Capítulo 17: Los confines de la tierra 2.0
Cuando aquella figura tétrica y sombría cayó desde las insondables alturas, el suelo tembló con tal furia que las entrañas del mundo parecieron retorcerse. Un susurro de horror se extendió por el aire y todos supimos, sin necesidad de palabras, que esa presencia enigmática no solo nos observaba, sino que nos acechaba. Las aves del cielo, que hasta entonces surcaban el firmamento con libertad, comenzaron a gritar con un alarido antinatural y huir, aterradas, como si conocieran la verdad que nosotros aún no podíamos comprender: aquello que descendía no era de este mundo.
El silencio que siguió fue tan profundo que nuestros propios corazones parecían latir demasiado fuerte, marcando el paso de la inevitable confrontación. Nos miramos entre nosotros, nuestros rostros pálidos y vacíos, como si cada uno leyera el mismo oscuro destino en los ojos de los demás. Sin pensarlo, quisimos desactivar la alarma de medición de energía, conscientes de que cualquier señal que pudiera revelar nuestra presencia sería el faro que guiaría a aquella criatura hacia nosotros.
Pero en ese instante, el medidor comenzó a emitir un zumbido bajo, casi imperceptible, como un lamento lejano. El aire se volvió espeso, denso, como si todo a nuestro alrededor estuviera a punto de desmoronarse bajo un peso invisible. Luego, el medidor comenzó a calentarse, una oleada de calor intenso que nos hizo sudar frío. De repente, se tornó de un morado profundo, casi negro, como si la energía misma estuviera siendo absorbida por un vacío abismal.
El grito de las aves se apagó al instante, y la quietud fue aún más perturbadora. Fue entonces cuando lo sentimos. El aire se cortó, y una sombra infinita emergió de la oscuridad, deslizándose hacia nosotros como un espectro de la muerte misma. Nos giramos, horrorizados, y ante nuestros ojos apareció aquella figura, aún más terrible de lo que habíamos imaginado. Con una calma infernal, su voz surgió, grave, como si viniera del mismo abismo afirmó.
—Te dije que nos veríamos en el otro lado.
Inmediatamente, Brianda activó la intangibilidad, un último recurso desesperado ante la presencia del ser que se alzaba ante ellas como una sombra inmortal. Su corazón latía con desesperación, pero la única opción era enfrentarse a lo imposible. Alison, con los ojos llenos de furia y miedo, desató un ataque con su misteriosa espada de plasma. La hoja se mostró con intensidad, cortando el aire con el eco de una promesa de muerte. Pero no pasó nada. La espada, tan afilada y mortal, se desintegró en el vacío, incapaz de atravesar a esa figura que se mantenía firme, inmutable, como si no existiera en el mismo plano que ellas.
El encapuchado había regresado. Su silueta, sombría y ajena al sufrimiento humano, permaneció inalterada, como un monumento a la fatalidad. Cada intento de Alison era inútil, sus fuerzas vacías contra una entidad que se deslizaba por las mismas fisuras de la realidad. La desesperación se apoderó de ellas, pero no había tiempo para rendirse, no había más caminos.
Entonces, en un acto tan repentino como apocalíptico, el encapuchado levantó una mano, y un poder insondable lo recorrió. El aire se comprimió con una fuerza brutal, y antes de que Alison pudiera reaccionar, fue lanzada hacia las rocas cercanas. Su cuerpo chocó con ellas, el sonido de huesos rotos y el crujir de la tierra resonaron en el aire. El impacto fue como un golpe al mismo tiempo de la tierra y del destino, un recordatorio de lo insignificantes que eran ante aquella presencia.
Con una calma cruel, el encapuchado habló, su voz un susurro helado que se clavó en sus corazones:
—No estorbes. He venido a hablar con esos dos.
El peso de sus palabras se estrelló sobre ellas como un peso irrompible, mientras la figura, tan distante y tan cerca, las dejaba al borde de la desesperación más absoluta.
