Capitulo 20: Los confines de la tierra 5.0
Bajo la tensión que impregnaba el aire, decidí que Douglas debía descansar. Necesitábamos que estuviera en óptimas condiciones, pues la incertidumbre acechaba como un depredador en la oscuridad. ¡El infierno que Brianda había descrito podía desatarse en cualquier momento! Hasta ahora, todo se mantenía en una calma inquietante, una calma que amenazaba con romperse.
Douglas durmió profundamente durante horas. Mientras tanto, Alison, Brianda y yo permanecimos vigilantes. La mirada de Brianda se desviaba de un lado a otro, inquieta. Finalmente, habló, con un tono que mezclaba nerviosismo y urgencia:
—¡Las provisiones sólo alcanzan hasta mañana! Necesitamos cruzar este lugar lo más pronto posible. Todo está... extrañamente tranquilo. No hemos tocado los frutos con forma de engranaje, y hasta ahora, todo ha ido bien. Si seguimos en línea recta, llegaremos al sitio donde encontré el cristal con Rocío. ¡Pero no recomiendo ir hacia las otras direcciones! De esos lugares surgieron las sombras gigantes. ¡Es peligroso!
Alison fijó su atención en el collar que Brianda llevaba. Su voz, cargada de suspicacia, cortó el silencio:
—¡Dijiste que este collar sella el alma de una persona! Y que quien lo toca puede acceder a su conocimiento y entender cómo usarlo. Eso significa que todos los que lo tocaron sabían su propósito. Pero hay algo que no encaja...
Alison ladeó la cabeza, como si analizara un enigma
—¡En este lugar, Amada supuestamente encontró el collar! Pero... ¿en qué parte exactamente? ¿Alguien vio cómo lo halló?
Su mirada se volvió más intensa, casi perforando a Brianda con sus palabras.
—El encapuchado dijo que este collar era de grado divino. ¡Eso lo coloca al nivel de las divinidades, de los dioses! Mi cubo, en cambio, es de grado especial. Y si soy realista... tu collar parece capaz de cosas mucho más extraordinarias de lo que has mostrado hasta ahora. Es como si pudiera trascender la vida... ¡y también la muerte!
Brianda permaneció en silencio, mientras Alison continuaba, su tono teñido de una mezcla de fascinación y sospecha:
—¡Eso debe ser lo que lo hace divino! Mi cubo apenas repara los metales de mi cuerpo y restaura mi energía. ¡Pero tú lograste algo que ni mi cubo puede hacer! Repararme, incluso en mis partes biológicas, de una forma que desafía toda lógica.
El eco de sus palabras quedó suspendido en el aire. La inquietud de Brianda era palpable, pero no dijo nada más. Su mirada, sin embargo, reflejaba algo más profundo, un temor que parecía enterrado en las sombras de este extraño lugar. Y así, en el silencio que siguió, la amenaza invisible del bosque pareció hacerse más pesada, como si estuviera esperando el momento exacto para mostrarnos su verdadero rostro.
Entonces, con el peso de una tristeza que me oprimía el pecho, miré a Alison y Brianda, y con voz quebrada les dije:
—Chicas, por favor... prométanme que protegerán a Douglas. Él no es sólo un amigo; él es mi hermano, mi familia desde siempre. Sé que hay algo extraño en él, algo que ni siquiera puedo comprender. Sé que en el futuro del que viene Alison, no existen registros de su existencia. Y ese encapuchado... nos dijo que a Douglas lo aguarda un destino, uno que no podemos evitar, uno que no podemos desafiar porque ese ser es demasiado poderoso para enfrentarlo.
Tragué saliva, intentando ahogar las lágrimas que comenzaban a surgir.
—Sí, Douglas dice cosas extrañas, cosas sobre el infinito que no alcanzo a entender, pero... ¡maldita sea, yo lo amo! No puedo soportar la idea de perderlo. ¡Este viaje debía hacerlo sola! ¡Era mi cruz, mi carga! Pero ese idiota me siguió...
Mi voz se quebró un instante, y bajé la mirada.
No puedo negar que me hace tan feliz que esté aquí. Pero también... también sé que las cosas no están a nuestro favor.
Hice una pausa, el nudo en mi garganta se hacía más fuerte con cada palabra.
—Desde que encontré a Brianda, no sé lo que es el hambre, ni el cansancio, ni la fatiga. Alison y yo somos distintas... ella se alimenta de la energía de su cubo, yo de algo que ni siquiera entiendo del todo. Pero Douglas... él es sólo un hombre. Un simple y frágil hombre. Lo único que lo protege es esa capa indestructible, pero incluso esa capa... no sabemos realmente de qué es capaz o cuánto puede resistir.
Mis manos temblaron al recordar el rostro de mami Kelly, y mi voz salió apenas como un susurro:
—No sé qué desee para ella en esa capa, qué bendición o qué maldición puede haber ahí... pero no quiero perder a Douglas. Lo sé, lo sé... ustedes no confían en él, y tienen sus razones. ¡Pero entiéndanme, por favor! ¡No quiero perderlo! ¡No quiero perder a mi hermano!
Las lágrimas finalmente cayeron, calientes y saladas, mientras confesaba el temor que me carcomía desde lo más profundo:
—Tengo miedo... tengo tanto miedo de que un día no pueda protegerlo. De que este mundo... este viaje, me lo arrebate. Y si eso pasa... no sé si podría seguir adelante.
El silencio que siguió fue ensordecedor, como si el mismo universo entendiera que mis palabras no eran sólo un ruego... eran un lamento que salía de lo más desgarrador de mi alma.
