Un tesoro enterrado en el abismo
Roger Penrose acuñó el nombre érebones, del dios griego de la oscuridad Érebo, para referirse a las partículas de materia oscura de masa planckiana que cruzan de un eón al sucesivo...
Pre-Big-Bang Black-Hole Remnants and Past Low Entropy.
Carlo Rovelli y Francesca Vidotto.
La posibilidad es que la materia oscura podria estar formada por remanentes de agujeros negros evaporados de vida larga y del tamaño de Planck. Los agujeros negros podrían haberse formado en el universo primitivo o, alternativamente, si el Gran Estallido fue un Gran Rebote, podrían haber cruzado el rebote.
Considerations on Quantum Gravity Phenomenology.
Carlo Rovelli.
A cuatro días del estallido...
Argento ingería elevadas dosis de neurocafeína para no tener que dormir. No podía permitirse el lujo de perder ni una sola hora del tiempo que nos quedaba. Abandonó su confortable camarote y se trasladó a vivir al puente. Hablaba continuamente con Gerardo, analizando, estudiando, buscando siempre la ruta más eficiente, la mejor. César vivía allí con él, no olvidando sus órdenes de mantenerlo estrechamente vigilado.
El navegante consiguió maniobrar la nave para mantenerla alejada del agujero negro y, gracias a eso, pudimos eludirlo por unos días. Aun así, era obvio que las cosas iban a complicarse, y mucho. Lo sabíamos todos: tarde o temprano el abismo explotaría. La tensa calma, la tranquilidad aparente, la resignación con la que nos conducíamos, no podía disimular el hecho crucial: ignorábamos qué iba a pasar cuando se produjese el temible estallido.
Argento estudió con Gerardo la posibilidad de poner la máquina a toda potencia y salir del sistema uraniano lo antes posible, pero era inútil. La explosión de rayos gamma nos alcanzaría tarde o temprano con toda su terrible potencia e inevitablemente destruiría la Stella Maris. Nuestra mejor opción era que, cuando llegase el momento, permaneciésemos protegidos tras la imponente masa de Urano.
A mí me tocó hacer de jefe de máquinas porque alguien tenía que hacerlo; al igual que Ben, que tuvo que ponerse de ingeniero de hábitat, con el soporte vital. No parecía fácil, pero íbamos cumpliendo las instrucciones que Gerardo nos daba.
Estando donde los recicladores, a menudo recibíamos la holoimagen de Argento desde el puente para hablar con nosotros y solicitarnos un poco más de potencia en las máquinas. Los motores estaban continuamente al límite de sus posibilidades. Era una gran responsabilidad. Cualquier error, cualquier minúsculo error que cometiésemos podría inutilizarlos y, sin motores, Argento no podría maniobrar... Entonces, moriríamos todos.
En cierta ocasión, el capitán requirió que mi holograma apareciese en el puente mientras yo asistía en las máquinas, pues Sandoval quería que Argento y yo atendieramos a otra de sus charlas sobre agujeros cósmicos —como a él le gustaba llamarlos—, y no sobre agujeros negros. Hay que reconocer que «La tumba del muerto», tan brillante, más que un agujero negro, parecía un agujero blanco.
Al comienzo de la charla, Argento permanecía reclinado sobre una holopantalla, haciendo quizá algunas estimaciones, mientras Sandoval flotaba ingrávido en la sala, dejándose llevar por las corrientes de aire y el devenir de la conversación.
—Esto es algo que me saca de quicio —refunfuñó el cansado navegante—, pues no consigo entenderlo, Sandoval. ¿Qué es tan valioso que le hace arriesgar su vida y la de todos nosotros en esta loca aventura?
—Dígamelo usted, Argento. Si cuando muere una estrella muy masiva, nace un agujero negro; cuando muere un agujero negro, ¿qué es lo que queda?
—¿Eso es todo, Sandoval? ¿No hay en su enfermiza mente nada más allá del interés científico? Usted quiere estudiar la singularidad desnuda; quiero decir, la singularidad desnudada de su horizonte de sucesos, ¿es eso lo que es tan importante? ¿Merecen la pena tantos riesgos a cambio de algo así?
—Argento, permítame explicárselo: las singularidades no existen. Es importante entender que la singularidad (la zona de densidad y gravedad infinitas del centro de la bestia cósmica), más que reflejar un fenómeno real, pone de manifiesto una incoherencia de la Teoría de la Relatividad General.
—¿¡Qué!?
