5 | World record
🎶 XOVE 🎶
Me costó quedarme quieto en un solo lugar. No entendía qué estaba pasando conmigo. La espera hacía que quisiera sentarme frente a un reloj para asegurarme de que los segundos pasaban como siempre y no fuera parte de mi imaginación el hecho de que sentía que las horas pasaban más lento.
Era extraño. No recordaba haber estado tan ansioso de ir a una simple cena. No podía esperar a que el atardecer prendiera fuego el cielo y el sol cayera en el horizonte para poder ir a la casa de Jess. Parecía que tenía mucho tiempo que ganar y recuperar luego de incontables pérdidas y años de vivir con el vacío que dejó cuando dejamos de ser amigos, sin embargo, también parecía que no había pasado ni un segundo desde la última vez que nos vimos en aquel apartamento que no volví a pisar.
Por eso decidí adelantarme. A pesar de que estaba un poco oxidado respecto a las formalidades de las cenas que no tenían que ver con negocios o citas casuales, no quería dar una mala impresión. Nuestros dos encuentros fueron un poco desastrosos, así que no deseaba meter la pata otra vez.
Me tomé unas horas libres después de trabajar por meses sin un descanso. En consecuencia, me escabullí de nuevo a mi habitación de hotel con la agilidad de un superhéroe invisible para encontrar algo decente en mis maletas.
Más tarde, recorrí la ciudad en busca de comprar algo decente. Era grosero no llevar nada a una cena, según mi limitada experiencia. No se me ocurrió nada hasta que fui a varias pastelerías para encontrar los pastelitos perfectos que le mencioné a ella la noche anterior. También compré algo que el vendedor me juró que era vino sin alcohol como parte de una broma interna acerca de lo que sucedió en el bar del hotel. Esperaba que fuera suficiente.
Llegué a la casa de Jess y estacioné el coche frente a su edificio. Me había costado encontrarlo. A pesar de que ya había ido una vez, estuve muy distraído para recordar el trayecto, y ella tuvo que dictarme la dirección a través de la llamada telefónica que compartimos para que no la olvidara de casualidad. Tardaría en acostumbrarme de nuevo a las calles de Nueva York.
Las farolas del vecindario y las luces encendidas de las ventanas de los hogares le daban un aspecto acogedor al lugar por más que la noche comenzaba a caer. Las hojas verdes de los árboles resplandecían junto con las flores de estación. Todavía hacía un poco de frío ante el repentino abandono del invierno, pero aquel vecindario parecía sacado de película con sus construcciones coloridas, tiendas pequeñas llenas de artesanías, y escasez de tránsito. No me sorprendía que Jess escogiera un sitio así para vivir. En fin, me adelanté a acercarme al edificio para tocar el timbre de su apartamento y aguardar a que ella me contestara a través del mismo.
―¿Puedo subir?
Un suspiro.
―¿Quién eres?
Su voz sonó un poco distorsionada, aun así, supe que era Jess.
―¿Esto otra vez? ¡Soy Xove! ¿A quién más estás esperando?
Pude oír voces en el fondo. Risas. Jess trató de silenciarlas.
―A alguien con una mejor actitud.
Apoyé el antebrazo en la pared para que me escuchara bien.
―¡Traje pastelitos! ―notifiqué con la intención de que perdonara mi rudeza accidental.
―¡Ya voy!
Sonreí antes de que se cortara la comunicación. Esperé a mi anfitriona con la espalda pegada a la pared y ella llegó unos minutos después. Se había rizado el pelo, no demasiado. Fue lo primero que noté más allá de que tenía puesto un vestido con margaritas sobre una camiseta amarilla de mangas largas, unas botas marrones de cuero, y unos aretes sencillos que adornaban sus orejas. Me aclaré la garganta, un poco nervioso, mientras abría la puerta y me regalaba una sonrisa gigante a través del cristal que te permitía ver el vestíbulo.
―¿Dónde están los pastelitos? ―preguntó, sosteniendo la puerta con una palma, sin dejarme entrar.
Saqué la bonita caja púrpura que había sido cerrada con un moño que escondí detrás de mí en cuanto la vi.
―En tus manos.
Jess estiró las manos para arrebatarme la caja a la vez que mantenía la puerta abierta con su cadera.
―Dame, dame.
Alcé el brazo, sosteniendo la caja con una mano, y me incliné un poco hacia la interesada.
―¿Esta es la forma correcta de recibir a tu invitado?
Hizo pucheros ante la perdida de sus pastelitos y después enfocó sus ojos en los míos ante mi tono burlón.
―Lo siento. Eso fue muy desconsiderado de mi parte. ¿Dónde están mis modales?
Suspiré, pretendiendo que me dolió su falta de cortesía, y me quedé congelado cuando se acercó en puntas de pie para darme un beso en la mejilla como saludo y luego se apartó como si nada. Fui incapaz de mostrarme indiferente. Fue un saludo al que estaba acostumbrado, no obstante, hizo que colapsara mi sistema nervioso.
―Te perdono ―aseguré y le cedí la caja de pastelitos. Se emocionó más por el postre que por mi visita. No me molestó, simplemente me causó gracia.
―Y yo a ti.
―Gracias. ¿Tendrías la amabilidad de decirme qué hice?
―Tú sabes qué ―dijo a la vez que abría un poco la caja para espiar y ver el contenido.
―Lamento decirte que no. Mis poderes de adivinación han decaído últimamente.
―Te daré tiempo para pensarlo.
Le mostré la botella.
―Traje esto. ¿Ayuda?
―Uy. ¿No tiene alcohol? ―Leyó la etiqueta a lo lejos―. Me gusta, pero Claire y Lizzie te odiarán.
―¿Quiénes?
―Ya las conocerás. Entra antes de que los paparazzi se den cuenta de que estás aquí.
Puse los ojos en blanco en simultáneo que ingresaba al edificio después de Jess. La puerta se cerró por sí sola.
―Ja, ja, soy famoso. Es tan gracioso. Deberías escribir sitcoms.
Después de pasar un breve pasillo con azulejos blancos y negros, llegamos a las escaleras. Por más que había un ascensor, Jess decidió no tomarlo y yo no protesté. Los ascensores rápidamente adquirieron un nuevo significado para nosotros, en especial cuando estábamos solos. Sería mejor evitarlos por un tiempo.
―Y tú deberías decirme qué estás haciendo aquí tan temprano ―comentó apenas subimos el primer escalón con la intención de fingir que no vaciló.
―Creí que necesitarás ayuda, ya sabes, preparándote para la guerra nuclear que desatarán nuestras madres cuando lleguen.
―Eso es muy amable de tu parte.
―Lo sé.
―¿Dije humilde también?
―No, de hecho, no.
―Y no tenías que preocuparte. Ya tenía todo bajo control con la Operación Mayordomo.
―¿Operación Mayordomo? ―repetí, confundido.
―Es algo que hacemos con mis amigas. Cada vez que viene un familiar, amigo, o novio a la casa por primera vez, todas nos ponemos a limpiar y a acomodar las cosas para que quede presentable. Operación Mayordomo es el nombre en código que le pusimos por diversión.
―Inteligente.
La esquina derecha de sus labios se arqueó mientras me miraba de reojo.
―Lo sé ―aseveró con el mismo tono que utilicé antes.
Seguimos subiendo las escaleras. Lento. Fuimos tan despacio que parecía que tratábamos de alargar el trayecto al propósito para continuar charlando en privado antes de que la multitud nos llevara a extremos opuestos.
