2 | Best friends (lovers)

🎶 XOVE 🎶

Pasar desapercibido cuando había un trillón de individuos vigilando cada uno de tus movimientos no era tan sencillo o divertido como lo hacían sonar las bandas sonoras de las películas. Todo era mejor con una canción.

Me encantaba pasar cada rato libre que tenía escuchando la radio, incluso si reproducían la peor canción de la historia. Debido a mi cuestionable elección de carrera, mi vida diaria se resumía a hospedarme en un hotel diferente cada semana, por ende, lo único que me hacía sentir en casa era la música.

Desde que crecí y me di cuenta de lo vacía y silenciosa que fue la casa donde viví por casi una década, me dediqué a llenar esos vacíos con cada melodía y letra posible. No me gustaba el silencio, no me agrada el sitio al que iba mi mente cuando no escuchaba nada más que mis propios pensamientos.

¿Qué estaba mal conmigo?

Lo mejor sería no preguntar. La lista sería demasiado larga y no tenía tiempo para eso.

Me arrimé hacia la ventana, corriendo la cortina que me protegía, y vislumbré a la muchedumbre que aguardaba. Un grupo de personas eufóricas se había amontonado afuera del establecimiento. Gritaban como si tuvieran una batería inagotable, se mantenían de pie como si no estuvieran cansados, y miraban para todos lados buscando un rastro de sus ídolos. Ni siquiera yo sabía en dónde estaban los demás, pese a que mi nombre era uno de los que aclamaban.

Me gustaba oírlos, me hacían sentir menos solo, pero no éramos tan diferentes. Yo también cantaba como si hubiera dormido más de ocho horas en los últimos días, viajaba de un lado al otro como si mi cuerpo no amenazara con fallar a cada minuto, y revisaba mis alrededores para hallar un momento de paz.

¿Algún día se iría todo ese ruido que habitaba en mi cabeza?

Jamás lo hacía. Tratar de apagar un ruido con más ruido era inútil.

Así que, continué con mi vida como si nada. Apenas llegué a la ciudad el día anterior y ya había gente preguntándose de una forma ligeramente perturbadora qué había estado haciendo y cuando decía «cada cosa», me refería a cada tonta y ridícula cosa que hice. Les decepcionaría saber que me limité a dormir.

Dormí mucho. Prácticamente caí muerto. Yo había desarrollado la habilidad de dormir cuándo y dónde fuera. No quería sonar arrogante, pero yo podía dormir dieciséis horas seguidas si me lo proponía y luego tomar una siesta ese mismo día. Bueno, tal vez no debería sonar tan orgulloso.

El vuelo privado de Los Ángeles a Nueva York había sido agotador, en especial dado que mi segundo peor miedo era volar. No volaba por mi cuenta, no era un superhéroe, necesitaba un avión para eso. Pasé todo el viaje aferrándome a mi asiento y temiendo que se estrellara el avión y terminara en una isla desierta donde eventualmente me volvería más loco de lo que estaba y le empezaría a hablar a los cocos a pesar de que yo no era muy conversador. No fue divertido. Para nada. Al menos no para mí. Los demás se cagaron de la risa. Fue un horror. Tendría pesadillas con eso. Habría besado el piso al aterrizar si no supiera lo sucio que estaba.

Una vez que pisé el adorado suelo firme, el equipo de seguridad me metió en un auto para ir a una serie de reuniones acerca del giro de trescientos sesenta grados que había tomado mi vida ahora que me había mudado oficialmente a Manhattan. Todo para finalizar la mini gira y acabar en el lugar en el que menos deseaba estar, el Hotel D'Grieff, ya que el dueño era uno de mis patrocinadores y siempre me quedaba en sus hoteles. Me odiarían todavía más si supieran que estaba ideando un método efectivo y poco seguro para fugarme de la suite de lujo que me cedieron.

No podía estar encerrado por mucho tiempo. No me agradaba quedarme quieto por mucho tiempo, lo que era irónico porque me agotaba ir de un lado para el otro.

Nadie me entendía, ni siquiera yo mismo.

Alguien comenzó a mirar fijo hacia mi ventana y de pronto señaló a donde estaba yo con una precisión inmaculada. Entré en pánico, corrí la cortina con torpeza y me enredé con la misma, no obstante, acabé deslizándola por el riel y revelando mi posición actual. En fin, saludé a las personas con una sonrisa torpe y genuina. No sabía qué decirles.

Yo no servía para hablar con los demás.

Cada vez que alguien nuevo me hablaba, mi cerebro se ponía en blanco y se bloqueaban todas mis funciones neuronales.

Mi cerebro no estaba entrenado para socializar.

No se me ocurrían temas para desarrollar y todo sonaba aburrido. El clima, aburrido. Las noticias, aburrido. El universo, aburrido. Raramente algo me parecía interesante. Solía perder la concentración en menos de un minuto. No lo hacía a propósito, solo sucedía.

La peor parte era que yo siempre tenía una cara de culo natural y todos creían que los odiaba con la intensidad de mil soles o planeaba enterrarlos en mi jardín y poner bonsáis sobre ellos.

A las personas se les ocurrían cosas muy raras si no eras un loro parlante. La verborragia no era lo mío. Susurraban que eras extraño si no decías mucho y se quejaban de las personas que decían todo lo que pensaban cuando en realidad deberían dejar de presentar tantas quejas y darse cuenta de que ellos se comportaban como unos locos. Si hablabas, hablabas y si no, no.

Estaba seguro de que los criminales más buscados tenían expresiones más amigables que yo y no lo podía evitar. Yo era más o menos agradable si me conocías, solo que tenía una cara de pocos amigos. El mundo me odiaba, pero yo también a él.

¡Era mi cara! ¡No podía cambiar mi cara!

¡No era una chaqueta que podía sacarme y cambiarla por otra!

Y la cirugía plástica no era una opción. Mi alta autoestima no me lo permitía.

Aun así, tampoco me esforzaba mucho para ser expresivo. La mitad de la conversación estaba en mi cabeza porque me daba mucha pereza decir algo en voz alta. Una parte de mí esperaba que los seres humanos evolucionaran lo suficiente para poder comunicarse telepáticamente. No había progresos en el área, pero hasta entonces estaba atrapado en ese horror inventado por demonios que denominaban «platicar».

Fui salvado por la campana, es decir, sonó el teléfono de la habitación y me vi en la obligación de alejarme de la ventana e ir a atender.

―Buenas tardes, señor Kieron ―inició la recepcionista a través de la línea―. Lo llamo para comunicarle que su madre lo está llamando. Ahora le paso la llamada.

―¡No! ―exclamé, rogando para que no lo hiciera, y fue demasiado tarde―. Hola, Aledis. ¿Cómo te va? ¿Estás teniendo un buen día?

Mi madre odiaba que la llamara "madre" aunque yo fuera su único hijo, decía que la hacía sentir vieja.

―¿Cómo te atreves a venir a Nueva York y no avisar que estás aquí? ¿Tanto odias a tu pobre madre? ―protestó ella, prácticamente gritando. Ella también pensaba que su voz no se escuchaba en las llamadas y siempre gritaba aunque le había explicado un millón de veces que podía usar su tono normal y juzgador de voz.

―¿Pobre? Tienes millones de dólares en el banco.

―Entonces, me odias.

Puse los ojos en blanco. No la odiaba. Era una buena madre, sin embargo, a veces podía ser un dolor de cabeza exasperante. Yo trataba de ser un buen hijo. La llamaba al menos una vez al mes y la visitaba cuando no me ahogaba con el trabajo, lo que no era suficiente para ella. Aledis era del tipo de persona que necesitaba conocer cada aspecto de tu vida y tendía a soltar críticas sutiles para "ayudarte a alcanzar tu potencial". Yo tenía la impresión de que nunca alcanzaría mi potencial, según ella.

―¿De dónde sacaste esa conclusión?

―Apuesto a que ibas a irte sin decirme.

―No te odio ―declaré, rezándole a las compañías de teléfono para que me dieran la paciencia necesaria para sobrevivir a esa llamada―. Llegué ayer. Te iba a llamar, lo prometo.

A pesar de que Aledis vivía oficialmente en Santa Mónica, invertía en bienes raíces y tenía casas en varios lugares y realizaba sorteos para decidir en qué vivienda pasar tres meses antes de volver a mudarse. Seguirle el paso se complicaba. No sabía que estaba aquí. Debí haberlo adivinado, las aves huían en bandadas y las revistas estaban llenas con nuevos chismes.

―Vas a venir esta mañana a visitarme ―comunicó Aledis y no detecté un tono de pregunta.

―No suena como una pregunta.

―Lo haces sonar como si te estuviera obligando. Bien, no vengas, no es como si hubiera pasado más de once horas en el parto.

―¡Ja! Yo no lo elegí nacer, no puedes echarme eso en cara ―me defendí sin mucha astucia―. ¿Cuánto tiempo piensas seguir usando esa excusa para tener razón?

―Hasta que deje de ser tu madre, es decir, cuando muera, lo que puede ser en cualquier momento.

―No vas a morir.

―¿Cómo sabes eso?

―Nos sobrevivirás a todos, eres como una cucaracha.

―¿Estás comparando a tu madre con un insecto asqueroso?

―Intentaba decir que eres fuerte. No es mi culpa que la sociedad desprecie a las cucarachas. ¿Qué nos hicieron además de existir?

―Con razón tuviste una tarántula de mascota. Siempre quisiste las cosas que los demás odian o desechan.

―Oh, recuerdo a Grace.

―También recuerda la vez que la perdiste por la casa y accidentalmente la pisé.

―Dudo que fuera un accidente.

―Denúnciame ―masculló, hastiada.

―Lo haré. Mis abogados te llamarán.

―Eres el peor hijo de la historia.

―Me preguntó por qué o quién ―repliqué aunque sabía que ella tendía a soltar cosas horribles sin la intención de herir realmente, solo las decía sin pensar―. Es broma. Siendo honesto, es muy probable que vivas más que yo.

―Con ese estilo de vida que llevas, sí ―murmuró y tuve que respirar para no replicar. Ella no era fan de mi trabajo―. Solo extraño a mi hijo.

Vi cómo se esfumó mi oportunidad para recorrer la ciudad por mi cuenta, agaché la cabeza, y me rendí.

―¿A qué hora quieres que vaya?

Un chillido de emoción amenazó con destrozarme los tímpanos más que el caos de ahí afuera.

―A las nueve de la mañana.

Miré el reloj de mi brazo.

―¡Eso es ahora!

―¿Vienes o no?

―Iré ―accedí de todas formas―. ¿Se puede saber qué es tan urgente?

―Es un asunto de vida o muerte. Urgente. Te lo diré cuando vengas. Es una sorpresa. Te va a encantar.

La última vez que me dijo que tenía una sorpresa para mí, dijo que tendría un nuevo hermano, casi me desmayé, y resultó que había adoptado a Bob, un perro de un refugio. Nunca sabía qué esperar. Odiaba las sorpresas.

―Y no te vistas como si vivieras en un funeral, nadie murió.

Me froté la sien, cansado.

―Excepto mi dignidad.

―Ponte algo decente ―agregó mi madre antes de decirme la dirección y cortar la comunicación.

Me quedé mirando el teléfono antes de colgar. Tuve que atravesar la habitación vistiendo solamente los pantalones oscuros de algodón que solía usar para hacer ejercicio para buscar algo en mi maleta que calificara como decente.

Como ya me había duchado, me limité a arreglarme un poco y cambiar mi ropa por una camisa de leñador que en realidad era carísima, unos vaqueros y los primeros zapatos que hallé, básicamente lo peor que pude encontrar para vengarme silenciosamente. Yo era una mente criminal. El gobierno debería tener cuidado conmigo.

Tras concluir, agarré lo necesario para sobrevivir y eso se reducía a mi billetera y al contenido que guardaba dentro de la misma y me dirigí a la salida. Ahí fue cuando noté que había un pedazo de papel que parecía haber sido arrancado de una libreta. No lo había visto antes. Arrugué la boca hacia abajo, la tomé y me dispuse a leer lo que escribieron en una bonita letra cursiva y con varios corazones sobre las íes.

"Hola, extraño.

Gracias por la lección. Aprendí del mejor. Fue un verdadero placer conocerte.

¿Entiendes el doble sentido?

No importa.

Buena suerte con tu vida,

Una perfecta desconocida".

A pesar de que estaba apurado, me tomé un momento para sonreír antes de abandonar la nota en su lugar. Mi buen humor no tardó en recuperarse casi en su totalidad tras el fiasco anterior. Los buenos recuerdos solían alegrarme y más cuando eran recientes.

El día anterior tuvo un final feliz. Después de que desperté solo en mi habitación, evadí mi hora creativa, ya fuera acomodando mi ligero equipaje, tomando una ducha, o arreglando las cosas que estaban desordenadas en el cuarto, según yo. Procrastinar era mi actividad favorita y a la vez me hacía sentir muy culpable. Si no hacía algo, no podía dormir hasta tacharlo de mi lista mental.

La inspiración no venía, de hecho, tuve la impresión de que alguien puso mi imaginación a freír y ahora era una hamburguesa hecha de porquerías.

No se me ocurrió nada. Me senté por un rato largo, muy largo frente a la libreta donde solía anotar mis ideas y demás sin que se me ocurriera nada más que dibujar garabatos espantosos que me recordaron porque no me dediqué a ese género artístico. A veces tenía momentos en los que escribía tanto que permanecía despierto con tal de que todo fuera perfecto y, en muy escasas, pero frustrantes ocasiones, me quedaba en blanco y sonaban grillos dentro de mi cabeza.