Alison, tras recibir el golpe brutal, estaba en un estado casi irreversible. Todo se veía borroso ante sus ojos, la sangre enturbiaba su visión mientras el dolor se extendía como una pesadilla interminable. Podía sentir cómo sus huesos, quebrados y desechos, no eran más que fragmentos inútiles de lo que alguna vez fue su cuerpo. Sin embargo, el sistema del cubo de energía trataba de repararla, de devolverle algo de vida, pero no era suficiente. No era nunca suficiente.
A pesar de la debilidad, la desesperación la empujó a levantarse una vez más. Con el aliento entrecortado y las fuerzas al límite, se abalanzó sobre el enemigo, desatando sus ataques con la espada de plasma y sus armas de disparo. Pero todo era inútil, como si cada intento fuera absorbido por la oscuridad misma que emanaba del encapuchado. La frustración la consumía, su mente llena de gritos mudos, incapaz de encontrar una salida a ese sufrimiento interminable.
Y entonces, con la velocidad de una sombra, el encapuchado se detuvo frente a ella. Con una facilidad espantosa, alzó las manos y la estrelló contra las rocas. El impacto fue tan brutal que sus gritos de dolor llenaron el aire, llenaron el espacio con una agonía tan profunda que parecía rasgar la misma esencia del universo. Los gritos de Alison fueron mórbidos, retumbando en cada rincón de mi alma. Intentaba defenderse, sí, pero sus esfuerzos eran apenas un suspiro frente a la tormenta de poder que la oprimía.
Cuando su sistema activó la energía propulsora, Alison logró acercarse a él. El aire se volvió denso, pesado, como si todo lo que quedaba de ella se hubiera reunido en esa última oportunidad. Estaba tan cerca, tan cerca, que sus ojos reflejaron una chispa de esperanza. Pero antes de que pudiera atacar, el encapuchado la azotó con tal fuerza contra el suelo que el dolor volvió a reventar en su cuerpo. Fue lanzada contra las puertas gigantescas, el impacto desgarrando su cuerpo una vez más. La sangre comenzó a expandirse por el suelo, una mancha oscura que se arrastraba por cada grieta del lugar, como si la vida misma se le escapara.
Mis piernas no me respondían. El miedo, la desesperación, todo me estaba consumiendo desde adentro. Vi cómo la vida se escapaba de Alison, cómo la oscuridad la tragaba lentamente, y no podía hacer nada. Entonces, en medio de mi parálisis, la voz de Douglas cortó el aire, desesperada, desesperanzada: "Cloe, reacciona, están matando a Alison, debemos ayudarla. Cloe, di algo. Brianda, haz que reaccione. Maldita sea, Cloe, Alison va a morir aquí... Brianda, maldición, deja de llorar y haz algo."
Fue entonces cuando Douglas me sacudió, su mano volando hacia mi rostro con una bofetada que me arrancó del shock. El dolor de la bofetada me despertó, pero también la rabia, la furia, la impotencia le grite al encapuchado. "¡Oye, maldito imbécil, déjala en paz! ¡No te metas en nuestro camino!" grité, mi voz quebrada, pero llena de desesperación. Algo dentro de mí había despertado, pero la tristeza, el miedo y el dolor me ahogaban. Sabía que, en el fondo, no quedaba mucho tiempo.
Con un temblor en las manos, posé mi tacto sobre Douglas, mientras Brianda, con esa maldita habilidad para leer nuestras mentes, captó el caos en mi mente y lo transformó en una orden desesperada: un plan que rozaba la locura. Nos acercaríamos a la figura encapuchada, un espectro de malevolencia pura, y, volviéndonos intangibles, intentaríamos arrancar a Alison de sus garras oscuras. Era una apuesta suicida, pero era todo lo que teníamos.
Douglas, con el rostro pálido y los ojos abiertos como dos pozos sin fondo, susurró con un temblor en su voz:
—Cloe... esa cosa... mencionó que quiere hablar con nosotros. Tal vez deberíamos escucharla... pero no antes de salvar a Alison.
Pero Brianda, casi desmoronándose, no dejaba de temblar. Su voz quebrada y aterrorizada era un eco en la penumbra:
—Nunca... nunca había sentido algo así. Esto... esto no es humano. Ni siquiera es como la antigua esperanza de la humanidad... Esto está más allá, mucho más allá. Es un abismo que devora todo lo que somos, todo lo que podríamos ser... ni mis sentidos ni mis ojos pueden abarcarlo.