―¿Hay algo más que debería saber antes de entrar?
―No esperes nada elegante. La comida puede tardar porque estamos muy lejos de ser un restaurante de cinco estrellas. Y mis amigas, todas ellas, saben.
―¿Sobre qué? ―inquirí.
Su expresión nerviosa me dijo todo.
―Saben.
Ellas sabían sobre nosotros.
―Oh.
―Y te juzgarán.
―¿Por qué?
―Puede que no tenga un padre sobreprotector, pero tengo amigas que te juzgarán como si estuviéramos en la Corte Suprema de Justicia ―advirtió ella, ligeramente orgullosa.
A pesar de que sentí la presión respirándome en la nuca por alguna razón, dije:
―¿Qué puedo hacer para impresionarlas?
Jess se encogió de hombros.
―Nada, solo sé tú mismo.
Su elección de palabras capturó mi atención.
―¿Porque soy impresionante? ―pregunté, rozando su brazo con el mío.
Su pecho subió y bajó con notoriedad.
―Yo no dije nada, esa es una conclusión a la que tú llegaste.
Insistí en broma.
―¿Acerté?
Dio una vuelta juguetona al llegar al piso indicado.
―¿Quién sabe?
Su apartamento se ubicaba en el fondo de un pasillo con puertas idénticas y blancas, la única excepción era la suya con su puerta pintada de lila. Nos paramos frente a ella en silencio. El sonido suave de la música traspasaba la madera al igual que las voces y las pisadas.
―¡Actúen con normalidad!
―Lo dices como si no fuéramos normales.
―Solo hagan silencio, detecto movimiento.
―Esta cena va a salir tan mal.
Jess me contempló como si estuviera un poco avergonzada.
―No escuchaste nada de eso, ¿no? ―consultó, sonrojada.
Fingí para que no se sintiera mal. No tenía razones para sentirse mal o avergonzada.
―No tengo idea de qué hablas.
Me creyó y lo demostró con un asentimiento.
―De acuerdo.
Como supuse que ya estaba abierta, entramos sin la necesidad de que ella buscara las llaves. Oí que varias personas corrieron en el instante en que pusimos un pie en el apartamento. Las cuatro amigas de Jess se habían desplazado en distintas áreas, simulando que no tenían la respiración agitada por haber corrido y no nos prestaban atención. Me sorprendí cuando el único individuo que nos recibió fue una niña parada en la entrada.
―Buenas noches, bienvenido a nuestro humilde morado ―saludó, aunque estaba bastante seguro de que quiso decir "nuestra humilde morada"―. ¿Puedo tomar tu chaqueta?
―Ese es un buen ejemplo de cómo recibes a tu invitado ―le susurré a Jess en broma.
Su nariz se arrugó, entre tanto, me hablaba con un tono falso.
―Él se va a quedar con la chaqueta puesta, afuera hace mucho frío, ¿no?
Entrecerré los ojos y me quité la chaqueta.
―¿Puedes decirme dónde debo ponerla?
La niña señaló al perchero localizado junto a la entrada y la colgué ahí.
―Soy Xove, mucho gusto ―añadí para igualar la formalidad tierna con la que hablaba.
―¿Eres mi tío?
Casi me atraganté con mi propia saliva.
―¿Qué?
―Jess como una tía para mí y, si tú eres su novio, eso te hace mi tío, ¿verdad? ―planteó la niña―. Nunca tuve uno.
Jess y yo nos miramos por unos segundos y reímos.
―Gracie, él no es mi novio. Es solo un amigo.
Gracie se decepcionó.
―¿Entonces por qué pasaste media hora tratando de decidir qué ponerte?
―Yo no hice tal cosa ―afirmó Jess, dirigiéndose hacia mí.
―Yo, sí.
―Entonces, ¿eres su novio? ―insistió Gracie.
Me pasé una mano por el pelo.
―Lamentablemente, no.
―Si lo lamentas, ¿por qué no lo eres?
Mi cerebro se quedó en blanco.
―Gracie, dale un momento para respirar ―intervino Jess sin saber qué hacer en aquella situación bizarra―. Ya te dije que es un amigo.
―Es triste. Ella nunca ha tenido uno. Hasta yo tuve uno, se llamaba Charlie y compartíamos crayones. Nos separamos antes del recreo. Fue una decisión mutua.
―Por supuesto ―solté sin tener la menor idea de qué decir y Jess llamó a la mujer que acababa de salir del pasillo en la otra punta del apartamento para que viniera.
―¿No se ha pasado tu hora de dormir, Gracie?
―¡Todavía me quedan diez minutos!
―Igual que a mí de vida ―murmuró Jess, exhausta.
Aunque ella le pidió solo a una que se acercara, todas sus amigas abandonaron sus posiciones para presentarse.
―Chicas, él es Xove Kieron.
―¡Hola, Xove! ―saludaron a coro con un tono que exponía el hecho de que estaban al tanto de todo y les devolví el saludo como pude.
Jess se apoderó de las presentaciones una vez más.
―Ellas son Claire Pearson, Tracy Wang, Myleen Granville y Lizzie Daham.
Procuré recordar los nombres.
Gracie tosió.
―Y Grace Wang, claro.
―Hemos oído mucho sobre ti ―mencionó Lizzie, intercambiando una mirada con Jess a pesar de que se refería a mí.
Me dio curiosidad saber qué cosas podría haber dicho sobre mí.
―¿Mucho?
―Solo un poquito ―aseguró Jess, intentando quitarle importancia.
Crucé mis brazos y giré para observarla.
―¿Cómo qué?
Ella rio como si una risa bastaría para confundirnos y cambiar de tema.
―Esto es una cena. ¿Por qué estamos hablando cuando deberíamos estar comiendo?
―Sí, acerca de eso... ―inició Tracy con nerviosismo y Myleen se adelantó a decir lo que ella no se atrevía.
―Ella quemó todo.
―¡Al menos yo intenté hacer algo!
―¿No tenemos comida? ―preguntó Jess, desesperada, y Tracy negó con la cabeza―. ¿Quién cena sin comida?
Claire hizo una mueca.
―Nosotras.
Noté que Jess comenzaba a frustrarse.
―Nuestras madres van a llegar en cualquier minuto. Esta noche está arruinada. ¡El mundo está arruinado! ¡Los glaciares se derriten, los pingüinos se quedan sin hogar, y nosotros no tenemos nada para cenar!
Tracy arrugó su expresión.
―No creo que comparar este fiasco con problemas globales sea algo apropiado.
Jess se defendió.
―Te he visto llorar porque no podías conseguir un buen café. ¡Dos veces!
―No puedo negar eso. Todas las testigos están aquí ―soltó Tracy luego de haber aguantado la respiración como si eso la ayudara a inventar una justificación.
―No importa quién tiene razón. Estamos arruinadas.
La conversación ya iba por terrenos sombríos cuando de pronto Gracie volvió a hablar.
―¿Somos pobres? ¿Tengo que vender mis juguetes?
Jess palideció. Tracy frunció el ceño. Myleen soltó una fuerte carcajada. Lizzie balanceó la cabeza, estando entre «sí» y «no». Claire no dejó de estudiar cada uno de mis movimientos igual que una pantera. Me quedé bien quieto, fingiendo que no lo notaba.
―Mira, estás asustando a la niña ―acusó Tracy.
En consecuencia, Jess tuvo que agacharse a la altura de Gracie.
―No estamos arruinadas.
―Seamos francas, tampoco ganaremos la lotería pronto ―comentó Lizzie.