Por ende, decidí dar un paseo por el hotel. El equipo de seguridad me sugirió que no saliera afuera del establecimiento debido al cóctel de fanáticos y periodistas que asediaba al hotel para evitar regalarle artículos a la prensa amarillista. Gracias a que tampoco podían mantenerme encerrado en un cuarto, me di el lujo de rondar por los pasillos. Así acabé en el restaurante exclusivo del hotel. Era mediodía, sin embargo, no tenía hambre y no tuve mejor idea que ir a la zona del bar.

Por supuesto, no contaba con que allí se alojaría temporalmente un grupo conformado por los seres que más odiaba en el mundo: enamorados.

Cuando entré y vi la decoración sutil, las parejas celebrando, y el menú con platillos con los nombres más cursis y patéticos de la historia, quedé horrorizado y quise que alguien agarrara una silla y me noqueara con ella. Una petición muy bonita. De nada.

Olvidé que era Día de San Valentín, el peor día del año, la mentira más grande desde que prometí que no me haría ningún tatuaje, y el truco comercial más barato y caro de la historia. Por si no fui lo suficientemente claro, odiaba ese día y todo lo relacionado con él, lo que incluía a esa cosa molesta y repulsiva que aseguraban que era amor.

Ver parejas a mi alrededor era asqueroso. Oírlos soltar promesas que todos sabíamos que no iban a cumplir era asqueroso. Tener que soportar que me enrostraran lo felices que eran y repitieran lo maravilloso que era estar enamorado era realmente asqueroso.

Nunca entendí la obsesión que tenía la humanidad con el amor.

No los veía tan entusiasmados con los otros sentimientos que existían.

¿Qué lo hacía tan especial?

¿Que fuera difícil de encontrar?

¿Que no existiera en absoluto y estuvieran cazando mitos?

Eran iguales a las personas que iban por ahí con detectores de metales con la esperanza de encontrar un tesoro perdido.

Tenía la teoría de que nunca nadie en la historia de la humanidad estuvo enamorado de verdad y que simplemente era un invento comercial.

Claro, yo también caí. Ser fuerte no era mi fortaleza.

Yo me había enamorado. No sirvió de nada. No fue como lo describieron. Al inicio, quizás tuve la ilusión de que lo fuera. Al final, acabé odiando al amor.

La emoción se esfumaba, el sentimiento se iba como si nunca hubiera existido, y la persona que amaste se convertía en un total desconocido. No hubo magia. Por eso no comprendía de dónde venía tanto alboroto.

Entregar tu corazón era como dárselo a alguien con unos guantes para que lo usara como saco de boxeo y quedarte esperando a que te lo devolviera para poder regalárselo a la siguiente persona y así hasta que acabara tan machacado que no servía de nada.

En consecuencia, me prometí a mí mismo que no me enamoraría nunca más y viviría sin ataduras, de ese modo nadie salía herido.

Además, jamás fui un admirador del romance y esa promesa me sacaba un peso de encima.

Yo detestaba las películas y libros de romance con tramas predecibles y reutilizadas.

¡Sorpresa! ¡Se enamoraban! ¡Se separaban! ¡Qué triste!

Aborrecía los grandes y vergonzosos gestos como la tradición de arrancar una flor y matarla en el proceso solo para regalársela a alguien y se viera bonita hasta que muriera en un par de días. Estaba seguro de que las flores le temían con fervor al Día de los Enamorados.

Repudiaba con intensidad la enorme cantidad de publicidad que ponían. No podías escapar. Las tiendas, los canales de televisión, las calles, todo estaba lleno de recordatorios y frases que te hacían sentir como basura si estabas soltero.

Aunque probablemente terminaría solo y siendo el típico viejito amargado que le decía a los niños del vecindario que no se atrevieran a cruzar por su jardín, no me molestaba. El dinero era la fuente de mi felicidad. Qué futuro tan alentador.

En fin, tuve que dejar a un lado mi amargura y me aventuré a ir al bar porque estaba realmente desesperado por un poco de inspiración y la encontré sin pedirlo.

Ella estaba sentada sola en un mar de mesas ocupadas por parejas, luciendo tan miserable como yo, y me hizo sentir acompañado de alguna forma.

A pesar de que ya tenía bastante práctica para conseguir citas, como no se me daba muy bien iniciar una conversación y menos con desconocidos, pedí mi bebida sin alcohol mientras planeaba en mi cabeza cómo hablarle. Me había armado de valor e iba a hacerlo, sin embargo, para cuando volteé ya estaba con un hombre y no quise interrumpir.

Así que me distraje con mis propios pensamientos, anotando en mi cabeza versos y notas de modo que me aislé del exterior hasta que acepté que era hora de regresar a mi cuarto. Fue entonces que me topé con ella de sorpresa y me pidió la cosa más loca que alguien me dijo y terminé aceptando de todas formas. No sabía por qué lo hice.

A simple vista ella me pareció divertida, como cuando tomabas un café en la mañana y de repente sentías que habías recargado tus baterías para funcionar por el resto del día. Tenía el tipo de energía que resultaba contagiosa con solo estar en la misma habitación y me resultó atractiva por esa misma razón.

No perdía ni un segundo, hablaba rápido, se movía como un sol andante, y tenía una facilidad para hacer chistes tontos que me hicieron reír, incluso estando cansado y de mal humor. De acuerdo, tal vez sabía por qué acepté.

Tampoco podía creer que me habló a mí de casualidad. Debía admitir que al principio pensé que estaba chiflada, luego estuve un noventa por ciento seguro de que lo estaba, y al final descarté el pensamiento porque ya no me importaba si era así. Disfruté hablar con ella en aquel bar. Una locura, ¿no?

Había pasado tanto tiempo desde que tenía una charla tan larga, profunda, y entretenida con alguien que había olvidado que era posible conversar sin ponerme a contar ovejas en mi mente para pasar el rato. Pese a que nuestras opiniones eran completamente diferentes, nuestra conversación fluyó sin problemas, como un río. Los ríos no pensaban, solo fluían.

Me distendí. La inspiración vino de alguien que era lo opuesto a mí. Me perdí momentáneamente escuchando el sonido de su voz dulce y el tintineo de los brazaletes que decoraron sus brazos, y viendo el leve movimiento de su cabello cada vez que se removía en su silla y la forma en la que decía ver el mundo.

Aunque no estuvimos juntos por mucho tiempo, ella fue como una explosión de color en un mundo acromático. En serio. El hotel tenía una política estricta de mantener sus decoraciones en una escala de blanco, gris y negro y ella llamó mi atención con sus listones coloridos que daban la sensación de un arcoíris vomitó sobre su cabello y de alguna forma le quedaban bien.

Además, ella era la perfecta desconocida que dejó esa nota en mi habitación de hotel luego de extraer cada gota de mi cordura tras haber follado sin siquiera haberme obsequiado su nombre.

Había despertado unas horas atrás en esa cama de hotel, había estirado la mano en busca de encontrar a alguien a mi lado, y me reí al darme cuenta de que estaba solo. Me fui tantas veces de esa forma que resultaba gracioso que alguien me lo hiciera a mí para variar. Para alguien que soñaba con encontrar el amor verdadero, era muy buena para romper corazones.

Pero estaba bien. Yo no deseaba una relación con nadie y no era personal. Ella tampoco buscaba eso conmigo. Fue un buen rato. Algo físico. Atracción pura y momentánea. El sexo fue bueno, buenísimo, del tipo que te hacía explotar la cabeza. Aun así, fue un lapso. Sería pasajero. No esperaba nada. No quería nada más. Ninguno de los dos recordaría la existencia del otro.

Fuimos dos extraños que cruzaron caminos en el momento equivocado en el lugar equivocado y nunca más se volverían a ver, como dos individuos que compartieron un taxi y después cada uno se fue a un sitio diferente.

En consecuencia, regresé al presente, fui hacia la puerta, la abrí y cerré sin más. Examiné el pasillo desértico, moviéndome contra la pared para darle suspenso al asunto, y me puse a repasar todas las películas policíacas que vi en el pasado.

Conseguí subirme al ascensor con impaciencia y, como le pregunté a un empleado que vi si había una salida más discreta con anterioridad, logré sortear al equipo de seguridad y a los periodistas en la entrada para finalmente salir a las calles que olían a humo, gente apurada, y tránsito pesado. Tardé un rato, batallando con una abuelita para conseguir un taxi, y quedé confundido cuando ella me tendió una trampa, diciéndome que iba al hospital, y me sacó el dedo corazón una vez que se subió al vehículo. Al final, tuve que ser igual de despiadado, conseguí uno, y fui a cumplir con mi deber.

Por suerte solo transcurrieron unos minutos hasta que llegué a destino. Lo que no fue tan afortunado fue el recibimiento de mi madre.

―¿Dónde estabas? ―vociferó Aledis, agitada como un huracán materno―. Llegas veinte minutos tarde para el brunch, ¿por qué demoras tanto?

Apenas salí del ascensor que daba directo al primer apartamento del piso y entré al mismo y ya tenía una queja acumulada. Ni siquiera me dio la oportunidad de decir algo.

―¿Brunch? ―repetí con una mueca que anhelaba purgar los nervios de la mujer de cincuenta y cinco años―. ¿Dónde está la emergencia que dijiste que era de vida o muerte?

Ella se encaminó a la sala principal como si nada.

―No existe. Te mentí.

Me planteé regresar al ascensor antes de que se cerraran sus puertas.

―¡Estaba listo para llamar a una ambulancia!

―Con franqueza, si llegabas un minuto más tarde, quizá me desmayaba. ¿Eso te habría hecho feliz?

―No. ¿Por qué llegarías a estos extremos?

―Es una forma efectiva de que vengas. Como te dije, es importante ―se excusó sin darle importancia―. Primero, hagamos un repaso de tu vida. No sé cómo has estado. Tienes que contarme todo.

―¿Tengo que sentarme en el diván y pretender que eres mi psicóloga?

―¿Vas a ver una psicóloga ahora?

―No ―expuse, aunque claramente fue una broma―. Pero haces que quiera ir a visitar a una.

―Eso es bueno. La salud mental es fundamental. Tu padre siempre lo decía.

Cualquier mención de mi padre me sacaba de eje. Ella no solía hablar de él. Yo tampoco. Pasaron tantos años desde que murió que prácticamente ni siquiera recordaba la mayoría de las cosas relacionadas con él. Recordaba que Adam Kieron fue un buen padre, del tipo que te hacía creer que también era tu amigo, y nada más. Supuse que era algo bueno. No había dolor. Aun así, a veces me preguntaba cómo sería crecer con un padre.

Después de él, mi madre tuvo una serie de novios que fueron y vinieron y jamás les di importancia porque no duraban más de un año. En fin, todo formaba parte del pasado.

―¿Y qué haces ahí parado? ―objetó Aledis, añadiendo una pregunta final.

―¿Qué haces tú ahí parada?

―¿Por qué me contestas?

―¿No es así cómo se comunican los humanos? ―bromeé con ironía y recibí un regaño.

―Repaso. Recuerda, repaso. ¿O debo enterarme de todo a través de las noticias?

―¿Es una opción?

―Para tu información, he estado bien. Planeo volver a Santa Mónica pronto, estoy solo de visita. Por eso quería saludarte antes de irme ―explicó con sus defensas más bajas.

Me vi en la obligación de tomar una respiración profunda, recuperar mi paciencia, y ser amable.

―Estoy bien. Si has visto las noticias, sabes que estoy bien.

―¿Los chicos siguen igual?

Seguían siendo un par de orangutanes.

―Sí.

―¿No vas a ir a la bancarrota?

La industria musical era complicada. Un día te llovían trabajos, al siguiente, te echaban a la calle. Pero ella siempre lo preguntaba como si esperara que me fuera mal para poder darme un sermón con la frase "te lo dije" al final.

Todavía no comprendía su desprecio hacia mi elección de carrera. Era poco estable, sí. No obstante, me iba bien, por así decirlo. Estaba seguro de que no tenía nada en contra de la misma, sino que odiaría de todas formas cualquier cosa que hubiera estudiado, excepto medicina. Podría haber sido un abogado o un maldito astronauta, sin embargo, mientras no fuera un doctor, no estaría bien.

―Tengo más dinero con cada segundo que pasa ―remarqué.

El cuestionario continuó.

―¿Voy a tener un nieto?

Entré pánico. Era cuidadoso, aun así, entré en pánico.

―¿Por qué? ¿Sabes algo? Por favor, dime que la sorpresa no es un niño que va a salir y llamarme "papá". Ahora creo que yo soy el que necesita una ambulancia.

―No, pero eso responde mi pregunta ―se burló Aledis y me tranquilicé―. ¿Qué tienes en contra de los niños?

―Nada. Son adorables. Mientras sean de otras personas, claro.

―Quiero ser una abuela.

Bob, su perro y mi hermano adoptivo, según a ella, apareció vistiendo un tutú rosa que parecía adorar.

―Bien. Puedes decírselo a tu hijo favorito.

Aledis agachó la cabeza para hacer una pausa y saludar a Bob por más que él vivía con ella.

―Si no lo haces, pondré a Bob en mi testamento y te desheredaré a ti.

Podía jurar que el pug me dedicó una sonrisa malvada, como si planeara asesinarme, y luego fingió ser adorable con mi madre.

―Apuesto a que esto era lo que querías, ¿no? ―le pregunté a Bob, murmurando, y él se dio vuelta y se marchó como si la casa y el resto de las propiedades ya le pertenecieran.

―Vamos, pon algo de voluntad.

―¿No se supone que los padres empiezan a molestar a sus hijos con eso a los treinta? Creí que tenía seis años de libertad.

―Sí, pero yo soy más exigente ―repuso, molesta―. Dime que al menos estás considerando casarte.

―No, ¿por qué todo el mundo está obsesionado con eso?