Sus palabras eran cuchillas heladas en mi alma. Estábamos enfrentándonos a algo que trascendía la comprensión. Una criatura que no solo quería dialogar, sino doblegarnos, consumirnos, aplastar la chispa que nos hacía humanos. Pero allí estábamos, rotos y aterrados, atrapados en un juego cruel con una sombra que nos observaba con la paciencia del verdugo y la certeza de la muerte.
El encapuchado, un ser que parecía tallado en las sombras mismas, clavó su mirada vacía en el cuerpo agonizante de Alison. La sangre brotaba de ella como si la vida se estuviera fugando a través de mil grietas, y su respiración se debilitaba con cada segundo. Con una voz que resonaba como un eco sin alma, el encapuchado pronunció palabras que helaron el aire y apagaron toda esperanza:
—Siempre interfieres, pedazo de basura. ¿Acaso no lo entiendes? No importa cuántas veces lo intentes, no eres rival para mí. Cinco versiones de ti, cinco intentos miserables, y todos han terminado igual: borrados, eliminados, reducidos a la nada. Eres irrelevante, una mota insignificante flotando en un vacío que ni siquiera notas.
Su tono se oscureció, cargado de una malicia tan densa que parecía envolverlo todo, como un manto que aplastaba el alma:
—No te metas donde no te llaman. Al que está tranquilo, se le deja tranquilo. Pero tú... tú atacaste sin comprender lo que tenías delante. Ignorante. ¿No te enseñaron nunca a temer lo que no puedes entender? El mayor error de un guerrero es dejarse arrastrar por sus impulsos. Y tú...
Hizo una pausa, no para dar tregua, sino para extender el momento de horror, dejando que la amenaza impregnara el aire como un veneno.
—Tú pagarás ese error con tu vida. Aquí. Ahora.
Sus palabras eran un cuchillo que cortaba cualquier esperanza, dejando tras de sí solo un vacío desesperante. La atmósfera se tensó, como si el mundo contuviera la respiración ante el acto final. Y Alison, apenas consciente, parecía comprender que su final estaba escrito, que no había redención ni salvación. El encapuchado no hablaba para intimidarla; hablaba porque sabía que su victoria era absoluta, inevitable. Y nosotros, espectadores impotentes, éramos los próximos.
Corrí con el corazón desbocado, sintiendo cómo la desesperación se alzaba como una ola negra sobre mí. Mis gritos resonaban como súplicas al vacío:
—¡Por favor, no lo hagas!
El encapuchado, esa figura que parecía un fragmento de la noche misma, se detuvo de repente y giró su mirada hacia mí. Un par de ojos vacíos, infinitos, me atravesaron como cuchillas, pero no dejamos de correr. Douglas logró tocar la mano de Alison justo cuando la sombra levantaba su golpe final, un movimiento que prometía acabar con todo. En ese instante, Alison, con un último aliento de voluntad, se hizo intangible.
El encapuchado giró su atención hacia Douglas, y en ese breve momento, pude sostener a Alison entre mis brazos. Su cuerpo estaba frío, quebrado, desangrándose rápidamente. Su mirada, antes tan llena de vida, se apagaba como una vela consumida. Con una voz apenas audible, me susurró:
—Cloe... corre. Déjame aquí. No hay oportunidad contra esa cosa. Su poder... es inmenso. Me recuerda a "Él", pero es... diferente. Su energía... no es igual...
Brianda estaba paralizada, petrificada por el terror hasta que lo vio. El cubo se desprendía del cuerpo de Alison, rodando con un aura ominosa. Entonces ella se rompió, sus gritos eran un eco de desesperación pura:
—¡No otra vez, no! ¡No quiero perder a nadie más! Alison, no... no te mueras, por favor, no nos dejes. ¡Te necesitamos!
Y entonces, lo sentimos. Todos lo sentimos. El collar de Brianda comenzó a vibrar, una energía abrasadora que parecía devorar la oscuridad y al mismo tiempo alimentarla. Cadenas emergieron de él, negras como el abismo, rodeando el cubo y devolviéndolo al interior del cuerpo de Alison. Las cadenas pulsaban con una energía cruel, una fuerza que drenaba todo a su paso.