―Pero sobrevivimos.
―Así que, no te preocupes ―le comunicó Tracy a su hija―. Nadie tiene que vender sus juguetes.
Myleen pensó en voz alta.
―Solo porque ninguna de nosotras tiene juguetes.
―¡Nos estamos desviando del tema! ―exclamó Jess, cortando la espiral en la que caían.
Quise solucionar las cosas o, por lo menos, ayudar.
―Estoy seguro de que podemos pedir a domicilio.
―Pero no es lo mismo, tenía todo planeado, los platos, los temas de conversación, y los cisnes. Era perfecto.
―¿Los cisnes?
―Puedo doblar las servilletas para que parezcan cisnes ―confesó ella, apretando los labios como si no quisiera sonreír por una tontería.
―Ese es un talento inesperado ―dije y me dio un golpe en el hombro―. Y no importa qué comamos o no comamos, en ese caso. Todos vinimos aquí por una razón.
―¿Cuál? ¿Una ensalada?
―No, tú, Jess. Al menos yo lo hice.
Por más que solo me importaba la respuesta de Jess, noté que sus amigas se rieron por lo bajo como si estuviéramos en la primaria.
―Él vino por ella ―oí que le murmuró Myleen a Claire, entretenida.
Gracie, quien no me di cuenta de que desapareció en algún momento, regresó corriendo para saltar en dirección a Tracy.
―¡Mami, deberíamos llamar a Weiss!
―Grace, cariño, él debe estar ocupado, siendo tosco y vendiendo su alma a la mitad de Manhattan.
De pronto, Jess salió corriendo hacia el teléfono de línea para marcar un número.
―¡No! ¡Ella tiene razón! ¡Necesitamos a Weiss!
Hundí mis cejas, quedándome solo, a medida que todas las demás se dispersaban de nuevo.
―¿Qué diablos es un Weiss?
―¡Lenguaje! ―gritaron todas a la vez.
Gracie rio, arrugando la nariz, como si le pareciera gracioso.
―Ahora mismo, Weiss es mi dios y yo soy la fundadora de su primer templo ―contestó Jess a medida que esperaba que la atendiera―. ¡Hola!
Tracy se fue a la cocina con la caja de pastelitos junto con Lizzie, quien me arrebató la botella con una sonrisa después de decir que debía confiscarla. Myleen agarró un libro gigante de medicina y se la pasó caminando por apartamento mientras leía el tomo. Como no sabía qué hacer, me senté en el sofá que había en medio de la sala. Claire y Gracie me rodearon igual que un par de policías en un interrogatorio, ocupando un lugar a cada lado.
―Iremos directo al grano ―inició la niña, imitando la postura de Claire, y apoyó sus codos en sus rodillas.
―Así será la cosa: nosotras haremos preguntas, tú las respondes con honestidad y nadie saldrá herido.
Iba a pedirle el rescate a Jess, sin embargo, ella parecía muy ocupada con el tal Weiss.
¿Quién era ese tipo?
―¿Por qué tengo el presentimiento de que no es la primera vez que hacen esto?
―Es el procedimiento estándar ―informó Claire.
Intenté bromear al respecto y señalé a la televisión que estaba encendida y plasmaba el canal de noticias.
―¿Para qué? ¿Ver la televisión?
En esa ocasión, Gracie intervino.
―¿Qué quieres para tu futuro, Xove?
Arqueé una ceja, cuestionándome por qué una niña de cinco años me preguntaba eso con tanta seriedad.
―Ahora mismo es salir de esta conversación porque me está poniendo ligeramente incómodo.
―Me temo que eso no será posible ―avisó Claire―. ¿Cuál es tu plan de vida?
Miré de nuevo a Jess. Seguía ocupada hablando por teléfono.
―¿De qué pueden estar hablando que es tan interesante?
Claire chasqueó los dedos para que me concentrara.
―Claramente, no tú.
―Eso fue rudo, tía Claire ―retó Gracie.
Concordé con ella y luego me vi intimidado por la expresión de Claire. No me atreví a llamarla por su nombre.
―Sí, eso fue rudo, Pearson.
―¡Gracie! ¡Es hora de dormir! ―llamó Tracy a la distancia.
Gracie se levantó de un salto antes de irse.
―¡Ups! La policía buena se va. Fue un gusto conocerte.
Claire y yo quedamos solos.
―¿Por qué lo dijo como si yo no fuera a salir vivo de este apartamento?
―No estoy loca, solo quiero ver qué clase de persona eres ―resumió Claire y realizó un movimiento con su cabeza para apuntar a Jess―. Ya sabes, no por tu supervivencia, sino por el bien de ya sabes quién.
Entendí el origen de nuestra charla extraña y atípica. Ella estaba intentando proteger a Jess. No me conocía, simplemente había oído lo que le había contado Jess, lo que no tenía idea de qué podía ser, sin embargo, parecía del tipo de persona que juzgaba a los otros bajo su propio criterio y fue mi turno de ser juzgado. Aun así, me agradó que quisiera cuidar a su amiga.
―Entonces, estamos bien ―dictaminé―. No te voy a mentir, no soy perfecto, pero puedo intentar serlo si tengo una buena razón para ello. Y, no interesa qué clase de persona soy, sabes cómo es Jess y, por lo que he visto, ella sigue siendo igual de fuerte que cuando la conocía.
―Eres bueno con las palabras.
―Escribo canciones para vivir.
―Lo que yo hago para vivir te daría pesadillas de por vida.
―Te creo.
―Más te vale.
―No debes preocuparte por mí. No tengo intención de lastimarla. Además, solo somos amigos.
―Claro.
―No soy un Chad.
―¿Ella te contó sobre él?
―Sí, lo odio.
Por fin le saqué algo parecido a una sonrisa gracias al idiota que del que Jess me habló en el bar del hotel.
―¡Yo también!
―¿Qué le vio?
―Y ni siquiera lo has visto en persona. Yo, sí.
De repente, alguien soltó un chillido de pavor.
―¡Esto no tiene alcohol! ―exclamó Lizzie desde la cocina con la botella en la mano―. ¿Qué clase de vino no tiene alcohol?
Volví a respirar luego de creer que tendría que llamar a una ambulancia.
Entonces Jess cortó la llamada y vino en dirección al sofá. Se me cortó la respiración de nuevo.
―Todo está solucionado. Weiss vendrá.
―Todavía no tengo idea de quién es ―comenté.
―Es un amigo.
¿Como yo?, pregunté en mi interior y no en voz alta, ya que no tenía derecho a decirlo en voz alta.
―Y un chef ―agregó Jess.
―Impresionante.
―Sí.
Claire nos observó con diversión antes de ponerse de pie.
―Iré a buscar una copa de vino de verdad, no el que trajo Pinocho.
―¿Qué? ―pregunté y reí al final―. Ah, ya entendí.
Jess se sentó junto a mí.
―Me alegra que se lleven bien.
Tomé uno de los cojines y lo abracé, aburrido.
―Pensé que esto se iba a convertir en una escena del crimen.
―Yo también ―confesó Jess y se esforzó para cambiar su expresión―. ¡Pero no lo hizo! Eso es bueno, ¿no?
―Sí, creo que es algo bueno que siga respirando.
Me alegró tener otro momento relajado.
―¿Qué te parece mi apartamento, Hollywood?
―No lo sé, no lo he visto por completo.
―¿Qué quieres ver?
―Tu cuarto ―dije solo para ponerla nerviosa.