―Porque nadie quiere que sus hijos estén solos.

―Estoy bien por mi cuenta.

―Podrías ser feliz.

―Bueno, ya vine de visita. Vi a ese escarabajo, es decir, a mi querido hermano menor. Cumplí mi parte. Es hora de que me vaya. Debo ir a trabajar o terminaré en la bancarrota ―notifiqué, agregando un tono bromista al final.

Iba a irme tal y como prometí, sin embargo, ella bloqueó mi vía de escape.

―No puedes irte. Tendremos visitas. Esa es la sorpresa.

Por más que estaba apurado por cuestiones laborales, tuve la cortesía de aguardar.

―¿Quién vendrá?

―Han pasado unos años desde que las viste por última vez. ¿Te acuerdas de Elisia y Jess? ―consultó con ilusión.

De pronto, dejé de tener tanta prisa.

―¿Están aquí? ¿No se habían mudado?

―Sí, lo hicieron. Elisia sigue viviendo en Argentina, pero me esforcé para contactarla de nuevo, hablamos y arreglamos todo para que se quedara este fin de semana aquí. ¿No es genial?

Asentí genuinamente. Elisia fue la mejor amiga de mi madre durante décadas y también fue como una segunda madre para mí antes de que nos mudáramos a California hacía una década y perdieran contacto con el transcurso del tiempo. Fue parte de mi familia por un largo tiempo. Según mis recuerdos de antaño, era del tipo de madre que se ponía a llorar contigo si llorabas y se desvelaba contigo para estudiar para un examen. Me pregunté cómo estaría ahora.

―¿Y Jess? ―pregunté, intentando no sonreír. Pasaron años desde la última vez que pronuncié su nombre, pero todavía seguía teniendo un efecto extraño en mí―. ¿Ella también vendrá?

A pesar de que intenté sonar desinteresado, resultó evidente que era mentira.

―Ya puedo notar que estás emocionado.

―Yo no dije nada.

―No hace falta.

Me hice el desentendido. No sabía de qué hablaba.

―Como sea. ¿A qué hora vienen?

―Ahora ―anunció de manera abrupta.

―¡Ni siquiera me diste tiempo para prepararme!

―¿Qué parte de "es una sorpresa" no entendiste? ¿Te quedarás?

―Supongo que puedo quedarme veinte minutos más ―accedí, haciéndome el difícil.

―Excelente ―formuló, triunfante―. Antes de eso, ¿puedo pedirte un favor? ¿Ayudarías a Bob a subir las escaleras? No quiero que arruine su atuendo favorito.

Miré de reojo a Bob, quien yacía sentado frente a las escaleras que daban a la segunda planta, como si estuviera llegando tarde a la oficina y necesitara un taxi. Genial, yo era el mayordomo del perro.

―Claro.

Me limité a dirigirme hacia el escurridizo animal que me lanzó una mirada asesina cuando lo cargué en mis brazos y me dispuse a subir los escalones mientras Aledis me informaba a mis espaldas que ellas ya habían llegado al edificio.

―Pronto tendré una discusión seria contigo ―le advertí a Bob una vez que lo deposité en el suelo de la segunda planta y no se fue hasta que volteé para bajar por las escaleras.

Criatura del mal.

Debido a que el apartamento era grandísimo, había muchos escalones y tardé en regresar. Antes de ver cualquier cosa, pude oír un poco de la conversación. Ya estaban ahí. Oí voces suaves, susurros alegres, y el sonido de un teléfono sonando a la distancia.

Siendo sincero, estaba emocionado. Emocionado de ver a alguien en particular.

¿Por qué?

Porque todos mis buenos recuerdos de Nueva York eran sobre ella. Aquellos momentos felices, tristes y cruciales. Todos eran buenos recuerdos porque ella estuvo en ellos.

Había olvidado muchas cosas, sin embargo, conservé mi buena memoria por alguna razón. Incluso si durante la mudanza que tuvimos diez años atrás perdimos la caja con todas las fotografías que teníamos de mi familia y mi infancia y todo lo que me quedaba eran las imágenes borrosas de mi cabeza.

Sería la primera vez que la vería después de tanto tiempo.

Por más que a lo largo de mi vida había formado muchas amistades, algunas que terminaron y otras que mantuve hasta ese día, siempre guardé un lugar especial en mi corazón para una en específico. Nunca supe por qué, simplemente lo hice.

¿Quién no amaba a Jess Martínez?

Nadie. Yo lo hice, por un largo tiempo, por más que ni siquiera comprendiera lo que era amar a alguien y mucho antes de que empezara a odiar al amor.

Ella fue mi mejor amiga de la infancia. No solo eso, sino la mejor parte de mi vida.

Fue la primera chica en la que confié de verdad y la primera chica con la que pude hablar en serio y me permití ser vulnerable. También fue la primera chica que leyó las primeras canciones que escribí al ser mi musa estelar, la primera chica que me abrazó por más de un minuto, y con la única que quise casarme a pesar de que fue un juego que duró una tarde y nuestros anillos estuvieron hechos de caramelo.

Maldije en mi cabeza no por molestia, sino por la cantidad de tiempo que había pasado desde entonces. Fue quien me puso un millón de pequeños apósitos adhesivos cuando intenté afeitarme la cara y casi me desangré, quien me dio el coraje para conseguir mi primera guitarra, y quien me vio por primera vez en un traje, notó que me temblaban las manos porque era el funeral de mi padre, y me ayudó a ponerme la corbata.

Ella se quedó cada vez que estuve enfermo sin que le importara contagiarse de mis alergias y yo comí cada invento culinario que hizo y sonreí sin desperdiciar ni una miga, incluso cuando tenían un gusto horrible. Me mostró cómo jugar a las damas, me tuvo paciencia cuando no encontraba la estación de radio para escuchar música, y apoyó cada una de mis travesuras sin importar que terminaran en desastre.

Yo conseguí la clase de trabajos que conseguía un niño en esa época con tal de ahorrar y usar mi propio dinero para poder comprarle un regalo de cumpleaños cada año, le anoté los números de emergencias porque siempre se los olvidaba, y le recordé lo maravillosa que era cada vez que se preguntó por qué su padre la había abandonado.

No me evitó, no me compadeció, ni me trató de esa forma diferente e incómoda, igual que los adultos que me trataron como si no entendiera lo que estaba sucediendo durante la peor época de mi vida. Obviamente, me acompañó de su forma brillante y extrañamente alegre, ya fuera obligándome ver maratones de películas de Disney, llenando los silencios con sus balbuceos tiernos cuando yo me quedaba en silencio, o dándome pases válidos para poder estar triste o feliz o elegir a qué parque iríamos. Hizo todo eso sin saber que su mera presencia resultaba reconfortante.

Jess me hizo entender que haber tenido una vida horrible o iniciar con una espantosa no significaba que no merecías ser feliz. Era una noción rara y algo graciosa, pero tenía sentido igual que nuestra relación. Supuse que por eso siempre me gustó estar con ella, escucharla hablar sin parar, y cantar a su lado a pesar de que usualmente prefería estar solo, me aburría de las conversaciones, y me costaba estar en sintonía con otra persona.

A medida que pasaron los años, no pude evitar preguntarme cada tanto tiempo cómo resultó su vida. En la actualidad, ella tenía veintidós años y yo veinticuatro. Una década separados hacía la diferencia por más que vivimos juntos los años iniciales de nuestras vidas.

Cuando me mudé a California, todo cambió. Nueva ciudad, nuevos amigos, nuevos sueños. Maduré, tal vez más rápido de lo que debería. Estudié, pero no fui a la universidad, lo que no significó que no tuve éxito. Formé una banda de rock igual que cientos de personas antes que yo. Ninguno de nuestros padres lo aprobó y ninguno de nuestros conocidos pensó que nos iría bien, aun así, no nos rendimos y lo conseguimos.

Poco a poco fuimos obteniendo más popularidad, más contratos, y más dinero. El año pasado tuvimos nuestra primera gira por el país y, en la actualidad, nos estábamos tomando un descanso para escribir y grabar el siguiente álbum en Nueva York, donde todo empezó para mí.

Me pregunté cuánto habría cambiado, considerando lo mucho que cambié yo. Siempre me pregunté qué fue de ella.

¿Era feliz?

¿Cumplió su sueño de ir a un conservatorio de Nueva York o vivía en Argentina?

¿Todavía seguía haciendo sus manualidades de colores para regalárselas a los demás y dejaba un lío en su casa?

¿Aún le gustaban tanto los dulces que tenía que hornear muchos?

¿Siguió teniendo el pelo igual o se lo tiñó de algún otro color?

¿Sus ojos todavía brillaban o se habían opacado al igual que el resto de las personas cuando crecían?

No importaba. Solo esperaba que estuviera bien. Siempre le deseé lo mejor para ella y eso no era yo.

Sacudí la cabeza al oír que alguien insistía para que bajara a saludar como si fuera a escapar.

¿Por qué huiría?

Descarté esos pensamientos que sonaban como si alguna vez estuve enamorado de Jess en el pasado. Nunca lo estuve. La amé, la amé como se le tenía cariño a esos amigos que querías tener para toda tu vida. Bueno, tal vez me gustó durante un segundo y luego se desvaneció el sentimiento, nada más.

Luego procedí a ir arremangándome ambas mangas de la camisa hasta la altura de los codos a causa de las grandes expectativas que tenía mientras doblaba por el descanso para dar con la primera planta y toparme con ella.

Entonces, hallé un motivo para salir corriendo.

Escuché los pasos acercarse y mi corazón se aceleró por la anticipación. Nunca entendí a qué se referían cuando decían que no podían respirar, pensar, o hablar al ver a alguien hasta ese momento. No pude hacer ninguna de esas cosas.

A pesar de que el flujo del tiempo corrió como siempre, los relojes del mundo siguieron funcionando, y las personas continuaron siendo personas, el momento se congeló para mí con una respiración lenta y pausada mientras ella volteaba, soltando una risa contagiosa, y conectaba su mirada con la mía.

Contuve la respiración al encontrar al pie de los escalones a la chica del bar, la señorita colores, la chiflada romántica, y la perfecta desconocida que follé como si no hubiera un mañana.

¡No!

Eso no estaba pasando.

Ella no podía ser ella.

El último recuerdo que tenía de Jess era uno en el que me saludaba con las dos manos y me sonreía con sus mejillas rosadas. Era tierno, inocente, y agradable. Descubrir que en realidad ese no era el recuerdo más reciente me sacó de órbita.

―Ahí estás ―dijo Aledis, quien estaba parada junto a Elisia. No tuve problemas para reconocerla―. Vamos, Xove. Pasaron diez años. ¿Cuánto tiempo más piensas tardar?

Yo no era torpe, pero cuando bajé los últimos escalones, tuve la sensación de que alguien me empujaba para adelante. Siendo franco, si cayera y terminara en el hospital, lo agradecería. Sería una buena excusa para no tener que afrontar lo que venía.

Yo era del tipo de persona que no se arriesgaba. Si no sabía cómo iba a resultar algo, prefería no hacerlo en absoluto. Si los demás saltaban de un acantilado, yo los saludaba desde la comodidad de una silla en la playa. Las dudas y las posibilidades eran demasiadas. Por eso me quedaba con lo seguro. Lo seguro en ese momento era correr en la dirección opuesta.

No porque fuera un cobarde, sino porque existían dos tipos de personas: los que se arriesgaban y probablemente morían y los que vivían seguros y sobrevivían. Aunque no sonaba tan emocionante y glamuroso, así viví los últimos años. Claro, no siempre fui así, antes era diferente y mi segundo nombre era Peligro y toda esa basura, sin embargo, madurar era entender que no siempre podías hacer lo que se te antojaba en el momento. Existían consecuencias. Tal vez no todas las repercusiones eran malas.

Por más que lo intenté con todas mis fuerzas, no pude apartar los ojos de ella. No podía creer lo que veía y eso que parpadeé varias veces. Ahí estaba ella, probablemente pensando lo mismo que yo por la forma en que me miraba como si tuviera tentáculos y estuviera bailando música disco. Parecía una locura.

―Hola ―dijo Jess con un hilo de voz, como si necesitara oxígeno. Sería mejor no que no repasara el contexto de la última vez que me dijo ese simple saludo casual que acababa de cobrar otro significado.

Cada vez que olvidaba que no estábamos solos, alguien más me recordaba que no. Tuvimos un acuerdo tácito y no mencionamos que no era la primera vez que nos veíamos en años.

Aledis intervino y me ahogué en lo bochornosa que era la situación.

―No hay necesidad de presentaciones, ¿no?

―No, recuerdo todo perfectamente ―me atreví a decir, barriendo el lugar con la mirada hasta centrarme en la persona a la que le mandé la indirecta.

No podía aceptar que olvidé todo. Ese era el problema con el ser humano. Olvidabas. Olvidé su voz, su rostro, y lo raro que se sentía mi corazón a su alrededor. Pero no la olvidé a ella.

Habíamos crecido. Tenía sentido que no nos reconociéramos. La espera fue demasiada, aun así, los años que estuvimos separados se fueron volando. Volví a sentirme como ese niño que solía esperar junto a la puerta cada día que ella venía a mi casa para jugar y luego pretendía que había estado muy ocupado y mentía al decir que casi había olvidado que vendría.

Ella se quedó boquiabierta por un segundo, cerró la boca con rapidez, y pasó de estar desconcertada a ligeramente molesta. Había estado quieta como un cadáver y ahora era un torbellino de energía.

―Bueno, yo no. No recuerdo nada. Tengo una memoria terrible. Hay cero recuerdos aquí. Soy como una hoja en blanco ―balbuceó, tropezándose con las palabras que exponían su nerviosismo, y señaló a su propia cabeza―. Blanco, blanco, blanco. ¿Alguien más puede hablar, por favor?

