, a un metro de distancia, se hallaba Xove. Él estaba de espaldas, sin embargo, se dio vuelta al sentir mi presencia. Algo revoloteó en mi estómago mientras me contemplaba de arriba abajo con las pupilas dilatadas y los labios entreabiertos.
―¿Feliz?
Él puso su mano a la altura del corazón y sonrió.
―Feliz ―repitió. Fue excelente. Quedó sin palabras.
Entonces, Aledis llegó, descendiendo por las escaleras junto con mi madre y el séquito de empleadas que nos atendieron.
―¡Ahí estás! ¡Divina! ¿No te dije que ese vestido de bodas le quedaría espectacular?
Las empleadas asintieron. Elisia continuó mirándome.
―¿Vestido de bodas? ―cuestioné a medida que llegaban―. No me voy a casar.
―No hoy, pero lo harás en el futuro, ¿verdad?
―Pregúntale al destino.
―En el momento en el que lo vi, supe que sería perfecto para ti y quería divertirme un poco. ¿Te gusta? ―consultó Aledis con un entusiasmo indómito.
Acaricié la tela.
―Sí. Mucho.
―¡Lo sabía! Somos dos mujeres con un excelente gusto.
―Te queda bien, hija ―destacó Elisia en un susurro.
Ella nunca se casó, nunca tuvo un vestido o un matrimonio feliz. Aunque se notaba que la entristecía un poco, también se podía ver que le agradaba verme así.
―Gracias, mamá.
―Algún día será la novia más hermosa, ¿no crees?
Xove fue incluido en la charla.
―Lo sé.
Al final, nadie compró el vestido. Fue un juego divertido, un capricho del momento. Tras mucho ejercicio y dudas, cada uno se vistió. Lo siguiente en la lista fue maquillaje y peluquería. Mucho más fácil. Al final, escogí un vestido de un tono dorado bien oscuro que destellaba al ser de raso con corte sirena y unos tirantes delgados. Una vez que me lo coloqué, me di cuenta de que era tan suave y cómodo que parecía que no lo tenía. Magnífico. Lo único de lo que nos preocupamos fue del hecho de que estábamos llegando tarde al evento.
Aun así, yo estaba vacía en el buen sentido. Ningún pensamiento cruzaba por mi cabeza, sino que me envolvía un sentimiento cálido y hogareño que no requería explicaciones. Era como volver a ser una niña y solo reír porque sí.
¿Eso era la felicidad?
Qué tontería.
Tal vez no.
Una hora más tarde, me encontraba bajando del coche de Aledis junto con Xove y Elisia. Era el último día de mi madre en Nueva York. Ir a una fiesta sonaba apropiado. Desde otra perspectiva, sería un momento simple, sin embargo, me devolvió un poco la alegría. Había viajado en el tiempo de alguna forma y regresé a la actualidad en cuanto vislumbré el lugar.
A simple vista, el club social de élite parecía un edificio normal de seis pisos de color ceniza con una entrada protegida con una reja con el emblema hecho a partir de oro. Cuando entramos gracias a la membresía de Aledis, reveló que no lo era. No tenía ni una pizca de modernidad al haber sido construido hacía un siglo. El vestíbulo brillaba al estar construido con piedra pulida, además de poseer unos vitrales en el fondo, disponía de una escalera imperial y una lámpara colgante con luces invertidas que le regalaba una elegancia particular al ser el centro de atención. A una parte de mí le recordaba a una pintura que vi en un libro inspirado en Romeo y Julieta. Pero lo más impresionante eran las personas allí.
El establecimiento tenía un código de vestimenta, eso estaba claro debido a las compras de último momento que hicimos. Aunque yo lo cumplí por suerte, nada de lo que tenía se comparaba con el desfile de atuendos que usaban como si fuera algo cotidiano. Vestidos, carteras, trajes, corbatas y otras prendas costosas y formales. Se notaba por cómo caminaban y hablaban que eran adinerados. Me percaté de que no había cámaras, ya que las reglas de la casa las prohibían. Hasta había camareros emperifollados que servían con bandejas llenas de delicias y bebidas.
―Martínez ―susurró Xove, utilizando mi apellido, lo que llamó mi atención―. ¿Por qué la cara larga?
Acaricié mi brazo a medida que caminábamos.
―Nada, solo me estoy sintiendo un poco fuera de lugar.
―¿Por qué? Estás donde debes estar, ¿no?