Me gustaba el color rosa que bañaba sus mejillas cuando sucedía. Ninguna fotografía, pintura, o escultura sería capaz de capturarlo como lucía en vivo y en directo.
―Esa zona está prohibida para ti.
―¿Por qué?
―Porque es un desastre y porque me prometí que nunca más volvería a estar en un dormitorio contigo a solas ―explicó ella por lo bajo.
―¿Por qué? ¿Temes que no puedas controlarte, Miss Broadway?
―No, pero es mejor evitar cometer más errores.
La palabra «errores» me tomó por sorpresa. No pude disimularlo. Aun así, rebusqué en mi interior para encontrar una explicación. Los dos habíamos dicho que fue un error. No debería afectarme.
―Tienes razón ―aseguré para que no se percatara de ello―. Y me gusta tu apartamento o lo que he visto de él.
―Gracias.
―¿Todavía sigues nerviosa por la cena?
―¿Tú no lo estás?
―Estoy aterrado.
―Es bueno saber que no estoy sola en esto ―dijo, inclinando su cabeza ligeramente en mi dirección al sonreír.
―No lo estás.
Las cuatro amigas de Jess se reunieron y decidieron sentarse en el sofá. Tuve que poner mis dos brazos sobre mi regazo porque me volvía loco la idea de que mi brazo rozara el de Jess otra vez.
―¿Qué hacemos esta noche? ―preguntó Lizzie.
Myleen cerró su libro.
―Todos los fines de semana preguntas lo mismo y todos los fines de semana hacemos lo mismo.
―No es mi culpa que no tengan imaginación.
―Si yo usara imaginación en la vida real, estaría en prisión ―declaró Claire con una copa de vino tinto en la mano.
―¡Lo sabemos!
―Bueno, no estamos atrapadas en un bucle temporal, podemos hacer algo alocado que nos saque de nuestras rutinas ―dictaminó Tracy, comiendo un pastelito―. ¡Ya sé!
―No vamos a intentar hacer la pizza más grande del mundo. No otra vez.
―¿Otra vez?
Tracy se emocionó ante mi pregunta.
―Cada semana intento romper un récord mundial, solo por diversión.
―Sí, y cada semana, casi llamamos a los bomberos ―le recordó Lizzie.
―¡No es mi culpa que el horno no soporte la temperatura a la que se cocina mi genialidad!
―En caso de que te preguntes cómo se quemó la cena en menos de cinco minutos, ahí tienes la respuesta ―me explicó Jess.
―Entonces...
―Entonces, en nombre de la seguridad del edificio y mi imperativa necesidad de evitar limpiar el apartamento por unos días, nos quedaremos y haremos lo mismo de cada semana ―propuso Lizzie con cansancio.
A Jess no pareció molestarle la idea. Yo sentía que se habían olvidado por completo de mi presencia, pero no en el mal sentido, sino que prosiguieron con comodidad, como si no fuera mi primera visita.
―¿Alguna película que tengan en mente?
―¡Oh! ¡Podemos ver la grabación de la duodenopancreatectomía! ―ofreció Myleen.
Claire negó con la cabeza.
―O podemos ver a nuestro querido amigo, Hannibal Lecter, para cenar.
―De acuerdo. ¿Alguien tiene alguna opción que no implique todos los horrores imaginables juntos? ―solicitó Jess de nuevo.
Hicimos una pausa para pensar en las posibilidades y, de repente, se escuchó que alguien golpeaba la puerta antes de entrar con un juego de llaves en una mano y varias bolsas de provisiones en la otra.
―Ahí está la mía ―dijo Tracy y todas voltearon para saludar al hombre que entró con toda la confianza del mundo.
―No se levanten. Solo soy yo.
Tracy fue la única que se puso de pie para ir en su dirección.
―Menos mal, ya estaba por ir a buscar la sartén para golpearte la cabeza.
Él solo se enfocó en ella.
―Y apuesto a que la sartén apreciaría que la usarán para algo de vez en cuando ―dijo con tosquedad y ella sonrió.
―Gracioso, tu cama dice lo mismo sobre ti.
Weiss amenazó con darse la vuelta. Todos oíamos su conversación. Hablaban muy rápido, como si estuvieran conectados para responder a lo que decía el otro a la perfección.
―Me voy.
―¡No! ¡Vuelve! ―pidió con dramatismo―. No querrás que muramos de inanición y luego nuestros fantasmas hambrientos te persigan por las noches pidiendo que nos hagas otra hamburguesa.
Se escuchó un gruñido de mala gana.
―Bien.
Ella nos dio un vistazo antes de reanudar su charla.
―Soy irresistible para él.
Aunque sonrió, sus palabras se mantuvieron frías.
―No hagas que me arrepienta.
―No, Weissy, no puedes cocinar sin la camisa puesta.
―¿Por qué accedí a venir aquí? ―Él rodó los ojos.
―Porque nos amas ―respondió ella, alargando la última palabra.
Al final, tuvo que ir para cerrar la puerta que había quedado entreabierta.
―Deberían tener más cuidado. Cualquiera puede entrar.
―Sí, por eso, además de instalar una serie de calabozos y trampas, también adoptamos un dragón y te dimos una llave. Al menos sabemos que eres tú.
No transcurrieron ni cinco segundos y Gracie apareció corriendo y fue directo hacia él para darle un abrazo con una sonrisa gigante.
―¡Weiss!
―Apenas entré con un poco de comida y ya estoy siendo atacado por minihumanos ―dijo Weiss sin tener brazos libres para defenderse.
―Sí, oí que son una plaga estos días. Hay millones en el mundo y te comerán vivo si no los alimentas a diario con películas animadas de Disney y caramelos de todos los colores.
Gracie se plantó entre ellos, admirando cómo hablaban igual que el resto de nosotros.
―¿Tú eres uno de ellos?
―Este es un pésimo servicio al cliente ―protestó Tracy―. Presentaré una queja oficial.
―Ni siquiera me estás pagando.
―Y yo que creí que nuestra compañía era paga suficiente. ¿Qué pasa con todo el encanto que te di gratis?
―¿Viniste a cocinar? ―le preguntó Gracie a Weiss, intentando averiguar qué había en las bolsas que trajo.
A pesar de su aspecto tosco, fue amable con la niña.
―Sí, porque aparentemente ahora soy su chef a domicilio.
A ella le fascinó la noción.
―¡Genial! ¿Me puedes hacer unos gofres?
―Por supuesto ―contestó Weiss sin luchar―. ¿Alguna vez te dijeron lo mucho que te pareces a tu madre?
Gracie lo tomó como un cumplido antes de encaminarse hacia la cocina con ansias.
―Gracias.
―Ella no es como tú. Sarcasmo no es su primer lenguaje ―le comentó Tracy y él entrecerró los ojos.
―Le enseñaré solo para molestarte.
Ellos se dirigieron a la cocina. Todos fingimos que estábamos mirando la televisión. Ahí me di cuenta de que ser chismoso era contagioso. Weiss saludó a las dueñas del apartamento con un ademán y se detuvo para mirarme extraño, como si fuera un objeto que no pertenecía a la decoración del lugar, y al final pareció decidir que era mejor no preguntar.
―Gracias por venir.
Hubo un silencio sublime.
―De nada.
Weiss colocó las bolsas de compras en la encimera.
―Aprecio todo esto, pero te arrancaré un brazo si me dices que ahí hay una olla llena de oro que encontraste al final de un arcoíris en vez de algo comestible.