Resultaba gracioso que sus mejillas siguieran tiñéndose de rojo al instante cuando estaba nerviosa igual que antes. Aun así, estaba justificada. La situación era más incómoda que una piedra en un zapato.

Su cara me decía «¿qué diablos hago?» y la mía le respondía «no me preguntes a mí, esto es mi infierno personal».

―Eso es una pena. Nos da la oportunidad de recordar los viejos tiempos. Será muy divertido. Jess, este es Xove. Xove, esta es Jess ―presentó Aledis, haciendo un gesto para que nos acercáramos a darnos la mano o algo por el estilo y nos quedamos congelados.

¿Qué tan difícil podía ser darle la mano a alguien?

Aparentemente, muy difícil.

Jess dibujó otra sonrisa suave y me tendió la mano con valentía. La miré, intentando no ser el que se sonrojara en esa ocasión, y la acepté. Era suave, cálida, y muy pequeña. Fue un segundo tierno que se tergiversó y fue corrompido por el día anterior en el que entrelacé mis dedos con los suyos para aferrarme a algo mientras le hacía cosas que sería mejor que no detallara en ese preciso instante. De repente, ella se adelantó a soltarme y yo me aclaré la garganta para cambiar de tema.

―Y Elisia ―dije, girando para saludar a su madre―. Te recuerdo a ti. No has cambiado en absoluto.

Elisia se lanzó a darme un abrazo que me agarró desprevenido y me apretó con la fuerza suficiente para sacarme los órganos para luego apartarse en menos de dos segundos.

―Y tú sigues siendo tan amable como siempre. Pero luces un poco sorprendido.

Me apresuré a aclararlo.

―Sí, lo siento. No sabía que vendrían hoy. Yo no sabía nada. Ella no me dijo nada.

―Quería que fuera una sorpresa ―comentó Aledis con orgullo.

Jess abrió los ojos con dramatismo y algo de burla.

―Bueno, fue una sorpresa. Una gran e inesperada, realmente inesperada sorpresa.

Mi madre lució confundida.

―¿Tú tampoco sabías de esto?

―No, ella me lo dijo en el taxi después de que la fui a buscar al aeropuerto. Yo tampoco sabía nada. En absoluto ―respondió la chica como si fuera una indirecta para avisarme que ella tampoco sabía nada―. Ja, ¿no es una coincidencia?

Asentí, resaltando la última parte.

―De locos, sí.

―Y asombrosa. ―Aledis prosiguió sin darnos un respiro―. Es una pena que nos haya llevado tantos años tener una reunión así, pero valió la pena. Tenemos todo un fin de semana para ponernos al día.

Casi me atraganté con mi propia saliva.

―¿Todo un fin de semana?

―Invité a Elisia a que se quedara aquí y la invitación incluye a Jess.

―Qué considerado de tu parte ―murmuró Jess como si prefiriera ir de visita a una prisión embrujada antes de quedarse aquí.

―Claro que estás invitada. Eres como una hija para mí.

Fingí que mi madre no acababa de decir eso. No escuché nada.

Enumera cosas asquerosas y aterradoras para distraerte, tarareé en mi cabeza, los alimentos tocándose en un plato, los osos de peluche, y el amor.

―¿No te pusiste a pensar que quizás tiene otros planes? ―planteé, ya que no todos vivían acorde al horario que le resultaba más conveniente a ella.

―¿Estás hablando de Jess o de ti? ¿Por qué lo preguntas? ¿Te quieres ir tan rápido?

La paciencia era un elemento importante para no pelear. La mía, claro estaba.

―No, olvida que pregunte.

―Bueno, ¿qué te parece? ―consultó Elisia con su hija.

Jess vaciló.

―Suena realmente...

Horroroso. Malo para mi presión arterial. Incómodo. Esas fueron las cosas que pareció que ella pensó en decir, por ende, intervine y terminé la frase.

―Divertido.

―Oh, terminaron la oración del otro. Solían hacerlo cuando eran niños. Era tan molesto. Ahora es tierno. A medias ―destacó Aledis y Jess tragó grueso.

―Viejos hábitos. No puedes deshacerte de ellos ni aunque lo intentes.

Observé a Jess un poco ofendido al notar que me lanzó una mirada rápida. Lo dijo con la intención de deshacerse de mí.

¿Quién era esa chica? Claramente no la misma que conocí una década atrás.

Arrugué la nariz.

―No, no puedes sin importar que tan molestos sean.

Aledis se puso nostálgica, se puso entre Jess y yo, y agarró un brazo de cada uno.

―Eli, míralos, ¿no se ven tan lindos juntos?

Tuve que sonreír por más que tenía ganas de morir por dentro. Al menos me esforcé por fingir. Alguien más no lo hizo.

―¡No! ―soltó Jess como si temiera que tuvieran la mágica habilidad de leer su mente y descubrir sus secretos.

Las madres la contemplaron con rareza, por consiguiente, se apresuró a agregar lo siguiente:

―¿No es esta casa más encantadora que nosotros? La decoración es muy ornamental.

El edificio en sí poseía ciento once pisos, era considerado uno de los más altos del mundo, casi mitológico, y albergaba a la élite de la élite. No bastaba con que fueras realmente rico para que siquiera pusieras un pie en él, sino que tenías que recibir una invitación para vivir ahí y pasar una evaluación de la aristocracia. Todos competían para subir de posición y estar literalmente en la cima. Un montón de basura, lo sabía. Al final del día, era un edificio más. Pero a mi madre le interesaba mucho la posición social y se las arregló para conseguir un lugar en el piso cincuenta. Bien por ella.

El apartamento en sí se ubicaba en el Lado Este de Manhattan, cerca de la Quinta Avenida, y era del tamaño de una mansión. La sala principal era un área ornamentada con una mosqueta cendrada que ocupaba el piso reluciente, un equipo de sillones individuales con cojines púrpuras, un dúo de rinconeras pigmentadas de marfil, un centro de mesa, una consola llena de la colección de jarrones exóticos y un viejo piano. La vista panorámica de los ventanales ciclópeos daba al paisaje de Central Park con los árboles variopintos y el lago artificial.

En otra ocasión le habría dado un vistazo más largo y me habría fijado en la ornamentación primaveral sobre los muebles otoñales. Las mesillas auxiliares del comedor cobraban deliciosos sabores y exquisitos aromas. Los componentes agridulces de aquel desayuno tardío eran zumos y tés variados, frutas de estación o en almíbar, incontables tipos de bollos, trozos de salmón ahumado, fiambres rumbosos, mariscos frescos, empanadas y las infaltables ensaladas. La vajilla y la cristalería brillaba de lo limpia que yacía en la mesa principal junto a los arreglos florales.

Aquel día no podía parar de analizar azorado a la chica parada a mi costado. Me fue imposible ocultar tanta tensión en un ambiente relajado.

En conclusión, sí era ornamental.

―Gracias, la decoré yo misma ―agradeció mi madre con orgullo y nos soltó.

Respiré de nuevo. Como medida preventiva, me alejé lo suficiente para que eso no se volviera a repetir.

―Es preciosa ―añadió Elisia para ser amable. Aledis vio su oportunidad.

―Aunque sin duda no es más encantadora que tú. La última vez que nos vimos eras tan bajita, te faltaban dientes, tenías las mejillas regordetas y vivías usando dos coletas. Pero mírate ahora, Jess.

Ella agachó la cabeza, reflejando su incomodidad ante el tema. Reconocí ese gesto. Lo hacía cuando algo andaba mal. O solía hacerlo en el pasado.

―Yo no...

―¡Eres hermosa! ―exclamó Aledis sin parar de meter el dedo en la llaga―. ¿Qué piensas?

Había estado ocupado contemplando de soslayo a Jess mientras hablaban y me aclaré la garganta ante la pregunta que me tomó por sorpresa.

―Sí, lo es ―respondí y Jess levantó la vista con timidez para curvar un poco la esquina derecha de sus labios por un instante.

―Gracias.

No me agradeció por el halago, sino por el salvavidas que le arrojé.

―Solo digo hechos.

―Apuesto a que los chicos se pelean por tu atención.

Yo casi lo había hecho ayer, murmuré en mi cabeza al recordar que fingí ser el líder de la mafia por ella. Fue divertido.

―Créeme, ese no es el caso ―carcajeó ella como si fuera un chiste.

Todavía no me entraba en la cabeza cómo era posible que dijera que nadie quiso salir con ella.

―A ella no le interesa eso. No tiene tiempo. Ahora debe concentrarse en sus estudios ―se adelantó a intervenir Elisia, exhibiendo un aspecto controlador con el que no estaba familiarizado.

―Eli, tienes que ser más abierta. La chica puede cumplir con su deber y divertirse mientras tanto.

Fruncí el ceño. Lo decía la madre que prácticamente era capaz de obligarme a casarme con el primer ser humano que apareciera. Yo también quería divertirme mientras tanto y no se mostraba tan comprensiva. Estaba claro. Las madres tenían estándares diferentes para sus hijos y el resto de los mortales.

―No.

―Mamá, no tenemos que hablar de esto aquí o en ningún otro sitio ―comentó Jess entre dientes a causa del tono que utilizó Elisia.

―No, estamos en confianza, ¿cierto? ―sospechó de repente―. ¿Estás saliendo con alguien?

Ya quisiera, suspiré en mi interior, basándome en lo que contó ella.

Jess lució acorralada.

―No. Sabes que no, ¿por qué siempre preguntas eso?

Tuve la impresión de que ellas hablaban de muchas cosas, excepto de eso. Asumí que Jess no le había contado de su adoración por las películas románticas y demás. Elisia tendría un ataque si supiera que Jess estuvo en una cita a ciegas. En eso se diferenciaba mucho de mi madre, la casamentera que nadie contrató.

―Te lo digo por tu bien. No quieres terminar sola y embarazada sin terminar una carrera igual que...

Ella.

Ahí entendí de dónde provenía la preocupación exagerada. El padre de Jess la había dejado en cuanto se enteró de que estaba embarazada y jamás apareció. No sabía mucho más al respecto; fue suficiente. Era un tema delicado y familiar. Supuse que le asustaba que lastimaran a su única hija y pretendía que estuviera soltera toda su vida. Pero no era justo para Jess, teniendo en cuenta que ella tenía todo el derecho del mundo a decidir si quería enamorarse o no y no se atrevía a decírselo por esas mismas razones.

Uno asumiría que ella había crecido en una especie de cuento de hadas con una familia numerosa y feliz y un montón de mascotas adorables en una casa espléndida en un vecindario alegre a causa de su fe inquebrantable en el amor. Yo lo había pensado el día anterior antes de saber que era Jess. Resultaba sorprendente que no fuera así en absoluto.

―¡Oh por Dios! ―lloriqueó Jess, deseando morir―. Alguien asfíxieme con uno de estos cojines.

No sabía qué hacer y dije:

―Así que, volviendo al tema de la decoración...

―Los chicos son peligrosos si no los conoces. No tienes que salir con alguien solo porque tus amigos también lo hacen. Tu tiempo es tu tiempo. Nadie te presiona ―recalcó Elisia con seriedad, ignorándonos.

Aledis y yo nos quedamos hechos piedra. Si no nos movíamos, no nos verían.

Por otro lado, Jess cerró los ojos, esperando a que la tormenta pasara.

―Lo sé, lo sé. ¿Podemos cambiar de tema?

―Bueno, las cortinas son fabulosas ―retomé con muchas esperanzas.

Creí que habíamos dejado el asunto atrás. Me equivoqué.

Elisia giró su cuello para mirarme y equilibrar la balanza de la vergüenza.

―¿Y qué hay de ti? Tú también has crecido. Seguramente tienes muchas chicas detrás de ti.

O a mi lado, corregí para ser más preciso. Jess se ubicaba a mi derecha.

―Estoy bien.

―Y, aun así, no me ha presentado a ninguna y no sé por qué ―bramó Aledis, decepcionada.

―No tengo tiempo para citas ―me limité a pronunciar. Era una conversación que debía tolerar durante cada visita.

Yo estaba muy ocupado. Tenía muchas cosas para hacer para cumplir con los términos de los contratos, las fechas límites, y mis metas personales. El trabajo no era algo que pudieras posponer y me encantaba. Empezar una relación con tan poco tiempo libre no acabaría bien y sería gastar energía para nada. Era otra de las razones por las que me limitaba a disfrutar de mi soltería. No sería justo para nadie.

Aledis puso los ojos en blanco, insatisfecha con la respuesta.

―Sí, solo te dedicas a trabajar. Tal vez por eso no tienes una novia.

―Oye, no seas tan dura ―intervino Elisia en un tono más ameno. Su hija arqueó una ceja.

―¿Disculpa?

―Estás disculpada.

Aledis guio sus ojos hacia Jess.

―Hay que ser honestos. Jess, necesito una opinión real. ¿Tú saldrías con él?

¿Salir? No. Pero ya habíamos hecho otras cosas, así que ella no podía decir mucho.

―Yo no creo que... ―tartamudeó.

―Por supuesto que no. Son casi hermanos ―interrumpió Elisia con seguridad.

De repente, me sentí culpable, como hubiera cometido incesto.

Jess casi sufrió una especie de arcada de asco que disimuló con una tos.

―Eso fue hace tiempo. Además, tienen ojos ―replicó Aledis sin perder su actitud refinada―. Vamos, dinos qué tan atractivo lo consideras.

Ella se mojó los labios como si se hubieran agrietado a causa de los océanos de preguntas, observándome de refilón.

Me crucé de brazos y la contemplé con suficiencia. Yo ya lo sabía.