De repente, el agotamiento se apoderó de Douglas y de mí. Sentí cómo algo en mí se rompía; un mechón de mi cabello se volvió en canas, mis fuerzas se desvanecían. Vi las uñas de Douglas ennegrecerse y quebrarse con la vejez prematura. Era claro, el collar estaba robándonos lo poco que nos quedaba de vida, chupando nuestra esencia para reanimar a Alison.
Brianda no dejaba de llorar, aferrándose a su cuerpo como si pudiera anclarla a este mundo. Pero algo más sucedía. El cubo, envuelto en esa energía azul brillante, comenzó a restaurarla, tejiendo su carne y alma, infundiéndola de una energía que no entendíamos. Alison se regeneraba ante nuestros ojos, como un milagro retorcido.
El encapuchado, inmóvil, observaba con una curiosidad que hacía que mi piel se helara. Finalmente, habló, su voz goteando un veneno tranquilo:
—Ya veo... Así que ese collar es de grado divino. Interesante. No se compara al cubo, que es de grado especial. Y esa capa... también de grado especial. Qué fascinante...
Había algo perturbador en su tono, algo que decía que esto no era una sorpresa, sino una revelación que encajaba perfectamente en un plan que nunca podríamos comprender. Y mientras Alison volvía a la vida, yo sentía que algo en nosotros había sentía algo extraño.
El encapuchado avanzó con pasos lentos, cada movimiento cargado de una inquietante seguridad, como si el tiempo mismo le perteneciera. Se detuvo frente a nosotros, su figura oscura emanando una presencia que parecía desdibujar la realidad, y habló, aunque sus palabras se sentían como fragmentos arrancados de un sueño roto:
—He venido a hablar con ustedes dos... pero... alguien... alguien ha robado las palabras. Todo está desfragmentado. Yo sé lo que has hecho, y tú, chico de la capa de grado especial...
Su voz se cortó, como si una mano invisible arrancara los hilos de su discurso. Frunció el ceño bajo la sombra de su capucha, un gesto que parecía contener siglos de frustración.
—Te espera un destino...
El aire pareció romperse, el sonido mismo se hizo trizas. El encapuchado se tambaleó levemente, como si algo lo arrastrara hacia un lugar que no existía del todo.
—...la información está incompleta. Las palabras... no encajan. Tú no debes...
Se detuvo de golpe, su voz quebrada en un murmullo lleno de una furia contenida.
—¡Maldición!
El eco de su exclamación pareció prolongarse más allá de lo que debería, como si el espacio mismo estuviera jugando con nosotros. Y allí quedó, un enigma encarnado, una figura que hablaba en fragmentos, dejando tras de sí solo la inquietante sensación de que algo muy antiguo y errado nos observaba desde más allá del velo.
El encapuchado permanecía allí, una sombra rota que parecía tambalearse entre el tiempo y el olvido. Su figura exudaba una tristeza que pesaba más que las palabras que pronunciaba, y cuando finalmente reuní el coraje para hablar, sentí que mi voz era un eco que se desvanecía en la vastedad de su presencia.
—¿Qué eres? ¿Quién eres?
Logré preguntar, mi voz quebrada por el temor.
Él alzó la mirada, y sus ojos, vacíos pero cargados de un dolor inexplicable, se encontraron con los míos.
—No lo sé.
Respondió, con una tristeza que parecía arrancar pedazos de su propia existencia
—Pero sé lo que has hecho, y conozco el destino que le espera a ese chico. Sin embargo... alguien... alguien se ha robado las palabras.
Mi corazón se detuvo un instante. Un silencio pesado se instaló entre nosotros antes de que, aterrada, susurrara:
—¿Quién es ese alguien?
El encapuchado sacudió la cabeza lentamente, como si el acto mismo de responder fuera una carga insoportable.
—No lo sé... pero sí sé que las palabras no están.
La confusión se apoderó de mí. Esa figura, poderosa pero rota, parecía tan perdida como nosotros. Me aferré a mi última pizca de valentía y pregunté:
—¿Qué deseas realmente de nosotros?