—Quiero decir que, en esa región que llamamos singularidad, las ecuaciones de la relatividad general dejan de tener sentido. Las posteriores y más avanzadas teorías de la Gravedad Cuántica mostrarían una imagen mucho más realista de la bestia cósmica, es decir, sin singularidades.
—Entonces la singularidad no existe... —susurré. No sé si me oyeron.
—Es un defecto de la relatividad general. En la mayoría de las teorías avanzadas es sustituida por algo nuevo y distinto: un objeto cuántico.
—¿Un objeto cuántico? —pregunté asombrada.
—La Gravedad Cuántica, amigos míos —continuó Sandoval—, la teoría física más avanzada que nunca el ser humano ha construido, nos habla de un residuo que permanece tras la muerte del agujero negro, me refiero a un remanente, una relíquia cuántica llamada érebon.
—¿Erebón? —pregunté.
—Su nombre es 'érebon' y proviene de la mitología griega. Hijo del Caos, el dios Érebo era la personificación de las sombras y la oscuridad. Según la leyenda, al terminar cada día, su hermana Nix tomaba la oscuridad que Érebo le prestaba para llevar la noche al mundo.
—Continúe, por favor —rogó Argento, lleno de inquietud.
—Más allá de los modelos clásicos de la relatividad general de Albert Einstein, más allá de los modelos semi-clásicos de Stephen Hawking, la Gravedad Cuántica predice la presencia del érebon, el remanente cuántico.
—Debe ser muy valioso —reconoció Argento.
—No hay nada con más valor, Argento. Es el érebon un objeto sorprendente, en el que las cosas tal y como las conocemos no suelen cumplirse. Su principal característica es su indestructibilidad. No es posible destruirlo, pues nace al cosmos tras haber estado gestándose largamente durante muchos eones en ese útero cósmico, en ese vientre materno cuántico que es el interior de un agujero negro.
—¿Ha dicho útero cósmico? —pregunté.
—¿Ha dicho vientre materno cuántico? —preguntó Argento.
—Para nosotros será un estallido terrible, para el Cosmos será el alumbramiento de un éberon, que nacerá después de haberse templado en la forja violenta que es el seno de un abismo cósmico.
—Nunca imaginé... dije.
—Nada parece afectarlos, pues no pueden ser quebrantados ni siquiera por las mareas de la gravedad más intensas, y es que no hay material más resistente. Son extremadamente estables y duraderos. Su fortaleza y su resistencia es de tal magnitud que los nacidos en otros universos anteriores al nuestro no fueron destruidos por el Gran Estallido, ese mismo que creó el universo actual.
—¿Cómo ha dicho? —preguntó Argento, superado por lo que escuchaban sus oídos.
—El que nosotros presenciaremos acabará de nacer, pero hay otros muchos más en el Espacio y son muy antiguos; de hecho, algunos son más, mucho más viejos que el propio Universo que conocemos, pues fueron creados en otros universos anteriores al nuestro, antes incluso de El Gran Estallido.
—¿Hubo otros universos anteriores al nuestro? —preguntó Argento, que se sentía tan desconcertado como yo.
—Claro que sí. El Gran Estallido no fue otra cosa que el resultado de un universo anterior que se contrajo hasta lo inimaginable, alcanzando tal densidad y torsión, que dio lugar a un Gran Rebote que determinó la expansión acelerada del universo actual.
—Hubo universos anteriores...
—Sí, y estos objetos son capaces de sobrevivir a la transición entre uno y otro. Los érebones son mensajeros de otros universos previos. El problema es que solo pueden ser vistos al nacer. Después, cuando se enfrían, no es tan fácil detectarlos y, a pesar de su abundancia y de que están por doquier en nuestra galaxia, apenas pueden ser observados.
—Entonces, son muy abundantes.
—Como son indestructibles y tan duraderos, se van acumulando masivamente en el Espacio, un universo tras otro, formando una especie de «materia oscura» casi indetectable que todo lo rodea y que en la mayoría de los casos solo podemos intuir por los efectos de su gravedad.
—Esto es apasionante —concedió Argento—. Nunca pude imaginar algo así. Créame, Sandoval, que ahora comprendo su interés. Merecen la pena todos nuestros sufrimientos. Sí, merecen la pena.
—Amigo mío, es la búsqueda del érebon la que nos ha traído hasta aquí. El tesoro enterrado en el abismo cósmico.
—Sin duda, tengo que admitirlo: no hay mayor tesoro —entendió por fin el pirata.
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