―Igual que a cualquier otro ser humano ―musitó Jess, escogiendo sus dichos con cuidado para que no se alarmaran.

Aguantar otro minuto así se consideraría tortura en algún planeta.

―De acuerdo. ¿Por qué no dejan el interrogatorio para después y comenzamos a comer?

―Bien, me rindo. Tendré que esperar para saber si algún día veré a mi hijo feliz y que me traiga nietos que no sean canciones.

Jess vino a mi rescate.

―Mencionaste comida, ¿cierto?

―¡Sí! ―exclamé, agradecido―. Podemos...

―¡Ah! ―masculló Elisia, interrumpiéndome para sacar algo de la cartera que colgaba de su hombro―. Ya me acordé de algo. El día que me llamaste me puse a buscar entre las fotografías viejas y encontré esto.

Todos nos limitamos a ver la fotografía que ella sostenía. Había sido tomada el día de la despedida oficial de nuestro viejo apartamento. Los cuatro estábamos dándole la espalda a la ventana y sonriendo sin saber que sería la última vez que estaríamos todos juntos.

―Ha pasado tanto tiempo y parece que fue ayer ―coincidió Aledis una vez que Elisia guardó la fotografía―. Si bien nosotras no cambiamos tanto, ellos sin duda lo han hecho. Si esto es extraño para nosotras, imagina para ellos.

Quise soltar una carcajada que expresara mi sufrimiento.

―No tienes ni idea.

Jess se abanicó con la mano.

―Rayos, ¿hace calor aquí?

Respiré hondo y le susurré a medida que pasaba:

―Demasiado para mi gusto.

Mi madre se encaminó hacia la mesa con una actitud que sugería que la siguiéramos.

―Bueno, no hay nada mejor que un par de mimosas para refrescar el ambiente.

Lo hicimos porque ella era una de las personas que se pretendía adueñarse del título del "alma de la fiesta". Aunque ese brunch ya no me daba vibras festivas. Quería enterrarme para que me tragara la tierra y me escupiera en una dimensión alternativa en la que el día anterior nunca existió. No porque fuera malo, sino porque complicó algo que siempre fue simple.

Era complicado mezclar los recuerdos inocentes y tiernos con los momentos calientes y perversos. No sabía cómo verla a los ojos sin sentirme más tímido de lo usual y eso nunca me pasaba con nadie.

Hablando de ella, avanzó sin siquiera dirigirme la palabra otra vez. Para mí todos los reflectores se enfocaron en el escenario a oscuras por el que pasaba. La curiosidad que venía con no saber por qué se comportaba así me devoró por dentro. Me obligué a no perdurar en la eternidad como un espectador y me acerqué a la silla más cercana.

Nadie se sentó en la cabecera. Aledis ocupó una de las sillas que daba a la pared y Elisia eligió acomodarse a su lado, por lo tanto, yo me senté en el lado opuesto por cuestiones de seguridad personal. Jess decidió evitarme y quiso corrió el asiento junto a su madre, sin embargo, nuestras alertas rojas hicieron eco cuando Aledis le regaló una mirada desaprobadora.

―¿Te podrías sentar con Xove? Para ser dos de un extremo y dos del otro. Es una manía que tengo. Me gustan las cosas en orden.

―No hay problema ―contestó con una sonrisa falsa.

Había un trillón de inconvenientes.

Ella se quitó el abrigo de color violeta y lo colocó en el respaldo, respetando el pedido. A pesar de que no debería haber quedado hipnotizado por aquel acto tan simple, no pude evitar sentir una especie de cosquilleo al ver lo fácil que se deslizó la lana por la piel de sus brazos. Fue igual cuando la desnudé en el hotel.

Me reprendí a mí mismo por eso y agarré una de las uvas para comerla y distraerme.

Cosas asquerosas y aterradoras, repetí.

Acto seguido, la chica tomó el asiento junto a mí, esquivando el contacto visual, y posó las manos sobre sus rodillas para que no se notara su inquietud. Lo hice de todas formas.

Las madres procedieron a servirse y a beber lo que ofrecía el brunch. Nosotros no sabíamos qué hacer.

―Esto es tan raro ―farfulló Aledis, observándonos con sospecha y entré en pánico.

Fingí que todo estaba bien.

―¿Qué cosa?

―Ustedes. Nosotras estamos acostumbradas a vernos así, nos conocemos hace siglos, y hemos hablado casi todos los días por teléfono este último mes, lo sepan o no. No parece que sea real que desperdiciamos tantos años sin hablar y verlos a los dos tan grandes y diferentes aquí es extraño, ¿cierto?

Elisia concordó con un asentimiento.

―En mi cabeza siguen siendo unos bebés.

―Pero ya no lo somos ―recalcó Jess.

Mi madre agarró el comentario como un arma para protestar.

―No, algunos se vuelven adultos descorazonados y deciden mudarse a la otra punta del país.

No dije nada.

―O del mundo ―murmuró Elisia, dirigiéndose a su hija.

―Quieres que me concentre en el trabajo. Bueno, aquí está mi trabajo.

―¿Vives en Nueva York? ―le pregunté a Jess sin reprimir mi interés.

Apenas me miró por menos de un segundo.

―Desde hace cuatro años.

Por supuesto. Ella no necesitaba preguntar sobre ello. Se lo conté en el bar. Nadie más sabía eso.

―Él recién se mudó aquí ―destacó Aledis sin que nadie solicitara esa información―. Ahora que los dos viven de nuevo en la misma ciudad, quizás puedan juntarse de vez en cuando y revivir su amistad. ¿No es una buena idea?

Nuestra amistad murió lentamente hacía años y había firmado el formulario para que no la resucitaran. Pero los milagros existían y tal vez, solo tal vez quizá volvería a la vida si el destino lo quería así.

Las amistades tendían a diluirse con el tiempo igual que el azúcar en el agua. Intentar revivir una después de tanto tiempo era tan difícil como querer volver a separar el agua del azúcar.

―No lo sé. No sé por cuánto tiempo me quedaré aquí.

Jess intervino de repente.

―En vez de enfocarnos en el futuro, concentrémonos en sobrevivir a este día.

A mi madre no le agradó la connotación.

―Lo haces sonar como si los estuviéramos torturando o algo así.

Porque lo estaban haciendo, incluso si no se habían enterado de ello.

―No fue mi intención.

―La reunión es lo primordial, ¿no? ―repuse para distender la situación.

―Sí. Han pasado diez años. Los recuerdos son los que se van más rápido. En especial cuando eres joven. ¿Aún se acuerdan del otro?

Me mordí la lengua como si fuera divertido.

―No te imaginas cuánto.

De repente, sentí un golpe severo y silencioso en mi pie izquierdo que me dolió bastante. No tuve que mirar debajo del mantel para adivinar que fue Jess quien me dio un pisotón. Aquella chica quizá no era una amenaza para el mundo, pero lo era para mí.

―Es decir, las cosas importantes no son fáciles de olvidar ―agregué a regañadientes.

Como nuestras aventuras de amigos, como la forma en que me contempló mientras besaba su cuerpo, pensé en el ínterin.

―La infancia es una de ellas ―concordó Jess en voz alta―. Mi amiga me leyó sobre un estudio que dice que las experiencias que los niños tienen antes de los seis años ayudan mucho a formar los rasgos futuros de su personalidad. Así que, por eso, son relevantes.

―Es una explicación bastante acertada ―concordó Aledis con un dejo despectivo.

Elisia hundió sus cejas, confundida ante el desvío de la conversación.

―Entonces, ¿se acuerdan o no? No me quedó claro.

Jess resopló.

―Lo hacemos.

Fue mi turno de regalarle un suave golpecito con mi pie herido a la vez que esbozaba una sonrisa.

―Oh, sí. Lo hacemos.

Los dos giramos para mirarnos a la cara y no fue tierno, sino con mucha falsedad y complicidad. Era extraño saber algo que nadie más sabía y compartir ese secreto con alguien que solías conocer.

Aledis casi saltó, estridente.

―¡Esto es maravilloso! ¡Casi épico! ¡Deben estar explotando de alegría!

―Estoy tan feliz que quiero morir ―masculló Jess con un tono jovial que no engañaba a nadie.

Después, los segundos transcurrieron en un silencio que para mí fue incómodo, no obstante, para Elisia y Aledis resultó ser una pausa de la seriedad para degustar y comentar la comida.

―Así que, ¿por qué no me cuentas de ti, cariño? Eli me dijo que estudias en un conservatorio. He oído sobre él. Es muy prestigioso.

La chica no tuvo más remedio que contestarle a mi madre.

―Sí, de hecho, es la razón por la que me mudé aquí hace cuatro años. Me dieron una beca.

Me alegró que persiguiera sus sueños. Cuando éramos niños solíamos hablar tanto de lo que haríamos una vez que fuéramos adultos y ella siempre estuvo asustada de no poder alcanzar su meta por muchos motivos, así que, ver que pudo superar eso, me dio ganas de viajar en tiempo para decirle a su yo del pasado que no tenía razones para temer.

―Felicidades. Debes estar muy orgullosa.

En vez de ser quien recibiera el cumplido por su esfuerzo, fue Elisia quien contestó.

―Lo estoy.

―¿Te gusta? ―le pregunté a Jess y no hubo incomodidad durante esa interacción.

―Sí, es un sueño hecho realidad.

La serie de preguntas y respuestas siguió su rumbo.

―¿Qué haces exactamente ahí?

Dejando de lado los entremeses salidos, Jess se fue sirviendo los bocadillos dulces mientras hablaba con entusiasmo.

―En resumen, estudio artes escénicas. Quería aprender de todo, no solo sobre música.

Olvidé la comida.

―¿Aún cantas?

Mi pregunta llamó su atención.

―Todos los días ―declaró ella con suavidad.

Aledis hizo un ademán para que escuchara su pregunta.

―¿Cómo es?

Jess la miró con los ojos bien abiertos y la boca cerrada y llena de comida antes de tragar.

―¿Qué cosa? ¿La tarta de frutas?

Odié que me diera ternura.

Odié notar las diminutas migas en sus labios pintadas con brillo labial.

En consecuencia, le pasé una servilleta sin decir nada y me lo agradeció en silencio. No tenía que significar algo.

―Tu vida ―insistió mi madre―. Además del conservatorio, ¿qué haces? Quiero saber todo. Me he perdido muchas cosas.

―No hay mucho para contar. Los primeros dos años viví en una residencia y después conseguí mudarme a un apartamento con una amiga y ahora tengo cuatro compañeras de casa. Cada una de nosotras tiene una carrera diferente. Es bastante divertido. Pero no tengo muchas horas libres debido al conservatorio, solo estas dos semanas porque estamos de vacaciones y nada más.

Elisia y Aledis compartieron una mirada cómplice.

―Parece que estamos de suerte, ¿no? Si estás libre, podremos aprovechar este fin de semana al máximo.

―Entonces, sobre lo que mencionaste antes, ¿también vives en un apartamento? ―me preguntó Elisia para variar.

―No, todavía no. Actualmente, me estoy quedando en un hotel.

―¿En qué sitio te hospedaste?

―El Hotel D'Grieff.

―Oh, Jess me habló de ese hotel y me ofreció rentarme una habitación ahí antes de que le contara mis planes. Por supuesto, le dije que no. Qué coincidencia, ¿no?

―Esto es el destino. Hubiera sido fantástico que se toparan antes.

―Es una pena que no lo hiciéramos ―aseveré, alzando ambas cejas.

―Ciertamente ―concordó Jess a modo de provocación.

Regresando al tema anterior, Aledis dijo:

―Por otro lado, creo que es asombroso que hayas sido constante y sigas persiguiendo tus sueños.

En busca de que las felicitaciones se mantuvieran balanceadas, Elisia intervino.

―Es bueno decir que Xove también lo hizo, ¿no?

―Ten cuidado, hubo una época en la que no ―repuso mi madre.

Jess terminó con su bocadillo actual y conversó conmigo como si nada hubiera pasado entre nosotros.

―¿Qué querías estudiar?

Me apoyé en la mesa sin utilizar los codos.

―Nada fuera de lo ordinario. Me iba a especializar en neurocirugía.

Fue evidente que revivió los recuerdos de nuestra conversación anterior.

―Qué inteligente. Debe interesarte mucho la mente.

Contemplé sus ojos pequeños y marrones para no descender hacia otros sitios.

―Me interesa el resto del cuerpo por igual.

Apenas fue visible que se sonrojó antes de volver a hablar.

―¿Qué pasó? ¿Por qué dejaste la carrera?

―Porque me di cuenta de que no era lo que quería ―resumí para no enredarme en los detalles escabrosos―. La medicina era el sueño de mi padre. No el mío. Pero alguien no nota la diferencia.

―Esa indirecta no fue tan indirecta como crees, hijo ―alertó Aledis y procedió a justificarse―. No lo voy a negar. Me hubiera encantado que Xove siguiera los pasos de Adam, estudiara medicina y tomara su puesto en el hospital de su padre. Pero él decidió arruinar ese futuro y dejarle el lugar a un completo extraño.

En la actualidad, yo era amigo de Sheldon Park, el actual dueño del hospital que una vez le perteneció a mi padre. No éramos tan cercanos, sin embargo, nos topábamos en ciertos eventos sociales. En consecuencia, no dejamos el establecimiento en las manos de un completo extraño, sino en las de alguien que valía millones.

―Como dije, no nota la diferencia.

―Una de las amigas que mencioné hace su residencia médica ahí. Ella es brillante ―comentó Jess, casi pensando en voz alta―. Siendo honesta, no entiendo a los cirujanos. ¿Qué clase de persona se levanta y dice "hoy es un buen día para cortar y abrir a alguien y ver mucha sangre o hacer un agujero en sus cerebros"? Pero, si salva vidas, ¿quién soy yo para juzgar?