―Solo dime qué quieres que haga ―cedió él, mirándola de costado.
―Ese es mi cascarrabias sumiso favorito.
Gracie se esforzó para mover una silla y escalarla para llegar a la encimera y estar a la misma altura que ellos.
―¿Puedo ayudarlo a cocinar?
―No lo sé, Gracie, es tarde ―notificó Tracy, rodeándola para que no se cayera ni por accidente.
―Pero mañana no será lunes.
Tuvo que pensarlo.
―Solo por un ratito.
Recién ahí volteé para ver a Jess, quien había apoyado su mentón sobre el brazo que tenía tendido sobre el sofá mientras los contemplaba con admiración y ahora volteaba con pena.
―¡Estoy tan soltera!
―Eso tiene solución ―comenté antes de pensar y fue un error de novato.
―¿Qué estás ofreciendo exactamente, Xove Kieron?
Volví a sentirme observado por cada uno de los individuos del sofá.
―Sí, ¿qué estás ofreciendo? ―inquirió Myleen y su pregunta confirmó que no estaba siendo paranoico. En efecto, me estaban observando.
―Estaba exponiendo un hecho. Yo no... yo no...
Claire se levantó con su copa de vino tras vaciarla.
―De acuerdo. Deberíamos darles algo de espacio para que el hombre pueda encontrar sus neuronas y luego una respuesta.
Todas se fueron dispersando una por una, excepto Jess.
―¡Mis neuronas están donde pertenecen! ―me defendí un poco tarde.
Yo solo quería agradarles, sin embargo, como dije, me costaba encontrar mi lugar cuando estaba entre tantas personas. Sentía que se me enredaba la lengua, mi mente se teñía de blanco, y simplemente me quedaba paralizado. Un poco patético, lo sabía. Estaba trabajando en ello.
―Ellas están bromeando. ¿Estás bien?
Asentí.
―Sí, solo no soy bueno con grupos.
―¿Tú? ―planteó Jess, sorprendida―. Eres el vocalista de una banda.
―Sí, pero canto, no hablo.
Me entendió sin hacer más preguntas.
―Lógico.
―¿Tú estás más tranquila? ―quise saber.
―Sí. Hasta que la cena de verdad comience.
―Si estamos en problemas, puedo pretender que estoy teniendo una reacción alérgica a la comida.
―¡Mi héroe! ―exclamó, divertida.
―¿Tú harías lo mismo por mí?
―Sin dudas.
Las carcajadas de la cocina llamaron nuestra atención.
―¿No te encanta?
Me limité a contemplar a Jess.
―¿Qué cosa?
Ella siguió embobada con la imagen tierna que formaban Tracy, Weiss y Gracie.
―El amor.
―¿Por qué lo dices? ―curioseé.
―Ellos.
―¿Están saliendo?
―No, son amigos ―informó con pesar.
―No entiendo.
―Son amigos. Aun así, es muy obvio que están enamorados.
―¿Tan obvio que ni siquiera ellos lo saben? ―bufé y me enfrentó.
―Solo sé que terminarán juntos. Puede que tarden años, pero al final el amor verdadero siempre gana.
―Si crees en él.
Me perdí en el brillo de sus ojos.
―Yo lo hago. ¿Tú no?
―Te avisaré cuando lo encuentre.
―Esperaré.
Me aclaré la garganta.
―Si crees que deben estar juntos y eres básicamente una adicta al romance, ¿por qué no tratas de juntarlos?
―No, dejaré que el destino haga su trabajo.
―¿Por qué?
Se encogió de hombros.
―Porque así sabes que estaba destinado a suceder.
Estábamos bien justo cuando el timbre resonó en el apartamento. Llegaron.
Jess saltó del sofá como un soldado ante la llegada de un sargento.
―¡Freddy Krueger y Michael Myers están aquí! ―alertó, refiriéndose a Elisia y Aledis―. ¡Todos vayan a sus puestos!
Sus amigas corretearon para abandonar sus posiciones actuales y arreglarse. Yo me levanté despacio sin entender el protocolo que debía seguir.
―Nombres en clave. Astuta.
Ella exhaló con dramatismo.
―¿Se te ocurren unos mejores?
―No, pero ahora noto una pizca de oscuridad debajo de esas nubes soleadas igual que el Grinch cuando era un bebé ―bromeé, estudiándola.
―Sí, soy un monstruo verde y sin corazón. Ahora ayúdame a esconderme de mi creadora.
―¿Te refieres a tu madre?
―No la nombres.
―Ya está aquí.
―Olvídalo. Es muy tarde.
Una duda siguió rondando en mi cabeza.
―¿Acaso has visto esas películas?
―No, los títulos de las películas de terror son suficientes para asustarme, solo que no tanto como ellas —confesó y comenzó a empujarme a través del apartamento sin una dirección en particular―. Ellas no saben que estás aquí. ¡Todavía tienes salvación! ¡Ve! ¡Cuéntales a tus nietos sobre mí!
Sus manos en mi espalda provocaron una corriente de calor que penetró hasta lo profundo, como si me estuviera marcando con hierro candente.
―Cuéntales tú misma.
Bajó los brazos de repente.
―Oye, soy una chica grande. Es como dijo Barbie. Puedo ser lo que quiera ser, eso incluye ser una cobarde. ¡Adiós!
Tomé su muñeca con sutileza para que no se fuera.
―¿Cómo te vas a ir? ¿Te tirarás por una ventana?
Se liberó sin mucho esfuerzo y procedió a acariciarse la misma muñeca con la otra mano. Tuve un efecto en ella. Me dio curiosidad saber cuál.
―¿Quién sabe? Tal vez descubrí cómo volar.
Agaché la cabeza.
―Lo descubriremos cuando te topes con el cemento.
Levantó la barbilla.
―Te tragarás tus palabras.
―Yo no, pero tú te tragarás algo más ―repliqué sin parpadear para no perderme ningún centímetro de su rostro.
―¿Qué?
―El piso.
En aquel momento volvimos a la realidad o, al menos, yo lo hice, y recordé que no era una conversación privada, no del todo. Cuando hablaba con ella, tenía la sensación de que éramos la brisa que corría por el césped de un campo silvestre y los demás se encontraban lejos, tanto que parecían quedar olvidados detrás de una ventana con una cortina y cada tanto, recordaba que estaban ahí.
Tuve que animarme a preguntar algo que no sabía si era muy personal.
―¿Por qué estás tan nerviosa?
―Es mi mamá. ―Jess movió los pies con nerviosismo e hizo que las puntas de sus zapatos chocaran―. La amo, pero no amo las mismas cosas que ella, no las que quiere para mi vida.
La acompañé con una mueca de resignación.
―Puedo identificarme con eso.
―Sí, lo noté.
―¿Me estás diciendo que todas las indirectas sobre matrimonio, hijos, y estudiar medicina no fueron parte de mi imaginación?
Cerró los ojos y curvó los labios hacia arriba.
―No.
Su sonrisa era como la fotografía que guardé en un relicario que antes solía llevar cerca de mi corazón y encontré después de años.
―No es fácil para ti tampoco, ¿verdad?
―Es más sencillo si finjo. Solo viene de visita por un par de días. No me gusta perder el tiempo peleando.
―Evitar el conflicto es una solución saludable ―bromeé.
―Es exactamente lo que le dije a mi terapeuta. Él no me entiende tan bien como tú.
―¿Vas a terapia?