No alcancé a terminar mis palabras cuando Alison y Brianda se lanzaron a abrazarme con fuerza. Caímos juntas al suelo, las tres unidas por algo más profundo que el miedo o la incertidumbre. Allí, con las manos entrelazadas —aunque sólo podía tocar a Brianda—, miramos hacia las nubes que se deslizaban lentamente por el cielo sombrío. Fue entonces cuando lo prometieron. Prometieron proteger a mi Douglas.
Sus palabras calmaron un poco el torbellino en mi pecho. Esa noche, las vi como nunca: no sólo como compañeras, sino como algo más, algo sagrado. Mis hermanas. Y en ese instante, el vínculo entre nosotras se fortaleció. Algo indescriptible ocurrió: el collar de Brianda y el cubo de Alison comenzaron a vibrar, como si respondieran a la unión que habíamos forjado. La energía que emanaba nos envolvió, y por primera vez Alison pudo tocar a Brianda. Nos abrazamos las tres, ahora sin barreras, sin distancias, como si el universo nos estuviera otorgando un momento de tregua en medio de la tormenta.
Llenas de esa extraña fuerza, levanté a Douglas, que había permanecido en silencio, observándonos. Intentó acercarse, pero su mano no pudo atravesar el velo que lo separaba de Brianda. Con una sonrisa melancólica y resignada, dijo:
—Entonces ahora somos cuatro hermanos... ya veo.
Su voz tenía un eco de tristeza, pero también una determinación que me estremeció. Douglas, a pesar de todo, había aceptado su lugar en este lazo extraño y doloroso que nos unía. Con un suspiro profundo, continuó:
—Salgamos sanos y salvos de este lugar. Creo que ya es hora de buscar ese cristal... y encontrar la luz. Es hora de partir y seguir adelante con este viaje.
En sus palabras había una mezcla de esperanza y despedida que me partió el alma, como si entendiera que el camino que nos esperaba sería tan brillante como despiadado. Nos pusimos en pie, los cuatro, con el corazón dividido entre el miedo y la valentía, enfrentando un destino que sabíamos sería tan cruel como hermoso. Y así, juntos, dimos el primer paso hacia lo desconocido, llevando en nuestras almas la promesa de no abandonarnos... aunque el precio fuera nuestra propia existencia.
El camino parecía no tener fin, y con cada paso, el silencio se volvía más opresivo, más sofocante. Era como si el mundo hubiera dejado de respirar. Brianda, con un temblor apenas perceptible en su voz, susurró:
—Estamos cerca... Puedo sentirlo. Algo extraño está ocurriendo. Pongámonos en nuestras posiciones y... prepárense para lo peor. A partir de aquí, todo puede cambiar.
Ella, capaz de atravesar las dos realidades de aquel lugar, vigilaba con atención. Cuando accedió al Jardín de flores, un paraje hermoso y perturbadoramente tranquilo, se detuvo. A lo lejos, una figura desconocida emergió entre las flores. Su silueta se movía con una extraña urgencia, cada paso más cerca, más palpable. Brianda, invadida por un escalofrío, nos permitió compartir su visión. Su voz, rota y cargada de pánico, nos atravesó:
—¡En guardia! ¡Prepárense, algo viene hacia nosotros!
La figura, al detenerse en el campo, alzó su voz, desesperada, desgarradora:
—¿¡Brianda, eres tú!? ¡¿Dónde estás, Brianda?! ¡Dime que eres tú!
Alison, confusa y desconfiada, tocó el brazo de Brianda, buscando respuestas. Su mirada era una mezcla de alerta y súplica.
—¿Conoces esa voz?
Le dijo, susurrando con urgencia
—Necesito que me lo digas. Esto puede ser una trampa. Tú misma lo dijiste, no podemos confiar en nada aquí.
Brianda temblaba como si su cuerpo no pudiera sostenerse. Sus ojos estaban llenos de un terror que parecía desgarrarla desde dentro.
—Es imposible...
Murmuró entre dientes.
—No puede ser ella... no tiene sentido. ¿Qué es este lugar?
Alison, al borde de perder la paciencia, la enfrentó con una frialdad casi cruel:
—Entonces sí la conoces. Brianda, ¡dime la verdad! ¿Quién o qué es eso que está allá, gritando tu nombre de esa manera desesperada?
Douglas, que hasta entonces había permanecido en silencio, retrocedió un paso, señalando hacia la figura.
—Cloe... esa cosa... ¡es una persona! Pero está desnuda... y viene directamente hacia nosotros.
La figura gritaba, su voz quebrada por la desesperación, como un eco perdido en el vacío:
—¡Brianda! ¿Por qué te escondes? ¡Brianda, soy yo! ¿Acaso me temes, Brianda?
De repente, rompió en una carrera frenética, su cuerpo desnudo atravesando el campo de flores. Pero su desesperación fue más rápida que su equilibrio: tropezó y rodó por el suelo, deteniéndose justo frente a nosotros. Alison, sin dudarlo, desenfundó su pistola de plasma y apuntó con firmeza.
Brianda se lanzó hacia ella, gritando con un llanto inconsolable:
—¡No dispares, por favor, no lo hagas! ¡Te lo imploro, Alison, no dispares!
Alison, con la pistola todavía en alto, miró a Brianda con un gesto helado, pero su voz traicionaba un atisbo de compasión:
—Brianda... dime quién es esta persona. ¡O disparo!
Brianda no podía articular una respuesta. Sus palabras se quebraban entre sollozos, mientras la figura, ahora visible en todo su fragor, levantaba la cabeza. Desde aquel jardín de flores, tan parecido a un paraíso roto, su voz resonó:
—Brianda... ¿me reconociste? Yo soy...
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