Nadie dijo nada durante unos diez segundos.

Hicimos una pausa para beber algo.

Elisia sonrió con esa mirada maternal que estaba repleta de ánimos.

―Entonces, Xove, tengo entendido que también te dedicas a la música, ¿cómo va eso?

―No tan mal ―destaqué con simpleza.

Otra vez, Aledis se entrometió con histrionismo.

―Está siendo modesto. Tiene una banda de rock. Son muy populares. La última vez que fui a uno de sus conciertos, creí que me quedaría sorda por los gritos del público a pesar de que son relativamente nuevos en la industria. A donde sea que voy, siempre ponen una de sus canciones. Recién terminó la primera gira. Ahora tiene más dinero que yo. Increíble, ¿no?

Aquella fue una de las pocas veces en las que no la vi hablar despectivamente de mi trabajo. Me conformé con eso.

―Eso es sensacional ―masculló Elisia, felicitándome genuinamente―. Tal vez he oído sobre ellos. ¿Y cómo se llama el grupo?

Sonreí con cariño, entreabrí la boca, buscando la valentía para hablar, y volteé por un segundo como si se lo respondiera a Jess, pese a que ella no realizó la pregunta.

―Videtur.

Confesarlo en voz alta no solo desactivó la función de mi corazón que lo hacía latir, sino que desconectó mi máquina de pensamientos, es decir, mi cerebro de la realidad y desensambló las piezas de mi alma. Ella era la única de allí que entendía el valor de la palabra. Había sido una promesa y la cumplí, incluso después de estar separados por años. Yo siempre cumplía con mis promesas.

En su momento, juré que iba a hacer lo posible para que nos viéramos otra vez, nombré mi banda en honor a esa promesa, y escribí canciones que recorrieron el mundo hasta que nos encontramos de casualidad. No necesariamente significaba algo. Era un lindo recuerdo que halló su camino de vuelta al presente. Su importancia dependía de nosotros.

―¿Por qué? ―formuló Jess en un suspiro y me encaró, omitiendo el hecho de que no estábamos solos―. ¿Por qué "Videtur"?

Tuve que contener las ganas de decir que esa persona era ella y pronuncié:

―Me recuerda a alguien.

―¿Es un buen recuerdo?

―Es uno que no quiero olvidar ―resumí.

Era como una especie de recordatorio. Resultaba muy fácil perderte cuando eras parte de una industria tan tóxica, inestable y adrenalínica como esa, por ende, a veces necesitaba cables a tierra, cosas que me mantuvieran centrado y me recordaran por qué hacía lo que hacía, por qué amaba tanto mi profesión, y eso era lo que representaba esa promesa para mí. Fue algo ligado a un momento inocente, puro, y esperanzador en el que oíamos la radio.

―Y eso es todo lo que dice cuando le preguntas por qué eligió un nombre tan horrendo ―cortó Aledis, rompiendo la burbuja que me había aislado del exterior.

―No es horrendo ―replicó Jess y su tono reflejó un poco de molestia, lo que generó unas expresiones de confusión en las madres―. Es peculiar.

Además, el nombre sonaba genial. Recordé el día en el que me senté junto con mis amigos para elegir un nombre para la banda y se nos ocurrieron los peores nombres de la historia hasta que esa misma madrugada me quedé pensando y no pude sacarme "Videtur" de la cabeza. Cuando lo sugerí, les gustó y ahí estábamos años después.

―Apuesto a que la nombraste en honor a alguien especial. Los cantantes siempre hacen eso ―consideró Elisia.

Sentí la presencia de Jess, incluso sin mirarla.

―Sí, lo hice.

En conclusión, sí. Nombré mi banda por una chica. Pero antes solía ser mi chica. Ya no.

―¿Quién?

Agarré uno de los bocaditos salados.

―Yo.

La mentira me hizo sonar arrogante cuando no lo era en absoluto, sin embargo, me quité un problema de encima.

―Ya, probablemente no quiere decirlo. Hablemos de otra cosa ―propuso Jess al final.

―Qué ternura. Es como cuando eran niños y a pesar de que eras muy tímida, lo defendías ―chilló Aledis, otra vez, en lugar de aminorar la incomodidad.

Me pareció irónico que cambiáramos de roles al crecer. Ella solía ser tímida y ahora era la chica más parlanchina que conocía. Antes yo tenía a ser abierto y en la actualidad me costaba abrirme con la gente. El tiempo les hacía cosas raras a las personas.

Ella se encogió de hombros para librarse de la tensión.

―Supongo que es un hábito.

―Hablando de hábitos, Eli, tienes que dejar la manía de no invitarme a tu casa.

―Lo haré algún día ―accedió su amiga―. También podría mostrarte la pastelería.

Me dirigí a Elisia.

―¿Tienes una?

Efectuó un asentimiento.

―Sí, después de todos estos años, Jess me animó a abrir una tienda para vender los dulces que preparo.

―Eso es bueno.

―¿Lo ves? Ese es un ejemplo de una buena hija ―remarcó Aledis y tuve que soltar una broma.

―Entonces, ¿yo soy un engendro del mal?

―¡Xove Kieron!

―Era una broma ―le notificó Jess a mi madre.

―Aun así, no me gustan.

―Vamos, apuesto a que él es un buen muchacho también ―defendió Elisia y pasó a realizar una serie de preguntas―. Veamos, ¿eres un criminal?

―No, señora.

―¿Te drogas o bebes en exceso?

―No, señora.

―¿Tratas bien a las personas?

―Sí, señora.

―¿Ves? Ahí lo tienes.

Respiré una vez que pasé el examen.

―Creo que es más complicado que eso, pero bueno. ―Aledis refunfuñó―. Hablando de complicado, tengo que contarte sobre algo que oí el otro día.

Y así la charla se distendió. Ellas llenaron los huecos para que nadie guardara un mutismo absoluto.

Un problema surgió con el tiempo. No podía aguantar así. Me pesaba la conciencia. Necesitaba resolver el asunto dialogando y para dialogar necesitaba a cierto individuo que en la actualidad se había distraído con otro racimo de uvas.

¿Cómo terminé en esa situación?

―Oye ―la llamé con un susurro que nadie respondió.

Mi segundo intento se basó en darle otro golpecito en el pie para llamar su atención, sin embargo, fue muy suave y no pareció notarlo. En consecuencia, me rendí.

Tuve que entrar en acción. Jess agarró una copa de mimosa mientras mi mente viajaba hacia la chica que no me atrevía ni a mirar por más de tres segundos consecutivos. Entonces, me armé de valor y cometí una locura.

Ella abrió los ojos como los platos de la mesa y casi se atragantó con la bebida en el instante en que deslicé la mano por su pierna sin que nadie más se percatara de ello.

―¡Oh por Dios! ―exclamó Jess, perpleja por la caricia que me hizo acordar que cómo usé esos dedos para tocarla y terminé apretando su muslo, ya que su exclamación me sorprendió.

―¿Qué ocurre? ―consultó Elisia, preocupada.

Jess resopló y depositó el cóctel en la mesa en busca de pretender que no pasaba nada y yo simulé que no me afectaba el contacto de su piel contra la mía para que no se enteraran.

―Es la primera vez que tomó uno de estos. Es delicioso.

Reprimí una risa ante su respuesta elaborada.

El aspecto triunfal se evaporó en cuanto ella depositó disimuladamente su palma sobre mi pierna con la intención de equilibrar las consecuencias. Recuperé mi seriedad.

―Lo sé, por eso adoro asistir a cualquier brunch ―manifestó Aledis, cayendo en mi mentira.

Luego, ellas se volvieron a distraer con su propio tema de conversación y me enfoqué en mi dilema.

La chica quitó la mano donde la había puesto en cuanto se dio cuenta de lo que iba a hacer. Procedí a utilizar la yema de los dedos para escribir una palabra en su pierna. Era un mensaje. No podía decirlo sin que sospecharan y decidí que valía la pena el riesgo el ponerme los nervios de punta con aquel roce. En el pasado, cuando queríamos hablar de un tema que no podíamos sacar frente a otros, hacíamos eso. De todas formas, ella captó el código y me aparté para que pudiera ponerse de pie.

―Debo ir al baño ―articuló a gran velocidad luego de que la silla hiciera un ruido terrible al moverse―. Xove, ¿por qué no me muestras dónde está?

Me paré de inmediato, como si fuera su mayordomo.

―Será un placer, Jess.

Claro que lo sería. La última vez que nos habíamos visto estábamos desnudos en mi cama.

Dejé que mis pies fueran a donde quisieran ir y ella permitió que la guiara a través del apartamento y nos desplazamos por el corredor en completo silencio por precaución. Yo no había trazado un plan específico sobre lo que le diría. Su reacción proclamaría el porvenir. De repente, me detuve, abrí la primera puerta que encontré y no entré hasta que ella lo hizo primero.

―Así que vamos a ir ahí después de todo ―comentó Jess, admirando lo que era, en efecto, un baño.

Busqué una justificación.

―Es para no levantar sospechas.

Chasqueó la lengua.

―Porque que los dos estemos encerrados solos no es sospechoso en absoluto.

La adrenalina me ponía histérico.

―Depende de lo que hagamos ―repliqué con un tono que la confundió.

No era nada fuera de lo normal. Para ser un baño de invitados era más espacioso de lo usual. Contaba con las paredes pintadas de negro, una ducha con una mampara de vidrio en el fondo, un inodoro en la esquina y en la entrada en la que estaban había un lavabo amplio con un gran espejo. También había muchas otras cosas a las que no les presté atención. Encendí la luz con el interruptor, entre tanto, mi acompañante cerraba la puerta. Mi cabeza se puso en blanco de nuevo. Ella fue la que habló con esa expresión confusa.

―Hola.

Los recuerdos eran frescos, así que no tardé en acordarme de que me había saludado así luego de nuestro primer beso en el ascensor.

Cielos, ¿quién besaba a su antigua mejor amiga?

Nadie en su sano juicio.

―Hola, han pasado...

―¿Menos de veinticuatro horas? Sí.

―Iba a decir años.

―Desde la última vez que sabías que yo era yo y no otra de tus chicas, por decirlo así.

―Sí ―respondí, desconcertado―. No esperaba verte.

―Bueno, yo sí. Me refiero que a ti no, sino a quien era mi mejor amigo, es decir, a ti, pero no a ti, el hombre del bar, sino a Xove, no a Kieron. Será mejor que me calle.

―Solo habla, Jess.

―En conclusión: créeme que yo tampoco ―bramó con los brazos cruzados.

―Aun así, me alegra haberlo hecho.

La confesión hizo que bajaran sus defensas sin importar que no fueran tan altas.

―¿Por qué?

―Esperaba verte un día ―confesé, tomando un respiro para calmarme―. Algún día.

―¿Qué se siente ahora que lo estás haciendo?

―Sigues siendo tú.

―No tanto después de lo que ocurrió ―declaró Jess y bajó la cabeza para hablar entre dientes―. De hecho, voy a pretender que esto no pasó. Tú no existes. No estás aquí. No tienes esa cara o esos brazos. Oh por Dios. ¿Qué haces? ¿Vives en un gimnasio? ¿Cómo es que tienes un trabajo?

Ella me dejó atónito.

―¿Estás dándome un cumplido o acusándome de ser un vago?

―La opción que te haga sentir mejor.

―No puedes pretender que no existo ―mascullé en mi legítima defensa.

Me regaló una mueca burlona.

―Mírame hacerlo, Hulk del rock.

¿Quién decía eso?

Le devolví el gesto.

―¿Cómo lo haría si no soy real?

La discusión sin sentido no se detuvo.

―Tal vez solo existes en mi cabeza. Una vez me caí de la cuna cuando era una bebé.

―¿En serio? Eso suena grave.

Parpadeó, preocupada por su propio bienestar.

―¿Crees que debería hacer que me revisaran?

Agarré ambos lados de su cara de repente.

―Yo puedo hacerlo. Una vez estudié algo arcaico y extraño llamado "medicina".

Su cara quedó aplastada entre mis manos y sus labios resaltaron mientras hablaba.

―Aledis tiene razón. Haces bromas en momentos muy inapropiados.

La solté. No fue algo sensual, solo divertido.

―Era para que vieras lo ridícula que era tu excusa.

Sacudió sus manos al hablar.

―No me llames ridícula.

No hice la conexión.

―No lo hice.

―Llamaste "ridícula" a mi excusa, es lo mismo.

―No, no lo es. Te tomas todo muy personal.

―Tú haces que todo sea personal ―protestó Jess y ahogó un gruñido de frustración.

Me interesó su reacción.

―¿Cómo?

Pareció quedarse en blanco hasta que dijo:

―Sabes, solías gustarme, pero ahora ni siquiera me agradas.

Las respuestas astutas y malintencionadas se escaparon de mi cerebro en cuanto dijo eso.

―¿Me odias?

Se movió con seguridad al dar un paso adelante y apoyar las palmas en sus caderas.

―Con pasión.

―¿En serio? ―inquirí, conteniendo las ganas de reír.

―Representas todo lo que está mal con la humanidad.

El insulto no despertó mi enojo, sino algo más.

―Hazme una lista.

―Eres un amargado y, para colmo, también eres un pervertido ―farfulló, enumerando con los dedos.

Interrumpí su lista y corrí su brazo con suavidad, ya que no me gustaba que señalaran así.

―¿Por eso me follaste?

Su serenidad se convirtió en un caos.

―Yo no hice eso.

―No, tienes razón. Yo te follé a ti ―aclaré y luego me agaché para susurrar―. Más de una vez.

