Deliros a media tarde.

La tarde está anaranjada,
como el bronce bruñido,
como el eco de las voces del pasado.

Las luces del semáforo parpadeando intermitentemente, y una chica, sentada en acera,
sin saber si es un adulto, o un adolescente, pero deseando volver a ser una niña, cuando no era tan complicada la vida.

Dibujando las horas, recortando el papel, cantando canciones en una lengua antigua, para que nadie conozca sus temores.

La tierra está crujiendo,
pero nadie parece notarlo,
todos siguen andando,
como si supieran a donde ir,
y de donde marcharse.

El desaliento está siempre presente en el gris smoog de las calles, e insiste en colarse por la ventana, rabándome los suspiros de media tarde.

Hasta las botellas de agua me parecen absurdas, su precio exagerado, el sodio, lo natural, los alpes, su poca cantidad.

Es tan irónico, estar desbordantes de agua y no poder beberla, estoy a unos pasos de la costa, puedo escuchar las olas, siento como si se burlaran de mi, de mi locura.

Están decepcionadas y rotas, como yo.

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