Pánico


No he visto jamás hombres tan asustados y despavoridos como aquellos piratas.

La isla del tesoro. Robert Louis Stevenson.

A siete días del estallido...

—Gerardo, descríbenos la órbita de «La tumba del muerto»  —le ordené.

Agujero negro en órbita excéntrica alrededor de Urano. Avanzando hacia el periastro, se acerca a una velocidad de 1,59 km/s. Se encuentra a cien mil kilómetros. 16 horas, 27 minutos y 32,593 segundos para el momento de mayor acercamiento. Pasará a tan solo 1,2 kilómetros de nosotros.

—¡«La tumba del muerto» va a estallar encima de nuestras cabezas! —dijo César desesperado.

—¿Podría estimar cuándo va a ocurrir el estallido del agujero cósmico? —preguntó Argento.

—Gerardo —dije—. ¿Puedes responder a la pregunta?

Err... Lamento decirles que, sin la ayuda de la profesora Emma Valdemar, no puedo realizar la estimación que solicitan.

—Podríamos estimarlo si Emma siguiera viva; y si su camarada Perro Negro, ese despreciable animal, no la hubiera asesinado... —dijo el capitán, mostrando todo el rencor que un rostro puede mostrar— de la peor forma posible.

—Créame que lo siento mucho —dijo Argento muy apesadumbrado—. Eso no debió ocurrir. Israel y yo habíamos salido con la lanzadera hacia Miranda y Perro Negro se quedó solo...

—Hipócrita —dije.

—¿Será muy violento el estallido? —preguntó César muy inquieto.

—La evaporación final de un agujero cósmico es un fenómeno detectable desde otras estrellas en forma de un intenso pulso de rayos gamma. Será extremadamente violento y afectará a todo el sistema solar.

—¿Qué pasará con la Tierra? —pregunté.

—Las estimaciones arrojan distintos escenarios. Espero que sobrevivan.

—¿Y qué pasará con nosotros? —preguntó César—. ¿Para eso hemos venido hasta aquí? ¿Para morir como perros en esta explosión de dimensiones cósmicas?

Qué pena acabar tan pronto, con todo en la vida por hacer...

—¡Cállate, Gerardo, por favor! —grité.

—¿Nos engullirá el agujero negro? ¿Podemos caer dentro de «La tumba del muerto»? —continuó César, muy angustiado.

—Es un agujero pequeño. Su horizonte de sucesos, la frontera de no retorno, tiene un tamaño muy inferior al de una bacteria. No nos engullirá. Eso no ocurrirá, se lo aseguro —dijo Sandoval intentando tranquilizar a la tripulación.

—¡Todos morir como ratas! —exclamó Ben, que entraba en pánico.

—Vamos a ver —dije, intentando restablecer la calma—. Sois nautas curtidos en el Espacio profundo, se supone que sois gente decidida, sin miedo a nada ni nadie.

—Es verdad —replicó César—, somos nautas y no le tenemos miedo a las cosas normales como las naves a la deriva o las explosiones nucleares, pero «La tumba del muerto» no es de este mundo...

—Amigos, tranquilidad —intervino Sandoval—, si no hubiera  esperanza, no habríamos venido hasta aquí.

—¿Sandoval, sabíais que esto iba a ocurrir? —pregunté atónita.

—Sí, y por eso organizamos la expedición —respondió—. Hay mucho en juego, Rebeca, y este es un riesgo necesario que hay que correr. Lo que quiero es transmitir tranquilidad. Por supuesto, Nueva Manila ha sido evacuada. Nosotros somos los únicos seres vivos en el sistema uraniano. Pero hay esperanza todavía; aunque necesitaremos algo más grueso que los mamparos de metal del santuario para sobrevivir a este brutal apocalipsis...

—Entonces, hay solución —suspiró Argento.

—Sí la hay, pero tenemos que alejarnos del agujero negro cuanto antes. Necesitamos un navegante excepcional que nos salve de esta situación. Dependemos de usted, Argento. Toda la Stella Maris depende de usted. El futuro de la ciencia depende de usted, navegante.

—Déjeme entenderlo. —Argento se llevó una mano a la barbilla, como meditando—. La idea es que yo les libere y luego salve sus vidas para que después me juzguen y sea condenado a muerte por piratería... ¿Esa es su propuesta?

—Rebeca y yo hablaremos en su favor. Todos lo haremos.

—Pero hay grabaciones comprometedoras...

—Me temo que se van a borrar misteriosamente... Sin embargo, una persona ha muerto y habrá un juicio. Hablaremos en su favor, como le he dicho. A usted le caerá solo amotinamiento o ni siquiera eso. La perpetua, en el peor de los casos.

—¿Le parece poco la cadena perpetua?

—Sí, si es una perpetua como la de Rebeca. A ella le prometí el indulto. Usted también lo tendrá.

—Bien. ¿Cuánto tiempo tenemos?

—Difícil estimarlo. Una semana, quizás. No lo sé con precisión. Es solo un dato aproximado. Si Emma estuviera aquí...

—Supongo que hay que poner algo más grueso que las paredes de metal del santuario entre nosotros y el agujero negro, capitán. ¿Algo quizás del grosor de Miranda?

—Argento, creo que no lo entiende usted. Cuando el agujero negro estalle, tendremos que haber puesto algo del grosor de Urano entre nosotros y el agujero negro... y, aun así, puede no ser suficiente.

—¿Puede no ser suficiente? —pregunté.

—Las simulaciones de neurocomputadora que realizó Emma estimaban que podría bastar con escondernos tras Urano, pero el margen de incertidumbre es amplio. Cualquier imprecisión por nuestra parte... podría ser fatal. Necesitamos una navegación perfecta, pulcra y sin errores. En fin, después del estallido, veremos si Urano ha bastado para protegernos, solo entonces sabremos si seguimos vivos...

—Que el Espacio nos proteja... —dijo Argento—. Capitán Sandoval, estoy a sus órdenes. Usted manda.

—Deponga su arma, entonces. Hágalo ya, navegante.

A pesar de la herida de su pierna, César se apresuró a tomarla del cinturón de Argento.

—Marinero César —dijo Sandoval—, vaya a la Unidad Médica para que Asclepio le cure esa herida. Después, a partir de ese momento, no deje nunca a solas a Argento. Sea inseparable de él, como su sombra. Y conserve el arma. Si considera que él hace algo inadecuado, dispare sin miramientos.

—A sus órdenes, señor capitán, pero la herida no es importante, es solo un rasguño, y está curando con el vendaje y los antibióticos.

Hum, sí. Está mejorando. Aun así, quiero ver esa herida en la Unidad Médica.

—Y ahora, Argento, los secuaces que le acompañan —continuó Sandoval—. Los quiero desarmados y recluidos en un camarote cerrado bajo llave.

—Me temo que eso no va a ser tan fácil —dijo Argento rascándose la cabeza.

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