Capítulo 21: Los confines de la tierra 6.0

PARA LEER ESTE CAPITULO DEJA QUE LA MUSICA TE LLEVE A LOS LUGARES DONDE LAS PALABRAS NO PUEDEN.

En los bordes de una tierra sombría y desolada, donde los ecos de los gritos parecían enredarse con el viento, Alison, con una mirada incendiada por un deseo insaciable de actuar, enfrentó a Brianda. Su voz era un filo que cortaba la incertidumbre mientras declaraba con furia contenida:

—Lo siento, Brianda, pero si no te quitas de mi camino, lo haré a la fuerza. He sido enviada a proteger a Cloe, y si no dices nada, entonces no hay más que discutir.

Ante esas palabras, la figura, aquella presencia que parecía arrastrar un peso de siglos sobre sus hombros, se levantó. Sus ojos, fríos y cargados de una determinación casi sobrenatural, perforaron a Alison mientras avanzaba hacia la pistola, colocándola con frialdad frente a su cabeza. Su voz resonó como un trueno lleno de amargura:

—Adelante, dispara si tienes las agallas. Estás al borde del abismo, en los confines de la tierra. Si disparas, el infierno se desatará. No puedo concebir que mi jefa esté acompañada de alguien tan impulsiva. Vamos, deja de titubear y dispara. Si crees que eres valiente, jala el maldito gatillo.

El caos se desató en el alma de Brianda, quien, desgarrada por la creciente tensión, gritó con desesperación:

—¡Ya basta! ¡Deténganse las dos! ¿Cómo es posible que sigas existiendo, Rocío? ¡Yo te vi morir en mis brazos! Esto no tiene sentido, ¡no entiendo nada, maldita sea!

La figura, ahora reconocida como Rocío, inclinó la cabeza. Su voz, teñida de una tristeza que parecía desgarrar los cielos, rompió el silencio:

—Te llamas Alison ¿verdad?, acaba con mi miseria. Este sufrimiento no tiene fin. Durante siglos aguardé a mi jefa, pero lo que veo frente a mí no es más que una sombra marchita de quien alguna vez fue. No quiero saber quiénes son ustedes, ni importa. Solo dispara y libérame de esta condena.

Alison no vaciló. Sus manos firmes apuntaron la pistola hacia Rocío. Brianda, consumida por el terror, lanzó un último grito:

—¡No lo hagas, por favor, detente!

Pero Alison, segura como una tormenta inevitable, no se dejó conmover. Miró a Brianda, su decisión ya tomada, y apretó el gatillo. El disparo rasgó el aire, una bala de energía que silbó como un lamento. Entonces, el mundo pareció detenerse.

Brianda, en un acto desesperado, se lanzó entre Alison y Rocío. La bala atravesó sus cuerpos como un cruel testamento de tragedia. Y allí quedaron, Brianda y Rocío, cayendo juntas al suelo mientras el horror y el silencio se apoderaban de todo. El eco del disparo se desvaneció, dejando solo un vacío insoportable.

Cuando eso pasó, vi a Brianda y a la figura llamada Rocío en el suelo, ambas no se movían, sin embargo, La figura se volvió a poner de pie, mientras Brianda no se movía,

En medio de aquel paraíso ilusorio, la figura, erguida como un espectro de tiempos olvidados, clavó su mirada en Alison, con una seguridad que cortaba como un cristal roto. Su voz, firme y teñida de un dolor ancestral, resonó en el aire como un eco de despedida:

—¿De verdad pensaste que podrías matarme? Tus inútiles balas de energía jamás podrían eliminarme. Tienes que entender algo: no puedes matar lo que ya está muerto. Mi jefa, aunque inconsciente, no está muerta. Ella existe entre ambos mundos, viva y muerta, y eso cambia todo. Si mi jefa dio su vida por mí, aun sin saber que no podía morir, entonces, toda esta espera ha tenido sentido. Ella no está muerta, porque si lo estuviera, ustedes ya no podrían verme. Además, la chica que lleva el collar... ella es la elegida de Brianda. Permíteme presentarme: soy Rocío Rocatansky. ¿Y tú, cómo te llamas?