―No, cuesta mucho dinero ―reveló, sincera, y no se olvidó de añadir una pequeña broma para quitarle peso al asunto―. Además, ya me encariñé con mis problemas emocionales. Viven conmigo hace años.
―No deberíamos hacer chistes sobre eso.
—No.
El timbre vibró de nuevo, repiqueteando contra nuestros oídos y nuestros viejos recuerdos pintados con crayones y empujones de columpios.
―¡Dejen de hacer el amor con palabras o lo que sea que estén haciendo y atiendan la puerta! ―susurró Myleen con un tono autoritario, cortándose el cuello con el dedo.
No hubo tiempo para nerviosismos.
―¡Y no deberíamos estar hablando, sino bajando las escaleras! ¿Para qué tienes pies si no los usas?
Permití que me arrastrara hasta la salida.
―Que conste que estoy siendo llevado contra mi voluntad. Muy pronto pondrán tu fotografía en los carteles de "los más buscados" ―bromeé, basando mis conocimientos en las películas de vaqueros.
Jess me liberó para poder abrir la salida.
―Bien, iré sola, pero, ¿quién dice que ya no estoy entre ellos?
―Tienes un lado oscuro.
―La luna estaría celosa de mí.
Todos deberían estarlo, pensé en secreto.
Mis pensamientos deberían venir con una correa para poder controlarlos. Aunque, si era sincero, ella parecía tenerla y con ello el control total de mi mente.
Esbocé una mueca de sorpresa falsa antes de que me cerrara la puerta en la cara. Luego, giré sobre mis talones con aires triunfales sin captar algo: me había encerrado a mí mismo en una jaula con un grupo que tenía más preguntas que la prensa local.
―¡Oye! ―dije, fingiendo demencia y yendo hacia Weiss―. ¿No necesitas ayuda?
Las amigas de Jess se amotinaron frente a mí, bloqueándome el paso y sentí que había vuelto al jardín de niños y yo era el alumno nuevo.
―¡Lo siento! ¡Él ya tiene una asistente! ―gritó Gracie desde la cocina.
Weiss apoyó su noción.
―Me temo que estás por tu cuenta.
Tracy concordó.
―Exacto. Todavía estamos tramitando y debatiendo la aprobación sobre tu presencia en nuestra vida.
Antes de que pudiera abrir la boca, Myleen intervino.
―Si estás en la vida de Jess, estás en nuestras vidas. La regla aplica para todo el grupo.
Me conmovió que su amistad no fuera mera palabrería. Sonaban genuinas. Todos necesitaban a una personal leal en sus vidas y Jess tenía más de cuatro. Era una afortunada.
―Y debemos advertirte que cualquier cosa que digas puede y probablemente será usado en tu contra ―se adelantó a recalcar Claire.
Apreté los labios.
―No creí que fuera a ser de cualquier otra forma. Bien, ¿qué tengo que hacer? ¿Llenar un cuestionario? ¿Hacer un pacto de sangre? ¿Saltar de un edificio?
Myleen frunció el ceño ante mi lista. Lizzie tanteó algunas de las opciones como posibilidades. Claire me mostró tres dedos, deseando que saltara de un edificio. Tracy fue la única con sentido común.
―Somos amigas, no la mafia.
―Bueno... ―soltó Lizzie, moviendo su cabeza con inseguridad, y Myleen le dio un codazo.
―No ayudas al caso.
Volviendo al tema, Claire mató el silencio.
―No tienes que hacer nada. Estaremos en contacto contigo. Pero ten en cuenta que te estaremos vigilando.
―¿Con las cámaras de seguridad y los micrófonos que tienen escondidos por el apartamento? ―bromeé con la intención de caerles bien.
No obtuve risas, solo una respuesta por parte de Tracy.
―No, en la cena. Haces bromas raras, nuevo.
Carraspeé la garganta.
―Mi nombre es Xove.
―¿Qué clase de nombre es ese? ―cuestionó Myleen.
―La clase que pusieron mis padres.
Tracy entrecerró los ojos.
―¿De verdad eres un cantante?
Myleen parpadeó con incredulidad.
―¿Qué clase de pregunta es esa? Cualquiera puede cantar.
Pensé en voz alta.
―No como yo.
Todas me desafiaron.
―Pruébalo.
―Lo siento, tienen que pagar una entrada para oírme cantar.
―Presuntuoso ―criticó Lizzie―. No nos gusta.
Claire chasqueó la lengua.
―Dice quien pasa media hora mirándose en el espejo todas las mañanas.
No fue modesta en absoluto.
―Es diferente. Yo estoy justificada.
―Evidencia número uno ―murmuró Claire por lo bajo.
De la nada, Claire soltó lo siguiente y me agarró con la guardia baja:
―¿Qué significa Jess para ti?
La pregunta fue como un golpe en el plexo solar. Me dejó sin aliento.
Mi mente se puso en blanco y quedó un sentimiento indescriptible en su lugar, como un tatuaje hecho con tinta invisible.
―No lo sé todavía ―respondí bajo el escrutinio.
Tardaron unos segundos en evaluar y darle un puntaje a mi respuesta.
―Tiene sentido.
―Suena honesto.
―Supongo que sí.
―¿Quién es tu tatuador? ―quiso averiguar Lizzie―. ¿Cómo puedo encontrar su local?
Claire carraspeó la garganta.
―No te desvíes del tema.
―No hables como si no supiéramos que te tatuaste una mariposa en Las Vegas.
―No sé de qué hablas.
―Sé de lo que hablo, está justo por aquí...
―Recuerda que tengo permiso para portar un arma.
La pequeña discusión causó que se distrajeran. Mientras Lizzie y Claire peleaban, Tracy y Myleen intentaban disuadirlas. Tuve que aprovechar mi oportunidad para deslizarme con cuidado hacia la única zona segura: la cocina.
―Hola ―saludé a Weiss y Gracie, quienes continuaban preparando la cena―. ¿Cuánto tiempo creen que tardarán en darse cuenta de que ya no estoy?
―Cinco minutos.
Weiss revolvió algo que había en una olla y emanaba un aroma delicioso. Todavía no confiaba en sus habilidades de chef.
―No, yo digo que tardan por lo menos diez.
Gracie colocó las manos a sus costados.
―¿Quieres apostar?
―¿Un chocolate de contrabando?
―Dos y añade unas gomitas.
―Bien, pero si tu madre se entera, échale la culpa a él ―aceptó Weiss y movió la cabeza en mi dirección.
Cerraron el negocio con un apretón de manos.
―Trato.
Parpadeé, indignado.
―¿Soy invisible?
―No, eres nuevo.
Me rasqué la nuca, cada vez más confundido con las normas de la casa.
―¿Eso es un crimen?
―Usa las reglas de la cárcel. Si eres nuevo, los demás tienen que ver cuánto tiempo vas a durar y si serás leal.
Reflexioné al respecto, dejando de enfocarme en los gritos de fondo.
―Puedo ver tu punto.
Weiss frunció el ceño.
―Oye, ¿cómo sabes las reglas de la prisión? ¿Cómo sabes qué es la prisión?
―No quieres saberlo, Weiss ―respondió la niña con dramatismo―. Confía en mí.
―Tendré que decírselo a la máxima autoridad.
―No le cuentes a mamá, solo vi un episodio de una serie extraña que pasaban en la televisión cuando ella estaba durmiendo.
―Aun así.
De pronto, mientras Gracie protestaba contra Weiss, me di cuenta de lo inmaduros que parecíamos Jess y yo por estar tan nerviosos por la llegada de nuestras madres. Era tonto. Nosotros éramos adultos responsables o eso quería creer yo.
