Una nave hecha pedazos
MIRANDA: ¡Una nave valiente, que sin duda llevaba gente noble, hecha pedazos!
La tempestad. William Shakespeare.
Dos días tras el estallido...
Estábamos muy cansados porque apenas dormíamos con la tensión nerviosa. Todo parecía indicar que el asunto iba para largo; así que las manzanas de Ben vinieron muy bien para completar los escasos víveres. Sandoval las había racionado a dos manzanas al día para cada uno, algo que Ben percibía como muy insuficiente, así que todos los días yo le daba una de las mías.
Los escombros en órbita comenzaron a organizarse formando un enorme disco de acreción en el que la materia iba precipitándose sobre el planeta. Brillaba porque se calentaba con la fricción a medida que el disco giraba.
Algunas masas de gases ionizados seguían las líneas del campo magnético de Urano, dirigiéndose hacia sus polos y produciendo allí unas auroras muy intensas.
A pesar de que en el disco estaba concentrada la mayoría de la materia eyectada por la explosión que había permanecido cerca, el planeta quedó recubierto por una especie de atmósfera extendida, lo que se llama una exosfera, es decir, una envoltura gaseosa de enorme extensión, hasta el punto de que la propia Stella Maris estaba inmersa dentro de ella.
Los gases de la exosfera rozaban contra el casco de la nave. Las vibraciones eran muy intensas. Nos temíamos que, de un momento a otro, el débil casco de kevlar cediese y se perdiese la estanqueidad.
—Estamos orbitando «dentro» de la atmósfera extendida de Urano —dijo Sandoval—. Nos quemaremos si seguimos así.
—Gerardo ya está maniobrando para salir de aquí. Continuamos ganando altura, pero a un ritmo muy lento —dijo Argento.
—Esa es una maniobra que necesitará tiempo. Esta exosfera, aunque es muy tenue, es lo suficientemente espesa para destruirnos. Puede ser muy poco densa pero esto no es un avión y orbitamos a una velocidad de más de 8 km/s.
—Es verdad que el casco de kevlar no es muy resistente—dijo Argento tocando las paredes del santuario para comprobar su temperatura—, pero es una nave longitudinal y por tanto, muy aerodinámica. Aguantará, ya lo verá. El morro, la zona más sometida a esfuerzos, es el santuario y esta parte es de una aleación de metal muy resistente.
—Salvo por el Anillo Centrífugo —dije—. El anillo en rotación, dispuesto transversalmente al eje de la nave, es la principal causa de las vibraciones.
Mi comentario fue premonitorio:
Err... Lamento tener que comunicar que las paredes del Anillo Centrífugo se están rasgando... La zona está sellada. He cerrado las escotillas. En este momento, sus camarotes y las zonas de marinería han perdido la presurización. De un momento a otro...
—¡Gerardo —dijo Argento, lleno de resolución—, desprende el Anillo Centrífugo de la nave!
—¡Qué!—exclamó César—. Allí está casi todo el ron...
Perdón, navegante Argento, creo que no he entendido bien. ¿Me han pedido expulsar todo el Anillo Centrífugo?
—Has entendido perfectamente —dijo Sandoval—. Adelante, Gerardo. Es una orden. ¡Hazlo ya!
—Después de todo, el anillo no es esencial, nunca sirvió para nada... —se consolaba César.
Las vibraciones seguían aumentando. Sandoval comenzó a gritar:
—¡Gerardo, desprende el anillo! ¡Hazlo ya! ¡Es una orden!
Ahorita mismo, señor capitán Sandoval. Ahorita mismo.
Un brusco traqueteo se sintió en toda la nave. El anillo estaba fuera, pero las vibraciones no disminuían. Al contrario, aumentaron de intensidad. Al separarse, pareció golpear en algunas zonas el casco. Le rogamos al Espacio que no fuera alguna parte vital...
—La Stella Maris aguantará, camaradas —dije—. Sé que lo hará. No lo dudéis. Aguantará, siempre lo ha hecho.
Algo dentro de mí decía que saldríamos vivos. Sé que era irracional, y que no tenía ninguna razón ni lógica para pensar así, pero era lo que yo sentía. Quizá, era el espíritu indomable de la Stella Maris el que me susurraba al oído.
Sin embargo, la situación apuntaba a que, en cualquier momento, todo podía colapsar de modo catastrófico. La verdad es que en realidad bastaba una pequeña avería para hacernos fracasar aquí, a miles de millones de kilómetros del astillero espacial más cercano...
En medio de la mortecina luz rojiza del santuario, César movía los labios sin pronunciar palabra con una de sus manos tocando el amuleto que colgaba de su cuello; podría asegurar que estaba rezando algo. Sandoval tenía un tic en el ojo derecho que no dejaba guiñar. Aprovechando el desconcierto, Ben había sustraído del saco un par de manzanas que devoraba sin piedad.
¡Atención! ¡Fuego en el puente! Activando sistemas contraincendios. Protocolos de seguridad en curso. Sellado del módulo. Escotillas cerradas. Sellado de sistemas de ventilación. Esperaremos a que el fuego se quede sin oxígeno.
Al parecer, un panel neuroelectrónico había estallado en el puente soltando chispas, e incendiando los sacos de dormir y la ropa de Argento y César, que habían estado durmiendo allí durante días.
—¡Nos vamos al infierno! —chilló César.
—No resistirá —sentenció Sandoval, con resignación—. Esto es demasiado...
—¡Ni lo penséis, ni se os ocurra pensarlo! —Yo sabía que estaba en lo cierto mientras les gritaba—. ¡Aguantará! ¡La Stella Maris resistirá!. ¡Siempre lo ha hecho, camaradas!
—Gerardo, elimina el oxígeno de toda la nave salvo el santuario —ordenó Argento—. Sin oxígeno no habrá más fuegos. Reduce también la presión atmosférica a una tercera parte, eso reducirá la tensión sobre el casco externo de kevlar y kapton.
Ahorita mismo, navegante Argento. Ahorita mismo.
Lentamente, las vibraciones comenzaron a ceder. A medida que fuimos ganando altura todo fue mejorando. La nave había estado sometida a un tremendo castigo. Había sobrevivido, sin embargo.
Es verdad. Sin Anillo Centrífugo, con un incendio en el puente que había destruido algunos de los sistemas de control, pero la Stella Maris había superado —una vez más— otro terrible desafío.
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