―Sí ―dije, comprendiendo lo que quiso decir.
Cuando subimos al siguiente piso, quedé asombrada. Más de lo que estaba.
Una pintura abstracta y preciosa se desplegaba por el techo del salón principal que tenía molduras doradas. La iluminación provenía tanto de las ventanas con cortinas abultadas como de las pequeñas lámparas situadas estratégicamente para generar un ambiente lujoso e íntimo. Tres hileras de cinco mesas grandes y numeradas con arreglos florales, platos de porcelana, diversas copas y múltiples cubiertos de plata se distribuían en una armonía ideal. La mayoría de los miembros del club yacían sentados mientras que unos pocos transitaban, entablando conversaciones que implicaban negocios, viajes al exterior y otras nimiedades.
―¿De qué dijiste que era esta pequeña fiesta? ―consultó Elisia con Aledis al notar la tarima con un micrófono en el frente.
―Es una subasta para hacer donaciones para el Hospital Adam Kieron. La fiesta es para pasarla bien y atraer a inversionistas.
Tenía sentido.
―Por eso nos invitaron. Mi apellido está en el edificio ―comentó Xove con incomodidad a pesar de lo arrogante que sonó sin querer.
Aledis se adentró a la sala sin vergüenza.
―Exacto. No te estreses, Eli. Tú solo disfruta. No nos reunimos todos los días.
Elisia suprimió un gruñido y asintió antes de adelantarse para avanzar junto a ella. A pesar de que ellas eran muy diferentes, supieron mantener su amistad a lo largo de los años y ese era un logro especial en un mundo en el que la distancia mataba más que el tiempo.
Por mi parte, continué admirando el entorno. Xove caminaba a mi lado con tranquilidad. Me había sumergido tanto en los sentimientos que el reencuentro me provocó que no me fijé en los que debió causarle a él. No estaba hecho de piedra, era una persona.
Desde que abandonamos las tiendas, estuvo pensativo y en silencio. A veces me sentía muy cercana a él, como si regresáramos a ser los mejores amigos que alguna vez fuimos, y, en momentos así, tenía la sensación de que nunca volveríamos a ser esas personas. Lo conocí, pero no reconocía al hombre en el que se transformó y eso me confundía en ocasiones. Lo único que me quedaba era aprender a conocer más profundamente quién era ahora.
―¿En qué estás pensando? ―le pregunté, entremetida.
―Es un secreto.
―¿Me harás adivinar?
Él imitó mi gesto, animado.
―Solo porque me da curiosidad qué vas a decir.
Fantaseé con lo que podría ocultar su mente.
―Acepto el reto. Te ves muy serio igual que alguien que está lidiando con un tema de suma importancia. Debes estar pensando en unicornios.
A Xove se le escapó una risa efímera.
―¿Qué clase de lógica es esa?
―La mía.
―Por alguna extraña razón, todo tiene sentido contigo ―respondió y terminó mordiéndose el labio inferior, evitando soltar una carcajada.
―Entonces, ¿piensas en unicornios?
―Ahora sí.
Acepté la victoria.
―¡Ja!
Soltó un suspiro sin apartar la vista.
―Hazme un favor. Nunca crezcas.
Aunque no teníamos tantos años de diferencia, hice una broma al respecto.
―Físicamente no puedo. El doctor dijo que esta sería mi estatura para siempre. Fue un día medio triste, pero él me dio una paleta, así que no fue para tanto ―farfullé, apenada―. Y tú no necesitabas oír eso.
A veces odiaba que mi boca le ganara a mi cabeza a la hora de hablar.
―Es muy probable que no ―rio sin juzgarme―. Y eres de la altura perfecta.
―¿Para qué?
―Ser tú, Jess.
―Pensaré eso cada vez que no llegue a un lugar alto y no pueda agarrar lo que necesito ―bromeé.
Él comparó nuestras alturas con su mano.
―Yo soy alto. Puedo ayudarte con eso.
―Te llamaré cada vez que requiera tus servicios.
―Estaré esperando la llamada ―dijo, tragando grueso cuando rocé su brazo de forma casual.
―O usaré una pequeña escalera.
―Olvide que existen por un momento.
El tono que empleó reveló que lo hizo a propósito.
―Qué bueno que lo recordé o te verías obligado a verme muy seguido.
―Eso nunca será un problema.
Ahogué un gruñido, odiando lo bien que me estaba haciendo sentir aquella conversación tan tonta y trivial que no tendría relevancia en la historia del mundo y a la vez hacía girar el mío.