En realidad, no estábamos enojados el uno con el otro o al menos yo no lo estaba. La discusión llena de provocaciones se originó con la frustración y la confusión. Era una situación impensable en la que no nos imaginamos que estaríamos al despertar esa mañana.

―¡Bien! Tienes razón. No te odio. Tampoco me agradas. ¿Cómo podrías? La verdad es que no te conozco. Solía hacerlo y ya no y eso es triste. Muy triste.

No estaba acostumbrado a que la gente expresara sus sentimientos con tanta facilidad. En realidad, no estaba seguro de que normalmente las personas hicieran eso, incluyéndome a mí.

―¿Triste?

―Bueno, el término más apropiado es confundida. Tú me confundes.

Reí, entristecido.

―Y tú a mí.

―Vine aquí llena de sueños y esperanzas de reencontrarme con alguien que era muy especial para mí, pero vengo y te encuentro a ti ―balbuceó, señalándome de arriba abajo.

―Para ser alguien tan alegre, sí que sabes cómo herir los sentimientos de un hombre. ¿Soy tan decepcionante para ti?

―No, lo siento. Insultarte nunca fue mi intención. A lo que me refería era a que tenía este escenario que creé en mi cabeza desde que me enteré de esta reunión y me ilusioné, ¿okay?

―Yo también lo hice ―confesé, diciendo mucho en pocas palabras.

Jess se apuntó a sí misma como si no fuera la gran cosa.

―¿Y no estás decepcionado?

Negué con la cabeza.

―¿Cómo podría estarlo?

―¿En serio? Todo se arruinó por este drama innecesario que podría haber sido evitado si no fuera tan mala para las citas ―alegó, pasándose la mano por el pelo.

―No eres mala para las citas, los chicos con los que sales son terribles.

―¿Te das cuenta de que tú eres uno de ellos?

―¿Lo ves? Tienes un ejemplo frente a ti ―bromeé, haciéndola reír―. Estoy bromeando. Soy la excepción a la regla.

Hubo un silencio. Solo nos miramos el uno al otro, como si estuviéramos viendo pasar todos los años de nuestras vidas frente a nosotros.

―De hecho, mi amiga tiene la teoría de que solo me atraen los chicos que sé que serán malos para mí.

Descansé una palma en la encimera para apoyarme.

―Yo soy malo. El peor de todos. Muchas personas me han calificado así.

Ella cerró los ojos al sonreír. Olvidé que sonreía como si lo sintiera con cada fibra de su ser.

―Claro. En ese caso, estoy curada porque ya no me atraes.

―¿Perdí el atractivo en menos de un día para ti?

Un encogimiento de hombros fue su primera respuesta.

―No dije que no fueras atractivo, dije que ya no me lo pareces a mí.

Di un paso para atrás.

―Ahora yo estoy confundido.

Jess avanzó despacio hacia mí y yo continué retrocediendo a ciegas.

―¿De verdad? Tú me enseñaste que eso es posible. ¿Recuerdas que me dijiste que era hermosa, luego que yo no te gustaba, y al final me llevaste a tu habitación de hotel de todas formas?

Tragué grueso, haciendo que se notara mi nuez de Adán.

―Estoy empezando a sentirme arrinconado.

―Es porque estás contra la pared ―apuntó, mirando por encima de mi hombro.

Hice lo mismo y corroboré que la pared se hallaba a un centímetro de distancia de mí. Su indicación con una ligera inclinación chistosa no me hizo reír.

―Graciosa.

Se inclinó hacia adelante antes de retirarse y regresar a su posición anterior.

―Y hermosa, según tú.

―Bien, tienes razón. Siempre tienes razón. Todo el mundo tiene razón, excepto yo ―suspiré con dramatismo y decepción. Veía un Premio Óscar en mi futuro.

―No digas eso. No te equivocaste con eso. ―Jess trazó círculos en el suelo con su pie, aburrida, y paró de repente. Casi ni se notó―. Estoy bromeando. Te equivocaste.

―No estoy seguro de que me agrade Jess adulta.

Sus cejas se fruncieron sin comprender a lo que me refería.

―¿Qué?

No tuve más opción que reposar contra la pared.

―Prefiero a Jessinfantil.

Ella alzó la barbilla, desafiante. Incluso así daba ternura.

―Solo porque ella estaba embobada contigo.

Mis brazos se cruzaron por sí solos sobre mi pecho.

―¿Lo estaba? ―pregunté, ya que ese era un dato con el que no contaba.

―Vamos, no te hagas el inocente.

―No sé de qué hablas. Soy prácticamente un santo.

―Hace dos minutos eras "el peor de todos" y ahora eres un santo. Alguien tiene problemas para mantener su historia.

―¿Yo?

―Te lo dije ayer y supongo que sacaste las cuentas.

―¿Lo hice?

―Tú eras él, ¿de acuerdo? ―inició Jess a regañadientes y sin atreverse a mirarme a los ojos―. Tú fuiste el primer chico que me gustó y con el que inconscientemente he comparado a todos los otros que he conocido. Fuiste bueno conmigo cuando todos me odiaban, así que, sí. Me gustabas.

En vez de quedarme congelado debido a la confesión repentina de un hecho que sucedió una década atrás, sentí algo cálido y sutil en mi pecho.

¿Ese era mi corazón?

Dios, no.

―¿De verdad? ―consulté y, por más que traté de evitarlo, mi sonrisa se reconstruía cada vez que intentaba derribarla.

―Sí, no hay necesidad de hacer un escándalo.

―¿No? Pues yo creo que sí.

―No ―cortó el diálogo y mi ilusión con unas tijeras imaginarias―. Fue hace años y duró solo una semana. Luego recordé que eras un ogro fanático de Star Wars.

Me ofendí con rapidez y la calidez y las luces se fueron al carajo.

―Oye, puedes meterte conmigo, pero nunca con Star Wars.

Sus labios se arrugaron.

―¿Todavía te gustan esas películas?

―¿Gustar? ¿Gustar? ―repetí, sintiendo un grave dolor en el corazón, el dolor de la traición―. Eso es insultante. Baso cada decisión importante de mi vida en ellas.

―¿Incluso el cereal que vas a comer?

―Cada. Maldita. Decisión.

Mi memoria fluctuó y trajo al presente el hecho de que cuando éramos amigos, yo la hacía sentar frente a la televisión para ver maratones de Star Wars y también que nuestras madres no habían llevado al cine para ver las películas cuando las ponían en la cartelera. En mi defensa, fui justo. Ella me obligó a ver las películas de princesas y animales animados cuyos padres extrañamente siempre morían o estaban muertos.

―Así que, ¿entiendes por qué me gustan las películas y los libros de romance? ―inquirió Jess con optimismo.

―Lo haría, pero no son de romance, prácticamente son de fantasía.

Un suspiro hizo eco en el lugar.

―No otra vez con lo mismo.

―Nadie es tan perfecto. Nadie hace eso en la vida real ―aclaré, opinando igual que ella lo hizo con anterioridad.

Jess se exasperó.

―¡Por supuesto que no! ¡Son actores con un guion! ¿Crees que no lo sé?

Bajé los brazos, cohibido.

―Lo siento.

―De acuerdo ―masculló, feliz con su triunfo.

Me vi en la obligación de agregar algo más de mala gana.

―Si lo pones así, puedo entender la fascinación y ahí se acaba el asunto.

Se alegró.

―Bien. Tú no te quejas de mis libros de romance, yo no criticaré Star Wars.

―Como si hubiera algo para criticar ―murmuré por lo bajo.

Ella me observó con aires vengativos, preparándose para contraatacar.

―¡Luke y Leia se besaron y son hermanos!

Simulé que me clavó un puñal en el abdomen. Había borrado de mi memoria aquel detalle al propósito y ella revivió el trauma. Qué crueldad.

―¡Cenicienta hablaba con ratones!

Fue su turno de lucir indignada. Si mis recuerdos no fallaban, ella era su princesa favorita.

―Tú no trajiste a Gus Gus a la conversación.

Aunque quería hacerlo, no me retracté.

―Lo hice.

Aun así, Jess recuperó la compostura antes que yo.

―Basta, nos estamos desviando del tema.

Chisté a la nada, tolerando ser el perdedor. Tenía razón, de nuevo.

―Bien, acepto tu propuesta. Cielos, ten un poco de compasión.

―Me alegra que lleguemos a un acuerdo mutuo ―dijo, tranquila―. Sabía que no eras irracional.

Le respondí con el mismo tono.

―Gracias por depositar tus esperanzas en mí.

―Claro.

Guardamos silencio por unos segundos.

―Y a mí me pasó lo mismo ―confesé y no supe en qué momento le di permiso a mi boca para hablar.

―¿De qué hablas?

―Me gustabas en ese momento.

Sus ojos brillaron, reflejando sorpresa, conmoción, y algo más.

―¿De verdad?

Me enderecé para poder continuar.

―Fue por un momento. Un breve y pequeño momento que no voy a mencionar. Pero, sí. Tú también fuiste la primera persona que me gustó.

―¿Estás seguro? ―preguntó como si fuera lo más improbable del mundo.

―Sí, estoy seguro.

Su sonrisa lentamente se fue agrandando y, por un instante, creí que sería capaz de dar vueltitas.

Entonces, me di cuenta de lo que había hecho. El día anterior me dijo, sin saber que era yo, que nunca nadie había confesado haber tenido sentimientos por ella y yo acababa de hacerlo. En un baño. En el peor momento posible. Diablos, seguramente se merecía una mejor declaración que esa y que viniera de alguien mejor.

―No sonreías ―solté de repente.

Ella no dejó de hacerlo.

―¿Por qué no?

Entré en pánico.

―Estamos hablando de algo serio, no puedes sonreír. Me distrae.

―Okay ―susurró Jess, sin embargo, tardó en dejar de sonreír y aun cuando no lo hacía, daba la impresión de estar de buen humor―. Hablamos del pasado, es momento de hablar sobre el presente.

Los dos asentimos a la par.

―Así que...

―Hicimos algo malo. Muy malo.

―No fue tan malo ―acoté.

―No, déjame decir que fue malo. Nunca he hecho algo malo.

―¿Y esa es tu aspiración en la vida?

―¡Sí!

―Lamento romper tu burbuja, pero no pareces mala.

―Puedo ser mala. Una vez consideré robar un caramelo cuando era una niña. Tenía todo un plan, era prácticamente un atraco. Por supuesto, no lo hice.

―No lo hiciste. Eso prueba que no eres mala.

―¿Cómo?

―Eres inocente.

Se puso a la defensiva.

―No soy tan inocente como piensas que soy.

Me lamí los labios.

―Todos tienen pensamientos sucios, eso no significa que los vayan a llevar a cabo.

Fue su turno de cruzar los brazos.

―¿Tú también los tienes?

Estaba pensando en lo fácil que sería besarla, subirla a esa encimera, romperle las bragas, y no parar hasta sacarme de la cabeza los pensamientos sucios que me provocaba.

Probablemente, eso sería lo que haría con cualquier otra chica que había salido, no obstante, no haría eso con ella. Ella estaba prácticamente prohibida, era intocable para mí. Fuimos amigos y yo no arruinaba mis amistades por nada del mundo. El día anterior fue un error que ninguno de los dos sabía que estaba cometiendo.

―Xove. ―Jess sacó un brazo para chasquear los dedos―. ¿Por qué me estás mirando así? ¿Tengo algo en la cara? ¿En mis dientes? Odio cuando eso pasa.

Tensé la mandíbula.

―No, no tienes nada.

―¿Entonces por qué me miras como si viniera de otro planeta?

―Por ninguna razón en particular, Chewbacca ―bromeé, poniendo los ojos en blanco―. Solo extrañaba tener a mi mejor amiga.

Arrugó su nariz, contenta.

―Bueno, solamente nos llevó diez años y una noche en un hotel.

―Una historia tan tierna.

―¡Lo es!

―No, Jess, deja de ser tan linda, estaba siendo grosero.

―Oh ―suspiró, decepcionada―. ¿Por qué harías eso?

Mi pasado trágico, respondí en chiste en mi cabeza.

―Mecanismo de defensa.

―¿Otra de tus bromas?

―Sí. Lo que digas.

―Muy mal.

―Volvamos a lo esencial ―recapacité y me detuve un segundo a pensar―. ¿Qué haremos?

Su reticencia igualó su sinceridad brutal.

―No me preguntes a mí, no es como si me acostara con mi mejor amigo de la infancia todos los días.

Hundí mis cejas a la vez que subí la esquina derecha de mi boca.

―No, solo lo hiciste anoche.

―Eso no es justo ―bramó Jess con una risa―. Tú también lo hiciste.

Me incliné hacia ella con aires traviesos, como si fuera una broma del destino.

―Sí, ¿cómo olvidarlo?

Se tomó un segundo para procesar lo que dije y respiró por la boca como si no pudiera hacerlo de otro modo.

―No importa la manera. Tenemos que hacerlo.

Neutralicé mi expresión y retrocedí para darle la razón.

―Lo sé. Esto es una coincidencia.

―Un evento que no estaba programado en ninguna de nuestras agendas.

―No hay por qué sentirnos raros entre nosotros ―exterioricé, incluso cuando ni yo me lo creía.

―Claro, no es como si hubieras estado dentro de mí ―concordó ella como si le temblaran las piernas al recordarlo.

―Exacto, no es como que te escuché gemir mi nombre ―agregué, catando la oración como si aún pudiera oírla.

Se apresuró a corregirme.

―Técnicamente, fue tu apellido.

A continuación, los dos reímos por lo complicado e insólito de la situación.

―Ha sido terrible ―suspiró Jess para sus adentros.

La crítica lastimó un poco mi orgullo.

―¿Estuve tan mal?

―Oh, no. No me refería a ti. El chico al que le solía dar asco ver a dos personas besarse ahora es un experto en el sexo. ¿Quién lo hubiera visto venir?

