El último día

N/A: Antes que nada, tengo que disculparme por tardar tanto. Por fin he acabado mis clases y puedo dedicarme 100% a esto de wattpad. Este capítulo es un poco más largo para compensar, además estoy trabajando en todas mis demás historias y en un pequeño fanfic InuKag para agradecer a todos mis seguidores. Muchísimas gracias por el apoyo, sois los mejores~~

8 de Agosto de 2017

Mis manos tiemblan un poco mientras bajamos las escaleras de la casa, por eso no me agarro a la barandilla. Inuyasha va delante de mí, tiene una sonrisa pícara que parece no poder desaparecer de su cara, sobre todo cuando mi mano se apoya en su espalda para no caerme.

- ¿Quieres que te lleve en brazos, chica de ciudad?

- Preferiría que me llevaras en tu espalda. – contesto con el mismo tono de voz cuando ya estamos saliendo a la calle.

Él se queda pensativo, después me mira de reojo y empieza a agacharse. Pero yo soy más rápida que él y le adelanto para continuar el camino haciéndole un aspaviento con la mano para que se deje de tonterías y siga caminando. En nada me alcanza, se pone a mi lado y suspira sin borrar esa sonrisa tonta.

Nuestros pasos son algo acelerados y mi mente va aún más rápido. No me puedo creer que me sentara en Inuyasha ayer por la noche y empezáramos a besarnos como dos locos. Creo que estaba dispuesta a llegar hasta el final en ese momento, no estaba pensando en alejarme de él hasta que Taisho habló y me convenció porque estaba bastante borracha, lo que era una realidad.

Me cruzo de brazos mientras lo pienso, ¿en serio, Kagome? ¿Te habrías tirado a la persona que te acogió en tu casa así como así? Cierro los ojos y niego con la cabeza intentando disipar las imágenes que me vienen a la cabeza de la otra noche. No va a volver a pasar.

- ¿Estás bien? Si no quieres ir a cenar no pasa nada, llamo a Miroku y volvemos a casa. – suelta de pronto Inuyasha dando pasos más lentos.

- No, no. – contestó mirándole- Vamos a cenar, no tengo ningún problema.

- Qué pena. – dice ahora copiando mi gesto y cruzando los brazos. – Podíamos haber seguido donde nos quedamos.- susurra inclinado hacia mí.

Inuyasha Taisho vuelve a erguirse como si no acabara de proponerme algo y yo no puedo evitar sonrojarme levemente. Nuestro trayecto es corto, ya estamos en la cuesta que da al Quinto Pino, así que decido no seguirle el juego y caminar en silencio hasta el bar. Al entrar notamos que el bar está casi vacío. Mis ojos viajan por todo el espacio, me encanta cómo es el Quinto Pino, antes de que Inuyasha me agarre del codo suavemente y me gire para que camine justo delante de él.

Se acerca a la barra, y me deja contra la madera y él, antes de pasar una mano por encima de mi hombro y agarrar el tablón de madera para alzarlo. No me había dado cuenta de las bisagras que había a mi derecha. El trozo de madera se eleva y mi acompañante me da palmaditas en la espalda para que avance y me meta dentro. Inuyasha hace lo mismo, y después me hace una seña con la mano para que lo siga.

Justo enfrente hay un pequeño pasillo, que yo siempre había pensado que daba a la cocina, pero en realidad tiene dos puertas, nos acercamos a la segunda, que da a un tramo de escaleras e Inuyasha se aparta para que suba.

- Las damas primero.

La casa de Miroku era muy espaciosa aunque no lo parecía. Nada más abrir la puerta, un pasillo a la izquierda te daba la bienvenida con un pequeño perchero para los abrigos o los bolsos que te guiaba a un salón de blanco y café con un gran sofá, una televisión enorme y una mesa para seis. Justo a un lado del mueble que aguantaba la tele, había unas cortinas que parecían dar al pequeño balcón que se podía ver desde la calle. Sango fue la primera en acercarse sonriente.

