Ya no.
Deja de darme tus sueños prestados, tus noches nubladas y tu alma cansada.
Deja de escurrirte entre mis dedos, cómo el agua dorada, cómo el tiempo rumoroso, cómo las verdades no dichas, para siempre perdidas.
Si miraras a los ojos del cielo, si escucharas la voz de aquel invierno crudo y pasajero, si estuvieras perdido en la palma funesta de un extranjero, te bastaría con clamar mi nombre sin cortejos, pero ya no más.
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