El hecho de que las palabras siempre salieran de su boca antes de pensar me estaba matando.

―¿Sacaste esa conclusión de una vez?

―¿Por qué? ¿Pretendes que repitamos para que te dé una segunda opinión? ―dijo ella, no obstante, la contemplé, atento a la oportunidad que se me presentó―. Hice un chiste.

―Me reiría a carcajadas de no ser tu tono serio ―me excusé, moviendo las manos al hablar en un gesto inconsciente.

Estaba nervioso.

―No es apropósito.

―Bueno, tu personalidad no cambió tanto.

―La tuya sí. Eso ayudó a que no te reconociera en el bar.

―O en la cama.

La repetición hizo que perdiera la calma.

―Grita más fuerte para los que no oyeron.

―¿Debería añadir un cartel a mi frente? ―consulté con exasperación e ironía.

―No, comunicarías mejor el mensaje en una camiseta ―vociferó la chica con la mandíbula apretada, púdica.

―Antes fuiste más simpática.

―Antes estaba caliente.

―Anotado ―sonsaqué, provocativo, y con un paso me encargué de que no hubiera más de diez centímetros de distancia entre nuestros rostros―. Si te beso ahora, ¿serías más amable?

Ella relajó los brazos a sus costados sin separar sus ojos de los míos.

―Sí, te daría la bofetada más gentil de la historia.

La presión se redujo con la respiración relajada que di.

―Oye, ¿qué te hice?

Me dedicó un gesto burlón.

―¿Qué no me hiciste?

Agaché la cabeza.

―Jess.

―Xove ―nombró ella y no le resultó grato―. Rayos, es raro decirte por tu nombre.

―Discúlpame, no tengo otro. ¿Por qué estás siendo así conmigo?

Su actitud defensiva se disolvió y su voz también se suavizó.

―Nada, yo también extrañé a mi mejor amigo.

En ese caso, sonreí.

―Oye, porque hayamos foll... ―Me detuve al ver su cara, ella parecía odiar el lenguaje explícito―. Porque hayamos salido y no ninguno de los dos quiera tener una relación, no significa que tenemos que ser unos idiotas y comportarnos raro.

―Esto es nuevo para mí. Has visto los chicos con los que he tenido citas.

―Idiotas.

―Bueno, estoy acostumbrada a eso.

―Que haya muchos imbéciles en el mundo, no significa que debas conformarte con ellos.

―Una vez, estábamos a la mitad de la cita y me di cuenta de que no me estaba prestando atención cuando le hablaba y se atrevió a decirme que me corriera porque él no podía ver el partido de fútbol americano que pasaban en la televisión del restaurante.

―Yo no haría eso. Te invitaría a ir a un partido, no, alquilaría un estadio entero para que pudiéramos ver uno juntos ―declaré para reconfortarla y sonó como un buen plan.

Aquella la hizo volver a reír. Su risa era suave, breve, y muy contagiosa.

―¿Puedes hacer eso?

Apreté los músculos de uno de mis brazos con mi otra mano, nervioso.

―Te sorprenderían las cosas qué puedo hacer.

La idea generó emociones impredecibles.

―Nunca he ido a un partido ―notificó sin lucir triste al respecto―. ¿Podría usar una gorra?

―La que quieras.

―Aun así, está bien. No tienes que hacer eso o ser así conmigo.

―El punto es que no seré un imbécil, no contigo ―contesté con firmeza―. Puedo ser un poco estúpido a veces, pero jamás seré un imbécil y, si alguna vez crees que lo estoy siendo, te ruego que me lo digas para no quedar en ridículo.

Jess aceptó la oferta con amabilidad.

―Un verdadero caballero en tiempos modernos.

―No te burles.

Ella continuó riéndose y me dio un golpe en el brazo.

―¡No lo estaba haciendo!

Estiré la mano para agarrar aquel brazo y tirar de ella hacia mí con ligereza.

―Escribiré una canción sobre ti.

Su sonrisa burlona resaltó sus pómulos mientras descansaba su palma sobre mi codo.

―¿Es una amenaza? ―bufó Jess ante mis dichos.

Me agaché con los ojos entrecerrados.

―Depende de lo que ponga en ella.

Me apartó con un empujón amistoso.

―Espero que sea algo bueno.

―No puedo hacer promesas ―dije, continuando con la broma una vez que estuvimos lejos de nuevo―. Rompiste mi corazón.

―Lo siento. ¿Qué puedo hacer para repararlo?

―Silencio.

La molestia la llevó a arrugar la frente.

―¡Xove!

Giré el cuello en dirección a la puerta al oír que alguien andaba por el pasillo.

―No, escucha.

Unos golpes en la puerta interrumpieron nuestra conversación.

Jess reaccionó antes que yo. Sin premeditarlo mucho, terminó acercándose a mí con la intención de taparme la boca con su mano. Parte de la zona baja de mi espalda chocó contra la encimera del lavabo y ya no pude ver nuestro reflejo en el espejo de la pared. Mi preocupación fue otra.

―Disculpa por las molestias, Jess, trabajo aquí. Aledis quiere saber si te encuentras bien ―preguntó una mujer desde el otro lado de la puerta.

No me di cuenta de que habíamos tardado tanto. Por suerte, nadie sabía que yo estaba ahí. No sería grato explicar qué hacía ahí encerrado con ella. Además, no tenía la capacidad de concentrarme en lo que sucedía afuera de aquel sitio.

―Sí, ¿por qué? ―dijo Jess con la voz aguda debido a que la tensión causó que sufriera un leve temblor en la misma.

Me tomó unos segundos inmutarme. Bajé la cabeza para mirar a Jess. El calor del cuerpo de la chica contra el mío, su piel suave y aceitunada rozándome, su perfume delicado con un aroma a lavanda y los recuerdos que el conjunto me traía. Todo se llevó mi atención. Inhalé hondo con el corazón desbocado a causa de la posibilidad de que nos atraparan y la atracción física que todavía me poseía en sus manos.

Ella me miró expectante con la boca entreabierta y vaciló al reparar que mi concentración estaba en la misma. Pese a que sus facciones eran delicadas, suaves, y marcadas, a veces dejaban de hacerla lucir inocente y la transformaban en algo más.

―Nada. Es que pasó mucho tiempo y ella se preocupó. Perdón por la intromisión, me iré ―avisó la mujer y se escucharon sus pisadas alejarse.

Sin embargo, yo todavía seguía hipnotizado.

No me di cuenta de que en algún momento deposité suavemente mis palmas en la cintura de Jess, ni que podía sentir su temperatura a través de la tela ligera de su vestido púrpura con tirantes, o lo tentador que podía llegar a ser recorrer las curvas sutiles que cubría. Cuando lo hice, fue demasiado tarde.

No lo pude evitar. No era algo que hacía activamente, sino una sensación abrasadora y omnipresente que no sabía de dónde provenía. Podía ponerle muchos nombres, pero el más conocido era "deseo".

Traté de pensar en algo, no obstante, nada se venía a mi mente. No me quedó nada más que nuestros recuerdos en común y la imagen que tenía ante mí.

Odiaba admitir que sí, ella era hermosa, tanto que podía pasar de ser un prado lleno de flores en un día soleado a un infierno creado para atormentar a cualquiera sin siquiera intentarlo. Yo no debería pensar en ella, menos de ese modo. Se trataba de mi antigua mejor amiga y los amigos no se ponían a meditar sobre qué tan hermosa era su amiga.

No podía procesar nada, sintiendo cómo cada movimiento que ella hacía, ocasionaba un roce que era fatal para mi tranquilidad mental.

Sus piernas rozaban las mías y me recordaban que estuve entre ellas mientras la besaba o empujaba dentro de ella y me perdía en lo bien que se sentía follarla por más que era la primera vez.

Me costaba respirar teniendo sus pechos presionados contra mí, ya que el día anterior los había visto, agarrado con mis propias manos, y tenido en mi boca solo para jugar con sus pezones.

Ni siquiera era sencillo ver su cabello castaño con ligeros reflejos más claros que solo se veían a la luz porque horas antes había enterrado mis dedos en él y lo había jalado a pesar de que era corto y le llegaba hasta los hombros.

Todo era una tortura.

¡En serio!

Estaba seguro de que todavía tenía las marcas que sus uñas dejaron en mi espalda. Podía recordar cada detalle del día anterior. El bar, el ascensor, el momento en que entramos a mi habitación de hotel, y todo lo demás. Hasta el último jodido detalle. Qué perverso y enloquecedor.

La posición actual no ayudaba a que se borraran esos recuerdos excitantes de mi memoria. Una parte animal y para nada racional de mí buscaba revivirlos.

¿Todavía éramos amigos?

¿Siquiera podíamos ser amigos después de lo que hicimos?

¿Quería ser amigo de ella?

¿Solo eso?

No entendí por qué, Jess suspiró aliviada y apoyó su cara en mi pecho. Me pregunté si podía escuchar mi corazón descontrolado. Luego me mordí los labios, rogando que algo no sucediera.

El calor, la tensión, y ella, principalmente, me arrastraron a la perdición.

Eso no me podía estar pasando en ese momento.

No.

Por favor, no.

Yo no era un adolescente hormonal sin cerebro.

Vamos, soldado, no es momento de ir a la guerra, mascullé en mi interior.

Control, control, control.

Aunque decían que la mente controlaba al cuerpo, no pude darles la razón en ese instante.

No sirvió de nada. Miré hacia abajo, esperando que no notara que algo empezaba a subir y no me refería a una emoción, sino más bien al bulto en mi pantalón.

Jess descansó las manos a la altura de mis pectorales y alzó la vista como si le avergonzara preguntar algo.

―¿Kieron? ―inquirió en un susurro que me hizo cuestionar si mi nombre siempre sonó así o era ella quien le daba vida.

Pretendí que el techo era la cosa más interesante que había visto en toda mi existencia en el planeta Tierra.

―¿Jess?

Fue un fracaso. Jess acabó bajando la mirada con lentitud, notando mi erección, y la volvió a alzar rápidamente como si susurrara «por favor, dime que no es lo que pienso que es».

―¿De casualidad tienes algo grande guardado en uno de tus bolsillos?

―No.

―Entonces, ¿podrías tener la amabilidad de decirme qué es lo que estoy sintiendo?

―No ―reconocí, formando una sonrisa nerviosa―. Creo que ya sabes qué es. Lo has tenido en tu boca.

Fue muy directo para ella. Abrió los ojos enormemente, se enderezó de inmediato y retrocedió para distanciarse. Parecía que quería soltar una carcajada y a la vez sonrojarme.

―¿Por qué harías eso?

Volteé para que ella solo me viera mis espaldas y yo pudiera contemplar su reflejo en el espejo.

―¡No fue intencional!

―Pero yo sentí sus intenciones y mucho ―apuntó Jess, elevando la voz por accidente, y me sentí culpable.

―Perdón. Que sea tu amigo, no quita que todavía te encuentro atractiva.

―¡Ese es el punto de la amistad! ¡No quieres acostarte con tus amigos!

―Lo sé, me refiero a que hace unas horas eras la chica con la que follé y ahora eres, bueno, tú. Tengo que procesarlo ―argumenté sin escatimar en detalles.

Respiró hondo y unió sus manos.

―En ese caso, dejaré que tengas una linda charla con tu amiguito.

Dicho eso, en vez de soltar un chiste, me desvié del tema un poco.

―¿Por qué usas el diminutivo?

―¿Esa es tu mayor preocupación?

―No, pero es una de ellas.

―¿En serio?

―Sí, gracias.

Cerré los puños sobre la encimera. Necesitaba aferrarme a algo y tranquilizarme de una vez.

―¿Amigos?

―Amigos ―accedió ella, dirigiéndose a la puerta para abrirla―. Y para aclarar me refiero a ti y a mí porque ya he terminado mi amistad con tu "gran amigo".

Reí, entendiendo su forma de hablar.

―De acuerdo. Yo tengo que quedarme para encargarme del asunto.

Se detuvo en el umbral.

―¿Estás seguro de que no quieres ayuda?

―Es una erección, no un problema de matemáticas. Si me ayudas, nuestro acuerdo de ser solo amigos se arruina ―expuse, rechazando su oferta con amabilidad y por el bien de ambos.

―Okay. Es mejor que me vaya.

Iba a preguntarle sobre algo más, sin embargo, el ambiente no me dio una entrada, por lo que vi cómo Jess atravesaba la salida para volver a la sala.

Una vez que se fue, tiré la cabeza para atrás, odiándome a mí mismo. Tuve que esperar a que las aguas se calmaran y el asunto bajara su importancia. Finalmente, cuando estuve listo para dejar esa vergüenza en el pasado, regresé a la reunión. Todas seguían ahí, disfrutando del brunch en la mesa principal. Yo no estaba seguro de soportar el resto de la velada con la dignidad intacta.

Entré en simultáneo que volvía a acomodar las mangas de mi camisa.

―Oye ―oí que Elisia llamó a Jess justo cuando ella iba a agarrar su abrigo con la intención de anunciar que se iba―. ¿Tienes planes?

―No, me aseguré de estar libre para pasar tiempo contigo ―declaró, como si estuviera distraída por las ganas de largarse de allí debido a los recientes acontecimientos.

―¡Perfecto! ―dijo Aledis, emocionada―. Puedes quedarte aquí por el fin de semana y así retomamos el tiempo perdido. Los dos. ¿Qué piensan?

Como siempre fue mala para decir que no, Jess cedió ante la presión y dijo que le parecía bien antes de darse cuenta de que yo había regresado. Su mirada expresó que se arrepintió en cuanto me vio. Nada bueno podía salir de aquella invitación.

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