02: T e s t i g o s


Eli Mozkowitz

Calmar a Tory fue más difícil de lo que esperaba, pero lo logré. Mientras cocinaba, el aroma del ajo chisporroteando en la sartén llenaba el departamento, y mis pensamientos se mezclaban con el sonido del aceite burbujeando. Era casi una terapia, una forma de mantener mi mente ocupada. Sin embargo, incluso en ese momento de calma, los recuerdos y las dudas seguían invadiéndome.

Nuestro matrimonio.

Las palabras resonaban como un eco, una idea que para muchos era absurda desde el principio. Nadie tenía fe en nosotros, y lo peor era que lo decían sin filtros, como si su desaprobación fuera un consejo necesario en lugar de una crítica hiriente. La etiqueta de "fracaso anticipado" nos seguía a donde fuéramos, como si estuviéramos destinados a desmoronarnos antes siquiera de empezar.

Mi familia, al menos, no se sumó al coro de los escépticos. Mis padres, con todas sus diferencias, nos apoyaron. No porque fueran optimistas ciegos, sino porque tuvieron la oportunidad de conocer a Tory, a la verdadera Tory Nichols. No a la chica que los rumores universitarios pintaban como una tempestad ambulante.

Esos rumores... Dios, cómo odiaba esos rumores. En la universidad, Tory era vista como una chica conflictiva, violenta, incapaz de mantener una relación estable o de comprometerse con algo más que consigo misma. Pero yo conocía a otra Tory. Una mujer con valores y principios, alguien que protegía lo que le importaba con una ferocidad admirable. Y tal vez, solo tal vez, eso fue lo que me llevó a aceptar su propuesta de matrimonio sin pensarlo demasiado.

Sí, ella me lo pidió. Sin rodeos, sin demasiadas explicaciones, como si fuera lo más natural del mundo. Y acepté. No porque estuviera locamente enamorado de ella, porque, siendo honesto, no lo estaba. Pero había algo en Tory, algo en la manera en que enfrentaba el mundo, que me hizo creer que, tal vez, esto podría funcionar.

Claro, aceptar sin estar enamorado tenía sus consecuencias. Lo supe desde el primer momento. Y cuando se lo dije a mis padres, me esperaba una avalancha de críticas, advertencias y discursos sobre cómo estaba arruinando mi vida. Pero no. Me apoyaron. Me dijeron que, si creía en Tory y en lo que compartíamos, entonces debía intentarlo. Fue un alivio sentir ese respaldo, una certeza entre tantas dudas.

Sin embargo, no todos estuvieron de acuerdo.

Porque en la vida siempre hay una de cal y una de arena.

Samantha y Miguel, nuestros mejores amigos, no tuvieron reparos en expresar su desaprobación. Y vaya que lo hicieron. Sam, en particular, no entendía por qué estaba haciendo esto. Según ella, Tory y yo éramos demasiado diferentes, demasiado incompatibles.

Flashback

—¿De verdad creés que esto tiene sentido, Eli? —Me preguntó una tarde, mientras tomábamos café. Su tono era casi condescendiente, como si estuviera hablando con un niño que no entendía las reglas del juego.

—Sam, no necesito que tenga sentido para vos. Solo necesito que lo tenga para mí. —Le respondí, intentando sonar firme, aunque sabía que mis palabras no la convencerían.

Miguel tampoco se quedó atrás. Era más directo, menos sutil.

—Esto es una locura, Moskowitz. Lo sabés, ¿verdad? —Me dijo un día, justo después de una salida grupal que había terminado en otra discusión entre Tory y Sam. —No te veo con ella a largo plazo. Ustedes dos son como el fuego y el hielo, y ya sabés cómo termina eso.

Sus palabras se quedaron conmigo, incluso mientras intentaba ignorarlas. Porque, en el fondo, había una parte de mí que sabía que ellos no estaban del todo equivocados.