―Y estaba pensando en mi padre ―confesó Xove.
Adquirimos una tonalidad diferente.
―¿Lo extrañas mucho?
―No lo sé. Es complicado. Es difícil tener tantas cosas que te recuerden a él y muy pocos recuerdos de él como persona.
―Entiendo a lo que te refieres ―dije, identificándome con la frase de una manera diferente, y luego pensé en él para animarlo―. Pero es algo bueno, ¿no? Su legado vive en un hospital que ayuda a personas a sanar.
―Sí, eso es algo bueno.
Al final, no tuvimos más minutos para conversar en soledad. Frenamos en cuanto Aledis le indicó a Elisia que se sentara en una mesa determinada luego de cruzarse con unos conocidos y saludarlos. Nos sentamos al no tener más remedio. El asiento era bastante cómodo y contaba con una vista directa al escenario antes mencionado. Fruncí el ceño al contemplar el resto de las mesas. Todos los hombres de entre veinte y treinta años que las ocupaban comenzaron a levantarse para dirigirse a un corredor que vislumbré a la lejanía. Xove también reparó en ello.
―Tengo un mal presentimiento acerca de esto. Voy a preguntar de todos modos ―murmuró él a mi izquierda y dirigió su mirada hacia su madre―. ¿Qué es lo que subastan específicamente?
Aledis apretó los ojos como si hubiera descubierto alguna de sus artimañas.
―Bueno, es una historia muy graciosa en verdad y recuerda que es por una noble causa. Fue antes que sucediera lo de Jess. Estabas tan ocupado que yo misma te inscribí cuando la organización pidió candidatos ―farfulló ella, justificándose de antemano―. Es una subasta de caballeros. Venden una pintura y ofrecen una cita con el que la presenta.
―Esto debe ser una broma ―suspiró Xove, lo que me hizo entender lo insistente que podía ser Aledis a pesar de tener un buen corazón.
―No lo es ―repuso Aledis justo cuando un camarero arribó a nuestra mesa, confirmando que debían ir los otros candidatos que se habían ido. Ella se apresuró a hablar con él, entre tanto, alguien solicitó mi asistencia.
Xove volteó hacia mí con rapidez.
―Sálvame, Jess.
―¿Qué quieres que haga? ―consulté con secretismo.
―No planeo salir con nadie más ―susurró él, inclinándose ligeramente en mi dirección―. Tienes que ganar la cita conmigo.
Vacilé.
―¿Cómo? No tengo nada, menos dinero.
―Descuida, el dinero saldrá de mi bolsillo. Ofrece lo que sea necesario. Iba a donar, solo que no estaba enterado de que yo sería lo que se subastaría. Así que, ¿puedes hacerme este favor?
Torcí la boca, competitiva, y acepté con un asentimiento. Era un simple favor.
―Vas a ser mío, Kieron.
―Esa es mi chica.
Sin más tardar, Xove se fue para cumplir con la promesa que hicieron en su nombre y me quedé allí, maquinando todo mientras un presentador vestido de esmoquin se encaminaba hacia la tarima para detenerse frente al micrófono y anunciar el inicio del evento principal de la fiesta. Las cosas sucedían tan rápido que caían como gotas de lluvia y era imposible contenerlas. Algo me decía que esto iba a terminar en desastre. Esperé equivocarme al respecto. En serio.
―Damas y caballeros, es un placer dar inicio a la subasta diurna en honor de los niños del ala de maternidad del Hospital Adam Kieron. Aunque ya lo mencionamos al inicio de la velada, no olviden que el dinero de sus compras será directamente donado a ellos, por lo que apreciamos su generosidad ―enunció el subastador con histrionismo―. Y para presentar los artículos a la venta, algunos de nuestros mejores socios se ofrecieron a presentar los artículos en venta y accedieron a ir a una cita con el comprador de los mismos en busca de hacer esto aún más interesante. Sin más preámbulo, demos un fuerte aplauso y gracias por su gran aporte.
Los caballeros fueron pasando uno por uno a la vez que los ayudantes colocaban las pinturas en un atril. El subastador describía a ambos, nombrando al pintor, su precio de entrada, y los pasatiempos de los chicos. Fue un lío de ofertas y contraofertas que analicé silenciosamente para saber qué hacer con Xove. Entonces, cuando llegó al escenario, luciendo perfecto en su forma imperfecta, mi corazón tembló.