Alison permaneció en silencio, pero yo, sintiendo el peso de su pregunta, di un paso adelante. Nuestras miradas se cruzaron, y en ese instante todo pareció detenerse. Mi voz tembló al responder:

—Brianda ya me había hablado de ti. Tú fuiste quien compartió con ella aquel momento frente al cristal, aquí mismo. Sé lo que siente Brianda, porque nuestras almas están ligadas por este collar. Llevo sus deseos, sus miedos, y sus esperanzas. Ahora ella es mi compañera, mi sombra constante. Es un placer conocerte, Rocío Rocatansky. Mi nombre es Cloe Smith, y al igual que ustedes, estoy aquí buscando la luz.

Los ojos de Rocío brillaron con una tristeza infinita, como si cada palabra desenterrara memorias enterradas bajo siglos de soledad. Con un tono quebrado, respondió:

—Quizás te preguntes cómo es posible que estoy aquí, cuando también morí. La verdad... no lo sé. Han pasado siglos desde la última vez que vi a alguien. Había perdido toda esperanza. Este jardín es hermoso, parece un paraíso, pero es tan extraño. Esa puerta celeste, la han visto, ¿verdad? Es impenetrable. No puedo tocarla, y estoy segura de que ustedes tampoco han podido.

Douglas, confuso, interrumpió, tratando de dar sentido a la presencia de Rocío:

—Oye, tú... eres una exploradora como nosotros, ¿verdad? Pero hay algo diferente en ti. Pareces un fantasma, aunque... distinto a Brianda. Tú realmente estás muerta, atrapada en este lugar. Nosotros solo podemos ver este jardín porque estamos conectados a Brianda. Si nos soltamos... ya no podemos verte.

Rocío quedó paralizada. Su mente procesó cada palabra como un golpe. De repente, la verdad la alcanzó como un abismo abierto bajo sus pies. Lágrimas silenciosas comenzaron a rodar por su rostro, y su voz, rota, se derramó en el aire:

—Entonces... estoy muerta. Todo este tiempo, pensé que era un sueño. Pero no lo es. ¿Dónde están todos? ¿Por qué me dejaron aquí? No debimos venir jamás a este lugar. ¡Nunca! Debí haberme quedado en casa. Quiero volver... con todo mi ser, solo quiero volver a casa.

El silencio que siguió fue más pesado que la muerte misma. El jardín, que alguna vez pareció hermoso, se convirtió en un mausoleo. Cada hoja, cada flor, parecía llorar con ella, mientras su deseo desesperado se perdía en la eternidad.

Mientras Rocío lloraba, sus lágrimas caían como un río silencioso que nadie podía cruzar. Brianda, con el alma hecha pedazos, intentó abrazarla, extenderle el calor humano que tanto necesitaba, pero ni siquiera ella, quien una vez compartió un lazo tan profundo con Rocío, pudo tocarla. Rocío era un eco atrapado en la vastedad de aquel lugar, un reflejo de soledad tan distante que resultaba inalcanzable incluso para Brianda.

Rocío Rocatansky no era solo una habitante de ese jardín; era su prisionera. Con una voz quebrada por el peso de los años, describió cómo aquel paraíso, al principio fascinante, se había convertido en una cárcel de monotonía y melancolía. Los pétalos de las flores que alguna vez habían sido su consuelo ahora solo le recordaban lo efímera que era la esperanza. Cada vez que arrancaba una flor, esta volvía a crecer, inmutable, como si burlara su desesperación. Los pájaros que solía contemplar dejaron de traerle consuelo. Había intentado huir, caminar hasta el horizonte, pero siempre terminaba frente a aquella puerta celeste, un umbral que la desafiaba con un misterio que no podía descifrar. Décadas enteras se habían ido como hojas al viento, y el mensaje inscrito en la puerta seguía siendo un enigma cruel.

Brianda, incapaz de contener las lágrimas al verla tan destrozada, empuñó sus manos con rabia y determinación mientras su voz se alzaba, frágil pero firme:

—Rocío, mi promesa sigue en pie. Encontraré a Amada, esté viva o muerta, la encontraré. Te lo juro. Y cuando lo haga, prometo encontrar una manera de llevarte a casa, para que finalmente puedas descansar en paz. No sé por qué tú, de todas las personas, quedaste atrapada aquí, pero no quiero perder a nadie más. Este equipo que ves aquí es mi nueva familia. Quisiera llevarte con nosotros, pero... no puedo. Si logramos cruzar los confines de la tierra, espéranos aquí. Te prometo que volveremos por ti cuando la luz esté con nosotros.

