Radiación de Hawking
Tales agujeros apenas merecen el apelativo de negros: son realmente blancos incandescentes [...]
Historia del tiempo. Stephen Hawking.
Mis resultados suscitaron la incredulidad general cuando los anuncié cerca de Oxford durante una conferencia. El presidente del acto declaró que eran absurdos...
Agujeros negros y pequeños universos. Stephen Hawking.
Al día siguiente, se escuchó el ruido de la escotilla del santuario al abrirse. Argento se asomó por ella una vez abierta:
—Buenos días. Tengan la amabilidad de salir, por favor.
Los cuatro nos quedamos mirando sorprendidos al pirata. Lentamente, comenzamos a abandonar el santuario para pasar al Módulo de Atraque. Argento portaba un arma en la cadera.
Sandoval fue un poco más allá del Módulo de Atraque, hasta llegar al Puente de Mando, quizá con el interés de conocer la situación de la nave. Entonces —algo raro en él— comenzó a maldecir:
—¡Maldita sea! ¡Están ustedes completamente locos! —exclamó.
Inquieta por su afirmación, yo también pasé al puente. Allí, en la holopantalla del telescopio se mostraba un punto muy brillante. Sin duda, era «La tumba del muerto». Se acercaba, ¡la bestia cósmica se acercaba!
—Métase en sus asuntos, Sandoval —respondió Argento.
—Quieren desalojarnos del santuario, para entrar ustedes y protegerse con sus paredes de metal. Usted considera que así se librará del agujero cósmico... ¡Qué insensato!
—Una vez bailé sobre la tumba del muerto y sobreviví. Simplemente, volveré a hacerlo.
Sandoval abandonó cualquier corrección en el trato con Argento.
—Pirata ignorante, tú no sabes nada. Te crees que este objeto es el mismo que te visitó hace unos años... Estúpido. Ahora está varias veces más caliente. Actualmente, la emisión del abismo supera los cinco mil billones de grados Kelvin.
—¿Y eso es mucho?
—Millones de veces más caliente que el interior de un reactor nuclear de fusión, ¿no es suficiente para ti?
Instintivamente, Argento llevó su mano al arma que portaba en su cintura. No confiaba en el comportamiento de Sandoval. Quería estar preparado por si el ambiente se tensaba más.
—¿Qué tipo de agujero cósmico es el que estamos viendo? —preguntó Sandoval.
—¿Acaso importa? —respondió con una pregunta.
—Sí, y mucho, pirata ignorante. Están, por ejemplo, los ubicados en el centro de la mayoría de las galaxias y los cúmulos globulares. Son agujeros negros descomunales, muy masivos, de millones de masas solares o incluso mucho mayores. Cuando están activos engullen estrellas enteras, y movilizan enormes cantidades de energía. Rotan furiosamente, emiten chorros de partículas a velocidades relativistas por los polos y son descritos por la métrica de Newman-Kerr. Su origen es desconocido.
—Pues este de la holoimagen —intervine— no parece de ese tipo. Este es más pequeño.
—Eso es, Rebeca. Pero hay otros tipos de agujeros negros, como los creados por el colapso de las estrellas masivas. En el siglo XX se comprendió que algunas estrellas con mucha masa, al final de su vida, cuando ya no les queda suficiente combustible nuclear para seguir ardiendo, colapsan en la forma de una agujero negro. También pueden formarse por la colisión entre estrellas de neutrones. Estos agujeros negros suelen tener un tamaño no demasiado grande, de apenas unas cuantas masas solares. Rotan y también son descritos por la métrica de Newman-Kerr.
—Este tampoco es el caso —apunté—. Nuestro agujero negro es aún más pequeño.
—Efectivamente, y eso nos deja con el tercer tipo: el agujero negro primordial.
—Sandoval, se lo ruego —dijo Argento—, hábleme de esos agujeros primordiales suyos.
—Un agujero negro primordial es el que nació con el Gran Estallido, la explosión de energía inimaginable con la que nació el propio Universo que conocemos. Son, por tanto, muy antiguos, tan viejos como el propio Universo. No suelen rotar y son descritos con la métrica de Schwarzschild, o bien con la Reissner–Nordström cuando presentan carga eléctrica. Poseen masas muy diversas. En nuestro caso, «La tumba del muerto» es un agujero extremadamente pequeño. Tiene una masa pequeñísima, de un par de decenas de miles de toneladas, menos que una montaña de la Tierra...
—Se está acercando. Sandoval, Conteste, por favor —rogó Argento—. ¿Por qué brilla tanto?, ¿no debería ser negro? ¿Por qué deberíamos preocuparnos de la bestia cósmica?
—Para entender este objeto hay que ir más allá de Einstein y la relatividad general clásica. En la segunda mitad del siglo XX algunos científicos, entre los que destacó el famoso filósofo norteño Stephen Hawking, fueron más allá de la relatividad general, más allá de Einstein, desarrollando el modelo semi-clásico, que incorporaba algunos conceptos procedentes de la mecánica cuántica junto al espacio-tiempo curvado por la gravedad.
—El abismo blanco se acerca, se lo ruego, Sandoval, concrete, al grano... —suplicó Argento.
—Ellos comprendieron que los agujeros negros, de alguna manera, tenían entropía. Pero, si tenían entropía, debían tener algún tipo de calor; y, entonces, deberían tener temperatura; y, finalmente, si tenían temperatura, debían brillar, es decir, emitir radiación. Fue un hallazgo notable. Este efecto es muy relevante en los agujeros negros pequeños como «La tumba del muerto». Ese brillo que usted ve es la llamada radiación de Hawking.
—Radiación de Hawking... —repetí pensativa.
—¿Y por qué es tan mala si solo es luz? —preguntó Argento.
—Porque en su mayoría son peligrosos rayos gamma que debilitan con facilidad los delgados tejidos del casco de kapton y kevlar de las naves espaciales. Solo en el santuario, cuyas paredes son de metal, hay un poco de protección. Sin embargo, un detalle se le escapa a usted, Argento.
—¿Cuál? Dígamelo rápido, se lo ruego, por favor.
—A medida que el agujero cósmico emite radiación, pierde energía o, lo que es lo mismo, pierde masa. Cuanta más masa pierde más se eleva su temperatura, y cuanto más caliente está, más intensa es la radiación que emite. Se está calentando. Hemos calculado que, cuando se acercó a ustedes, su temperatura apenas superaba los mil billones de grados; pero, ignorante Argento, los años han pasado y ahora los rayos gamma que emite son muy duros.
—Gerardo —pregunté—, ¿qué temperatura tiene en este momento el agujero cósmico?
¡Ay, malas noticias!
La temperatura actual es de 6.448 billones de grados Kelvin.
—Que el Espacio nos proteja. «La tumba del muerto» se está recalentando...
—Más que eso, Argento: se está evaporando. Cada vez estará más y más caliente, seguirá emitiendo energía y reduciendo su masa hasta que al final...
—Al final, ¿qué? —preguntó Argento con inquietud.
—Al final el agujero cósmico morirá.
—¿Y qué pasará entonces?
—Sin duda será un fenómeno extremadamente violento, tan violento que afectará a todo el sistema solar.
—¡Quiere decir que va a explotar! —exclamó César que hasta el momento había permanecido callado.
«La tumba del muerto» era una bestia cósmica moribunda, un abismo cansado de su existencia de miles y miles de millones de años que daba sus últimos estertores y, en su agonía final, iba a terminar de la forma más espectacular que pueda imaginarse.
—Cuando una estrella masiva muere, nace un agujero negro; pero, dime, Argento, ¿qué sucede cuando es el propio agujero negro el que muere?
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