El presentador no alcanzó a pronunciar ni una palabra y la competencia inició, lo que reveló que no les importaba la pintura, sino el hombre. Mi hombre. Bueno, no era mío, pero no necesitaba explicarme.
―¡Quince mil!
―¡Veinte mil!
―¡Treinta mil!
―¡Cuarenta mil!
―¡Cincuenta mil!
Estaba atónita. Sabía que Xove era popular, solo que no tanto. Entendí por qué me rogó que lo ayudara. Aun así, ver a todas esas personas pelearse por él como si fuera un pedazo de pan caliente activó un ardor raro en mi pecho. Ahogué un suspiro. Cada vez que intentaba decir algo, el bullicio empeoraba. Las mujeres y los hombres fueron subiendo las cifras de sus ofertas sin contenerse.
Por su lado, Xove viajó a través del mar de miradas enfocadas en él para contemplarme a mí.
Rayos, el color regresó a mi rostro. Me puse de pie y me uní a la guerra que se desató por una cita con mi amigo de la infancia.
―¡Sesenta mil!
Seguí al punto de que olvidé los números que soltaba y de la presencia de Aledis y Elisia. Poco a poco, los compradores se redujeron en cantidad y quedamos unos pocos. Diez. Seis. Cuatro. Dos.
―¡Noventa mil!
Examiné la sala hasta que encontré mi competencia y no pude evitar suspirar lo siguiente:
―Esto debe ser una broma.
No, no era un chiste.
Una mujer de alrededor de sesenta años estaba dispuesta a aplastarme en la puja.
―El artículo y el caballero a la hermosa dama del vestido negro a la una... ―empezó a decir el subastador, lo que me recordó que tenía que ganar la subasta.
Xove se encontraba en el escenario, cruzado de brazos como siempre, y suspiró con una sonrisa sutil. Oh, él quería que continuara.
A pesar de que no era mi dinero, me mojé los labios a sabiendas de que era una locura que dijera la siguiente cifra:
―¡Cien mil y cinco dólares!
Los cinco dólares eran míos.
En mi escasa defensa, quería aportar algo y eso era todo lo que cargaba conmigo a causa de este drama que subía y bajaba igual que una montaña rusa. Lo dije sin pensar.
Todos se asombraron. Nadie había ofrecido tanto por alguien. Siendo honesta, yo tampoco creí que llegaría a este extremo. El subastador soltó una pequeña risa en cuanto los demás invitados comenzaron a cuchichear entre sí, mirándome sin vergüenza, probablemente preguntándose quién rayos era.
Parpadeé y me enfoqué en Xove, anonada. No parecía alguien que acababa de gastar una cantidad monumental de dinero, simplemente mantuvo su expresión divertida como si fuera una historia de la que se reiría más tarde. Eso me hizo sonreír. Ridículo.
―Uno, dos, tres ―contó el subastador, azorado―. ¡Felicidades y aplausos a la chica sonriente de vestido dorado!
Tardé un momento en procesar que yo era la chica sonriente del vestido dorado. Fruncí el ceño, ofendida.
¿Por qué no me llamó "la hermosa chica"?
¿Qué estaba mal conmigo, presentador?
Descarté el pensamiento. Gané o se suponía que lo había hecho. Los miembros del club aplaudieron y el sonido de las palmas chocando resonó por la sala. Alguien se aclaró la garganta detrás de mí. Estaba parada y tuve que girar para toparme con Elisia.
―Jess ―retó ella, consternada a más no poder―. ¿Qué estás haciendo?
Le expliqué a la brevedad que sería Xove el que donaría. Después de mí, el dinero era lo que más le preocupaba en el universo. Debido a nuestras experiencias en el pasado, sabía que se sentía culpable al gastarlo o que alguien más lo hiciera. A veces yo también lo hacía de manera inconsciente. No era para tanto. Aledis encontró divertida la situación. No pronunció ninguna oración, no lo necesitaba.
―Señorita, venga a retirar su premio ―solicitó el subastador con cordialidad.
Suspiré, tratando de enfocarme en lo positivo de la donación, y me encaminé hacia el escenario para finalmente detenerme frente al chico con el que había ganado una cita.
―Me pregunto cómo harás que esto valiera la pena para mí.
Los presentes aplaudían sin oír nuestra charla.
―Se me ocurren algunas ideas interesantes.
―Te odio.