La sartén crujió, devolviéndome al presente. Revolví las verduras que estaba salteando y traté de alejar esos pensamientos. No tenía caso darles vueltas ahora. Ya estaba hecho.

Tory había llegado a mi vida como un torbellino, y no podía negar que, de alguna manera, me gustaba esa energía, esa intensidad. Pero no podía ignorar el vacío que había en todo esto. ¿Cuánto tiempo podía durar un matrimonio construido sobre el respeto y la admiración, pero no sobre el amor?

Miguel y Sam lo veían como una receta para el desastre. A veces, yo también lo veía así. Pero, al final del día, lo que más importaba era que Tory y yo habíamos tomado esta decisión juntos. Y, por ahora, eso era suficiente para mí.

Al menos, eso me repetía mientras apagaba el fuego y servía la cena.

Flashback

Fue una conversación agotadora, de esas que te dejan con la cabeza dando vueltas incluso horas después de que terminan. Miguel había reaccionado exactamente como esperaba, con ese temperamento que siempre lo hacía saltar como si estuviera peleando una batalla. Pero lo que no esperaba era lo mucho que insistiría, cuestionando mi decisión de casarme con Tory como si se tratara de una tragedia personal para él.

—¿Te vas a casar con la Chino Maidana? —soltó, con ese tono sarcástico que usaba cuando quería provocarme.

Me detuve un segundo, porque, sinceramente, no podía creer que me lo dijera así, tan a la ligera. Sabía que no le caía bien Tory, pero ¿esto? Ni siquiera me molesté en reaccionar a su apodo absurdo.

—Se llama Victoria, Miguel. —Le aclaré con calma, intentando mantener mi compostura.

—¡Qué me importa! Por mí, que se llame Andrea. —Escandalizó, levantando las manos al aire como si mi corrección fuera lo menos relevante en ese momento. Me miró como si hubiera perdido completamente la cabeza. —¿Te das cuenta de lo que querés hacer?

—Sí. —Respondí con firmeza.

Mi respuesta pareció desconcertarlo aún más.

—¿Cómo que sí? —repitió, incrédulo, como si la idea de casarme fuera una locura que ni siquiera él podía procesar—. ¡La conocés hace tres años!

—En realidad, hace casi cinco. —Corrigí, manteniendo mi tono tranquilo. Sabía que estaba tratando de comprender mi punto de vista, pero su actitud dejaba claro que no estaba cerca de lograrlo.

—¡Exacto! ¿Quién se casa a los cinco años de conocerse?

—Pues yo. —Respondí sin más.

Y ahí estaba, esa mirada suya que podía fulminar a cualquiera. Si las miradas pudieran dar sapes, me habría dejado inconsciente en ese instante.

Miguel bufó, cruzándose de brazos como si estuviera enfrentando al peor error que hubiera cometido en su vida.

El debate continuó por un rato, lleno de recriminaciones, argumentos exagerados y el tipo de comentarios hirientes que solo un mejor amigo puede permitirse decir. Pero, aunque entendía sus preocupaciones, no iba a dejar que su disgusto me hiciera cambiar de opinión.

Finalmente, después de un silencio incómodo, suspiré.

—Bueno, lamento saber de esta manera que rechazás ser mi testigo.

—¿Qué? —Miguel me miró como si acabara de decir que el cielo era verde.

—Sí. Me acabás de decir que no querés a Tory. —Respondí con calma, como si estuviera dando un hecho irrefutable. —Es una pena, porque ella es mucho mejor persona de lo que pensás.

—¿Qué pretendés? —Preguntó, con una mezcla de confusión y molestia.

—Nada, no te hagas mala sangre, Miguel. Se lo voy a pedir a Demetri o a Robby. —No había manipulación en mis palabras, ninguna intención oculta. Solo estaba siendo honesto. Si él no quería apoyarme, encontraría a alguien más que lo hiciera.