- ¿Y él anfitrión? – pregunté al ver que en el salón solo estaba ella.

- En la cocina, está terminando de preparar la cena.

Inuyasha asintió y giró sobre sus talones para adentrarse a la puerta del pasillo que estaba justo a la entrada de la habitación. La televisión no estaba encendida, pero el reproductor de música sí, una lista de reproducción famosa en Spotify resonaba por los altavoces a un volumen bajo, tanto que, si hablabas, la música parecía desaparecer.

- ¿Te acuerdas de algo más?

La pregunta no me llegó de sopetón. Sabía que Sango iba a intentar sonsacarme todo lo que pudiera en aquella cena y esta noche. Yo me encogí de hombros mientras daba un paseo por la habitación. Una estantería al otro lado de la estancia me llamó la atención. Los estantes estaban llenos de libros y marcos de fotos, sonreí al ver uno de mis tres amigos juntos.

- Antes de que vuelvas a la capital nos tenemos que hacer una todos, bombón. No te vas a escapar.

Miroku hizo acto de presencia vestido con unos vaqueros y una camisa blanca tapada por un delantal de cocina. En sus manos traía el mantel y las copas para empezar a poner la mesa. Sango y yo hicimos a un lado las sillas para facilitarle el trabajo.

- Me encantaría tener una foto con vosotros. – contesté mirando a Sango con una sonrisa y acercándome para ayudar al ojizarco.

La morena miró con insistencia al chico antes de hablar:

- Que sepas que conmigo ya tiene fotos, Miroku. Soy su favorita.

El joven chasqueó la lengua negando con la cabeza. Decidí dejarlos en su disputa mientras me adentraba a lo que suponía la cocina. Allí estaba Inuyasha, colocando la comida en los platos sin voltear su mirada hacia mí. A Izayoi parecía apasionarle la cocina, por ello, se encargaba de preparar todas y cada una de las comidas dejándonos fuera de la cocina la mayoría de veces tanto a su hijo como a mí. Así que ver a Inuyasha preocupado por no derramar la salsa fuera del plato era una visión nueva para mí.

- ¿Vas a quedarte ahí observándome o me vas a ayudar? – preguntó alzando una ceja todavía sin mirarme.

Rodé los ojos y me acerqué a la mesa de la cocina para tomas los cubiertos.

- Voy a poner la mesa, chico de pueblo, ten cuidado y no te quemes mientras no estoy.

- Te esperaré para que evites eso.

El mantel y las copas ya estaban en su sitio cuando llegué, le pasé los cubiertos a Miroku y Sango me acompañó a la cocina para llevar los platos al salón. Cuando ya todo estaba en su sitio, Inuyasha hizo acto de presencia y se sentó a mi derecha. Sango se sentó frente a mí, con Miroku a su lado, y comenzamos la cena adulando la técnica culinaria de Miroku. La cena continuó tranquila y la conversación fue amena. El ruido de fondo del bar, llenándose cada vez más y más, acompañado con las voces en la calle, daba inicio a la salida nocturna y a la hora del DJ.

- ¿Me lo estás diciendo en serio, Kagome? – me preguntó Miroku.

- A ver, es muy importante el respeto en una relación, pero yo necesito un novio cocinero. – contesté sonriendo. – Soy bastante mala en la cocina, por lo que mi novio tiene que ser bueno para no morirnos de hambre.

Sango asintió llevando el tema a su terreno.

- Además, ¿por qué solo cocinar nosotras? ¿O por qué solo ellos? Lo mejor es cuando se hace juntos y acabas ensuciándolo todo.

Miroku negó con la cabeza.

- Sanguito, con la comida no se juega. Y ahora que habláis tanto, ¿Por qué no recogéis, invitados míos? Que yo tengo que bajar a ayudar a mi hermana.