―No digas eso. Piensa en los niños.
―Me debes una ―le advertí entre dientes.
―¿Cita? ―bromeó Xove, tendiéndome el brazo para que lo acompañara―. Con gusto.
Me uní a él en cuanto nos alejamos de la tarima con el objetivo de dirigirnos al corredor que señaló el subastador en simultáneo que unos hombres se ocupaban de llevarse la pintura para entregarla. La subasta siguió sin nosotros.
El ambiente penumbroso se vio transformado. Las luces del pasillo eran más fuertes, por lo tanto, me sentí más libre. Un camarero nos informó que allí aguardaban los demás caballeros y los ganadores para realizar la transacción correspondiente. Debíamos esperar allí.
―Gracias por ser tú la que ganó.
―Por un momento estuve tentada a dejar que la abuela ganara. Solo imagina esa cita ―bromeé en busca de molestarlo.
―No seas cruel.
―No lo hago. Esto no es nada. Vendería mi alma por cien mil dólares. Sin duda.
―¿En serio?
Tuve que ser muy franca.
―No le digas a mi madre, pero es mejor terminar en el Infierno que en la calle, ¿no lo crees?
―No irás al Infierno, estarás conmigo.
Le dediqué una sonrisa torcida.
―Lo que digas, Lucifer.
―Cuando sonríes, tienes hoyuelos ―dijo él, acercándose demasiado para señalar mis mejillas como si estuviera hipnotizado―. Casi no se ven, pero están ahí. Eso es nuevo.
Tragué grueso. Su cercanía me aceleraba el corazón tanto como una película romántica.
―Sí, no los tenía antes. Se empezaron a notar más cuando adelgacé hace unos años. Pero no quiero hablar de ello.
La verdad no me incomodó. Siempre estuve cómoda con mi cuerpo, incluso cuando las demás personas no lo estuvieron. Fui una niña y una adolescente gorda. Sufrí incontables burlas, lo que explicaba mi falta de amigos en la escuela. Pero jamás tuve problemas de salud. No le di importancia. Ellos eran los que estaban mal, no yo, y jamás comprendí qué era lo que les molestaba tanto. Yo era feliz, normal, y tranquila. Al final, bajé de peso casi sin darme cuenta cuando empecé a bailar y ejercitarme en el proceso para ingresar al conservatorio. Nunca dejé ser simplemente Jess Martínez, esa parte de mi pasado no era algo que me definiera.
―De acuerdo. ¿Por qué los cinco dólares? ―consultó Xove como si esa duda hubiera rondado por su cabeza.
Apreté los labios y saqué el billete que cargaba en el pequeño bolso de mano que traje para cargar las llaves de mi casa, entre otras cosas.
―Los volantes decían que cualquier donación ayuda.
Mi justificación le dio ternura.
―Lo hace.
―Estaba pensando en los niños, como tú dijiste.
―Y ellos te lo agradecen, estoy seguro.
―¿Te estás riendo? ―farfullé, incrédula.
No se molestó en negarlo.
―Sí.
―¿Por qué?
―Es el efecto que tienes en mí, Jess ―aseguró él y su risa se fue reduciendo hasta convertirse en una sonrisa simple.
Necesité un breve instante para volver a respirar.
―Bueno, no se para nada al efecto que tú me generas.
―¿Y cuál es ese?
―Este ―bufé, golpeándole el brazo de manera amistosa.
―¿Violencia? ¿Quién lo diría, chica sonriente?
―Tú y el subastador, aparentemente.
―Oh, acerca de la cita, no tenemos que hacer eso hoy ―se adelantó a proclamar él.
―¿Qué? ¿Y para qué peleé con todas esas personas?
―El comprador elige cuándo y dónde será la cita. No debe ser hoy.
Exhalé, pensando que iba a cancelarla.
―¿Y cuándo es mejor?
―Tenemos todo el tiempo del mundo para eso. ¿Qué te parece el día del concierto? ¿O ya olvidaste que tenemos eso pendiente?
La tensión de mis hombros se relajó.
―No, no lo hice.
―Además, hoy es el último día que tienes con Elisia. Asumo que no la verás pronto, así que deberías aprovecharlo y estar con ella.
―Gracias. De verdad ―dije.
Su mirada se desplazó hacia la fila.
―Mientras tanto, regresa si quieres. No quiero aburrirte. Es muy probable que esto sea por la donación y tarde un rato.
Todavía estaba asombrada por la suma que pronuncié minutos atrás.