Su voz se quebró, pero continuó, luchando contra el nudo que le cerraba la garganta:

—Acerca de esa puerta, descubrimos algo. La inscripción menciona un hijo y una llave, pero no sabemos quién dejó esas palabras, ni dónde está esa llave, ni quién es el hijo, y mucho menos qué hay al otro lado. Rocío... somos los últimos. Este es el último equipo de exploradores de la humanidad. Cloe, la chica que lleva el collar, es la última exploradora de esta era. Alison, quien te atacó, viene de un futuro donde todo se ha perdido; su mundo fue destruido. Douglas, el chico que ves ahí, es el único humano normal aquí, pero su corazón es más grande que cualquier arma. Yo... ya no soy humana. Volví, pero no como lo que era.

Brianda dio un paso hacia Rocío, su voz ahora era un susurro suplicante:

—Rocío, necesitamos tu ayuda. Tú has visto cosas en este lugar que nosotros no podemos comprender. Este equipo no es numeroso, pero juntos somos fuertes. Por favor... ayúdanos. Si alguna vez fuiste mi amiga, si alguna vez compartimos algo verdadero, te lo imploro... no nos abandones ahora.

Rocío, con los ojos aún anegados en lágrimas, miró a Brianda. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. El jardín, con toda su extraña y fría belleza, se tornó en un lienzo de tristeza infinita. Aquellas flores inmortales, los pájaros que no cantaban, y la puerta que nunca cedía... todo era un reflejo cruel de la soledad de Rocío. Y ahora, aunque frente a ella estaba Brianda, la realidad no podía ser más devastadora: ellas eran tan cercanas y, al mismo tiempo, tan imposiblemente distantes.

Rocío, con la mirada fija en el suelo, dejó escapar un susurro que parecía arrancado de las profundidades de su ser:

—Entiendo... Supongo que se marcharán y me quedaré sola de nuevo. Qué irónico, ¿no? Del mayor equipo de exploración de la humanidad, fui la única que quedó atrapada aquí. No sé por qué, pero hubiese sido mejor que me hubiera ido con ellos. Esta soledad es insoportable. Brianda, por favor, prométeme que volverás... y que me llevarás a casa para que pueda descansar en paz. Ya no deseo seguir existiendo en este vacío. No puedo hacerlo yo misma...

Hizo una pausa, su voz quebrándose como un cristal que cae al suelo.

—Si encuentras a Amada... haz que vuelva a casa. Hazlo por mí.

El silencio se volvió un peso insoportable mientras Rocío continuaba, sus palabras teñidas de una melancolía infinita:

—Brianda, aquí no hay artefactos como ese collar. En todos los siglos que he estado aquí, he buscado algo similar, pero este jardín no guarda secretos, solo desolación. Lo único que se asemeja a ese collar es el cubo que lleva la chica que me atacó. Alison, ¿verdad? Tú no eres normal, eso es evidente. Supongo que el futuro avanzó mientras yo me quedé atrapada en este lugar. Qué triste... Pero te perdono. Prométeme algo, Alison: protege a Brianda, y a su portadora, y en especial a  Douglas, el es el mas vulnerable aqui.

Sus ojos se posaron en cada uno de nosotros, como si quisiera memorizar nuestros rostros antes de perderlos para siempre.

—Cloe... encuentra la luz por todos nosotros. Douglas, eres el único humano normal aquí. Cuídate. Esa capa que llevas... no es común. Protégete.

Su mirada se desvió hacia la puerta celeste, un recordatorio constante de su prisión:

—Si alguna vez encuentran esa llave, tráiganla. Déjenme ver qué hay detrás de esa puerta. Solo una vez, permítanme comprender. Porque verla y no poder atravesarla... es mi mayor tortura. Supongo que esta es la despedida, ¿verdad? No haré esto más difícil... Por favor, vuelvan por mí. Déjenme descansar en paz.

Brianda, con lágrimas en los ojos, intentó abrazar a Rocío. Sabía que era imposible, pero la desesperación la empujaba a intentarlo de todas formas. Rocío, tan tangible en su dolor y tan etérea en su existencia, parecía deshacerse frente a nosotros. El aire estaba cargado de algo más pesado que palabras: un duelo anticipado, una promesa rota antes de cumplirse.