Entonces, la puerta nos alertó. Alguien venía. Todos giramos la cabeza hacia allí. Fue un caos. Lizzie agarraba del pelo a Claire y ella le había doblado el brazo libre con la intención de ponérselo detrás de la espalda. Tracy sostenía a Claire de la cintura para apartarla a la vez que Myleen intentaba meterse entre sus dos amigas. Weiss, Gracie y yo tampoco logramos escapar de la locura cuando él tomó el paquete de harina y la niña quiso robárselo y la harina terminó escapando de sus manos para acabar manchándome por completo. El suelo tampoco estuvo a salvo.
―Disculpen el desastre, no solemos recibir visitas ―avisó Jess sin tener idea de lo que le esperaba.
Me vi obligado a estornudar justo cuando pude ver entre el polvillo blanquecino que las tres mujeres ingresaban con unas sonrisas que se fueron difuminando.
―¡Yo no fui! ―exclamaron las cuatro amigas recién salidas de un espectáculo de lucha libre y procedieron a separarse en busca de quedar libres de culpa.
Jess continuó boquiabierta. Elisia miró a su hija. Aledis estudió el apartamento con una expresión que no delataba sus pensamientos.
―Hola ―dije, apoyando un brazo en la encimera y fingiendo que no estaba cubierto en harina―. ¿Cómo las trató el tráfico?
―Oh, creo que nos equivocamos de apartamento. ―Jess salió de su estado de shock y se dirigió a las madres―. ¿Pueden aguardar un momento en el pasillo? ¿Si? Gracias.
La puerta fue cerrada de nuevo y la espalda de Jess bloqueaba cualquier intento de volver a entrar. Podía jurar que liberaba enojo con cada exhalación. Estaba molesta. Hasta un completo y total desconocido se daría cuenta. Los asesinos seriales más aterradores de la televisión parecían aficionados en comparación con ella en aquel instante.
―Más les vale que tengan una buena explicación para esto o tendré que fingir demencia y me llevarán al hospital para hacerme un montón de estudios y terminaré en un geriátrico antes de cumplir los veinticinco años. Puede que sepa tejer y extrañamente le caiga bien a los abuelos, pero me niego a usar pañales.
―¡Él empezó!
―¡Ella me tiró del pelo!
―¡Yo solo quería separarlas!
―¡Col rizada! ―exclamó Myleen con fuerza y el griterío cesó―. ¿Qué? Querías que dejaran de gritar, ¿no?
Jess se encogió de hombros. Fue un método efectivo.
―Dejemos las explicaciones para más tarde, tenemos que arreglar esto antes de que mi madre haga preguntas y envíe un pelotón de monjas para hacerme un exorcismo.
―Ella no haría eso, ¿verdad? ―rio Lizzie.
―¿Has visto a mi madre? Todavía no sé cómo no vivo en un convento.
―Yo tampoco ―murmuró Claire por lo bajo.
―Eso sería el paraíso para ti.
Claire sonrió ante el comentario de Lizzie como si no hubieran estado a un paso de arrancarse los pelos minutos atrás.
―En realidad, sí. Todavía recuerdo mi escuela solo para chicas.
―Nos estamos desviando del tema. ―Jess sacudió la cabeza―. Les ruego que se comporten durante las siguientes horas. Después, pueden arrancarse las cabezas si quieren. ¡Y ustedes, en el fondo, vengan aquí!
Los tres caminamos con lentitud hacia ella.
―Están en problemas.
Weiss y yo intercambiamos miradas antes de que él le preguntara lo siguiente:
―¿Nosotros?
―Soy adorable, ¿quién va a pensar que soy culpable? ―se excusó Gracie con una sonrisa astuta.
La conversación se acabó en cuanto Jess nos recibió con los brazos cruzados.
―Espero una explicación que no sea que la harina es polvo de hadas y Xove es Peter Pan en secreto.
Apenas conseguí aclararme la garganta para cuando Weiss y Gracie me señalaron.
―¡Fue él!
―Le dije que no jugara con la comida.
―¿Es verdad?
―No ―inicié y mi fuerza se fue debilitando con la mirada de cachorrito mojado de Gracie―. No pude evitarlo. Es mi culpa.
Pese a que perdí, gané el respeto de Gracie, al menos un poco del mismo.
Todos comenzaron a alejarse de nosotros para repartirse por la sala. Sabían que me esperaba un regaño potente.
―Diría que estoy decepcionada, pero las expectativas ya eran bajas, así que no puedo decir mucho.
Me alteré.
―¿Por qué eran bajas?
Ella desestimó mi pregunta.
―Tenemos que arreglar este desastre.
Observé de soslayo el suelo de la cocina.
―Puedo limpiar.
―No, primero tienes que sacarte esa camiseta ―ordenó Jess, contemplando mi abdomen.
Lamí mis labios antes de hablar.
―¿Y luego qué? ¿El resto de la ropa?
Puso sus ojos marrones en blanco y tiró de mi brazo hacia el corredor.
―Cállate y ven conmigo a la habitación.
Ni siquiera protesté.
―De acuerdo, pero sé gentil conmigo, es mi primera vez.
―¿De qué? ¿Estar cubierto de harina? De cualquier forma, los dos sabemos que es mentira.
―Lo sé, pero es muy divertido oírte decir eso.
―Tienes el sentido del humor de un adolescente.
Nos detuvimos frente a una puerta.
―Solo estoy intentando hacerte reír, te ves tensa ―respondí con honestidad.
―No lo haría si todos me hicieran caso.
―Yo haré todo lo que me pidas, te escucho.
―¿En serio? ―preguntó ella, acorralándome contra una puerta, y asentí solamente para poder bajar la mirada―. Aguarda ahí mientras busco algo para ponerte.
―¿Qué será? ¿Esposas? ¿Chocolate derretido?
No dejó de mirarme mientras giraba el pomo.
―¿Por qué no esperas?
Tuve que limitarme a obedecer.
―¡Sé que no será nada de eso, pero al menos logré que lo imaginarás!
―¡El silencio es la clave de todo, Kieron!
Ingresé al baño. Me decepcionó un poco. Habría sido mucho mejor si hubiera sido su cuarto de verdad. Jess regresó tras unos minutos y me lanzó una camiseta amplia de color rosa con unicornios posados sobre un arcoíris que iniciaba en un pastelito con crema y chispas de colores. No fue lo que esperaba. El perfume a lavanda que me recordaba a ella llenó mis fosas nasales. Era maravilloso, casi adictivo.
―Vístete.
―Extraño los tiempos en los que me pedías que me desnudara ―bromeé, atrapándola.
―Eso probablemente se debe a que nunca existieron.
―Lo hicieron, tú no quieres admitirlo.
―¿Dónde quedó tu timidez? ―cuestionó, entrecerrando los ojos.
Suspiré y doblé el cuello un poco en su dirección.
―Desaparece apenas te veo.
Jess se rascó el puente de la nariz para ocultar su sonrisa.
―Ponte la camiseta.
―Rompes ilusiones cuando estás de malas.
Me mostró su puño.
―También dientes.
Aparté su brazo y le enseñé la prenda.
―Eres tan aterradora como esta camiseta.
―Es mía.
Mi opinión cambió muy rápido al recibir semejante información.
―Oh, de repente se convirtió en mi favorita ―dije, apretando la misma contra mi pecho.
―Te la estoy prestando, tienes que devolvérmela más tarde.