―Oye, ¿en serio tienes esa cantidad de dinero?
―No, no tengo esa cantidad. Tengo mucho más ―se jactó él sin inmutarse.
Puse los ojos en blanco.
―Idiota.
―El término correcto es "millonario".
―Idiota ―repetí ante la corrección.
―Supongo que se puede ser ambas.
―¿Lo dices después de que pagaste cien mil dólares por una cita conmigo y ni siquiera será de verdad?
Xove se inclinó en mi dirección para escucharme mejor y retrocedió un poco para poder decirme a la cara lo siguiente:
―Seré un idiota por muchas cosas, pero no por eso, Broadway.
Tuve que fingir que su cercanía no me afectó. Era mi amigo, sin embargo, tener a cualquier hombre tan cerca me ponía un poco nerviosa. No estaba acostumbrada.
―A mí no me engañas. Tú solo no querías salir con nadie.
―O quizás quería hacerlo contigo ―manifestó previo a volver a recostar su espalda en el muro. Sonó tan perverso―. Ya sabes, por los niños.
―Claro, Hollywood.
Entonces, el eco de los aplausos anunció el final de otra puja.
―Voy a volver ―le comuniqué a Xove―. Te veo más tarde.
―Lo esperaré con ansias.
Después despejé mi cabeza. No vi a Xove por un tiempo. Disfruté de la comida y la compañía mientras la subasta finalizaba. Una vez que retorné a la mesa en la que descansaban las madres, me sumergí en una tonelada de anécdotas y rumores acerca de los desconocidos a nuestro alrededor. La mayoría de las cosas eran intrascendentes, no obstante, me divertí genuinamente. Elisia bajaba sus defensas con Aledis, a quien yo consideraba graciosa de manera intencional, y era lindo verla así. Su amistad era algo tan especial y raro de encontrar que generaba envidia.
Asimismo, varias personas vinieron a charlar de pasada y Aledis aprovechó para presentarme ante ellos, lo que terminó conmigo guardando numerosas tarjetas de presentaciones que revisaría a más profundidad luego. Mentiría si dijera que no fue una fiesta productiva en ese aspecto.
En la ocasión en la que Elisia notificó que debía ir al baño y se retiró, la mismísima Aledis volvió al ataque y me guio a través de la sala. Faltaba poco para que finalmente nos fuéramos.
―Jess, desde que llegamos he querido preguntarte algo. No iba a hacerlo porque no sabía si te interesaría, pero no quería perder contacto contigo después de que Eli se vaya. Te considero como una hija propia y me pone triste que no pude estar contigo todos estos años ―inició ella con una mirada afable.
―Lo sé. A mí también.
―Así que, hay otro evento aquí que será en un par de meses. Es algo que hice yo cuando era más joven y me hubiera gustado hacerlo si hubiéramos continuado viviendo en Nueva York.
―¿Qué es?
―Un baile de debutantes.
―¿Qué? ―Enarqué las dos cejas―. ¿No se supone que es algo para adolescentes?
―En realidad, es para chicas de entre dieciséis y veintidós.
―Y yo cumplo veintidós pronto.
―Nunca se me olvida un cumpleaños.
―Gracias por recordar el mío.
―De nada. Aunque tendrías que ir a un par de clases de etiqueta y asistir a los ensayos del baile en sí con las demás, creo que sería divertido. Yo te ayudaría a prepararte, podríamos ir de compras y practicar, y principalmente sería una razón para pasar tiempo juntas ―explicó Aledis con la emoción marcada en sus facciones―. Además, necesitarías un acompañante y podrías llevar a Xove contigo. ¿No es genial?
Cruzamos el umbral de la puerta que separaba el salón del corredor que iba de vuelta al vestíbulo.
―Lo pensaré.
Ella me asfixió al darme un abrazo a pesar de que no acepté. Quizás lo hice en su imaginación.
―¡Sí! ¡Eres un amor!
La fiesta en el club fue catalogada como un éxito. Pasé tiempo de calidad con Elisia, eliminando la barrera de la distancia, y me divertí con Aledis y Xove. Luego regresamos agotados al apartamento. Era de noche. Tarde. Todos nos separamos y fuimos a dormir. Mi habitación era otra versión de un cuarto de invitados. Me cuestioné cuántos cuartos extra tenía Aledis. Muchos. Ahí entendí su necesidad de que estuviéramos todos juntos. Quizás se sentía un poco sola.