Los tres asentimos y limpiamos la mesa. Sango se escaqueó primero, diciendo que tenía que encontrar a Yura, por lo que Taisho y yo nos quedamos colocando el lavavajillas.

- Así que... un novio cocinero. – habló mientras tanto.

Me quedé un poco sorprendida, durante esta velada no había hablado demasiado, además me miraba de reojo de tanto en tanto y podría jurar que rozaba su rodilla con la mía intencionadamente. La verdad es que no sabía cómo tomarme todo eso, por ello, lo había dejado pasar. Tal vez en otro momento decidía preguntarle sobre esto.

- No tiene que serlo de profesión – contesté. –Pero se le tiene que dar bien.

Cerré el lavaplatos y lo encendí para que hiciera su función. Nos dirigimos a la puerta, esta vez la abrí yo, pero Inuyasha me agarró por la cintura y me echó hacia atrás. Choqué con su pecho y me agarré a su brazo de la impresión. Se apegó más a mí, hasta que su boca llegó a mi oído y susurró:

- Soy muy bueno con las manos. – después de esto me adelantó. – Voy a bajar primero, las escaleras de Miroku son muy empinadas y te puedes caer.

Con mi cuerpo entumecido bajé las escaleras tras él y después pasé por la barra para salir de allí. Serían más o menos pasadas las once y cuarto. No había demasiada gente todavía, pero todo empezaba a funcionar.

Las horas pasan, la plaza está a rebosar cuando me encuentro con Koga. Esta vez, parece más animado de costumbre, pero no por el alcohol. Me sonríe cuando me ve y después tira de mi brazo para acercarme a él, cuando ya estoy lo suficientemente cerca me grita:

- ¿Por qué mi primo está tan contento?

Yo me encojo de hombros.

- ¿Por los cubalibres?

Él niega con la cabeza una y otra vez.

- No es por eso. Parece extrañamente muy feliz, demasiado para ser Inuyasha Taisho. – dice con los ojos entrecerrados como escaneándome.- ¿Qué le has hecho? ¿Te has enrollado con él o algo?

Ahora soy yo la que niega rotundamente con la cabeza, esperando que no note mi mueca al recordar lo de las noches pasadas. Koga sigue escudriñándome con la mirada sin soltarme.

- A mí no me mientas, Higurashi, estoy seguro de que tiene que ver contigo. – grita- Ya me enteraré, ya...

.

.

.

La cabeza me empieza a dar vueltas cuando las únicas canciones que se escuchan son las de hace 40 años y que parecen más parodias de canciones que canciones en sí. La gente se ríe y baila. Puedo ver a Sango soltar una carcajada mientras habla con el frutero. Pero yo estoy sentada en el escalón de la puerta de una casa, con los tacones a un lado porque mis pies me están matando.

Aunque había pensado que esta noche no me pasaría con el alcohol en sangre, creo que ha sido el día que más he tomado. La gente parece estar igual que yo, es la última noche con DJ y todo el mundo parece querer exprimirla al máximo aunque la luz del sol ya se esté abriendo paso.

De pronto una sombra me priva de mi visión a la plaza y unas manos grandes me agarran para cargarme como un saco de patatas. Conozco esta camisa. Inuyasha Taisho.

- Si vas a acabar con los zapatos en la mano y no en los pies, deberías ponerte otros.

Camina a paso firme hasta la calle de la casa, se acerca y abre la puerta. No sé muy bien cómo se las apaña pero consigue llevarme así hasta arriba con ayuda de la baranda. Después me tira a la cama y suspira por el esfuerzo. Le veo estirarse y masajearse el hombro en el que me ha cargado después de tirar mis tacones al suelo. Ni siquiera le he visto cogerlos. Su mirada dorada se posa en mí, estirada en la cama boca arriba como si fuera una estrella de mar.

- Te quiero, Inuyasha.

- No digas tonterías, chica de ciudad.

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