Su respuesta no fue lo que esperaba, ni lo que podría haber imaginado:
—¿Has escuchado una voz en tu cabeza?
Mi cuerpo se tensó. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal al recordar aquellas palabras susurradas en mi mente antes de adentrarnos en este maldito lugar: "Perdóname, lo siento mucho." Me quedé paralizada, incapaz de procesar el torrente de emociones. El encapuchado me miró profundamente, como si pudiera leer mi alma:
—Sé que la has oído, y sé que ahora mismo te preguntas lo mismo que yo. Las palabras... esas palabras son de... pero... también se han robado la información.
Fue entonces cuando lo recordé: aquella figura distante al inicio de este viaje, alguien que corría con una capucha, y también recordé la voz murmurado "Lo siento tanto, pero no tuve elección." Reuní fuerzas para preguntar:
—¿Eras tú? ¿Fuiste tú quien vi al principio?
El encapuchado no apartó la mirada. Sus ojos se posaron en cada uno de nosotros antes de responder con otra pregunta, desconcertante y cargada de un significado que no alcanzaba a comprender:
—¿Cuál es la verdadera naturaleza de la realidad? ¿Qué es realmente el alma? A quien viste en ese lugar fue...
Se detuvo, su voz ahogada en un vacío que parecía consumirlo.
—De nuevo... la información está borrada.
Algo terrible y antiguo rodeaba a este ser. Algo lo había despojado, no solo de respuestas, sino de sí mismo. Y en ese momento, entendí que existía algo mucho más poderoso, más aterrador que él. "Él" seguía siendo una amenaza latente, una sombra que se cernía sobre todo lo que éramos.
—¿Cómo te llamas?
Pregunté, sintiendo que mi voz no llegaría hasta él
—Dijiste que acabaste con varias versiones de Alison... ¿fuiste tú quien la eliminó en la cueva?
El encapuchado bajó la mirada, su voz casi un lamento.
—No sé quién soy. O tal vez lo sé, pero no quiero aceptarlo. Pero eso ahora no importa. Sí, fui yo quien eliminó a la que estaba en la cueva. No tuve elección. Me atacó, como esta basura que yace aquí. Sus impulsos la llevaron a su fin.
Hizo una pausa, como si las palabras lo hirieran mientras salían.
—Y sobre el cubo y la capa... ambos están en... Lo siento. Alguien se ha robado las palabras.
Douglas dio un paso al frente, su mirada fija en el encapuchado, y entonces ocurrió algo que nos estremeció a todos. El encapuchado habló directamente a él:
—Tú. No debes entrar a ese lugar. Te lo advierto. Si lo haces... no volverás a ser el mismo. No te conviertas en...
De nuevo, su voz se quebró, las palabras arrancadas por una fuerza invisible.
—Lo siento. La información... las palabras... han sido robadas.
El encapuchado comenzó a desvanecerse, su figura se desmoronaba como cenizas arrastradas por un viento oscuro. Antes de desaparecer por completo, me miró una última vez.
—Tengo tanto que decirte... pero alguien se ha robado las palabras. Tienes razón, me conoces. Hasta pronto. Como te dije, nos veremos del otro lado. Sé que entrarás a ese lugar, pero toma la decisión correcta. Sobre la chica del cubo... vuélvete más fuerte, porque más adelante...
Se detuvo una última vez.
—Lo siento. Las palabras... ya no están. Qué interesante, un artefacto de grado divino con ustedes... veo que alguien cruzó esas puertas y lo dejó allí.
Brianda, hasta entonces en silencio, abrió los ojos con una mezcla de pánico y comprensión. Su corazón parecía golpear con fuerza contra su pecho mientras entendía. Amada. Era ella. Amada cruzó ese lugar. Amada enfrentó los confines de la tierra misma.
El encapuchado, ya casi desvanecido, miró a Brianda directamente y susurró:
—Qué pena. Si supieras lo que realmente pasó... entenderías tantas cosas. Pero lo descubrirás tú misma. Al fin y al cabo... me han quitado las palabras. Niña del collar... a quien buscas... aún vive. Nos veremos pronto.
Y entonces desapareció, dejando tras de sí un vacío tan insondable como las preguntas que nunca respondió.
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