A la mañana siguiente, desperté temprano gracias a que estaba acostumbrada. A pesar de que tuve que vestirme con la misma ropa de ayer, me arreglé como pude y salí del cuarto, nerviosa. Un silencio sepulcral gobernaba el apartamento, excepto por los pasos que oí en el comedor.
A medida que caminé, el martilleo de mi corazón no paró, en cambio, reemplazó la inquietud por un cosquilleo. Xove estaba allí con una taza que desprendía un aroma a café. Por supuesto, él no lucía para nada mal, pese a que también vestía lo mismo que ayer al no haber traído ropa de repuesto. Tenía el cabello húmedo, rizándose de manera rebelde en la parte de atrás, y una sonrisa amplia que dibujó al percatarse de mi presencia.
―Espera, ¿todavía estoy soñando? ―masculló él, enterrando los ojos con desconfianza.
Le devolví el gesto e intenté asustarlo.
―Sí, soy la mujer de tus pesadillas.
―Es raro que estés despierta a esta hora.
Maldición, su voz sonaba tan ronca que podría beberla cada mañana igual que una adicta al café.
―¿Por qué?
―Antes podía haber un huracán y tú dormías sin ningún problema.
―Te alegrará averiguar que eso cambió cuando me mudé de vuelta a Nueva York ―recalqué ante su recordatorio de cómo solía quedarme a dormir en su antigua casa hacía una década―. Por otro lado, noto que tú te despiertas a la misma hora que las aves. ¿Qué harás? ¿Te unirás a su bandada? O, mejor dicho, banda.
―¿Se supone que debo reírme? No tengo arrepentimientos, dormilona ―me ofreció, señalando a la cafetera que reposaba sobre la encimera―. ¿Quieres un poco?
―No, desayunar tan temprano me hace sentir mal.
Él continuó recordando cosas.
―¿Después de todos estos años?
―Es una maldición. Es la forma del universo de decirme que debo quedarme en la cama.
―Tú solo quieres seguir durmiendo.
―¡Lo admito!
―Yo me acostumbré a tener horarios muy diferentes. A veces desayuno a las tres de la mañana ―informó Xove y lo compadecí.
―Eso es horrible.
―Es el precio de la carrera que elegí.
―Debes sufrir tanto.
―Lo sé.
Reímos.
―¿Eso es café negro? ¿Cómo tomas eso? ―rechacé, aproximándome hacia él.
―En una taza.
―Ah, ya veo, es oscuro, como tu alma.
―Y caliente, como yo ―afirmó él, guiñándome un ojo.
Le di un pequeño mordisco a mi labio inferior.
―No te halagues tanto.
―¿Qué? ¿Estoy mintiendo? ―consultó Xove, dejando su boca ligeramente entreabierta.
―Yo no voy a opinar al respecto. Me estás dando vergüenza ajena en este momento.
Agachó la cabeza.
―Cállate.
―No lo haré.
―Bien.
―Me pregunto qué otras cosas siguen siendo cómo antes.
―¿A qué te refieres? ―curioseé.
―¿Cuál es tu color favorito?
―¿Esa es tu gran pregunta? ¿La pregunta que te revelará qué se oculta en lo profundo de mi alma?
―Yo soy dueño de tu alma, ¿recuerdas?
―Kieron, esto es al revés. Yo soy la dueña de la tuya.
Él apoyó sus codos en la encimera, flexionando sus brazos, le dio un sorbo a su taza, y me miró.
―¿Cuál es tu color favorito?
―¿Cuál crees que es?
―Violeta ―adivinó él.
―¿Cómo lo sabes?
―Noto que lo usas muy seguido.
Me sonrojé al instante.
¿Lo notó?
―Me has visto solo un par de días.
―¿Acerté? ¿Lo sigue siguiendo?
―Sí ―acepté―. ¿Cuál es tu color favorito?
―Violeta.
El mío.
―¿Es una coincidencia?
―Del destino.
―Sí, claro.
―Además, es una combinación perfecta entre... ―inició y predije cómo iba a terminar la oración.
―Tus dos colores favoritos: rojo y azul. Lo recuerdo.
Silencio. Suave. Sutil. Bonito.
―Bien.
―¿Número preferido? ―inquirí, ocupando un turno.
―Cinco sigue siendo mi número de la suerte.
―Diez.
―Eso cambió ―destacó Xove.
―El uno se me hizo muy solitario.
