Eres mi milagro

Te levantaste  y la luz del  sol iluminó tu cara, otorgándole un brillo especial a tu mirada. Recordándome que había tomado la mejor decisión del mundo, volver a tu lado ¿Cómo pude estar ajeno por tanto tiempo? ¿Cómo pude permanecer indiferente a esos besos?

—¿Ya te dije hoy que eres increíble?—pregunté embelezado.

Recibí un te amo por respuesta y tu risa de regalo ante el gruñir de mi estómago.
—Sí, ya sé que tienes hambre grandullón —revolviste mi cabello entre tus manos y tu silueta  se alejó buscando la cocina.

Yo me quedé en la cama esperando el milagro. La casa  pronto se llenó de  ricos olores y no pude evitar sentirme agradecido por tenerte.

Te escuché hablar animada con Andrea, tu amiga del alma, quien la verdad me cae un pelín gorda, pero confío en ti, si tú la quieres pues, ni modo, por algo será. Así que bajé a desayunar animado, dispuesto a tolerar a Andy, esperando encontrarme con tus ojos juguetones,  sin embargo aunque trataste de disimular, ya no eras la misma.

—¿Qué pasa María? —te pregunté angustiado—. ¿Sabes que puedes hablar conmigo, verdad?

Un beso tuyo fue suficiente para tranquilizarme y que me quedara quieto, esperando en el comedor.

—¡Eres un regalazo mujer! —exclamé.

Y cerré los ojos por un instante para alejarme del parloteo incesante de tu amiga y pensarte. Y te sentí tan viva, tan desbordante, con tanto empuje y ganas que las últimas semanas me hicieron asustarme. Tus días en la cama, tu mirada acuciante. Algo está pasando y no quieres contarme.

Abrí los ojos resuelto a estar atento cuando el estruendo de platos rotos, un golpe y los gritos de Andrea hicieron que  mi mundo se viniera  abajo. Te vi en el suelo y a sangre que  manaba de tu cabeza a borbotones y tu carita pálida me paralizaron.

—¡Tengo miedo María! No me dejes por favor. ¡Por favor! —te suplicaba como si pudieras entenderme, como si dependiera de ti que esta mañana sólo fuera una horrible pesadilla.

Abriste los ojos cuando estaba al teléfono y me acariciaste con la mirada. De nuevo tú repartiendo paz. Sí que eres increíble mi amor.

Las sirenas pronto te envolvieron y oxígeno, vías, monitores y tubos fue lo próximo que viste. Ya en el hospital no dejabas de apachurrar mi mano. Desfilaron los doctores y los exámenes se hicieron interminables, el  miedo podía verse en tus ojos y en los míos. Hasta que una cara bonachona asomó en la habitación. Era la doctora que nos había recibido.
Ella tomó tu mano, la que estaba libre porque la otra era toda mía y mirándote feliz anunció:

—¡Estas embarazada! Felicidades María, vas a ser mamá.
—¡Mamá! —exclamáste emocionada—.Pero es que soy estéril. Doctora tengo cuarenta y seis años. ¿Está segura?
—Creame María, está usted muy embarazada—respondió la doctora.

Yo sólo pude contenerte. Te abracé con fuerzas y lloramos juntos. ¡Era un milagro y sólo tú podrías haberlo logrado!
Me miraste enamorada y de tu voz cortada por la emoción y los miedos y las dudas, salió un ¿podré?

—Oh cariño—te respondí enseguida— Serás la mejor mamá del mundo.

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