CAPITULO 10

Chuck escudriñaba las calles por la tarde con aire talante mientras bebía de una botella de whisky William Lawson's, que había robado de una licorería hace un par de minutos. Él pensaba que el alcohol le daba ciertos ánimos para realizar los trabajos de su jefe.

Acercó la botella a la boca y bebió hasta dejar una cuarta parte sobrante.

Una persona salió de una tienda de ropa elegante, un hombre de unos cincuenta y tres años llamado Walter Brown. Él era un empresario bajito y regordete, calvo aunque con cabello que se iba escaseando en la nuca.

Ya era hora.

Chuck terminó de beber el whisky y lo dejó pegado a un poste. Empezó a seguir al bajito desde la otra calle sin dejarse ver. Se palpó el bolsillo del pantalón.

No, no he olvidado la navaja.

La haya olvidado o no, a veces sólo era utilizar la fuerza. Brown siguió caminando sin saber lo que le esperaba.

El empresario dobló la esquina hacia la izquierda; Chuck se agazapó en un poste que tenía en frente para no hacerse ver. Pero no dejaba de vigilarlo con un ojo discreto. El bajito miró a los lados y después cruzó la calle.

Luego el empresario desapareció hasta continuar en la calle. Chuck siguió persiguiéndolo hasta que pudo verlo caminar por calles en las que no rondaban muchas personas.

Perfecto.

Las comisuras de la boca de Chuck se alzaron con gesto malévolo. Brown examinó su muñeca con un reloj brillante bastante caro. Luego se detuvo frente a un callejón y dudo si le serviría de atajo para ir más pronto a su destino.

Ingreso por allí.

Chuck dio largas y rápidas zancadas hasta alcanzarlo. Sacó de bolsillo la navaja y con un botón se desprendió una hoja metálica muy afilada.

Aceleró el paso hasta poder agarrarlo. Mientras Brown iba a la mitad del callejón, Chuck acortó la distancia y rodeó el cuello del empresario con su voluminoso brazo. Hizo presión pero no tanta como para matarlo.

El empresario soltó su maleta, y entonces aruñó y pellizco el brazo de su atacante como si se tratara de un instinto de salvación; el aire de Brown se acortaba. Pero éste, solo se mofó de como quería salvarse

— ¿Quién eres? —Protestó Brown con voz ronca y entrecortada— ¡Suéltame ya!

Chuck puso una mirada sombría y sonriente.

—Me ha enviado Miller.

— ¿Miller has dicho? No sé de quién me hablas — dijo Brown, aunque Chuck hizo más presión sobre la tráquea.

— ¿Acaso vas a fingir que no lo conoces? —Se enfadó Chuck— Le has comprado mercancía a Miller desde hace un mes. La paga del alcohol y las drogas que consumieron tú y tu club de golfistas, aún no ha llegado. El plazo fue solamente hasta la semana anterior, Brown.

Los ojos de Brown se desorbitaban y empezaban a inyectarse en sangre.

—Aún no he podido juntar el dinero. —musitó Brown con poco aire en la garganta.

— ¿No has podido juntarlo?

Chuck dejó ver su navaja, y en cuanto Brown pudo ver como el arma brillaba con la luz vespertina, se desesperó y forcejeo para librarse de los brazos de él. Aunque se rindió en unos segundos.

Moriré. Pensó Brown.

—Te he visto en la tienda como te confeccionabas un lindo traje. ¿Y no tienes dinero para pagar la mercancía? —Chuck chasqueó su lengua repetidas veces— Vaya, a Miller y a mí, no nos gustan las mentiras.

Blandeó el cuchillo lentamente  frente de sus ojos.

—Podría matarte aquí mismo, —continuó Chuck— pero no será necesario que los detectives y forenses vengan a limpiar tu sangre, aparte de que aún nos debes dinero. Sólo te vine a hacer una advertencia.

Chuck liberó un centímetro la presión del cuello.

—Escucha—le susurró al empresario— si la paga no llega dentro de una semana, iré a tu casa y te juro que tu esposa aparecerá con una larga línea roja en el cuello ¿Entendiste?

Brown asintió, al borde de las lágrimas. Chuck agarró una mano del hombre e hizo una extensa y profunda cortada. Lo liberó por completo y lo empujó; Brown tosió hasta que pudo mejorar su garganta, que estuvo a punto de romperse en dos como un mondadientes. El empresario sacó un pañuelo de su bolsillo y cubrió la cortada.

—Muy bien. Miller esperara a que llegué el dinero. Así que ve deberías ir al banco en estos días, que el tiempo corre —señaló con un dedo al costoso reloj del empresario.

Chuck dio media vuelta y salió del callejón, satisfecho y sonriente por lo bien que quedó su amenaza. Ahora tal vez, vaya a robar una botella de la misma licorería, como un triunfo a lo que hizo.

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