―¿Segura?
Entonces, le devolví su camiseta para que la sostuviera, entre tanto, yo me deshacía todo aquello que se ensució y lo depositaba en el lavabo de manera temporal.
Una ola de frío me sacudió a causa de las bajas temperaturas y provocó que tensara el abdomen al estar al descubierto. La sensación se mudó y fue reemplazada por una corriente de calor en el instante en que alcé la mirada y vi a Jess con las mejillas enrojecidas mientras observaba descaradamente mi torso desnudo.
Sonreí para mis adentros.
―Dime si quieres que me detenga o siga quitándome la ropa.
Ella salió de su trance y volvió a encararme.
―Concéntrate.
―Eso debería decirte yo a ti.
―Deja de hablar como si fuera alguna clase de... ―Ella hizo una pausa para bajar la voz― pervertida.
―¿Yo hice eso? Seguro fue mi gemelo malvado.
Jess estampó la camiseta contra mi cara para molestarme.
―Será mejor que deje que te vistas solo.
―No es tan divertido si no estás ―comenté para tantear el terreno y ver si se quedaba. Lo hizo.
―¿Dejas que todas tus amigas te vean así?
―¿Detecto una pizca de celos?
―Sabes por qué pregunto.
Nuestros momentos en el hotel marcaron un antes y un después en nuestra relación amistosa o no. Aun así, yo no me arrepentía de ello. Pero tenía la impresión de que Jess lo hacía.
Por ende, bajé el nivel de intensidad de mis bromas pecaminosas. Me gustaba bromear. Ayudaba a sacar el nerviosismo de mi sistema, sin embargo, parecía desencadenar una reacción opuesta en ella.
―Lo sé. En mi defensa, recién salgo de una gira llena de cámaras, estilistas, y fans que tratan de manosearme como si fuera la lámpara mágica de Aladdín. Estoy acostumbrado a este tipo de exposición. A veces olvido que no todas las personas tienen las mismas experiencias.
―Bueno, tampoco quería hacer que te sintieras mal ―repuso de repente―. Debió ser difícil.
―Y, respondiendo a tu pregunta, no, solo me desnudo ante mis amigas especiales, Jess Martínez.
―¿Especiales?
―Las que tienen nombres que empiezan con J y apellidos que terminan con Z.
―Tienes una rara definición de amistad.
―Por eso la nuestra es única.
―Yo no iría tan lejos.
—De acuerdo.
Comencé a vestirme.
―¿Por qué tienes tantos tatuajes?
―Porque es una metáfora de la vida ―inicié con aires profundos y procedí a soltar una mentira blanca―. Mierda, me gustaron y listo.
―No creí que fueras tan impulsivo.
Por más que ya no había razones para que estuviéramos solos en aquel espacio tan reducido, continuamos hablando.
―¿Lo has pensado? Hacerte un tatuaje.
Torció la boca.
―Sí, pero apuesto a que me quedaría horrible.
―Eso es imposible.
―En tal caso, no seré como tú ―comentó ella, determinada―. Cuando me tatúe algo, tendrá un significado importante para mí.
Entendí su punto por completo.
―Por supuesto que sí. Será una copia de esta camiseta.
Me dio un golpe en el brazo.
―Espero que te intoxiques con la comida.
―Tú cenarás conmigo.
―Lo sé ―rio―. Es bastante gracioso verte con ella. Combina de maravilla con tu mal humor, tus tatuajes, y tu chaqueta de cuero.
―Arruinarás mi reputación.
―O la mejoraré.
―Tal vez ―susurré con esperanza.
―Es hora de volver.
Recuperaría mis prendas arruinadas antes de irme del apartamento.
―Me temo que sí. Gracias.
―¿Por qué? ―Frunció el ceño.
―Por esto y por dejarme conocer un poco más de tu vida.
Una luz alegre iluminó las facciones de Jess.
―¿Te agradan mis amigas?
―La verdadera pregunta es si yo les caí bien.
―Me darán la reseña más tarde.
―Espero que me den cinco estrellas ―deseé.
―Veo que sueñas en grande.
―Es la única forma.
―Vamos ―demandó ella, siendo la primera en andar.
Entré a la sala con la camiseta de unicornios con orgullo.
―¿Todos están en posiciones?
Los presentes lo corroboraron.
―¡Sí!
Una vez que estuvimos listos, Jess y yo nos acercamos a la entrada y recibimos a nuestras madres.
―Perdón por el malentendido, bienvenidas.
Lo siguiente fue una cena exhaustiva que duró dos horas y me hizo retroceder años. Por más que estuve rodeado de algunas personas nuevas, recuperé por algunos instantes aquella sensación rara que te hacía sentir en casa gracias al conjunto.
Jess fue una gran anfitriona. Sus amigas soltaron bromas ocurrentes que compraron a Aledis. Gracie se había ido a dormir antes de que abriéramos la puerta por orden de Tracy. Weiss fue obligado a quedarse a cenar para ser interrogado por Elisia. Por mi parte, disfruté de la comida y la compañía. Después de tantos encuentros profesionales y comidas rápidas, me agradó relajarme y conectar con algo tan simple como una reunión casual.
Al final, decidí marcharme con Aledis y Elisia, ya que era muy tarde en la noche. Aguardé a que terminaran sus saludos y se marcharan hacia el auto para acercarme a Jess en último lugar.
―La cena fue un éxito.
―¡Lo sé! ―Dio un pequeño salto―. ¿Quién lo diría?
―Yo siempre lo supe.
―¡Tú fuiste uno de los que casi la arruina!
―¡Ya me disculpé!
―No peleemos.
―No. ―Extendí los brazos―. ¿Abrazo de reconciliación?
Ella hizo pucheros y luego accedió a regañadientes.
―Un abrazo y listo.
Vi nuestro reflejo en la puerta de cristal, no obstante, cerré los ojos y me limité a rodearla con los brazos. De nuevo, su aroma y su calor me invadieron como una primavera eterna que combatía el otoño de mi alma.
Nos apartamos a la brevedad. Mentiría si los siguientes segundos no fueron incómodos. A ninguno de los dos se le ocurrió algo para decir hasta que saqué las entradas que había guardado en mi bolsillo. Por suerte no estaban cubiertas de harina.
―Casi me olvido de darte esto.
Jess tiró de su labio inferior en un gesto inocente. Tuve que apartar la mirada con rapidez para no concentrarme demasiado en su boca.
―¿En dónde tienes la cabeza? ―bufó.
―Te llevarías una sorpresa.
―Deja de dar vueltas. ¿Qué es?
―Son entradas ―informé y procedí a entregárselas. Sus dedos rozaron los míos y sentí una chispa de electricidad―. El fin de semana que viene tendremos nuestro concierto final y quería que verte en la primera fila.
―Entonces, ahí estaré.
―Gracias, seré el tipo cantando en el escenario.
―Gracias por la pista ―dijo ella, siguiéndome la corriente con la broma―. Estaría perdida sin ti.
―Y yo sin ti.
Jess se aclaró la garganta.
―Creí que la gira había terminado.
―Agregaron una fecha a último minuto.
―Suerte la mía.
―Será mi placer.
Me limité a sacudirle el pelo antes de alejarme y despedirme con un ademán a través de la distancia.
Finalmente, me subí al coche. Necesité unos segundos para recuperarme y encendí el motor. Mi buen humor vaciló cuando creí ver a alguien escondiéndose entre los arbustos de la calle para observar la escena. No dejé que nada me afectara. Seguí adelante.
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