Poniendo las cosas en su sitio
Los agujeros negros tienen la cara de póquer más inescrutable del universo.
El tejido del cosmos. Brian Greene.
¿Cómo de negro es lo negro?
El universo elegante. Brian Greene.
A seis días del estallido...
Israel Hands y Perro Muerto resistían atrincherados en la sala de los recicladores. Sus hologramas aparecieron en el puente. Miraban con una actitud desafiante, que no auguraba nada bueno:
—Eres un idiota, Argento —dijo Israel—. Te has dejado coger como un grumete.
—Estamos en peligro. «La tumba del muerto» va a estallar. —respondió—. Es el momento de unirnos. Solo así podremos enfrentarnos al agujero negro y sobrevivir.
—Cobarde —dijo Israel Hands con desprecio—. Siempre fuiste un cobarde. Me pones enfermo con tus remilgos y tus prejuicios, con esos escrúpulos tuyos... No olvido que en los abordajes nunca querías participar, Argento. Nunca te gustó la sangre, siempre con tus miedos y tus complejos. Siempre queriendo negociar o hacer prisioneros cuando llegaba el momento de la masacre. Eres la vergüenza de la Walrus, Argento.
—Simplemente soy más listo que tú, Israel —replicó—. Di lo que quieras. Yo sobreviviré, tú no.
Perro Negro soltó una estruendosa carcajada:
—Después de lo que he hecho, en peligro estaré yo si me entrego. No lo permitiré, Argento. No me cogerán vivo.
—Entregad las armas, os digo —insistió Argento con autoridad. Después de todo, él era el cabecilla del motín.
—Cobarde, ven tú a por ellas a los recicladores, si te atreves —dijo Israel—. Aquí te esperamos. Tendrás un acogedor recibimiento.
La conexión se cerró.
—No va a ser fácil —se lamentó Argento—. Ya saben.
—Déjenme a mí —dije. Pensé que había llegado el momento de ajustar cuentas. Esta situación insostenible se estaba prolongando durante demasiado tiempo.
—Gerardo.
¿En qué puedo ayudar, estimada contramaestre Vargas?
—Sella todas las escotillas de la Sala de Recicladores. Disminuye el oxígeno al 30%.
Hay personas ahí dentro. ¿Está segura de lo que me ha solicitado, contramaestre Vargas?
—Soy Ernesto Sandoval, el capitán de la nave. Obedece sus órdenes.
Soy Asclepio, la inteligencia artificial médico de la nave. Hum, les ruego que no prolonguen esa situación en la Sala de recicladores durante demasiado tiempo. Puede producir serios trastornos.
—Los tendremos así solo un rato.
No sé si será adecuado.
A los veinte minutos fui con Ben a la Sala de Recicladores. César quiso acompañarnos, pero Sandoval lo impidió porque había dado órdenes de que él escoltara a Argento en todo momento. Además, aún estaba curando la herida en su pierna.
Tras pedirle a Gerardo que restableciese la normalidad en el aire, abrimos la escotilla. Estaban allí flotando ingrávidos intentando respirar en un sonoro jadeo.
—Ben, deja atado a Israel, yo me ocupo de Perro Negro. Quitémosles primero las armas de energía.
Había que actuar rápido, antes de que se recuperasen. Cuando lo sujeté, se zafó violentamente de entre mis manos y se revolvió para sacar una navaja eléctrica de su bolsillo.
Yo no podía olvidar lo que ese animal había hecho con Emma. Así que, en la ingravidez me retrasé un poco para impulsarme sobre un mamparo y salté hacia él. Perro Negro estaba borracho, no fue difícil desarmarlo con un par de golpes. Él podía parecer más grande y más fuerte, pero yo era mucho más ágil y eso es lo que importa en el Espacio. Y no quise maniatarlo, no me dio la gana, tampoco lo merecía. Así que, situándome por detrás de él, lo agarré por el cuello con el brazo izquierdo y, con la mano derecha, le metí la navaja para degollarlo como a un cerdo. Murió al instante.
—Defensa propia —dijo Ben que casi tenía sujeto a Israel.
—Sin duda —respondí mientras limpiaba la sangre de mi navaja en la ropa de ese pirata.
Israel Hands pareció entenderlo enseguida, como si estuviera asustado. Me sorprendió su actitud hasta que la entendí.
—Yo me portaré bien. No te preocupes —dijo entre toses, levantando ambas manos en señal de rendición.
Y diciendo estas palabras tranquilizadoras, Ben se relajó un momento que Israel aprovechó para propinarle un buen golpe que lo dejó flotando en la sala inconsciente. Después, sacando una navaja eléctrica me sonrió:
—Ahora estamos tú y yo solos, guapa.
Nos miramos fijamente cada uno con una navaja en la mano. Amagó un par de veces para tantearme. Israel sonreía seguro de sí mismo. Comprendí que el pirata sabía emplearse bien con la navaja. No era un novato. Este no era su primer enfrentamiento en la ingravidez.
Entonces, impulsándose sobre un mamparo salió disparado hacia mí. Supo evitar mi navajazo de recibimiento desviando mi mano y luego me apresó con sus dos piernas para que no pudiera escapar. Después, con una mano me agarró la mano de la navaja mientras con la otra intentaba con todas sus fuerzas cortarme el cuello. Solté mi navaja y quedé desarmada; utilicé la mano libre agarrando la suya para intentar frenar su metal, pero era inútil. Él era más fuerte que yo e iba acercando el metal a mi cuello cada vez más.
—Esto no te lo esperabas, ¿verdad?
Fue entonces cuando Ben tomó la navaja que yo acababa de soltar y se la clavó entre las costillas.
—Tampoco tú esperar esto.
Israel se volvió con un gesto sorprendido para ver el rostro amoratado de Ben. Ben repitió la operación hundiendo el arma en la carne varias veces más. Finalmente, aflojó y pude desarmarlo. Sus ojos quedaron sin vida. Estaba muerto.
Ben tenía un pómulo bastante mal, quizás roto, pero nada que Asclepio no pudiera curar.
—Ben, vamos a recoger toda esta basura en la esclusa para expulsarla al Espacio. Pongamos las cosas en su sitio.
—Okay, Rebeca.
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