Por un momento, pensé que el tema había terminado ahí, pero Miguel, como siempre, tenía que tener la última palabra.

—¡Lo voy a hacer! —Gritó de repente, como si acabara de tomar la decisión más importante de su vida.

Lo miré, sorprendido, mientras continuaba su arrebato.

—¡No porque me sienta manipulado por vos y tu chamullo barato! —añadió, señalándome con el dedo como si hubiera ganado una discusión que, en realidad, nunca existió—. Es para ser testigo de la estupidez que estás por realizar.

No pude evitar sonreír. Su reacción, aunque exagerada, me confirmó algo que siempre supe: Miguel siempre estaría ahí, aunque no estuviera de acuerdo conmigo.

—Gracias, hermano. —Lo abracé, genuinamente agradecido, aunque su cuerpo se tensó por un segundo, claramente molesto por haber cedido tan rápido.

—No me agradezcas. —Dijo, con una seriedad que casi me hace reír—. Esto es solo para poder decirte "te lo dije" cuando todo salga mal.

Sabía que en el fondo todavía tenía dudas, pero su decisión de estar a mi lado, incluso en contra de su propia lógica, era todo lo que necesitaba.

Miguel seguía protestando mientras se alejaba, pero yo no podía quitarme la sonrisa del rostro. Sabía que no sería fácil, que tendría que enfrentar muchas críticas, incluso de las personas más cercanas a mí. Pero, en ese momento, no importaba.

A veces, un simple "sí" puede significar todo. Y aunque Miguel no lo entendiera del todo, su apoyo, incluso entre tantas dudas, me hacía sentir que no estaba solo en esto.

Narrador omnipresente

Flashback

Victoria Nichols siempre tuvo claro que la vida se trataba de riesgos, decisiones y apuestas. Y casarse con Eli Moskowitz fue, sin duda, una de las apuestas más grandes que había hecho en su vida. Pero Tory era testaruda, y cuando se convencía de algo, no había marcha atrás. Aunque a veces podía parecer impulsiva, ella sabía muy bien lo que hacía, o al menos eso le repetía constantemente a Samantha Larusso, su amiga de toda la vida, quien parecía tener más dudas que certezas sobre su decisión.

No era raro que Sam intentara abordarla con lógica. Después de todo, siempre había sido la voz razonable entre las dos.

—Tory, no quiero sonar como mi papá, pero ¿no estás yendo muy rápido? —preguntó Sam, con los brazos cruzados mientras la observaba preparar su bolso en la habitación.

Tory rodó los ojos, arrojando una chaqueta de cuero sobre la cama.

—Ay, por favor, Sam. No me vengas con el discurso de "las cosas a su tiempo". Ya lo tengo todo calculado. —Se giró hacia ella con una sonrisa triunfante.

Sam resopló, colocándose las manos en las caderas.

—"Todo calculado". Seguro, como cuando calculaste que la fiesta en casa de Yasmine no se iba a salir de control y terminamos escapando por la ventana del baño.

Tory se rió.

—Esa vez fue diferente. Además, admítelo, lo disfrutaste.

Sam no pudo evitar sonreír. Era imposible no hacerlo cuando Tory se ponía así, pero no iba a rendirse tan fácilmente.

—Escucha, no digo que Eli sea un mal tipo. De hecho, me cae bien, pero ¿casarte? Tory, en serio. Esto no es como decidir qué tatuaje hacerte. Esto es algo... grande.

Tory dejó de lo que estaba haciendo por un segundo y se acercó a Sam, colocando las manos en sus hombros.

—Sam, ¿confías en mí?

La pregunta tomó a Sam por sorpresa.

—Claro que confío en vos, pero...

—No hay "pero". Confías en mí, ¿verdad? Entonces, confía en que sé lo que estoy haciendo.

—No estoy muy convencida... —admitió Sam, mordiéndose el labio.

Tory sonrió con suavidad.