Sin pensarlo, nos unimos en un abrazo grupal, envolviéndola aunque no pudiéramos tocarla. Era un gesto inútil, pero a la vez lo más humano que podíamos ofrecerle. Por un instante, Rocío sonrió, aunque sus ojos seguían llenos de tristeza.

—Te estaré esperando, jefa... 

Susurró, mirando a Brianda-. No te olvides de mí... aunque pasen siglos.

Brianda se debilitó, su energía agotada por el peso del momento. El jardín de rosas, aquel espejismo de belleza, se desvaneció, dejando paso al bosque tétrico de hojas celestes. Desde el otro lado, mientras nos alejábamos, Rocío agachó la cabeza. Lágrimas caían silenciosas por su rostro, y su voz se convirtió en un murmullo ahogado por el vacío:

—Por favor... no se vayan. No me dejen aquí sola. No sé si puedo soportarlo otra vez...

Pero sus palabras no encontraron oídos. Nosotros ya estábamos del otro lado, y ella, una vez más, estaba sola.

Avanzamos, pero cada paso se sentía como una sentencia, un eco sombrío de lo que habíamos dejado atrás. Brianda lloraba, y al ser su portadora, cada sollozo resonaba dentro de mí como un grito desesperado, una punzada constante de tristeza y dolor que no podía ignorar. Nos obligamos a seguir, sin mirar atrás, aunque el peso de su sufrimiento se aferraba a nuestras espaldas como una sombra imposible de arrancar.

El paisaje comenzó a cambiar, y con ello, nuestras esperanzas tambalearon. Las hojas de los árboles se tiñeron de un rojo profundo, como si hubieran sido bañadas en sangre. Los troncos adoptaron un tono púrpura oscuro, casi negro, y el cielo... el cielo se hundió en una negrura opresiva que devoraba la espernza y el aire, dejándonos apenas con espacio para respirar. Fue entonces cuando lo supimos: el infierno se había desatado.

No entendíamos qué lo había provocado. Nada en nuestro camino había sido tocado. Ni siquiera los extraños frutos en forma de engranajes que colgaban de las ramas como relojes rotos en un universo sin tiempo. Pero algo había cambiado, algo había cedido, y de repente, el caos nos envolvía. Mi voz rompió el aire en un grito de desesperación:

—¡Remanentes del caos negro! ¡Es hora de enfrentar este lugar!

El temblor en mi voz era evidente, pero la necesidad de actuar nos impulsaba. Nos colocamos en la formación planeada, aunque la ansiedad nos carcomía como un veneno lento. Miré a Alison, mi voz quebrándose al darle instrucciones:

—¡Alison, tú al frente! Aniquila todo lo que se cruce en tu camino. Si algo, lo que sea, lleva a la muerte de uno de nosotros... reinicia el tiempo. ¡Hazlo! Borra esa línea donde fracasamos. Pero recuerda... solo puedes hacerlo tres veces. ¡Tres veces! Pase lo que pase, reinicia todo desde este punto y cuéntanos qué sucedió. Ayúdanos a evitarlo.

La presión era insoportable. Cada palabra que pronunciaba parecía sellar un destino incierto. Me volví hacia Brianda, mis manos temblando mientras hablaba:

—¡Brianda! Haznos intangibles... al menos hasta que encontremos ese cristal. Si nos hieren, si caemos, por favor... cúranos. No podemos detenernos ahora.

Finalmente, mi mirada recayó en Douglas, el único humano "normal" entre nosotros, si es que algo de esto podía considerarse normal.

—Douglas... vigila. Sobrevive. No mueras, ¿me oíste? ¡No mueras!

Las palabras parecían un pedido inútil en un lugar donde la muerte parecía ser la única certeza. Respiramos hondo, pero el aire era pesado, como si el mundo mismo intentara ahogarnos. Con un nudo en el pecho y el miedo latiendo en nuestras sienes, dimos el primer paso hacia lo desconocido.

—Es hora de cruzar los confines de la tierra.

Y avanzamos. No sabíamos si el próximo paso sería el último, si el infierno nos consumiría o si la realidad misma colapsaría a nuestro alrededor. Cada latido de nuestros corazones era una cuenta regresiva, una prueba de que aún estábamos vivos... por ahora.

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