Pasamos a la siguiente pregunta.
―¿Banda favorita?
―Videtur.
La emoción se apoderó de él.
―¿En serio?
―No, pero me gustó la cara que pusiste ―confesé con una carcajada―. Es Fleetwood Mac, obviamente.
―Siempre Stevie Nicks, ¿no?
―¿Qué te puedo decir?
―Lo que se te antoje ―propuso.
―¿Perros o gatos?
―Gatos. ¿No me has visto con Bob?
―Bobito ―corregí―. Perros.
―Si pudieras tener un superpoder, ¿cuál sería?
Fui realista al decir lo siguiente:
―Ser millonaria.
―Muy difícil, elige otro.
―No, tú hazlo.
―Ser invisible ―aseguró.
―Igual que antes.
Íbamos a continuar con la charla, no obstante, apareció Elisia en las escaleras, siendo acompañada por Aledis.
―¿Desayuno?
Ellas rechazaron la oferta de Xove.
―Ya se está haciendo tarde. Debería ir al aeropuerto ―mencionó Elisia algo apenada.
―Yo puedo llevarlas ―sugirió él.
Aledis se puso contenta.
―¡Excelente!
Dicho y hecho. Viajamos en el auto de Xove. Fue un viaje largo y ameno. Elegí sentarme al lado de mi madre en el asiento trasero en busca de aprovechar los últimos momentos que tendría con ella por un largo periodo. Esa parte siempre era difícil. Decir adiós nunca era fácil.
En cuanto arribamos al aeropuerto, Elisia solicitó que no la acompañáramos y nos despidiéramos al bajar del vehículo. Aguardé, reposando sobre el coche, durante la despedida de ella con Aledis. Xove se ocupó de sacar el equipaje del maletero. Él se colocó a mi lado apenas terminó y golpeó mi hombro con el suyo.
―¿En qué estás pensando?
―Odio los aeropuertos.
―Yo también. Tú dime primero por qué.
―Despedidas. ¿Tú?
―Aviones.
Quise reír. No estaba de humor.
―En que jamás logré acostumbrarme a esto ―respondí sin muchos ánimos.
―¿Realmente la extrañas?
―Llámame lo que quieras, sí. Sé que es difícil para ella también. Por ejemplo, cuando una de las dos se enferma, por más que sea una gripe normal, nos hace dar cuenta de que no podemos simplemente ir a visitarnos. Los pasajes de avión son caros y lo demás es complicado.
―Eso no es malo―consoló Xove, suavizando su voz.
Tiré la cabeza para atrás con la intención de contemplarlo.
―¿Y qué es?
―Sincero.
La palabra fue reconfortante.
―Y me recuerda que es una de las razones por las que yo también evito tener alguna relación ―confesó él y supe que no fue sencillo―. Si es así de difícil con la familia, imagina con la persona que quieres. Con las giras que vienen y el resto de las cosas que están implicadas en mi carrera, sería más que complicado. No podría hacerle eso a alguien.
Aquello me hizo entenderlo un poco más.
―Es comprensible.
Acto seguido, Elisia se encaminó hacia nosotros y nos enderezamos. Aledis permaneció detrás de ella. Imaginé que diría algo sentimental, sin embargo, soltó lo siguiente:
―En serio tienes que arreglarte ese pelo, Xove ―retó en broma, provocando que se nos escapara una risa, y se defendió.
―Juro que lo hago, solo que tiene vida propia.
―Está bien ―calmó Elisia y me dio un vistazo―. ¿La vas a cuidar?
―Mejor que a mi propia vida ―aseguró él y casi me sonrojé sin motivo aparente.
A continuación, resoplé, conteniendo las lágrimas instantáneas que pretendían emerger. Tocaba nuestra despedida. No había mucho más de lo que charlar. Nos fundimos en un abrazo. Elisia procedió a darme recordatorios acerca de que debía abrigarme, cómo tenía que comer, y que no olvidara llamarla. Yo me limité a decir que sí a todo hasta que tuvo que irse.
Los tres saludamos a mi madre hasta que ella se dio vuelta y comencé a llorar como un bebé a plena luz del día. Nadie me juzgó. Había otras personas despidiéndose y llorando de la misma forma. Entonces, giré y me encontré con un abrazo. Xove. Luego, Aledis se unió. Fue agradable. Se había terminado aquel fin de semana alocado. Lo que quedaba ahora era un mar de posibilidades impredecibles.
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