—Somos casi hermanas, Sam. Siempre quiero que estés conmigo en cada locura que haga. Y esta es una de esas locuras.

Sam suspiró, resignada.

—Bueno, igual, estoy agradecida de que me tengas en cuenta para esto.

—Siempre te voy a tener en cuenta. —Tory le dio un leve empujón en el hombro antes de volver a su bolso—. Además, tenés que admitirlo, ¡ser mi testigo en el civil es un gran honor!

Sam negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.

—Sí, claro. Un honor.

El día del civil llegó más rápido de lo que Samantha esperaba. A pesar de las dudas que todavía tenía, estaba allí, parada al lado de Miguel, observando cómo Tory y Eli se preparaban para firmar los papeles.

Miguel se inclinó un poco hacia Sam y susurró:

—¿Ellos saben lo que están haciendo?

Sam suspiró, cruzándose de brazos.

—Según Tory, sí.

Miguel arqueó una ceja, volviendo la vista hacia la pareja.

—No van a durar ni un año. —murmuró, pero lo suficientemente alto como para que Sam lo escuchara.

—Porque no se aman. Es una estupidez. —agregó ella, aunque su tono no era tan seguro como quería que sonara.

Frente a ellos, sin embargo, Tory y Eli parecían estar en su propio mundo. Los gestos entre ellos eran naturales, y aunque insistieran en que no estaban enamorados, no podían ocultar la complicidad que compartían.

Cuando llegó el momento de intercambiar las firmas, Tory le lanzó a Eli una mirada juguetona.

—¿Estás seguro de que querés hacer esto? Porque todavía estás a tiempo de huir por la ventana.

Eli sonrió, ajustándose la chaqueta.

—Ya pasé por esa ventana una vez. No quiero repetir la experiencia.

Tory rió, y por un momento, su risa llenó la sala.

Sam observó la interacción y, por primera vez, se preguntó si estaba juzgando demasiado rápido.

—¿Te das cuenta de que no parecen tan mal juntos? —comentó Miguel, interrumpiendo sus pensamientos.

Sam lo miró con incredulidad.

—¿Vos no eras el que hace un segundo decía que no iban a durar?

—Sí, pero míralos. —Miguel señaló con la barbilla—. Tienen algo, ¿no?

Sam volvió la vista hacia la pareja, y aunque no quería admitirlo, Miguel tenía razón.

Con el tiempo, Tory y Eli comenzaron a sorprender a todos. A pesar de las críticas y las apuestas en su contra, demostraron que estaban dispuestos a hacer funcionar su matrimonio.

Eli, aunque poco romántico de palabras, encontraba formas de hacerla sentir especial. Una de esas ocasiones fue cuando le regaló unos simples aritos colgantes que había visto en una tienda.

—¿Esto es para mí? —preguntó Tory, tomando la pequeña cajita entre sus manos.

Eli se encogió de hombros, tratando de actuar con indiferencia.

—Los vi y pensé que te gustarían.

Tory abrió la cajita y, por un momento, se quedó en silencio.

—Son... preciosos.

—Son simples.

—Son perfectos. —corrigió ella, lanzándole una mirada que lo hizo sonrojar.

Ese gesto, como tantos otros, fue lo que comenzó a cambiar la forma en que se veían el uno al otro. Años después, mientras Miguel y Sam los observaban desde un rincón durante una reunión, ambos no pudieron evitar notar lo distintos que se veían.

Eli y Tory ya no eran solo una pareja que estaba casada por una apuesta o una decisión impulsiva. Se habían convertido en algo más.

—Para mí, ya estaban enganchados desde antes de casarse. —dijo Sam, rompiendo el silencio.

Miguel asintió lentamente.

—Sí, estos dos se aman más de lo que dicen.

Mientras tanto, Eli y Tory reían juntos en el centro de la sala, ajenos a las miradas y comentarios. Para ellos, en ese momento, no importaba nada más.

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